Pese a que las economías de China y Cuba son socialistas –y a que ambas están bajo el control de partidos comunistas, que persisten sin rivales debido al sistema de partido único de cada país–, su diseño y sus resultados son diametralmente distintos. Por su parte, las reformas económicas cubanas pretenden “actualizar” un modelo no exitoso que favorece la centralización y la propiedad estatal sobre el mercado y la propiedad privada, mientras que el llamado “socialismo de mercado” de China se distingue por ser un sistema descentralizado mixto, donde el mercado y la propiedad privada son componentes integrales de la economía. Y mientras que a Cuba le tomó siete años elaborar una primera versión conceptual de su “actualización” –que, sin embargo, continúa siendo vaga e ilusa–, el modelo chino lleva medio siglo funcionando con resultados positivos.
Ambos países aplicaron un enfoque gradual de apertura –en lugar del big bang que se llevó a cabo en Europa Central y Oriental–; sin embargo, las reformas chinas comenzaron veintinueve años después de la Revolución, en comparación con los 48 años que tomaron en Cuba. La principal razón de esta demora fue la reticencia de Fidel Castro, quien tres veces (en 1986, 1996 y 2001) revirtió las políticas orientadas al mercado; tampoco ayudó su estricto control de la economía, el gobierno y el partido (aunque en China también hubo que esperar a la muerte de Mao para que despegaran las reformas). En 2006, cuando una grave enfermedad hizo que Fidel transfiriera el poder a su hermano Raúl, 47 años de problemas económicos acumulados forzaron el proyecto de reformas. A diferencia de las reformas chinas –más veloces, profundas y, por ello, con mejores y más rápidos resultados–, los cambios en Cuba se han implementado de forma muy lenta y oscilante. Pese a la falta de efectos tangibles, Raúl Castro afirma que para evitar errores costosos las reformas no deben apresurarse.
((Una posible explicación de esta lentitud es que Raúl carece del poder que tenía Fidel, por lo que debe negociar con los “duros”. Además, a medida que la propiedad no estatal –en particular, la privada– se expanda (y, por lo tanto, se contraiga la participación del Estado en la propiedad y el PIB), será más difícil para el gobierno mantener la planificación central, lo que amenaza a los ortodoxos.
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Pero el tiempo y su propia edad conspiran contra ello; Raúl prometió que dejará la presidencia del Consejo de Estado en abril (a sus 86 años), aunque es probable que se mantenga como primer secretario del Partido Comunista hasta el 2021.
Por su parte, la privatización de los medios de producción avanzó más rápido en China que en Cuba. Entre el 50% y el 60% del PIB chino es generado por el sector privado. El correspondiente porcentaje del PIB cubano no se conoce, pero debe ser pequeño, ya que, después de diez años de reformas, el Estado y las cooperativas que este controla suman el 95.8% de la propiedad total. Y, a pesar de que alrededor del 85% de la población cubana es dueña de su vivienda, los derechos de propiedad son mucho más amplios en China (incluso si se considera la ley cubana de vivienda de 2011 que permitió la compraventa de casas, pero con muchas restricciones).
También la reforma agraria china estuvo mejor diseñada, pues en ella hay más participación del mercado y menos regulaciones estatales que en Cuba. En ambos países, el Estado conserva la propiedad de la tierra, pero en China prácticamente toda la agricultura se maneja de forma privada porque los contratos con los agricultores suelen establecerse por cincuenta años o por tiempo indefinido (en lugar del lapso de veinte años que prevalece en Cuba, y que solo es renovable bajo condiciones estrictas). En China, en cambio, hay libertad para contratar trabajadores, la inversión no está limitada y los granjeros deciden libremente qué sembrar, a qué precio vender sus productos y a quién se los venden. No es así en la isla. Por si fuera poco, las reformas agrarias chinas terminaron con las hambrunas históricas y consiguieron la autosuficiencia alimentaria del país; las cubanas (que se limitaron a entregar la tierra en usufructo) no han aumentado la producción agrícola (pese a que ya ha transcurrido casi un decenio) y, en cambio, han obligado a importar el 70% de los alimentos necesarios para el consumo nacional.
