…al invadir al falible y frágil
ser humano,
le revientan con susurro
el sinnúmero de tímpanos,
un susurro sugerente apenas
de apelativos antiguos
reverberando de mito en mito,
volviendo imposible su desaparición
allende vidas o muertes,
allende la pulverización
pues no habría meteorito que borrara
las sílabas beatíficas del cuerpo,
absorbiera pedacitos y
en cayendo
viera remodelarse curvas y meandros
por sí solos; invadiera el estallido
en arco inmenso, a las afueras
de musculares cordilleras,
vibrando cual miniatura a paso de hormiga
en una especie de espiral,
con sus patitas de alfabeto
anunciado por coloratura
heroicamente varonil.
Tras ese primer rompe y rasga,
a las puertas del llamado oído interno,
el místico laberinto,
se estrechan y unen transustancias
de verdadero mar abierto
(tsunami delicado y violento
que se va acomodando
empujado por vientos
cuya rosa, acentuada
e intermedia, se comprime
en letra a már
exprimidos sus jugos a lo sumo
hasta ser zumo de mar),
llega pues
a ese recóndito lugar
esdrújulo
de tan íntimo
de Mármara,
masa subdividida
donde se supone que habitaron
prehistóricos cuadrúpedos.
Siguen vivos y circulan a velocidad
ideal
por un túnel sin santo que lo preceda
o lo proteja.
[Respira hondo. Sopla en reversa a buen tono
ahora que el barco continúa su travesía.
Ha destapado los conductos. Y sí,
hay silencio a las afueras, sí.]
Antes de magias preconcebidas
para apaciguar los miedos a la enormidad,
prefiero escuchar el rumor interior
de un valle fluvial
desaparecido (se supone).
Donde habitó un vellocino, no un toro
(hay quien su galope llegó a distinguir
a la distancia) (por ejemplo).
Donde llovía mucho y había gente
que captaba la señal (una)
de tormentas y aguaceros
antes de sentir la humedad sobre la piel
(creyendo que era sudor, lágrimas de otras esferas).
Hubo quien quedó partida en dos al caer a esas orillas,
separando continentes. ¿Se habrá desgañitado?
¿Quién oyó sus gritos, quién sus ¡auxilio!,
¡socorro!, ¡ayúdenme, por el amor de Dios!?
Todos los alaridos de alarma que juntos (en presente)
desarticulan de cabo a rabo apófisis mastoides,
retroceden la película
vértigo-aturdimiento-letargo-vértigo y más
hasta extraer de aquellas profundidades
otros tarareos salvavidas (dulces, de colores):
los pañuelos Dardanelos,
los Cárpatos y sus bártulos.
Deshecha quedó la realidad.
Palabras necias para la (palabra) impronunciable,
inarticulable, que todo lo puede.
Oídos sordos que se adueñan
(socorro-auxilio-socorro-auxilio)
del (oído) absoluto.
Encierran con llave (en la)
del grifo,
arrancan, arrebatan el “buen” oído
samaritano
quien con paciencia escucharía
sus historias, sus mentiras.
Su manera de morir en vida.
O disfrutar de la misma (muerte).
De negar la entrega del espíritu. ~