Casi sin quererlo, por un cรบmulo de circunstancias, pero tambiรฉn por una ligera anglofilia, Londres ha protagonizado muchos de mis veranos. La primera vez que fui tenรญa unos diez aรฑos y solo recuerdo el Big Ben, el London Eye, comer unos tallarines en un cartรณn en la calle y cruzar un puente con una maleta acompaรฑado de mi padre. Habรญa venido a buscarme a Milton Keynes, una fea ciudad dormitorio a setenta kilรณmetros de Londres, llena de rotondas y pequeรฑos lagos artificiales, donde habรญa pasado unos dรญas en casa de un amigo. Durรฉ muy poco. Echaba de menos a mis padres y lloraba todo el rato. Lloraba en bici por el camino que rodeaba el lago que habรญa frente a la casa, lloraba desayunando con la abuela que me cuidaba por las maรฑanas mientras mi amigo iba a clase, lloraba cenando con la familia, lloraba en un centro comercial donde habรญa paredes de escalada y una zona infantil con recreativos. Recuerdo llorar en la ducha y que el padre de mi amigo me mandara callar a gritos. Eso me hizo llorar mรกs aรบn. Acabaron hartos de mรญ. Un dรญa me colรฉ en la habitaciรณn del ordenador y escribรญ un email a mis padres en el que les decรญa que me querรญa suicidar. Creo que por entonces no tenรญa email propio, asรญ que debรญ escribirlo desde la cuenta que estuviera abierta en el ordenador, probablemente de los padres de mi amigo. Mi padre vino a buscarme a los pocos dรญas y visitamos Londres durante unas horas antes de coger el aviรณn de vuelta. El arrepentimiento por esto lo carguรฉ durante toda mi adolescencia. Ahora me rรญo un poco.
La segunda vez que fui a Londres fue con mis padres y mi hermana. Hicimos un intercambio de casa con dos familias: dos semanas en Wimbledon, en un chalet impresionante; las otras dos semanas en Stoke Newington, en el barrio de Hackney, en una tรญpica casa de suburbio londinense, propiedad de una pareja de lesbianas fans del Arsenal. Es un experimento bonito: mientras una familia vive en tu casa, tรบ vives en la suya. La familia de Wimbledon dejรณ la casa tal cual, incluida ropa reciรฉn colgada. Parecรญa que se habรญan escapado. El primer dรญa de intercambio consiste en curiosear la casa, husmear impรบdicamente y mirar las fotos de los dueรฑos, a los que no conocemos aรบn en persona y con los que hemos hablado solo por email. De la estancia en Wimbledon recuerdo tocar la baterรญa en el sรณtano, hacerme fotos para Fotolog y la habitaciรณn de la chica adolescente, que tenรญa un cartel que pedรญa por favor que no entrara nadie. Solo entrรฉ para echar un vistazo rรกpido. Habรญa pรณsteres de la revista Kerrang!, de la banda emo My Chemical Romance, que estaba muy de moda entonces, e incluso de Hatebreed, una banda de hardcore que me gustaba mucho. Cuando finalmente la conocรญ, al reunirnos con la familia al final de la estancia, no me atrevรญ a abrir la boca. Mรกs tarde me enterรฉ de que se habรญa alojado en mi cuarto y me arrepentรญ de haber quitado mis pรณsteres de bandas de metal como Mastodon, Dimmu Borgir, Tool y, sobre todo, Hatebreed. De la estancia en Stoke Newington recuerdo a los judรญos jasรญdicos por la calle, ir a ver un partido del Arsenal de Cesc Fร bregas y los dos gatos de la casa, a los que apodamos Gitano y Capulla.