A pesar de cierta reducción en el empleo estatal y en las cooperativas, el 75% de la fuerza laboral de Cuba trabaja en este sector. La cifra de empleados estatales innecesarios asciende a 1.8 millones (el 36% de la fuerza de trabajo); solo quinientos mil han sido despedidos porque el sector no estatal no ha crecido lo suficiente –bloqueado, como está, por fuertes regulaciones, impuestos y por la enorme burocracia– para absorber a más trabajadores. El trabajo por cuenta propia ha crecido al 12% de la fuerza laboral, pero tendría que triplicarse para dar cabida al excedente laboral del Estado. Todo el sector que no es público (el privado, los que administran tierra en usufructo, los trabajadores por cuenta propia, los miembros de las nuevas cooperativas) representa apenas el 25% de la mano de obra empleada, a diferencia del 75% en China, cuyas cooperativas tienen por lo regular un carácter autónomo, además de que sus miembros son dueños del negocio.
En cuanto a política monetaria, China unificó sus monedas desde 1993; veinticinco años después, el renminbi es la octava divisa más intercambiada a nivel internacional. Ni el peso nacional cubano (CUP) ni el llamado peso convertible (el CUC, cuyo valor fija el gobierno de manera unilateral) se cotizan en los mercados mundiales. Además, la doble moneda cubana, vigente desde hace veintitrés años, sufre de una enorme brecha (veinticuatro CUP por un CUC), lo que provoca graves distorsiones en la economía. Aunque la unificación ha sido anunciada varias veces –la última, por Raúl, el pasado diciembre–, esta medida sigue en el limbo.
Después de treinta años, China se abrió a la inversión extranjera; a Cuba le tomó 45, y lo hizo con una ley más restrictiva que, entre otras cosas, impide la contratación y el pago directo de empleados por parte de empresas foráneas. Por si fuera poco, la Zona Especial de Desarrollo Económico que, en el 2014, Cuba abrió en Mariel solo ha firmado 33 contratos, de más de cuatrocientas propuestas. China comenzó con cuatro zonas en 1980, agregó catorce en 1984 y además atrajo con éxito la inversión de los chinos de la diáspora, algo que Cuba no permite. Así, mientras China busca con avidez la inversión extranjera, Cuba la considera “complementaria”, no integral para el desarrollo.
Por todo ello, durante cuarenta años China ha tenido el mayor crecimiento económico del mundo (con un promedio anual del 8% entre 2009 y 2017); en cambio, el crecimiento de Cuba fue del 2%. Un indicio más: en 2016 China fue el mayor comerciante de mercancías, generando un superávit de 510 mil millones de dólares y, aunque el país es un importador neto de productos agrícolas, exporta siete mil millones de dólares en esta clase de bienes. Por su parte, Cuba sufre un déficit comercial de bienes de ocho mil millones de dólares e importa dos mil millones de dólares en alimentos.
Es en el ámbito social donde Cuba presenta más avances que China, pues el acceso a la salud y a la educación es universal y gratuito, la cobertura de pensiones es muy alta y la mayoría de los trabajadores no contribuye al sistema de jubilación. Sin embargo, estos servicios son insostenibles en términos financieros, lo que ha obligado a hacer recortes significativos en todos ellos, provocando un deterioro en su calidad. Pero China está expandiendo poco a poco los servicios sociales por medio de copagos, el sistema en que se paga una cantidad fija cuando se utilizan los servicios médicos, y contribuciones tripartitas, en las que se incluye a todos los trabajadores.
Finalmente, entre 2006 y 2016 los salarios reales se triplicaron en China y la incidencia de la pobreza cayó del 63% al 6% entre 1990 y 2012. En contraste, los salarios reales en la isla de Cuba disminuyeron en 61% entre 1989 y 2016 –y, a pesar de la creciente población vulnerable (debida en parte a las reformas), la asistencia social se ha reducido de forma drástica.
Si Cuba siguiera el camino de China, con las adaptaciones adecuadas, lograría avanzar de manera más veloz y con mejores resultados. Pero los líderes cubanos rechazan este camino, argumentando que no es viable debido a las diferencias entre el país asiático y el caribeño (tales como el mayor territorio de China y su orientación más agrícola y menos urbanizada, además de que este país goza de una abundante inversión extranjera y no padece el embargo de Estados Unidos). Sin embargo, a decir de Xi Jinping el galgo chino es una opción para que las jicoteas cubanas aceleren su paso. ~
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es catedrático distinguido emérito de economía y estudios latinoamericanos en la Universidad de Pittsburgh y especialista en seguridad social. En 2007 recibió el Premio de la OIT al Trabajo Decente (compartido con Nelson Mandela) por su labor en pro de la protección social en el mundo.