Crecer es volver a creer

Algunas verdades están afuera pero de otras es imposible saberlo

Luis Reséndiz

Dharma Books

Ciudad de México, 2023, 148 pp.

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En diciembre de 2019, Luis Reséndiz ganó una beca nacional para escribir un libro: “collage de citas de libros de ufología conseguidos en librerías de viejo, cruzado por experimentos textuales, ficciones no ficticias, no ficciones ficcionalizadas y cansinos ensayos personales que desgranaban la relación con mi padre”. Pero cada vez que lo intentaba, volvían los fantasmas, impidiéndole avanzar. Hasta que un día ocurrió algo extraordinario. Tras una búsqueda infructuosa de bibliografía sobre ovnis en las librerías de segunda mano en Donceles, encontró en el número 815 –donde Carlos Fuentes ubica en 1962 la casa de su Aura– el tesoro que lo llevaría a vivir la aventura que narra en Algunas verdades están afuera pero de otras es imposible saberlo.

El autor fue atraído por un libro, como un Felipe Montero en su momento por una misteriosa mujer: nada menos que la última obra del doctor e investigador mexicano Jacobo Grinberg, cuyo paradero se desconoce desde 1994, año en el que supuestamente daría a conocer hallazgos cruciales en torno a la conciencia. Contar aquí lo que sucede después de que Reséndiz revisa, en compañía de su amigo Ramón, el contenido del material en sus manos, podría efectivamente desvelar un final sorpresivo, más cercano a una historia de (ciencia) ficción que al despliegue de ideas propio de un libro de ensayos. Y es que, a pesar de que el título forma parte de la colección dedicada al ensayo y la filosofía de Dharma Books, bien pudo haber sido incluido en la de narrativa.

El protagonista de Algunas verdades están afuera pero de otras es imposible saberlo es un niño llamado Wicho, cuyo principal pasatiempo es apreciar el cielo desde la azotea de su casa, presa de la admiración ante la vastedad celeste. Sucede que una noche, tras el arreglo de un desperfecto doméstico, su padre le pide corroborar si eso que sobrevuela encima de ellos es “una nave”. La suavidad insólita con que aquel hombre –descrito como autoritario, de formas ásperas y practicante de la “didáctica de la golpiza”– formula su pregunta le hace a Wicho decir que sí y transformará su mirada de aquí en adelante: “Desde ese momento, a fin de mantener el vínculo que tendí con mi padre a partir de esa mentira, tuve que fingirme un verdadero creyente de la vida en otros planetas.” Lo que sea, con tal de obtener aprobación.

Entre las consecuencias de aquella nueva obsesión, en la primaria Wicho llegará a considerarse un extraterrestre, junto a otro compañero, atendiendo, entre otros atributos o defectos, a su incapacidad para integrarse al resto del grupo: “estábamos abandonados en este planeta por causas desconocidas, y nuestra única misión vital era, precisamente, volver a nuestro lugar de origen, que se encontraba detrás de las estrellas”. En la década de los noventa, sería también testigo, al lado de su papá, de las primeras y cutres demostraciones que el ufólogo Jaime Maussan ofrecía de “auténticos” restos alienígenas en algunas ciudades mexicanas. Y, entre otros tesoros, guardaría celosamente durante años la copia de la copia fotostática de los famosos documentos Majestic-12, que dicen consignar la conspiración estadounidense para ocultar el contacto establecido con habitantes de otros planetas. “Así es la fe cuando se le deja correr libre: el mundo entero se vuelve evidencia. Todo embona, todo tiene sentido.”

Pero cuando el encanto carece de puntales en la realidad sobreviene la desilusión. Y tal como nuestra generación, la de los ochenta que vivió la efervescencia de lo sobrenatural, se cansó de esperar el arribo de los platillos voladores, Wicho atestiguó con el fin de la infancia el derrumbe de las certezas que dieron sentido a su vida como la conocía. Deja la casa natal, llevándose consigo algunos libros, cómics y un librero de colores, labrado en madera por su padre y él. En este ensayo coming-of-age, si es que algo así puede existir, crecer es dejar de creer o por lo menos dejar de creer lo que nos hicieron creer y, después, volver a creer. Y es que la vida adulta supone otras preocupaciones distintas a la existencia o no de los extraterrestres. Tras un desencuentro con su padre, quien lo ha buscado en las últimas ocasiones “enfermo de rabia y de alcoholismo”, Wicho, convertido ahora en Luis, ha de tomar una decisión definitiva. Lo que sea con tal de fraguar sus propias verdades, elegir sus propios recelos.

No es casual que Luis Reséndiz retome en algún capítulo a los autores del libro El retorno de los brujos, Jacques Bergier y Louis Pauwels, fundadores también de la revista Planète, quienes promovieron, a través de sus publicaciones, el “realismo fantástico”, que proponía analizar el mundo “desde una precaria posición de escepticismo y credulidad conjunta”. Para ellos, la obra de Lovecraft, por ejemplo, era ficción, pero al mismo tiempo había logrado suplantar a la realidad, con historias presentadas como hechos posibles de verificar. Su mirada es semejante.

Sin que lance nunca el cuestionamiento explícito, la lectura de este libro nos hace preguntarnos sobre el fundamento de nuestras propias verdades. Esas que nos contamos, esas que se resisten a ser comprobadas con los cinco sentidos, esas que no están afuera sino adentro y de cuyo origen pareciera imposible saber. Nuestras verdades, parecen decir sus páginas, provienen, sí, de las mentiras que nos contamos mil veces, pero también de la esperanza en algo mejor.

Ante una realidad desgarradora y atroz, Luis Reséndiz opta por creer y creer, en su definición más escueta, implica confiar en algo o en alguien, por encima de la existencia de evidencias que fundamenten su verdad. Elige la ficción, el ensayo imaginativo. Y en ese sentido, las últimas veinte páginas de su libro encuentran acaso su fundamento en lo que para él es el amor: “El abandono absoluto e irreflexivo de las más hondas creencias en pos de procurar el bienestar de alguien a quien pensamos más importante, más urgente, más indispensable que cualquier credo.”

Con su libro, Luis Reséndiz nos devuelve un poco la confianza en el mundo. Y a mí me gusta creer, haciendo caso a la invitación, que, al haber terminado esta nota el mismo día del cumpleaños de Grinberg, pude acompañar sin proponérmelo al autor en su viaje a otras dimensiones y tengo la oportunidad de reafirmar o desmentir, según sea el caso, algunas de mis propias verdades.

Si llegara a haber una segunda edición, sería interesante que incluyera, además de las ilustraciones por capítulo de Daniel Bolívar, algunos collages del propio Reséndiz, quien desde hace años experimenta con el tema galáctico a través de las imágenes. Así como también valdría la pena realizar un cuidado editorial más detallado, para eliminar los dedazos que distraen la lectura en algunos pasajes. Por lo demás, Reséndiz logró su proyecto. ~

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es directora editorial del fanzine sobre moda y
humor Pinche Chica Chic y editora independiente. En 2021 Paraíso
Perdido publicó su primer libro, Las Elegantes.


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