Capricho y ética de las palabras

Por así decirlo

J. Á. González Sainz

Anagrama

Barcelona, 2024, 152 pp.

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En Por así decirlo J. Á. González Sainz (Soria, 1956) reúne cuatro parábolas, piezas o “disparates” que son reflexiones sobre el poder. Su anterior libro, La vida pequeña. El arte de la fuga, primera entrega de un proyecto heterodoxo, defendía una huida a la realidad, la idea de escapar de la fantasmagoría y de la farfolla. Por así decirlo –que sale tras la reedición por el vigésimo aniversario de la admirable novela Volver al mundo– puede leerse como una respuesta oblicua, tan burlona como profunda y tan lúdica como desencantada, a esa fantasmagoría, a la estupidez de la actualidad.

El libro se divide en dos partes: la primera la componen los textos más largos, “El acontecimiento” y “Echar los dados”. En “El acontecimiento” se cuenta un hecho inusual en un concierto: un espectador usurpa el puesto del director de orquesta, para desorientación de algunos y alborozo de otros; la realidad se transforma en una parodia. En “Echar los dados”, el protagonista se ve arrastrado en un viaje absurdo que es también un descenso a los infiernos. Los otros dos textos son “Como obedeciendo a un recóndito compás (el color del cristal con que se mira)”, que transcurre en un vagón de tren y se construye a través de un virtuoso juego de perspectivas, y “Aunque haya siempre quien se imagine otra cosa”, sobre una pareja y unos peces y posiblemente también sobre Dios.

No son exactamente cuentos. El autor habla de “caprichos” y “disparates”. La tradición en que se encuadra esta obra singular y deliberadamente excéntrica es la de las Novelas ejemplares de Cervantes, la de Pirandello o las parábolas de Kafka. Se presenta con naturalidad algo onírico o fantasioso: un día los ciudadanos echan los dados, por ejemplo. Lo cotidiano, en cambio, se vuelve extraño a base de atención. A veces –como en Kafka– la descripción precisa de lo físico se vuelve cómica y a la vez metafísica, y hace que intuyamos una alegoría, pero no sabemos de qué: el significado no se agota. Félix de Azúa ha escrito que el libro habla de la trascendencia, no desde el punto de vista teológico sino de “aquel que mira a través del ojo de una cerradura”. Hay conexiones entre las piezas, pequeñas rimas internas y un juego de contrastes –una escena coral, un viaje de un personaje, un lugar cerrado que se mueve en el espacio, otro que parece moverse en el tiempo– y progresiones, por ejemplo hacia la abstracción.

Una característica de las piezas de Por así decirlo es la sorpresa: no es fácil predecir por dónde va a avanzar la historia y en ocasiones hay un giro o un cambio de perspectiva que te hace volver unas páginas para ver cómo se ha producido. Ese cambio puede ser desasosegante o humorístico: un personaje se distrae e imagina una valla publicitaria que dice: “A tomar por culo el Espíritu Absoluto.” El asombro es un reto que requiere imaginación y libertad; también confianza y destreza. Otra característica de Por así decirlo es la riqueza de lo que presenta, los recovecos de las escenas, donde a veces hay gags visuales que hacen pensar en Blake Edwards o ¡Al fuego, bomberos! de Milos Forman. Eso se consigue gracias a la textura de la prosa, a la conciencia de las palabras con que escribe González Sainz y a la que alude el título de la colección. No se trata tanto de escoger la palabra justa sino de mostrar esa búsqueda: las aproximaciones revelan aristas y posibilidades, muestran algo que no estaba ahí o que está cerca, propician un cambio de registro, una nueva asociación, una enmienda. Ese elemento estilístico está tematizado: un personaje recuerda de vez en cuando palabras que le decía su padre, otro (con dos apellidos, como otros protagonistas) se fija obsesivamente en las metáforas y las expresiones. Conviven lo culto y lo coloquial, la herencia de la literatura española y las preocupaciones de la literatura centroeuropea del siglo XX, la filosofía del lenguaje y el chiste: “Siempre, es verdad, ante cualquier acontecimiento que pueda ocurrir, por grave o de nuestra incumbencia que sea, cabe la opción de darse por aludido, o, sobre todo, de no querer ver lo que se ve o lo que es susceptible de verse en lo que se ve. También cabe tomárselo a broma, a chirigota, echar unas risas y, como se suele decir y hacer, a otra cosa mariposa.” El sentido del humor, si se vuelve algo automático, puede ser un modo de escurrir el bulto, que oculta “una genuina e insulsa sumisión de fondo”, piensa el protagonista del primer cuento, a quien le encanta “perderse en los vericuetos de sus consideraciones, también el sacar metáforas de las cosas”. “Las palabras no son para subirlas a ningún altar sino para dejarlas a ras de cosa, todo lo posible a ras de cosa, que nunca es mucho –decía–; no son solo para ofrecerles sacrificios sino para sacrificarlas a ellas por las cosas”, considera. Carlos Fernández Zafra, el protagonista del segundo cuento, “ponía el entusiasmo sobre todo en las palabras, en la acción de las palabras, en la ética de las palabras”: “Había aprendido que siempre que se dirime o está en juego algo decisivo, lo primero que entra seriamente en juego es la palabra.” González Sainz ha escrito un libro lleno de comicidad y ligereza, que combina el virtuosismo formal y la audacia con la perspicacia y la hondura. ~

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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