Locos, freaks y clavijas cuadradas
āI like freaksā, confiesa Biff Brannon, uno de los protagonistas de El corazĆ³n es un cazador solitario (1940), la primera novela de Carson McCullers, publicada cuando la autora contaba con tan solo veintitrĆ©s aƱos de edad. āSiento una sincera simpatĆa por los locosā, dirĆ” mĆ”s de veinte aƱos despuĆ©s Jester Clane, otro personaje clave de la narrativa de McCullers, esta vez en Reloj sin manecillas (1961), su Ćŗltima novela. La coherencia que existe bajo estas dos afirmaciones āautĆ©nticas declaraciones de principiosā es reveladora. Exagerando, quizĆ”, podrĆamos decir que McCullers estuvo escribiendo siempre el mismo libro: el de los solitarios, los inadaptados, los trastornados, los raros.
Esta atracciĆ³n por lo singular āla otra cara del rechazo a la homogeneizaciĆ³nā impregna no solo el dibujo de los personajes, sino tambiĆ©n āy sobre todoā el Ć”ngulo narrativo, esa mirada torcida, lateral, que predomina en toda su escritura. Girando en torno a nĆŗcleos temĆ”ticos recurrentes āel amor no correspondido, la soledad, la sexualidad reprimida, la discriminaciĆ³n racial, las dificultades de la infanciaā, la predilecciĆ³n por lo inusual se revela en destellos inesperados que convierten a sus personajes en seres Ćŗnicos e imprevisibles. Se trata de una ruptura de las expectativas, de un salto sobre las convenciones. A pesar de su obvia filiaciĆ³n sureƱa, los personajes se distancian de su encasillamiento en tipos fijos āla adolescente rebelde, el negro juzgado injustamente, la criada sumisa, el predicador violento, el empresario racista sin escrĆŗpulosā. Volvamos, por ejemplo, a Biff Brannon, dueƱo de un cafĆ© nocturno de una mediana ciudad del Sur y testigo privilegiado, tras la barra, del desfile de unos individuos tan solitarios como extraƱos: el sordomudo Singer, la niƱa Mick, el doctor Copelan, el perturbado Jake Blount y tantos otros. Clientes que se sientan, beben, hablan y escuchan, que no siempre pagan, que a veces arman bulla, pero que Ć©l observa fascinado. ĀæY por quĆ© no? Ya lo ha confesado: le gustan los freaks, los excĆ©ntricos, los raros. Ćl mismo es asĆ, un poco raro. Cuando enviuda, a pesar de la desolaciĆ³n y la nostalgia, lo primero que hace es redecorar su alcoba. Cose sus propias cortinas, se detiene en el tacto de las telas. Escoge cojines de calidad, se perfuma con Agua Florida, la fragancia que perteneciĆ³ a su mujer. ĀæRasgos de homosexualidad latente? No estĆ” tan claro, teniendo en cuenta, ademĆ”s, que en algunos momentos Biff se siente atraĆdo por Mick āya adolescenteā justo en ese punto en el que āpodĆa parecer tanto un chico crecidito como una chicaā, porque, āpor naturaleza, todo el mundo es de ambos sexosā.
La crĆtica ha insistido en la presencia de una temĆ”tica homosexual en toda la obra de McCullers āy, en efecto, no son pocos los personajes que muestran atracciĆ³n por los de su mismo sexoā, aunque a menudo estas lecturas resultan un tanto reduccionistas. Una mirada detenida muestra, mĆ”s cercana al concepto de lo weird y lo queer, una intensa ambigĆ¼edad de gĆ©nero, hibridaciĆ³n que la autora expone atribuyendo a hombres rasgos tradicionalmente asignados a mujeres y viceversa… Como que a Brannon le gusten las telas, sin tener que ser por ello āĀæsobra decirlo?ā homosexual. TambiĆ©n a la niƱa Mick, que prefiere ir vestida como un niƱo, le atraen tanto su compaƱera de colegio como un vecino un par de aƱos mayor. DespuĆ©s de todo, la fascinaciĆ³n por la belleza, sea del sexo que sea, no fue ajena a la experiencia de la propia escritora, que en IluminaciĆ³n y fulgor nocturno dejĆ³ dicho de su marido Reeves: āLa primera vez que lo vi, sufrĆ una conmociĆ³n, la conmociĆ³n de la belleza pura; era el hombre mĆ”s apuesto que yo habĆa visto en mi vidaā, y de su amiga suiza Annemarie Clarac-Schwarzenbach: āTenĆa un rostro que, lo supe enseguida, me perseguirĆa hasta el final de la vida.ā En este sentido, quizĆ” la cualidad mĆ”s definitoria del freak tenga que ver, precisamente, con la bĆŗsqueda de una belleza agenĆ©rica e inclasificable. Es lo que piensa Mick de su hermano Bubber, otro āraritoā que sufre el acoso de los garantes de la normalidad: āNo era un marica, como Spareribs decĆa. Solo le gustaban las cosas bellas.ā
En la segunda novela de McCullers, Reflejos en un ojo dorado (1941), Anacleto, el criado filipino āpor cierto, otro gran amante de las telasā, adora bailar y pintar con acuarelas. Su sensibilidad es ridiculizada en el puesto militar donde trabaja, y su empleador, el comandante Langdon, piensa que lo mejor para quitarle las ātonterĆasā serĆa que entrase en el ejĆ©rcito, donde sufrirĆa mucho pero sin duda se convertirĆa en āun hombreā. DiĆ”logo brillante, por cierto, y excelentemente llevado al cine por John Huston con Marlon Brando encarnando el papel protagĆ³nico cuando, en el que es quizĆ” su Ćŗnico arranque verdadero de rebeldĆa, el atormentado capitĆ”n Penderton cuestiona que, por razones de rectitud moral, algunos prefieran que āuna clavija cuadrada se quede dando vueltas y vueltas a un orificio circular a que encuentre y encaje en otro cuadrado que le vaya bien, aunque no sea el reglamentarioā.
