¿Quién teme a Carlos Monsiváis?

Nostalgia de Monsiváis

Marta Lamas y Rodrigo Parrini (coords.)

Siglo XXI Editores

Ciudad de México, 2025, 376 pp.

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Aquel que no lo esperó afuera de su casa, confiado en que en algún momento le abriera la puerta, no fue amigo de Monsiváis. Tampoco quien no obtuvo largas y a veces silencio para recibir un texto que el escritor se había comprometido a entregar. Qué duda cabe de que Carlos Monsiváis fue el último intelectual popular de México. La gente sabía de él, incluso la que no leía sus libros, pero sí lo escuchaba en Radio Educación, donde tuvo un programa con Nancy Cárdenas, y lo veía en televisión y en revistas de gran tiraje –¿alguien se acuerda de la portada de Tele Guía con Lucía Méndez?

En la cultura popular, que tanto fascinó a Monsi, dos personajes tenían opinión todoterreno. Muchos acudían a Carmen Salinas y a él para saber qué pensaban sobre casi cualquier cosa de interés público. Posiblemente la inimitable actriz le sacaba ventaja, pues Monsiváis, que, dicen, se sabía la Biblia de memoria, ignoraba todo del futbol, su único déficit. A pesar de su presencia mediática y en eventos culturales, poca gente realmente llegó a conocerlo y muy pocos han destapado al personaje para mostrar a la persona.

A quince años de la muerte de Monsiváis (1938-2010), Marta Lamas y Rodrigo Parrini se propusieron compilar en un libro recuerdos y anécdotas de sus amigos más cercanos y también de gente que lo frecuentó: Nostalgia de Monsiváis. En sus páginas, un coro conformado por múltiples voces cuenta cómo influyó el autor de Días de guardar (1970) en sus vidas tanto personales como intelectuales. La encomienda es que el volumen sirva para que viejos conocidos y sobre todo un nuevo público lean a Monsiváis.

El libro apunta en varias direcciones. La mayoría de los convocados se preguntan ¿qué diría Monsiváis del presente? Es una cuestión interesante y, en efecto, de carácter nostálgico que echa de menos la lucidez, la gracia y la socarronería del escritor de la Portales, pero sobre todo la prestancia de su discurso habilidoso para analizar la realidad nacional, a veces con jiribilla y otras con un lenguaje tan barroco que hacía creer que había una gran brecha entre los intelectuales y su audiencia. Para bien o para mal, hoy ya no se percibe esa distancia. ¿Qué opinaría Monsi del reguetón, los memes y la 4T? Personalmente, estoy seguro de que vincularía el adjetivo “migajera”, ahora tan en boga, con el bolero, género musical del que era experto amante, y las tramas del cine mexicano de los años cuarenta y cincuenta, que conocía de pe a pa.

Las recurrencias de los autores insisten en el retrato reconocible de Monsi. Brillante, memorioso, irónico, personaje influyente en las élites política y cultural, solidario con las causas de la sociedad civil y, por supuesto, adorador de los gatos. Algunos hacen zoom en trazos más expresivos y sus aportes destacan del conjunto, que no traiciona sus intenciones originadas por la nostalgia. “Cualquier persona que hubiese concertado alguna vez una cita con Monsi, sabía a lo que se arriesgaba”, recuerda Jesusa Rodríguez, que se tronaba los dedos para que su amigo se decidiera a abrirle la puerta y llevarlo a la fiesta sorpresa por sus cincuenta años.

En apenas dos páginas magníficas, Margo Glantz lo compara con Pancho Villa para resaltar el mito de la omnipresencia de Monsiváis, ajonjolí de todos los moles. Igual que el Centauro del Norte, que según el relato “El sombrero” de Nellie Campobello aparecía y desaparecía como por ensalmo, Monsiváis “ya estaba allí” en cualquier lugar al mismo tiempo, dando conferencias en Tampico o Cambridge, arrebatando carcajadas al público en Yucatán o Buenos Aires. En su memoria, Glantz también lo retrata como un hombre que jamás lloró en público, “ni siquiera cuando murió su madre”, y que no aceptaba fácilmente las manifestaciones de cariño, aunque le gustaba sentirse adorado.

