IlustraciĆ³n: Daniel BolĆ­var

Breve historia de la corrupciĆ³n

La corrupciĆ³n en MĆ©xico no es cultural, como afirmĆ³ cierto expresidente. La historia nos muestra que se combate menos con rectitud moral y mĆ”s con rendiciĆ³n de cuentas, separaciĆ³n de poderes, prensa libre y democracia.
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La versiĆ³n original de este ensayo se publicĆ³ en Reforma en diciembre de 1995. En esta nueva versiĆ³n incorporo informaciĆ³n proveniente de otros libros mĆ­os y dos pasajes pertinentes de Jorge Vera EstaƱol y Daniel CosĆ­o Villegas e incluyo una posdata.

Se ha dicho que las raĆ­ces de la corrupciĆ³n en MĆ©xico estĆ”n en la Ć©poca colonial. El poder patrimonial absoluto de los monarcas espaƱoles sobre sus dominios, transferido casi intacto a sus representantes en las Indias, los virreyes, habrĆ­a convertido el ejercicio de los puestos pĆŗblicos en un negocio privado, hĆ”bito que a su vez habrĆ­a persistido a travĆ©s de los siglos. Es verdad que el enriquecimiento de los oficiales con sus puestos no estaba mal visto por la Corona que incluso propiciaba la ā€œventa de oficiosā€. Es verdad tambiĆ©n que solo ahora comienza a desvanecerse la idea de que los polĆ­ticos son los dueƱos del paĆ­s. Pero la vida polĆ­tica colonial era menos opresiva de lo que se cree y su herencia menos decisiva de lo que parece. PiĆ©nsese, por ejemplo, en la instituciĆ³n del Juicio de Residencia. Cuando los virreyes cesaban en sus funciones o eran transferidos a otros reinos, sufrĆ­an un arraigo forzoso para enfrentar, y en su caso reparar, los agravios que hubieran infligido a particulares o corporaciones. Si el virrey morĆ­a en funciones, el resarcimiento recaĆ­a sobre su sucesiĆ³n. En este sentido, la Colonia era mĆ”s democrĆ”tica que la Ć©poca actual: ningĆŗn expresidente ha tenido que responder, no se diga resarcir a la naciĆ³n, por sus faltas, robos o asesinatos.

Los criollos ā€“escribĆ­a AlamĆ”nā€“ eran ā€œprontos para emprender y poco prevenidos en los medios a ejecutar, entregĆ”ndose con ardor a lo presente y atendiendo poco a lo venideroā€. Iturbide hizo negocios turbios en sus aƱos de general invicto, Santa Anna tuvo haciendas en MĆ©xico y Colombia, pero ambos fueron despilfarrados, desidiosos, descuidados. Buscaban menos el poder que el amor de sus compatriotas. SoƱaban con guirnaldas de oliva y un sepulcro de honor. El dinero no estaba en su horizonte prĆ”ctico ni axiolĆ³gico. AdemĆ”s, de haber querido enriquecerse, el pobre erario se los habrĆ­a impedido.

Los liberales de la Reforma tuvieron todas las cualidades cĆ­vicas, incluida, por supuesto, la honradez. Pero como sabĆ­an que los hombres son falibles, crearon una ConstituciĆ³n que limitaba las fallas de un posible ejecutivo dispendioso o corrupto, por tres vĆ­as: la ComisiĆ³n de Hacienda de la CĆ”mara de Diputados, la Suprema Corte de Justicia y una prensa libĆ©rrima. Estas instituciones llamaron a cuentas al expresidente Manuel GonzĆ”lez en 1885. MĆ©xico habĆ­a vivido su primer momento de apertura econĆ³mica caracterizado sobre todo por la febril construcciĆ³n de los ferrocarriles. Al amparo del gobierno se hicieron negocios ilĆ­citos que se tradujeron en un dĆ©ficit fiscal escandaloso para esos tiempos y que estuvo a punto de provocar la consignaciĆ³n del secretario de Hacienda y el tesorero de la FederaciĆ³n. Don Porfirio, pĆ©rfido instigador de la maniobra, terminĆ³ por absolver a su compadre y de ese modo se enfilĆ³, sin rival alguno, hacia la reelecciĆ³n perpetua, pero el precedente se habĆ­a sentado.