Los imperativos de la normalidad son los culpables de que determinados personajes sean incomprendidos o mirados con extraƱeza. QuizĆ”s el ejemplo mĆ”s conocido sea el de miss Amelia, la protagonista de La balada del cafĆ© triste (1951), una mujer adinerada temida por sus vecinos y apasionada por āpleitos y tribunalesā. Miss Amelia es āmorena, alta, con una musculatura y una osamenta de hombre […] PodrĆa haber resultado guapa si ya entonces no hubiera sido ligeramente bizcaā. Tras un matrimonio corto āy una inexistente noche de bodasā, miss Amelia repudia el amor de los hombres con la excepciĆ³n de su jorobado primo Lymon āotro gran freakā. Lo tierno y lo absurdo, lo lĆrico y lo risible, se mezclan en la dispar relaciĆ³n entre ambos, reflejada, por ejemplo, en los paseos que dan juntos por el pueblo: āSi el sendero pasa por un hoyo enfangado o estĆ” cortado por un charco de agua negruzca, ved cĆ³mo miss Amelia se agacha para que el primo Lymon pueda subirse a su espalda; miradlos cĆ³mo vadean, con el jorobado cabalgando sobre los hombros de ella, agarrado a sus orejas.ā Los habitantes del pueblo no pueden entender quĆ© encuentra miss Amelia en el jorobado, y fabulan respecto al tipo de relaciones que mantienen. Aunque, a este respecto, el narrador externo nos recuerda que ācon mucha frecuencia, el amado no es mĆ”s que un estĆmulo para el amor acumulado durante aƱos en el corazĆ³n del amanteā. Desde esta perspectiva hay que entender la devociĆ³n del sordomudo Singer por su amigo Antonapoulous, la de la seƱora Langdon por su criado Anacleto, la de Frankie por su futura nuera en Frankie y la boda (1946) o la del viejo juez Fox Clane por Sherman Pew en Reloj sin manecillas, todas ellas sin componente sexual claro.
El caso del mulato Sherman Pew āemparentado con el Joe Christmas de Luz de agostoā es llamativo porque, a pesar de sus rarezas āo quizĆ” debido a ellasā, suscita la pasiĆ³n no solo del juez que ajusticiĆ³ a su padre sin pruebas, sino tambiĆ©n del nieto de ese juez, atormentado por la culpa heredada. Los ojos azules de Pew āesa falla en su negritudā no buscan la venganza, como sĆ hacĆa āĀ”y cĆ³mo!ā el Christmas de Faulkner. A lo que Pew aspira es a ascender socialmente comprĆ”ndose una casa en zona de blancos. Mentiroso compulsivo y fantasioso irredento, es pobre pero siente debilidad por el lujo ācaviar, muebles y trajes buenosā, tiene buena voz pero odia la mĆŗsica. Su destino es tan trĆ”gico como el de muchos excĆ©ntricos que cometen la osadĆa de saltarse las reglas. Su absoluciĆ³n, en cambio, la encontramos en la mirada de McCullers, autĆ©ntica maestra en la construcciĆ³n atĆpica de estas personalidades.
Dotada de un increĆble talento para mezclar humor y crueldad, delicadeza y atrevimiento, pocos personajes como los mencionados en este artĆculo podrĆan sentirse tan orgullosos de la dignidad con que fueron creados. Gracias a McCullers, a nosotros, sus lectores, tambiĆ©n nos gustan los freaks. ~
Es escritora. Entre sus libros recientes estƔn Cicatriz (2015), Mala letra (2016) y Un incendio invisible (2011, 2017), todos ellos bajo el sello de Anagrama.