La tercera vez que fui a Londres fue, en realidad, la primera. Era la primera vez que viajaba solo al extranjero, la primera vez que iba a trabajar, aunque fuese como becario, y nadie me esperaba ni al llegar al aeropuerto ni al llegar a la ciudad. Tenรญa diecinueve aรฑos, que es una edad en la que se entiende que ya no tiene que darte miedo todo esto. No me esperaba tampoco nadie en el apartamento. Era una casa vieja de tres pisos, exactamente igual que todos los del barrio, otra parte de Hackney llamada Clapton. Habรญa alquilado una habitaciรณn enorme, que incluรญa una cocina precaria y tenรญa un par de sillones y un escritorio bajo una cama en alto, a la que se subรญa por una escalera. Dormรญa con miedo de caerme; la altura era mucho mayor que la de una litera convencional. Nada mรกs llegar, una chica joven guineana muy risueรฑa y nerviosa me saludรณ y me preguntรณ quรฉ hacรญa ahรญ. Le dije que estarรญa cinco semanas haciendo prรกcticas en la revista Esquire, en el Soho. Me preguntรณ si querรญa salir con ella esa misma noche para conocer el barrio y sus amigos. No recuerdo lo que le contestรฉ, pero sรญ que se fue muy rรกpido y no volvรญ a verla nunca mรกs. Olvidรฉ pronto la fantasรญa de una novia guineana en Londres.
El dueรฑo de la casa era un anciano de pelo largo y grasiento al que no se le entendรญa muy bien. Era el padre de la dueรฑa del piso de Stoke Newington en el que estuvimos de intercambio, y por eso conseguรญ la habitaciรณn a un precio tan barato: cincuenta libras a la semana. El hombre no salรญa de un salรณn en la planta baja, donde tambiรฉn dormรญa. Solo escuchaba la bbc a un volumen altรญsimo mirando al vacรญo. Un dรญa entrรฉ y tardรฉ varios segundos en despertarlo de su letargo. Enfrente habรญa otro salรณn oscuro. En las estanterรญas habรญa muchas cintas de vรญdeo grabadas, con etiquetas, un ordenador muy viejo encendido y un reproductor de mรบsica que ocupaba toda una pared. Cuando volvรญa de noche, oรญa mรบsica clรกsica en esa habitaciรณn, pero tambiรฉn otro tipo de grabaciones ininteligibles. A veces el dueรฑo salรญa y cocinaba curry de madrugada. Lo hacรญa en una cocina en obras; toda la casa estaba como en obras, la moqueta levantada, serrรญn por todas partes. Sus gatos venรญan a veces a mi habitaciรณn con serrรญn en las patas.
Despuรฉs de dejar las maletas, salรญ a dar un paseo por el barrio. La calle era muy pequeรฑa, arbolada y daba a las vรญas del tren. La calle principal, donde estaba la parada del tren, era muy diferente. Habรญa muchos pisos de protecciรณn oficial, de un brutalismo gris y deprimente, muchas peluquerรญas de negros, que abrรญan hasta la madrugada y tenรญan mucha clientela por la noche, comercios de polacos y un gran supermercado Sainsburyโs. Tras andar unos metros escuchรฉ varios gritos y pitidos de coche. Un hombre negro sin camiseta y con un machete habรญa parado el trรกfico y estaba golpeando uno de los coches. El machete parecรญa una seรฑal inequรญvoca de su poca disposiciรณn al diรกlogo, pero el conductor se bajรณ e intentรณ hablar con รฉl. Aunque estaba muy cabreado, parecรญa inseguro e inconsciente de lo que realmente podรญa hacer con el machete. Uno de sus machetazos rasgรณ la camiseta del hombre, que volviรณ al coche. La policรญa tardรณ dos minutos en llegar, y yo tres en llamar a mi madre. Nunca me atrevรญ a meterme por una de las calles por donde intuรญ que vino, por miedo a que hubiera mรกs como รฉl por esa zona. Dรญas despuรฉs, ya en la redacciรณn de Esquire, uno de mis compaรฑeros me preguntรณ dรณnde vivรญa. โยกยฟClapton?! ยฟNo puedes permitirte algo mejor?โ Pero, salvo por el hombre del machete, Clapton no estaba nada mal. El tren en direcciรณn a Liverpool Street estaba muy cerca: si un hombre con un machete me perseguรญa no tardaba ni dos minutos en llegar a la estaciรณn.
