David Huerta
El ovillo y la brisa
Ciudad de México, Ediciones Era, 2018, 134 pp.
I
No estoy segura de nada, pienso, mientras leo con un terror antiguo, olvidado, El ovillo y la brisa, el nuevo libro de poemas de David Huerta. El terror, casi sagrado, si bien interno, nace sin embargo de afuera, de las palabras. Palabras que son un adentro y un afuera a la vez. “El poema está sucediendo afuera”, repito con Huerta y me da un golpe preciso: “el poema se ha quedado sin palabras, como una reina internacional de belleza”.
¿A qué genero pertenece este libro?, me pregunto, mientras leo la prosa a la que cayó un día el poeta “desde el brazo derecho de su madre” y se estrelló “sobre la prosa horizontal del piso”. ¿Era un poeta? ¿Era un poema? ¿Era Satán Trismegisto en la Ciudad de México creando el mal “un día cualquiera” pero a una hora precisa? O era el poeta hermético que aseguró en una conferencia que era mejor observar “los signos del cielo y descifrar en ellos un destino vinculado a la tierra y al devenir atmosférico”. Pobre poeta hermético, rodeado de basura, caminando entre la mezquindad y la usura de los almacenes. Pero quizás estoy equivocada. Seguramente estoy equivocada y no entendí bien lo que decían ni los signos ni el poeta o el poema.
II
Sigo leyendo y pienso que la voluptuosidad de las formas, el canto que creí perdido hace ya mucho, se recupera en estos textos en los que Huerta ofrece una cátedra de adjetivación y de ritmos: “Un lenguaje de aceros exactos”, recuerdo al Paz de ¿Águila o sol? Pero también oigo a Baudelaire entre el ruido de los almacenes o a Pound; también escucho el misterioso ritmo de Neruda que tuerce el verso en la palabra última. Oigo a Huidobro y a Vallejo; los oros iridiscentes del modernismo, Cervantes y Quevedo, Góngora y Mallarmé, Lope y Darío, Borges, Shakespeare y hasta al Salvador Elizondo de las extensas, agudas lucubraciones sobre la construcción de los personajes (cada quien lee lo que puede o quiere). Y ¿quién es aquí el personaje? ¿El poema? ¿El poeta?: la “alta noche” abre ante mis ojos el atroz espectáculo del mundo. ¡Y oigo todo! Exactamente igual que el personaje de “Vocales y consonantes” (¿Huerta mismo?), quien mientras escucha a Mozart y lee a García Lorca se va dando cuenta “de las invenciones del pasado, como si este tuviera una mente prodigiosa, capaz de proyectar hipótesis de maravilla o estupor” y, después de una disquisición amorosa sobre las vocales y la heterotonía (“variedad de la acentuación, siempre diferente”), recuerda dos versos del Arcipreste y no puede más. Cierra el libro de García Lorca, apaga el aparato de sonido para “acallar a Mozart” y se va a la cama “con miles de sonidos de consonantes y vocales en la cabeza y el espíritu”. Me aterro. Cierro yo también el libro con un temblor que no me deja pensar porque estos ¿cuentos? ¿prosas? ¿poemas? me arrancan de mi sitio seguro. Eso es lo que produce este libro: inseguridad que se materializa en bofetada sobre el rostro de los poetas pacatos: gatos relamiéndose bajo el sol de agosto. No aguanto el golpe. Cierro las palabras de David Huerta, porque duelen.
III
El ovillo y la brisa es una crítica del mundo contemporáneo y una crítica a los poetas. Es también una restitución del poema y la poesía por un medio que podría parecernos insólito: está compuesto por tres secciones escritas en prosa (“Encadenamientos y reacciones”, “Ermitas envueltas en música electroacústica” y “Ondulaciones, resonancias, concavidades”) y en ellas se ponen en juego las distintas tentativas poéticas que David Huerta ha emprendido desde El jardín de la luz (unam, 1972), pasando naturalmente por Incurable (Era, 1987), Historia (Ediciones Toledo, 1990)… toda la obra poética que compendia La mancha en el espejo (fce, 2013), pero también en su obra ensayística –y El vaso de tiempo (Vaso Roto, 2017) es buena muestra de ello.
Justo a la mitad del volumen aparece un texto titulado “Mendigo fabuloso”. Se trata de un personaje, el poema, que busca “sobre la superficie de la calle algo que se ha perdido: un significado, un retruécano, un quiebre de la sintaxis”. Busca la poesía, y la encuentra “en medio del agua horizontal que ahora crece, cayendo, como un irresistible oleaje en busca de la hondura de la tierra”. Retoma su poder desde aquella horizontalidad.
Siempre he creído absurda la “guerra” de los géneros, porque todas las expresiones literarias nacen de una melodía más o menos asequible o reconocible. Valéry decía que la prosa era una marcha y la poesía una danza, pero esa definición nunca me gustó pues pone el acento en la andadura, en el movimiento, y no en la musicalidad. La prosa poética, “musical, sin ritmo y sin rima” –auspició Baudelaire en El spleen de París. Pequeños poemas en prosa hace casi siglo y medio–, tampoco me sirve del todo porque no hay nada sin ritmo, pienso. Pero todo cuenta y canta, diría el clásico; aunque hay de canciones a canciones, agregaría yo, y hay, también, quien se empeña en no cantar. (Increíblemente para mí, sea prosa o verso, ¡lo consigue!, pero aún entonces existe un ritmo, aun distorsionado y muy elemental.) Así, y aunque la empresa dependa del modo en que el escritor asuma la tiranía del verso –y con ello transforme su obra en poesía o en prosa–, la escritura seguirá siendo, sin embargo, poesía, con distintas acentuaciones y ritmos.
El libro de David Huerta me ha sorprendido en medio de la casi nada que hay. Una nada átona y tan precaria como el vocabulario mínimo que asume. No canción: sonsonete es lo que escucho en buena parte de nuestra poesía actual y me incluyo. Por eso, no puedo más que sentir una emoción genuina al leer estas páginas. Sí, dije emoción, aunque sé que ahora está proscrita por las buenas conciencias aliterarias, profesoriles, que nos quieren hacer creer que el tiempo de la poesía se transformó en solo denuncia –sorda y tartamuda.
Un arrebato nace de la variedad de las formas, una revolución y eso es lo que produce, finalmente, este volumen: entusiasmo, deseo, ilusión de que no todo está perdido.
IV
No sé qué escribir. Subrayé todo el libro.
V
Un poema es un poema es un poema. ~
(Ciudad de México, 1961) es poeta, ensayista y editora de poesía en Letras Libres. Este año su libro Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad (Ariel, 2020) recibió los premios Mazatlán de Literatura y Xavier Villaurrutia.