El halcón en la lluvia

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Me hundo en el atronador bancal, arranco
un pie tras otro de la boca de la tierra que me engulle,
del barro que a cada paso me aferra los tobillos
con la terca costumbre de la tumba, pero el halcón

sin esfuerzo suspende en lo alto su ojo inmóvil.
Sus alas sostienen lo creado en ingrávida quietud,
fijo como una alucinación en la corriente.
Mientras el estruendoso viento arrasa los obstinados setos,

me hunde los ojos, me corta el aliento, me para el corazón,
y el aguacero me siega la cabeza de raíz, el halcón sostiene
la diamantina punta de la voluntad que orienta
la resistencia del náufrago: y yo,

atrapado, aturdido, ensangrentado, mordido por las fauces de la tierra
cuento mis últimos instantes, me estiro hacia el supremo
fulcro de violencia, donde el halcón, inmóvil, pende.
Quizá se tope, cuando llegue su hora, con la tormenta

que llega del lado equivocado, y soporte, volteado y arrojado,
que el aire se le caiga de los ojos, que los ponderosos condados lo aplasten,
que lo atrape el horizonte; que el redondo ojo angelical,
destrozado, mezcle la sangre de su corazón con el lodo de los campos. ~

Traducción del inglés de Sanz Irles.

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