El primer dรญa de trabajo me vestรญ con un pantalรณn de color rojo, unos zapatos azules, una americana, camisa y corbata. Ahora no me vestirรญa nunca asรญ. Durante mi primer aรฑo de universidad, me preocupรฉ por vestir bien. Bien significaba mal, muy mal, pero con la ilusiรณn de que estaba muy bien y era muy rompedor: polos bajo camisas (!), corbata y sudadera (!!). Al presentarme a todos los compaรฑeros de la redacciรณn, el editor de moda alabรณ mis zapatos y desde ese momento me los puse todos los dรญas. Unos dรญas despuรฉs, con ese look, un fotรณgrafo me pidiรณ unas fotos por el Soho. Creo que era de una agencia de fotografรญa que buscaba modelos no profesionales. No supe cรณmo decir que no y tuve que posar, o al menos plantarme frente a la cรกmara con cara de imbรฉcil, y recuerdo pasar una vergรผenza tremenda. Busquรฉ las fotos en la web de la agencia, pero me alegro de no haberlas encontrado nunca.
Mi trabajo en Esquire no era nada periodรญstico. Respondรญa el telรฉfono, repartรญa el correo, hacรญa bรบsquedas aburridas para alguno de los redactores, organizaba antiguos nรบmeros en las estanterรญas, bebรญa mucho tรฉ. No todos los dรญas habรญa trabajo para mรญ, pero todos los dรญas habรญa alguna llamada que tenรญa que responder. Me daba un miedo tremendo. Me hice un pequeรฑo guion, pero siempre me ha dado terror hablar por telรฉfono. Una vez recibรญ una llamada que terminรณ con โยฟeres un poco tonto?โ. Un hombre preguntaba por una tal Helen y yo, que me habรญa aprendido una serie de respuestas, le respondรญa que โheโs not availableโ. El hombre me decรญa โno, no, sheโ, y yo volvรญa a responder โheโs not availableโ. Sabรญa perfectamente la diferencia entre โsheโ y โheโ, pero mi cerebro se bloqueรณ. Otras veces, llamaba alguien con un acento muy cerrado y no entendรญa nada. Intentaba mantener la calma y buscaba alguna de las opciones de respuesta que me habรญan funcionado en otras ocasiones. Lo extraรฑo es que no me sugirieran mรกs veces que era un poco tonto. Todavรญa mรกs extraรฑa fue la sorpresa de una de las redactoras cuando le dije que no era britรกnico.
El primer dรญa escribรญ un pequeรฑo artรญculo sobre el nuevo Mini Cooper que se publicรณ y no me hizo nada de ilusiรณn: era un publirreportaje. Sรญ me hacรญa ilusiรณn trabajar con un iMac. Veรญa vรญdeos en calidad 1080p para comprobar que realmente el ordenador los podรญa reproducir. Un dรญa vi el documental Earth durante los tiempos muertos solo porque se veรญa muy bien en la pantalla. Nadie en la redacciรณn ejercรญa de periodista. Todos los textos se encargaban fuera, pero no veรญa a nadie editando. Aunque era y es una revista, el trabajo era de relaciones pรบblicas, o de agencia de publicidad. Los redactores, que nunca redactaban nada, trataban con clientes, distribuidores y agencias de marketing, iban a eventos, viajaban, se probaban ropa y accesorios y objetos que llegaban a la redacciรณn. Solo recuerdo a un chico indio muy hip, que era el editor web y estaba siempre ocupado, trabajar a destajo. Era muy serio y tรญmido, y creo que estaba un poco triste. Un dรญa lo ayudรฉ a ordenar varios libros viejos, que se habรญan acumulado. Los desplegamos por el suelo y me dijo que me llevara los que quisiera. Sabรญa que no me cabrรญan muchos en la maleta, asรญ que elegรญ muy bien: un libro sobre arte asiรกtico y otro sobre un peregrino que viaja a Yemen y se convierte al islam.
