Perla Schwartz, la poeta que le escribió a la moda

El libro “Vanidad de vanidades”, de Perla Schwartz, reúne fragmentos literarios donde el vestido revela prejuicios, deseos e inseguridades.
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De las pocas publicaciones que existen sobre la moda mexicana, la más rara y desconocida es Vanidad de vanidades. Moda femenina en México: siglos XIX y XX (2013) de Perla Schwartz (Ciudad de México, 1956-2019). Un librito beige y discreto de pasta blanda que no llega a las doscientas páginas. Al verlo, uno queda preguntándose por qué un título tan ambicioso pasó desapercibido y, quizá más importante aún, cómo es que una investigación tan extensa cabe en un formato tan pequeño.

La respuesta es que, en realidad, el libro no pretende develar la historia de la moda en México, sino que propone un experimento: reunir fragmentos de distintos textos de la literatura mexicana protagonizados por el vestido, ya sea a través de su descripción o su juicio, o volviéndolo un personaje central en la historia. ¿Para qué? Schwartz no lo tiene muy claro. En la contraportada sugiere que la “semántica múltiple” que evoca la moda, en la que términos disonantes conviven en “sabia tolerancia”, debería convertirla en un “modelo civilizatorio a seguir”. No obstante, al final de la introducción admite que solo es una invitación para ingresar a “un universo de coquetería que resulte en una lectura placentera”. Una intención extraña para un libro sobre moda, pero no para una mujer de letras.

Perla Schwartz Shkoorman tuvo una larga trayectoria en el periodismo cultural; durante cuarenta años, escribió afanosamente sobre literatura, cine y teatro en distintos periódicos y suplementos culturales; también desarrolló en paralelo una carrera como poeta que, como afirmaba en su blog, no le dio ni fama ni dinero, pero sí amistades sinceras que la acompañaron hacia el final de su vida.

Su relación con la moda fue más bien superficial, un subproducto del que fue su único y verdadero tema: las mujeres y la experiencia femenina. Inició su carrera en 1975, escribiendo en el periódico México 75. Año Internacional de la Mujer; luego fue colaboradora de Kena y Claudia, las dos revistas femeninas más interesantes de aquellos años. Claudia era la más liberal. Algunos de los contenidos de su mejor momento –que comprende tanto la dirección del periodista Vicente Leñero como la de la crítica de moda Anna Fusoni– incluyen cuestiones como la obsolescencia del matrimonio, los orígenes del lesbianismo, la homosexualidad entre los niños y el aborto. Schwartz llegó a la revista un poco después, cuando la publicación la dirigía la socialité Hilda O’Farrill, pero sus textos aún conservaban el espíritu contestatario de la época. Entre sus artículos destaca uno bien documentado sobre las costumbres matrimoniales a lo largo de la historia. Su conclusión: por descabellados que parezcan los ritos del pasado, los de nuestra era no son mucho mejores; tampoco lo es la situación de la mujer.

Sin llegar a ser nunca una feminista militante, Schwartz dedicó la mejor parte de su obra al comentario sobre lo que ahora se conoce como “literatura femenina”. Su tesis de licenciatura se convirtió luego en la monografía Rosario Castellanos. Mujer que supo latín… (1984)Un lustro después publicó su libro más destacado, El quebranto del silencio, en el que repasaba las obras y los infortunios de distintas poetas suicidas del continente americano: Anne Sexton, Violeta Parra, Concha Urquiza, Sylvia Plath…

No es difícil inferir, entonces, de dónde provenía el interés por escribir un libro sobre moda. Desde aquel fenómeno que el sociólogo John Flügel llamó la “gran renuncia masculina” –la cual, a finales del siglo XVIII, causó que los hombres hicieran de lado al vestido ornamentado para enfundarse, principalmente, en trajes– las modas de las mujeres se relegaron al territorio de lo frívolo, de lo inútil, de todo aquello que resulta superfluo y vano y no merece mayor atención intelectual. Esto configuró una operación doblemente incisiva, pues las que no se ceñían a sus códigos eran menospreciadas aún más que aquellas que los seguían cabalmente. Inescapable para bien y para mal, la moda –su aceptación o su rechazo– sigue siendo una parte integral de la experiencia femenina. En su exploración, lo que Schwartz pretendía era reclamarla como algo importante, necesario incluso, para la humanidad entera.

Vanidad de vanidades empieza, naturalmente, con crónicas de mujeres decimonónicas, en las que se develan ciertos usos y costumbres de la indumentaria de la época, en donde se solían separar los comportamientos aceptables de los indeseados. Aunque es curioso verlo catalogado como texto literario en este compendio, la inclusión del Manual de Carreño (1853) refuerza esta faceta de la investigación. Sin embargo, conforme avanza el libro, la moda se va revelando ya no como convención ni como capricho, sino como el chivo expiatorio sobre el que distintos autores proyectan sus prejuicios, sus deseos, sus inseguridades, sus resentimientos, su afición por el sexo o su miedo a él. A medio libro queda claro que esta no es la obra de una poeta solitaria con aficiones extrañas, sino el testimonio de la fascinación que ha ejercido la moda sobre las mentes más destacadas del país, consciente o inconscientemente, por al menos doscientos años.

Esto es importante, pues para el momento en que se publicó el libro las interacciones entre el mundillo cultural y la moda eran ríspidas. En 1997, cuando el diseñador Armando Mafud presentó un espectáculo en Bellas Artes, hubo polémica desde el momento en que se hizo el anuncio; sus detractores afirmaban que era un evento irrespetuoso. Dos años después, en la inauguración de Boutique, la primera exposición de diseño de moda contemporáneo en México (curada por Ana Elena Mallet para el Museo Carrillo Gil), un grupillo de artistas repartió folletos quejándose de que les “quitaran” espacios. En 2007, una sesión de fotos que se hizo en la Biblioteca Vasconcelos para El Palacio de Hierro llevó a la renuncia del escritor Saúl Juárez, en aquel entonces director general de Bibliotecas de Conaculta, una situación que reforzó la imagen de que la alta cultura y la industria de la moda eran incompatibles hasta el punto de la ilegalidad.

Aún no había (y en realidad sigue sin existir) una investigación que expusiera de modo sistemático la historia de la moda en México; los libros que escribió la periodista Desirée Navarro al respecto, en 2002 y 2007, son una suerte de anuarios de personas destacadas, y todavía faltaban unos años para que los curadores Gustavo Prado y Ana Elena Mallet terminaran los proyectos en los que se proponían esta misión. (Mextilo y la exposición El arte de la indumentaria y la moda en México, respectivamente.)

Por ello mismo, el esfuerzo de Schwartz –anterior a nuestras obras importantes y proveniente de una persona completamente ajena a la industria– se concreta en un libro que debería interesar al gremio de la moda. Más allá de su contenido, su valor también radica en el acontecimiento de su publicación, pues resuelve un dilema que aquejaba y sigue aquejando a los pocos estudiosos que hay sobre el tema: ¿Es la moda una disciplina que amerite ser tomada en serio? Lo es. Y hay una comunidad entera de intelectuales intrigados desde hace años por su historia, sus efectos y sus principales creadores. Este libro lo prueba.

Incluso cuando Vanidad de vanidades dista de ser una investigación profunda sobre la moda mexicana, funge como una mano extendida hacia las pocas personas que nos hemos dedicado a estudiarla, una invitación a compartir lo que sabemos. Hay que tomarle la palabra; de hacerlo, es posible que convirtamos a los estudios de moda en una de las grandes innovaciones intelectuales de este siglo. ~


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