De Porfirio DĆ­az pueden decirse muchas cosas, pero no que fuera corrupto. DueƱo de un dominio polĆ­tico absoluto, podĆ­a otorgar mercedes, prebendas, concesiones con la liberalidad de un rey, pero en lo personal tenĆ­a que ser, y parecer, honrado. Para que la CĆ”mara, la Corte y la prensa no tuvieran que llamar a cuentas, las cuentas quedarĆ­an a cargo del ministro de Hacienda, quien ejercerĆ­a un manejo financiero responsable y autocontenido en el cual cabĆ­an ciertos favores y preferencias, pero no la corrupciĆ³n. Por lo demĆ”s, cosa que con frecuencia se olvida, en tiempos porfirianos los niveles medios del aparato judicial funcionaban con eficacia y honestidad.

En el rĆ­o revuelto de la RevoluciĆ³n, muchos humildes pescadores se hicieron millonarios. ā€œEl remolino elevĆ³ hasta el cielo la hojarascaā€, escribiĆ³ Daniel CosĆ­o Villegas, ā€œy los individuos quisieron conservar toda la vida los mil pesos de sueldo que sĆŗbitamente ganaron, hurtando un millĆ³n mientras el remolino durabaā€. QuizĆ”s el primer estadio de la corrupciĆ³n fue el botĆ­n de guerra. A la entrada de los constitucionalistas a la Ciudad de MĆ©xico en 1914, apunta Jorge Vera EstaƱol, ā€œObregĆ³n se apodera de la imprenta de El PaĆ­s y la obsequia a uno de sus amigos […] las propiedades son ocupadas y pasadas por saco, las oficinas cateadas y despojadas de cuanto en ellas hay de numerario, los carruajes, pero especialmente los automĆ³viles, ejercen fascinaciĆ³n irresistible en los libertadores […] A los cuantos dĆ­as los palacios y palacetes de las aristocrĆ”ticas colonias JuĆ”rez, Roma, CuauhtĆ©moc, Paseo de la Reforma, Condesa y otros cuarteles y suburbios estĆ”n en gran parte habitados por los generales, coroneles y oficiales del constitucionalismo […] La fastuosa finca del Jockey Club se convierte en dormitorio de papeleros; la casa de JoaquĆ­n CasasĆŗs en cuartel general de Lucio Blanco […] El pillaje y destrucciĆ³n alcanzan allĆ­ lo inverosĆ­mil; las obras de arte, los muebles de lujo, los pisos de parquĆ©, son salvajemente despedazados en aƱicos; las bibliotecas ā€“sĆ­mbolos de la civilizaciĆ³n y la culturaā€“ […] despiertan furores inconcebiblesā€. Cuando en 1916 se abre una caja fuerte de Lucio Blanco en el Banco de Londres y MĆ©xico, se hallan ā€“entre otras cosasā€“ ā€œun anillo imperial de Maximiliano, de oro y brillantes, con el monograma del archiduque, un reloj de oro y esmalte con el monograma del mismo; 66 onzas de oro con la efigie de Maximiliano: dos paquetes […] conteniendo […] 247,645 pesos, diecisĆ©is sacos con plata […] fistoles, mancuernillasā€.

El pueblo de la Ciudad de MĆ©xico inventĆ³ el vocablo carrancear como sinĆ³nimo de robar y llamaba consusuƱaslistas a los constitucionalistas. El apodo refiere claramente a la avidez presupuestĆ­vora de aquella clase media en el poder. El periodo carrancista es defendible por su polĆ­tica internacional e interna, no por su limpieza. Pero no hay que confundir el botĆ­n de una guerra y los ā€œcaƱonazos de cincuenta mil pesosā€ que disparaba ObregĆ³n con la corrupciĆ³n moderna. Por testimonio de algunos miembros de la generaciĆ³n de 1915, sĆ© que durante los primeros aƱos de De la Huerta y ObregĆ³n no hubo corrupciĆ³n directa ā€“uso de fondos pĆŗblicosā€“. Con todo, el historiador alemĆ”n Hans Werner Tobler documentĆ³ el gozoso reparto de haciendas que prohijĆ³ la RevoluciĆ³n. Es verdad que al grito de ā€œla RevoluciĆ³n me ha hecho justiciaā€ buena parte de la nueva clase militar cobrĆ³ generosamente su participaciĆ³n revolucionaria mediante la incautaciĆ³n de haciendas. Es verdad tambiĆ©n que el promisorio Banco Nacional de CrĆ©dito AgrĆ­cola fundado en 1926 desvirtuĆ³ su vocaciĆ³n y arruinĆ³ sus finanzas otorgando los famosos e irrecuperables ā€œprĆ©stamos de favorā€ a generales como Escobar, Amaro, Valenzuela y sobre todo ObregĆ³n. Pero la Reforma Agraria cardenista revirtiĆ³ en buena medida el saqueo. En junio de 1934, CĆ”rdenas realizĆ³ una gira por los estados del norte. El general Eulogio Ortiz le mostrĆ³ el bonito latifundio con que la RevoluciĆ³n le habĆ­a hecho justicia. Cuando le tocĆ³ su turno (de repartirlo), el general Ortiz alzĆ³ los hombros y pronunciĆ³ una frase cĆ©lebre: ā€œLa RevoluciĆ³n me dio la tierra y la RevoluciĆ³n me la quita.ā€ CĆ”rdenas apunta: ā€œDebiera haber expresado: durante la RevoluciĆ³n la adquirĆ­ y hoy la devuelvo al pueblo.ā€ Sin embargo, al concluir la era de los generales, ninguno o casi ninguno podĆ­a declararse libre de apropiaciones o adquisiciones ventajosas de tierras y propiedades.

