Contra la polarizada vanidad: lecciones de Bobby Kennedy para 2018

Bobby Kennedy, que fue asesinado el 6 de junio de 1968, fue un visionario al definir a los ciudadanos por sus problemas comunes y no por una identidad ligada al territorio o a la pigmentación.
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El discurso de Bobby Kennedy que aún se estudia en Harvard duró menos de cinco minutos. Lo improvisó el 4 de abril de 1968 en el barrio negro de Indianápolis subido a la plataforma de un camión. Kennedy estaba de campaña en las primarias demócratas para ser candidato a la presidencia de Estados Unidos cuando le llegó la noticia del asesinato de Martin Luther King. La policía le desaconsejó que siguiera con su plan de visitar el barrio al otro lado de las vías del tren y le dijo que no lo protegería.

Tengo malas noticias para vosotros, para todos nuestros conciudadanos, y para la gente que ama la paz en todo el mundo, y es que Martin Luther King ha sido asesinado esta noche”, arrancó Bobby con voz temblorosa. En la grabación se oyen gritos de “¡No! ¡No!”. “Aquellos de vosotros que sois negros […] os podéis llenar de amargura, odio y deseo de venganza. Podemos ir en esa dirección como un país muy polarizado –negros entre negros, blancos entre blancos, llenos de odio los unos contra los otros–. O podemos hacer el esfuerzo, como hizo Martin Luther King, de entender y comprender, de sustituir esa violencia, esa mancha de sangre que se extiende por nuestra tierra, con el esfuerzo para comprender con compasión y amor.

Stephen Krupin, que escribió discursos para Barack Obama y que ahora da clase en la Universidad de Harvard, explica que en unos pocos minutos Bobby Kennedy cumplió con los pasos básicos de los discursos eficaces: conectó con la audiencia, estableció el problema, ofreció una solución, pintó un panorama alternativo y llamó a la acción. “Es esencial darle a la audiencia algo tangible que hacer”, dice Krupin. Kennedy pidió algo en apariencia sencillo: “Os pido que volváis a casa, digáis una plegaria por la familia de Martin Luther King… y más importante, digáis una plegaria por nuestro país, que todos amamos, una plegaria para la comprensión y la compasión de las que he hablado.”

Aquella noche estallaron disturbios en más de un centenar de ciudades en Estados Unidos. Hubo al menos 39 muertos y 2.600 heridos. Algunos de los asistentes al discurso de Kennedy iban armados con cuchillos y bombas caseras, pero se dispersaron y volvieron a casa. En Indianápolis no hubo violencia. La transcripción entera del discurso está en un libro recién publicado, RFK: His words for our times (William Morrow, 2018).

Cincuenta años después de su asesinato el 6 de junio de 1968, Bobby Kennedy es un icono progresista citado a menudo por su mensaje centrado en la desigualdad. Su discurso de unidad era revolucionario entonces y sorprendentemente vuelve a serlo ahora después de dos años en Estados Unidos marcados por la renovada división racial con la que los políticos demócratas y republicanos no saben tratar. Esa brecha la alimentan la retórica racista de Donald Trump, la desigualdad sin resolver, la violencia policial y también la propaganda rusa. Más de la mitad de los anuncios creados en Facebook por la agencia de trolls al servicio del gobierno ruso durante la campaña de 2016 se centraron en las tensiones raciales, según un análisis de usa Today.

El Bobby Kennedy de 1968 se adelantó a su tiempo en contraste con su propio pasado. Era muy religioso y más anticomunista que su hermano. Empezó su carrera política como ayudante del senador republicano Joseph McCarthy, aunque luego le diera vergüenza que lo vieran en su funeral y se sentara a escondidas en el coro. Como fiscal general, autorizó las escuchas a King del FBI de Edgar Hoover. A principios de los 60 fue cauteloso y calculador al evaluar el riesgo que suponía enfrentarse a la discriminación sancionada por ley en el Sur y aplicada en la práctica también en el resto del país. Después del asesinato de Jack, como senador y como aspirante a la Casa Blanca, Bobby se opuso a la Guerra de Vietnam y se volcó en la lucha contra la discriminación y la disparidad. Su mensaje era popular en aquella sociedad cambiante, pero iba en contra de la reacción conservadora que estaba a la vuelta de la esquina.

Larry Tye, autor de Bobby Kennedy: the making of a liberal icon (Random House Trade Paperbacks, 2017), describe al senador como “mitad Che Guevara, mitad Niccolò Machiavelli”. Su evolución, y su poder como político, vino de la experiencia. De sus viajes y del contacto, a menudo en privado, con los americanos que más sufrían. Le gustaba ponerse “en los zapatos de los demás”. Su empatía le ayudó a comprender antes que otros políticos la revolución social del país.

El momento que le tocó en 1968 fue el de un país dividido y decepcionado por las promesas incumplidas y por los estragos de Vietnam, un país más pesimista y desconfiado que el de principios de la década, más parecido al actual. Mientras Bobby daba sus discursos, aquel abril los estudiantes bloquearon el campus de la Universidad de Columbia en Nueva York, el estado que él representaba.

En medio de las turbulencias, Bobby fue un visionario al definir a los ciudadanos por sus problemas comunes y no por una identidad ligada al territorio o a la pigmentación. “Imaginaba un país dividido menos entre derecha e izquierda, o negro y blanco, que entre lo bueno y lo malo. El Bobby Kennedy de 1968 era un constructor de puentes, entre islas de negros, marrones, obreros blancos, entre padres aterrados y jóvenes alienados, entre el establishment donde había crecido y la nueva política que defendía”, escribe Larry Tye. “A los 42 años iba camino de convertirse en un progresista duro –o en un conservador suave– que tal vez habría cosido una tierra dividida y cuya visión parece por lo menos tan relevante en la polarizada América de hoy”.

En la última década, Barack Obama o Juan Manuel Santos han citado las palabras de Bobby como referente. Pero en 2018, cuando en Estados Unidos revive la fragmentación cultural por el color de la piel o el origen nacional, cuesta encontrar a políticos que se atrevan a predicar el credo de Bobby, incluso entre los demócratas.

Al día siguiente de su discurso de Indianápolis, Kennedy voló a Cleveland. Él quería cancelar todos los actos de campaña, pero los líderes negros de la ciudad le convencieron para que diera su discurso. Esta vez era en un club y la audiencia estaba compuesta por una mayoría de ejecutivos blancos. Bobby llamó a la calma y pidió no caer en la tentación de clasificar por su supuesta identidad. “Cuando enseñas a un hombre a odiar y a temer a su hermano, cuando le enseñas que es inferior por su color o sus creencias o las políticas que defiende, cuando dices a aquellos que están en desacuerdo contigo que amenazan tu libertad o tu trabajo o tu familia, entonces aprendes a afrontar a los otros no como conciudadanos sino como enemigos”, dijo. “Debemos admitir la vanidad de nuestras falsas distinciones entre hombres y aprender a encontrar nuestro propio progreso en la búsqueda del progreso de los demás.” ~

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es periodista y cofundadora de Politibot y El Español.


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