Frente a mรญ trabajaba, las pocas veces que estaba en la redacciรณn, un tal Teo. Durante aรฑos tuve su tarjeta de presentaciรณn: Teo van den Broeke. Era el responsable de diseรฑo y tenรญa un perfil muy cosmopolita: medio francรฉs, medio holandรฉs, criado en Londres. Siempre vestรญa la misma americana azul marino y tenรญa prisa. He encontrado su cuenta de Instagram y en las fotos parece mรกs gilipollas de lo que recordaba. Solo venรญa a la oficina a ver las cosas que le enviaban las empresas como regalo. โยฟQuรฉ tal me quedan estas?โ, me decรญa probรกndose unas gafas sin saber siquiera mi nombre. Muchas veces me tocaba ir a recoger algรบn paquete extraviado. Iba a algรบn almacรฉn o directamente a la tienda desde donde lo enviaban. Normalmente era algo que luego nadie abrรญa en la redacciรณn. Pero eran viajes excitantes. A veces aprovechaba para comer por ahรญ y conocer zonas que no conocerรญa de otro modo. Recuerdo perderme con mucho gusto por Shoreditch, la meca hipster de Londres. Unos aรฑos despuรฉs, varios manifestantes contra la gentrificaciรณn destrozaron un local de cereales (eliges entre una gran variedad de cereales, que estรกn expuestos en una pared enorme en sus cajas coloridas, y te los tomas con varios tipos de leche) en el barrio. Iban con antorchas y cabezas de cerdo. Los dueรฑos, segรบn una crรณnica del Guardian, solรญan recibir cartas en las que ponรญa โdie hipstersโ. En uno de esos viajes a Shoreditch comprรฉ el cรณmic Persรฉpolis para una novia. O para la que pensaba que era mรกs o menos una novia. Nunca lleguรฉ a dรกrselo porque cortamos antes: un dรญa la acompaรฑรฉ a coger un autobรบs a la estaciรณn de Avenida Amรฉrica, en Madrid, y en la puerta del bus estaba su exnovio, que le habรญa pedido matrimonio dรญas antes. Ella no le habรญa dicho ni sรญ ni no. Tardรฉ varios aรฑos en leer el cรณmic porque me hacรญa sentir un poco imbรฉcil.
La oficina se compartรญa con la revista de moda Harperโs Bazaar. Imaginaba que habรญa becarias impresionantes, pero luego descubrรญ que las seรฑoras que trabajaban ahรญ podรญan ser amigas de mi madre. Durante toda mi estancia lo mรกs cerca que estuve de salir con una chica fue con la guineana a la que no volvรญ a ver. Solo me relacionaba con los compaรฑeros de trabajo, que eran mucho mayores que yo. Durante mis cinco semanas en Londres di muchos paseos, nunca mรกs allรก de mi lรญnea Sykes-Picot imaginaria en Clapton, desde donde cruzaban hombres con machete, visitรฉ tres o cuatro veces el Tate Modern y leรญ el Guardian, el Financial Times, el Economist, vi la serie Luther en la web de tele a la carta de la bbc (es una policรญaca que transcurre en Londres y uno de los crรญmenes ocurre en Clapton), escribรญ un pequeรฑo diario tan malo que no hace falta rescatarlo aquรญ y grabรฉ muchos vรญdeos con una cรกmara vieja de mi padre. Muchos de ellos eran pequeรฑos video-diarios. Recuerdo dos: en uno salgo explicando la experiencia del hombre del machete, en otro aparezco lavรกndome los dientes en el fregadero de mi habitaciรณn. Si algรบn dรญa asesino a alguien, la prensa encontrarรก en esos vรญdeos una prueba de mi desequilibrio.