SegĆŗn CosĆ­o Villegas, la RevoluciĆ³n, en su Ć­mpetu destructivo, ā€œimpulsĆ³ la corrupciĆ³nā€:

Esa destrucciĆ³n casi total de la riqueza nacional ha podido ser recibida por algunos con jĆŗbilo y por otros como un feliz augurio de que MĆ©xico serĆ­a en adelante un paĆ­s pobre, pero en el cual la riqueza estarĆ­a distribuida entre todos con equidad. En un momento de la vida revolucionaria del paĆ­s pudo ser cierta la alentadora afirmaciĆ³n de que no habĆ­a un solo millonario, y que grandes grupos sociales mejoraban su condiciĆ³n econĆ³mica; pero la triste realidad social habrĆ­a de imponerse muy pronto, ante la necesidad de recrear la riqueza destruida. QuizĆ” ninguna carga mayor cayĆ³ sobre los hombros de la RevoluciĆ³n; por eso, resultĆ³ la mĆ”s severa prueba de su rectitud, de su fortaleza y de su capacidad creadora. Y de esta gran prueba moral saliĆ³ peor que las otras: en lugar de que la nueva riqueza se distribuyera parejamente entre los nĆŗcleos mĆ”s numerosos y mĆ”s necesitados de ascender en la escala social, se consintiĆ³ que cayera en manos de unos cuantos que, por supuesto, no tenĆ­an ā€“ni podĆ­an tenerā€“ mĆ©rito especial alguno.

De ahĆ­ la sangrienta paradoja de que un gobierno que hacĆ­a ondear la bandera reivindicadora de un pueblo pobre fuera el que creara, por la prevaricaciĆ³n, por el robo y el peculado, una nueva burguesĆ­a, alta y pequeƱa, que acabarĆ­a por arrastrar a la RevoluciĆ³n y al paĆ­s, una vez mĆ”s, por el precipicio de la desigualdad social y econĆ³mica.

Comparada con la corrupciĆ³n de la etapa posterior, la de los generales parecerĆ­a un juego de niƱos. La corrupciĆ³n moderna en MĆ©xico la crearon los licenciados, esos universitarios preparados, esos civiles de traje y corbata, a quienes el pĆŗblico llamĆ³ los tanprontistas porque tan pronto como se sentaron en sus puestos pĆŗblicos comenzaron a servir con diligencia a sus negocios privados. El catĆ”logo era amplio: un ministro establecĆ­a una compaƱƭa ad hoc para surtir a precios inflados los requerimientos de su propia secretarĆ­a; desde el poder se alentaban monopolios de distribuciĆ³n de gasolina y transportes; se hacĆ­an fortunas gigantescas mediante la especulaciĆ³n monetaria e inmobiliaria. Y la desgracia es que no habĆ­a lĆ­mites, solo las voces aisladas de los dĆ©biles partidos de oposiciĆ³n, algunos viejos revolucionarios honrados (o casi honrados), un puƱado de escritores independientes (Bassols, CosĆ­o Villegas), la revista Presente que el gobierno reprimiĆ³ y el cĆ³mico JesĆŗs MartĆ­nez ā€œPalilloā€.

ā€œVivimos en el cienoā€, declarĆ³ en 1952 Vicente Lombardo Toledano, ā€œ[…] la mordida, el atraco, el cohecho, el embute, el chupito, una serie de nombres que se han inventado para calificar esta prĆ”ctica inmoral. La justicia hay que comprarla, primero al gendarme, luego al ministerio pĆŗblico, luego al juez, luego al alcalde, luego al diputado, luego al gobernador, luego al ministro, luego al secretario de Estado.ā€

Solo le faltĆ³ decir, aunque estaba implĆ­cito, el presidente.