La añoranza a la que alude el libro quizá no solo lamente la ausencia de Monsiváis sino el fin de toda una época en la que intelectuales como él llevaban la voz cantante e influían en la vida social, cultural y política del país. Se trataba, por supuesto, de un escenario real y concreto dominado por los medios de comunicación tradicionales, ajeno a la fragmentación de presencias y opiniones que actualmente caracteriza a las redes sociales. Es difícil imaginar qué lugar tendría hoy un intelectual como Monsiváis, de habla ampulosa y a veces grandilocuente, representante de una era de la que quedan pocos vestigios.

La característica casi inasible de la vida privada de Monsiváis siempre lo hizo más fascinante. Excavando en el misterio monsivaisiano, Carlos Martínez Assad entrega el texto más expresivo y elocuente del libro. El sociólogo e historiador recuerda que supo de Monsiváis antes siquiera de conocer su nombre. Por motivos de salud, cuando era niño Martínez Assad conoció al doctor Pascual Aceves, padre de Monsiváis, en Guanajuato. Pronto, el doctor, que coleccionaba pinturas de Hermenegildo Bustos y curiosas cajas de música, se hizo amigo de su familia.

Siempre reticente a hablar de él, Monsiváis, criado por su madre en el protestantismo, tuvo escaso contacto con su papá, hombre de formación católica. Una vez que Carlos Pascual Aceves Monsiváis, nombre completo del cronista –no hay que creerle a Wikipedia, advierte Martínez Assad–, y el académico entraron en contacto, el autor de Amor perdido (1977) le preguntó un par de veces por su padre. Quería saber detalles de su biblioteca y de su afán coleccionista, afición que curiosamente él también cultivó.

Este año, a la par de la presentación de Nostalgia de Monsiváis, se llevaron a cabo las Jornadas Monsivadianas, organizadas por Gabriel Santander y la UAM Azcapotzalco, que darán lugar a una publicación futura. Ahí participaron sus grandes amigas Elena Poniatowska y Marta Lamas, también su prima Beatriz Monsiváis, heredera de los derechos de su obra. En la mesa dedicada a su relación con la música, la radio, el cine y la diversidad sexual fuimos convocados los investigadores Pável Granados, Daniel Escoto, Ernesto Reséndiz Oikión, el cineasta Roberto Fiesco y yo mismo. Fue un intento por parte de Santander de aquilatar los aportes de Monsiváis a quince años de su muerte, más allá de la nostalgia.

Además de repasar y reflexionar sobre su obra, el encuentro dio pie a una pregunta importante, el reverso de la moneda de la insistente cuestión de qué diría Monsiváis del presente: ¿Quién lee a Monsiváis ahora? La respuesta no es clara. Por un lado, hay interés de los investigadores ya mencionados, pero parece que el gran ensayista está cayendo en un olvido paulatino. Es probable que el trabajo de Monsiváis, que solo escribió una obra de ficción, Nuevo catecismo para indios remisos (1982), como cronista de hechos que ahora parecen muy lejanos lo ancle al pasado; hechos que, por otro lado, tienen mucho que decir del presente. Otra cosa es su labor como coleccionista, que el público conoce mejor por las exposiciones del Museo del Estanquillo que resguarda sus objetos. Quizás es momento de pensar en nuevas estrategias para su rescate editorial. Quizás es demasiado pronto. Más volcado a la añoranza por Monsi, Nostalgia de Monsiváis echa en saco roto no lo que el escritor diría hoy sino lo que su figura todavía puede decirnos en el presente. Acaso esta última lectura podría darle un nuevo lugar a Monsiváis y su obra. ~


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