Vida y maravillas son las memorias del cineasta y escritor Manuel Gutiérrez Aragón (Torrelavega, Cantabria, 1942), y empiezan como un cuento. Un niño enfermo, encamado a causa de una mancha en el pulmón, atendido por familiares. Hay una propensión a la sospecha o la fantasía: se pregunta si la carne que comen no será en realidad de la criada. “La familia es un pozo sin fondo de simulación y extrañeza.” Hay familiares pintorescos: algunos vienen de Cuba, un tío falangista estuvo preso en el barco-prisión fondeado en Santander Alonso Pérez (donde fueron masacradas 156 personas), la abuela se lleva al nieto al baño y le canta y se fuma un puro. Hay criadas republicanas. La familia es de los vencedores de la guerra civil, pero están llenos de vínculos con quienes la perdieron. El padre es veterinario y a veces lleva al hijo por los pueblos, para atender a algún toro hinchado por comer lúpulo. “Tus hermanos y tú sois hijos de la libido”, le dice al crío. La noche es el momento del miedo y del deseo, que a veces llega en forma de ensoñación. La imaginación se alimenta de la observación de los adultos y sus extrañas costumbres.
El niño, el autor del libro, se cura con el cuento: por ejemplo, con Rip Van Winkle, pero también con la capacidad de narrar historias, y en cierto modo de vivirlas, como muestra al recordar sus tiempos de estudiante. Descubre a autores como Baroja, Azorín y Unamuno, y aprende nuevas formas de contar. Se va a Madrid, a estudiar en la Facultad de Filosofía. La misma película anticomunista (¡Viva Zapata!) le hace interesarse en el comunismo y en el cine. Milita, vive las reuniones de la clandestinidad y los debates entre las organizaciones izquierdistas, con los debates sobre el revisionismo. Da largas caminatas hablando con amigos; no tiene dinero. Conoce a Federico Sánchez, le impacta la muerte de Julián Grimau a manos de la policía. Consigue entrar en la Escuela de Cine; no era fácil. Le da clase Carlos Saura, antipático y brillante, lo que se espera de un director de cine; coincide también con Borau, con quien trabajará (por ejemplo, en Furtivos) y con quien tendrá una amistad basada en los desacuerdos. Se hace guionista y más tarde director, y cuenta bien los rodajes. Siempre tiene una observación perspicaz, práctica, afilada. Adapta El proceso de Kafka (y Peter Weiss) al teatro, y el Quijote al cine. Tras el ambiente de la resistencia antifranquista (con viaje a la China posrevolución cultural), donde además de la lucha contra el régimen están las disputas internas y cambios decisivos pero a su juicio poco atendidos en los sesenta, llega el del comienzo de la democracia, donde parte de esa izquierda se vuelve culturalmente hegemónica. Habla de las tertulias y del genial premio al Tonto contemporáneo, que también describía Miguel Ángel Aguilar en sus memorias En silla de pista.
El libro es irónico e inteligente, preciso y poco sentimental. Gutiérrez Aragón narra con fluidez admirable y muestra un raro talento para el retrato. Es ligero y profundo, culto sin pedantería. Por las páginas del volumen aparecen Chicho Fernández Ferlosio, Fernando Sánchez Dragó, Lourdes Ortiz. Describe a Nicolás Sartorius, a sus compañeros de generación cinematográfica, a Juan Marsé, a Jaime Gil de Biedma, a Javier Pradera: “le leía la cartilla a todo el mundo, empezando por sus amigos sociatas. Estaba vigilante e impartía doctrina, más clara en su conversación frente a frente que en la densa prosa de sus artículos de opinión”; “Nunca existió una figura equivalente entre nosotros, ni nadie fue tan influyente en términos políticos como él.” Dedica un capítulo memorable a la relación entre Bardem y Berlanga, y explica cómo el prestigio pasó de uno a otro. Son muy divertidas las anécdotas que cuenta de Juan Luis Galiardo. Habla con afecto de actores y actrices con los que trabajó, como Ángela Molina, Cristina Marcos, Ana Belén, Fernando Rey o Alfredo Landa; de técnicos y amigos con los que hizo cine como Pablo del Amo, Luis Cuadrado –el director de fotografía de La caza, El espíritu de la colmena o Furtivos, que se quedó ciego– o José Luis García Sánchez. Cuenta una cena con Francisco Umbral y Eduardo Haro Tecglen, del que dice: “Haro era duro con los autores, con los amigos, con sus hijos. Amaba a los perros.” Al salir de un ensayo se encuentra al teórico y director Juan Antonio Hormigón, que se lamenta: “Manolo, esta democracia es una mierda.” La razón es que no le han llamado para dirigir ninguna obra en el Centro Dramático Nacional.
Mira a los presidentes de gobierno como si fueran actores: Aznar le recuerda a Fred MacMurray, pero también a Lola Gaos; Felipe González, a Marlon Brando (“Con el tiempo, Brando engordó mucho y perdió encanto. Felipe también”); en Zapatero ve a un “émulo menor de Jim Carrey”, mientras que Mariano Rajoy “siempre apareció como uno de esos secundarios de película que pueden hacer de cualquier cosa: cruzando una calle, haciendo de cartero o, como mucho, en el papel del peluquero”. Pedro Sánchez es guapo, pero “misteriosamente no es fotogénico”; “es, como mucho, un actor secundario de telenovela venezolana”. Javier Solana, a quien define como el mejor ministro de Cultura (y a González el mejor presidente del gobierno), le reprocha una foto protocolaria con Aznar tras una reunión sectorial: “Sí, pero es que tú salías sonriente”, dice.
Además del relato de una vida, y de la descripción de una trayectoria destacada en la cultura de nuestro país, con películas importantes (de Habla, mudita y Camada negra a Los demonios del jardín o Todos estamos invitados, pasando por su adaptación televisiva del Quijote) y novelas valiosas, y de la descripción de un contexto político y estético, Vida y maravillas tiene muchas observaciones lúcidas, desmitificadoras y útiles sobre el oficio del contador de historias: sobre la naturaleza de la ficción o las metáforas, sobre lo que alimenta al narrador (muchas veces, otro medio distinto al que practica), sobre cómo se enfrenta a un rodaje o la escritura de un guion, sobre las sombras no deseadas en el cine y las que necesitas aunque no se entienda de dónde vienen. No puede haber una película sin sexo: “No hay película inocente. Porque un cuerpo filmado siempre es excitante.” Pero tampoco hay que contarlo todo: a fin de cuentas, “Nada hay más valioso que un secreto bien guardado.”~
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).