El ciudadano comĆŗn toleraba la universalidad de la mordida porque o bien creĆ­a que los polĆ­ticos eran dueƱos del poder y podĆ­an hacer su ā€œregalada ganaā€, o bien porque sabĆ­a que contra el uso impune del poder no habĆ­a recurso eficaz. Muy pocos advertĆ­an entonces que solo el ejercicio real, no simulado, de la democracia y la divisiĆ³n de poderes podĆ­a revertir la corrupciĆ³n. La gente pobre de la ciudad se vengaba asistiendo al teatro Folies BergĆØre a reĆ­r con los sketches polĆ­ticos de Palillo, ā€œflagelador de los inverecundosā€, fustigador de ā€œlos polĆ­ticos inmorales, pulpos chupeteadores del presupuesto nacionalā€. Lo que no podĆ­a decirse por escrito y en pĆŗblico, se hacĆ­a pĆŗblico a travĆ©s de las cadenas del rumor.

A pesar de sus proporciones (millonarias, en dĆ³lares) la corrupciĆ³n se hallaba en un estado rudimentario y no mostraba aĆŗn sus efectos mĆ”s perversos. Cuidando todavĆ­a ciertas formas, los licenciados alemanistas habĆ­an accedido a los dineros pĆŗblicos a travĆ©s de arbitrios y mediaciones. AdemĆ”s, debido a la nueva vigencia del paradigma industrial, aquella riqueza mal habida solĆ­a quedarse en MĆ©xico, creando nueva riqueza y empleo. En 1952, la propia desmesura de los licenciados creĆ³ su antĆ­doto. Ruiz Cortines ejerciĆ³ una administraciĆ³n honesta y eficaz que, si bien no castigĆ³ penalmente a los pillos ni estableciĆ³ diques institucionales contra la corrupciĆ³n (cosa que solo el equilibrio de poderes y la democracia podĆ­an hacer), volviĆ³ al precedente porfiriano de autocontenciĆ³n y consolidĆ³ la respetuosa separaciĆ³n entre la presidencia y la SecretarĆ­a de Hacienda y el Banco de MĆ©xico. La corrupciĆ³n creciĆ³ mucho en tiempos de LĆ³pez Mateos y tendiĆ³ a limitarse un tanto en los del austero DĆ­az Ordaz, pero no mostraba todavĆ­a su rostro verdadero. En un paĆ­s que crecĆ­a al 7% anual, con un 2% de inflaciĆ³n, la corrupciĆ³n parecĆ­a un ā€œlubricante natural del sistemaā€.

Con EcheverrĆ­a se inaugurĆ³ la etapa de los economistas en el poder, esos cachorros de los cachorros de la RevoluciĆ³n, perfectamente preparados para servir a la Patria destruyendo su economĆ­a y cobrando millones por el trabajo de demoliciĆ³n. Con la expansiĆ³n del sector pĆŗblico (en casi dos millones de plazas, cientos de organismos, programas, fideicomisos, y un presupuesto ā€œapalancadoā€ con veinte mil millones de dĆ³lares de deuda externa) la corrupciĆ³n cambiĆ³ de escala. Ahora no solo el amigo del presidente amasaba fortunas: bastaba un puesto menor en un nivel estatal para echar mano a la colaciĆ³n de la piƱata pĆŗblica. En los tiempos petroleros de LĆ³pez Portillo, las historias de enriquecimiento incomprensible se volverĆ­an lugar comĆŗn.

Un sector de la opiniĆ³n pĆŗblica comenzĆ³ a percatarse de la relaciĆ³n funcional entre el poder y el dinero y abrigĆ³ desde entonces un agravio contra el sistema. Por eso el lema de Miguel de la Madrid sobre la ā€œrenovaciĆ³n moralā€ le ganĆ³ una votaciĆ³n masiva. Era el momento de actuar jurĆ­dicamente contra los expresidentes y abrir el sistema polĆ­tico, pero De la Madrid (quien no fue ajeno a sospechas de corrupciĆ³n) tomĆ³ la tĆ­mida opciĆ³n de volver al ejemplo de Ruiz Cortines. No era suficiente. Se requerĆ­a nada menos que un cambio en el contrato polĆ­tico de MĆ©xico. Gabriel Zaid lo formulĆ³ en 1986 en su ensayo ā€œLa propiedad privada de las funciones pĆŗblicasā€: ā€œLa corrupciĆ³n no es una caracterĆ­stica desagradable del sistema polĆ­tico mexicano: es el sistema. […] La corrupciĆ³n desaparece en la medida en que las decisiones de interĆ©s pĆŗblico pasan de la zona privada del Estado a la luz pĆŗblica.ā€

