Borges profesor

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“A mí me gusta mucho enseñar, sobre todo porque mientras enseño, estoy aprendiendo”, decía Jorge Luis Borges en una de sus numerosas entrevistas.

((Fernando Sorrentino, Siete conversaciones con Jorge Luis Borges, Buenos Aires, El Ateneo, 1996, p. 205.
))

 Poco antes, se había referido a la cátedra como “una de las felicidades que me quedan”. Y no hay duda sobre el doble placer que le causaba a Borges estar al frente de una clase.

Semejante placer puede constatarse en el libro Borges profesor, que recoge un curso completo dictado por el escritor en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, ubicada entonces en el viejo edificio de la calle Viamonte, en el año 1966. Para ese entonces, Borges ya llevaba diez años dando clases en dicha institución. Había sido aceptado como titular de la cátedra de Literatura Inglesa y Norteamericana en 1956, escogido por sus antecedentes frente a otro postulante pese a no haber obtenido nunca un título universitario.

(( Borges dictaba las clases de literatura inglesa, mientras que su adjunto, Jaime Rest, se encargaba de las de literatura norteamericana.
))

 Borges expresó en varias oportunidades (en ese tono suyo que combinaba la modestia con el humor y la plena confianza en su capacidad) su sorpresa frente a la designación, así como su apoyo a aquel pobre profesor graduado que se quedó sin trabajo al lograr él el cargo.

En el “Ensayo autobiográfico” que escribió en inglés, Borges explicaba, tras referirse a su nombramiento como director de la Biblioteca Nacional en 1955: “Otro placer me llegó al año siguiente, cuando se me otorgó la cátedra de Literatura Inglesa y Norteamericana en la Universidad de Buenos Aires. Los demás candidatos habían enviado cuidadosas listas de sus traducciones, sus publicaciones académicas, sus conferencias y otros logros. Yo me limité a la siguiente oración: ‘Sin saberlo, me he venido preparando para este cargo a lo largo de toda mi vida.’ Mi llana exposición fue exitosa. Fui contratado y pasé diez o doce años felices en la Universidad.”

((Aleph and other stories 1933-1969 –together with commentaries and an autobiographical essay, Nueva York, E. P. Dutton & Co., 1970, pp. 249-250.
))

El curso reunido en este libro nos presenta entonces a un Borges que ya tenía a cuestas diez años dedicados a la enseñanza, incluyendo no solo sus clases universitarias, sino también diferentes cursos en instituciones como la Asociación Argentina de Cultura Inglesa. Nos presenta además a Borges en una faceta distinta de la del texto literario o la entrevista, y quizás más cercana a las conferencias. Sin embargo, las clases difieren de estas últimas en un punto esencial: aquí el escritor, tan dado a la anécdota y el cambio de tema, debía restringirse a cumplir con un programa fijado. No podía, como hacía con frecuencia en otros ámbitos, preguntar en tono jocoso y después de hablar por media hora: “¿Cuál era el título de esta charla?” Es por eso interesante ver cómo se las arreglaba para, sin dejar de hacer digresiones, dar a sus clases unidad y coherencia.

Un punto importante al respecto es el lugar que Borges daba a la literatura. “Juzgo la literatura de un modo hedónico –dijo en otra entrevista–. Es decir, juzgo la literatura según el placer o la emoción que me da. He sido durante muchos años profesor de literatura y no ignoro que una cosa es el placer que la literatura causa y otra cosa el estudio histórico de esa literatura.”

((Fernando Sorrentino, op. cit., p. 134. 
))

 Tal postura queda clara ya desde la primera clase, en la que Borges explica que se referirá a la historia solo cuando el estudio de las obras literarias del programa así lo requiera.

Del mismo modo, Borges pone a los autores por encima de los movimientos literarios, a los que al comienzo de la clase sobre Dickens define como una “comodidad” de los historiadores. Aunque no olvida las características estructurales de los textos estudiados, Borges se concentra sobre todo en la trama y en la individualidad de los autores. Lo que Borges pretende como profesor, más que calificar a los estudiantes, es entusiasmarlos y llevarlos a la lectura de las obras y al descubrimiento de los escritores. Así, hay en todo el curso apenas una referencia a los exámenes, y resulta conmovedor su comentario del final de la segunda clase sobre Browning, cuando les dice a los alumnos: “Tengo una especie de remordimiento. Me parece que he sido injusto con Browning. Pero con Browning sucede lo que sucede con todos los poetas, que debemos interrogarlos directamente. Creo, sin embargo, haber hecho lo bastante para interesarlos a ustedes en la obra de Browning.”

Frente a las escuelas de crítica literaria que se cuestionan el rol del autor, Borges acentúa el carácter humano e individual de las obras. De cualquier modo, no establece por cierto una relación de necesidad entre la vida de los autores y sus textos. Sencillamente se fascina y fascina a los estudiantes narrando las circunstancias vitales de la existencia de los artistas y sumergiéndose en sus poemas o narraciones desde una mirada crítica y actual, en la que siempre están presentes la ironía y el humor.

En su afán de bajar los textos a la tierra, Borges establece además insólitas comparaciones, que sin embargo cumplen perfectamente el rol de enmarcar cada obra y dejar en claro su valor. Así, al explorar el tema de la jactancia y la valentía en el Beowulf, compara a sus personajes con los compadritos porteños de principios de siglo y pasa a recitar no una, sino tres coplas, que deben haber sonado muy curiosas en medio de una clase sobre literatura anglosajona del siglo VIII.

En su análisis de los textos sajones, por otra parte, Borges se abandona con frecuencia a la narración pura, olvidando su rol de profesor, acercándose más bien al antiguo narrador oral. Refiere historias contadas por otros hombres muy anteriores a él, y lo hace con absoluta fascinación, como si cada vez que repite un relato lo estuviera descubriendo por primera vez. Y, dentro de esa fascinación, sus comentarios son casi cuestionamientos metafísicos. Borges se pregunta de maneras distintas qué pasaba por la mente de los antiguos poetas sajones al escribir sus textos, sospechando que nunca alcanzará una respuesta.

En el marco de las clases, un aspecto que salta permanentemente a la vista es la erudición de Borges. Sin embargo, esa erudición no se presenta en ningún momento como una limitación para la comunicación con los estudiantes. Borges no cita para demostrar sus conocimientos, sino solo cuando las citas le parecen apropiadas al tema. Lo que le importa son las ideas, no tanto la exactitud en el dato. Pese a eso, y a que en una ocasión se disculpa por su mala memoria para las fechas, es sorprendente la cantidad de datos que recuerda con increíble exactitud. Debemos pensar que para la fecha en que dictó estas clases –y desde 1955– Borges estaba casi completamente ciego, y ciertamente inhabilitado para leer. Sus citas, por lo tanto, y el recitado de los poemas, dependen de su memoria y son testimonio de sus interminables lecturas anteriores.

Mientras leemos estas clases podemos imaginar a un profesor Borges ciego, sentado frente a sus alumnos, recitando con su tono de voz tan personal los versos de ignotos poetas sajones en su lengua original y participando de polémicas con célebres escritores románticos junto a los cuales hoy, quizás, esté reunido discutiendo. ~

Fragmento editado de Borges profesor. Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires, que ya se encuentra en circulación.

 

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es escritor y periodista. Junto con Martín Hadis compiló y editó Borges P. Dutton & Co., 1970, pp. 249-250.
profesor. Curso de literatura inglesa en la 4 Fernando Sorrentino, op. cit., p. 134. Universidad de Buenos Aires (Lumen, 2020)


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