Creo que ese fue el verano en el que leรญ unos relatos de Hesse, pero no me recuerdo leyendo mรกs que revistas y periรณdicos. Comprรฉ el รบltimo nรบmero de News of the World, el dominical del Sun propiedad de Rupert Murdoch, porque intuรญ que era un momento histรณrico. El periรณdico cerraba tras descubrirse que llevaba aรฑos espiando y hackeando telรฉfonos de famosos. Seguimos la investigaciรณn oficial en una tele en la oficina. En la primera intervenciรณn de Murdoch frente al jurado, un humorista llamado Jonnie Marbles le lanzรณ una tarta a la cara y le gritรณ โnaughty billionaireโ. Max Olesker, el asistente del director y mi principal aliado en la oficina, gritรณ que lo conocรญa de la universidad y llamรณ a varios amigos para corroborarlo. Max tenรญa unos veinticinco aรฑos y decรญa mucho โindeedโ y โcheersโ. Creo que โindeedโ lo decรญa de forma irรณnica, como imitando una jerga victoriana. Por su culpa empecรฉ a usarlo yo, pero creo que no supe hacerlo con su ironรญa. Tambiรฉn aprendรญ que โcheersโ vale para todo: para decir hola, gracias, adiรณs. Max fue mi referente en Londres. Tenรญa un humor muy absurdo y hacรญa, con un amigo, un show de teatro de humor llamado Max & Ivan. Salieron en el Times con muy buenas crรญticas y todavรญa siguen actuando. Siempre que pasaba por el West End me apetecรญa ir al teatro, pero no fui nunca. Dos aรฑos despuรฉs, en otra estancia en Londres, mi padre me dio dinero para ir a ver algรบn clรกsico. En su lugar fui a un concierto de metal extremo en The Underworld, en el barrio de Camden Town. No fue un capricho: tocaban Job for a Cowboy, que creo que nunca han venido a Espaรฑa. Todavรญa no me arrepiento y Diez negritos seguro que se seguirรก representando hasta el fin de los tiempos. En el verano de Esquire no fui al teatro pero sรญ al cine. Paco, mi amigo del instituto de Mazarrรณn, vino a pasar unos dรญas. Imagino que le hacรญa ilusiรณn verme, pero su principal motivaciรณn era ver El รกrbol de la vida, de Terrence Malick, que no se estrenarรญa hasta otoรฑo en Espaรฑa. Nos cobraron quince libras por la entrada y la pelรญcula nos fascinรณ.
Mientras yo trabajaba, Paco se quedaba en hmv, la tienda de discos. Quizรก se paseaba por otros sitios, pero casi siempre estaba ahรญ. No nos movimos mucho de las zonas que yo conocรญa, y no pareciรณ importarle. Visitamos con desgana lo que habรญa que visitar e hicimos lo mismo que podรญamos haber hecho en cualquier lugar del mundo.
Mi รบltima visita a Londres fue con veintiรบn aรฑos y una beca para estudiar inglรฉs. Ya sabรญa inglรฉs, pero me pagaban unas vacaciones. Vivรญ en un piso frente a las oficinas de Reuters con dos italianas y un belga. Las italianas trabajaban en un pub de noche y nos invitaban a copas, y a veces salรญa con el belga, al que le gustaban la electrรณnica y las finanzas y tenรญa unos amigos espaรฑoles pijos e insoportables. Ese aรฑo leรญ mรกs literatura, visitรฉ mejor los museos, fui a locales de dubstep, medio liguรฉ, que es lo que siempre hago, me tomรฉ en serio Londres y tuve tiempo para cansarme de ella, a pesar de que siento que aรบn no la conozco. Si te cansa Londres te cansa la vida, decรญa Samuel Johnson. Imagino que eso se dice de muchas ciudades bonitas. De las ciudades grandes se suele decir tambiรฉn que son muchas ciudades. Es un clichรฉ cosmopolita: โOh, Parรญs es muchos parises.โ Londres es muchos Londres. Me falta conocer muchos Londres, pero necesito antes probar otros destinos. ~
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacciรณn de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemรกn' (Libros del Asteroide, 2023).