Estaba claro que la corrupciĆ³n no era una falla moral inherente al mexicano. Era y es universal, y no se combate con prĆ©dicas sino con los mismos controles que los liberales introdujeron en la ConstituciĆ³n de 1857: diputados que revisan las cuentas, jueces independientes, una prensa libre, veraz y honrada que llama a los pillos por su nombre, partidos de oposiciĆ³n alertas a cualquier pifia de sus adversarios en el poder, y ciudadanos que a travĆ©s del sufragio efectivo otorgan, revisan o revocan su mandato sobre los polĆ­ticos. Todo esto debiĆ³ haberse instituido en los aƱos ochenta y pudo habernos librado de los vergonzosos extremos de corrupciĆ³n a que se llegĆ³ en tiempos de Salinas.

Posdata

La historia de la corrupciĆ³n en el siglo XX estĆ” por escribirse. Desde los tiempos de EcheverrĆ­a hasta fin de siglo, la revista Proceso denunciĆ³ casi en solitario, semana a semana, los casos mĆ”s sobresalientes y vergonzosos. Es una fuente fundamental para aquella historia.

La corrupciĆ³n, como es obvio, no cesĆ³ en el siglo XXI. Pero es claro que gracias a nuestra democracia, a las libertades que le son intrĆ­nsecas, y a las instituciones que ha creado (en particular el Instituto Nacional de Transparencia), los polĆ­ticos han estado bajo el escrutinio pĆŗblico en una medida mucho mayor que en tiempos de la presidencia imperial. Por la acciĆ³n de la prensa (ya no solo Proceso sino Reforma y otros diarios y programas radiofĆ³nicos) la corrupciĆ³n pudo contenerse ā€“solo contenerseā€“ en el gobierno federal entre 2000 y 2012. Por desgracia, la corrupciĆ³n ā€“hidra de muchas cabezasā€“ se refugiĆ³ en los estados.

QuizĆ” la falla mayor, histĆ³rica e imperdonable, de la administraciĆ³n de PeƱa Nieto fue haber incurrido y alentado la corrupciĆ³n, desde la presidencia hasta el Ćŗltimo funcionario. El PRI no valorĆ³ el voto condicionado que le dio el ciudadano en 2012. El PRI lo traicionĆ³. PeƱa Nieto llegĆ³ al extremo de proclamar que la corrupciĆ³n era ā€œparte de la cultura mexicanaā€. Los vergonzosos escĆ”ndalos de corrupciĆ³n en su sexenio sepultaron la faceta reformadora de su gestiĆ³n, sepultaron al PRI, y podrĆ­an sepultar a la democracia.

El nuevo gobierno ha puesto en el centro de su programa el combate a la corrupciĆ³n. La intenciĆ³n es impecable, pero la instrumentaciĆ³n ha sido errĆ”tica, inconsistente y contradictoria. Lo mĆ”s preocupante es el acoso a las libertades e instituciones creadas por la democracia para ir acotando la corrupciĆ³n de la Ćŗnica forma en que cabe hacerlo: mediante la exhibiciĆ³n pĆŗblica de los delitos y la aplicaciĆ³n estricta de la ley. En vez de esas vĆ­as, el nuevo gobierno ā€“que se presenta como un nuevo rĆ©gimen, casi como una nueva eraā€“ propone desterrar la corrupciĆ³n mediante un acto casi mĆ­stico de purificaciĆ³n moral que parte del presidente y llega hasta el Ćŗltimo ciudadano.

La rectitud del presidente tiene efectos positivos en la sociedad y el desempeƱo de los gobernantes en todos los niveles. Pero no se trata de fundar una nueva religiĆ³n sino de mejorar un orden democrĆ”tico, con ejercicio pleno de las libertades y la legalidad. El nuevo gobierno no entiende la diferencia. En esa confusiĆ³n entre el orden religioso y el orden polĆ­tico puede naufragar no solo el uso recto, justo y racional de los recursos pĆŗblicos sino la democracia y hasta el paĆ­s entero. ~

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial ClĆ­o.


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