En marzo de 1991, el antropólogo catalán Carles Feixa asistió al tianguis cultural del Chopo con el propósito de investigar sobre las tribus urbanas del centro de México, fascinado especialmente por los Mierdas Punk, la legendaria pandilla de Ciudad Neza. En medio de ese ecosistema de jóvenes, mercancías y argot, Feixa encontró a Francisco Valle Carreño, el Iti, miembro clave de los Mierdas, con quien rápido entabló una relación de igualdad que dio como resultado veintitrés casetes con conversaciones. A diferencia de otros científicos sociales, Feixa le dejó en claro que, si bien quería conocer, grabar y editar su historia, no buscaba apropiarse de ella. El libro que resultó de todo ello no se materializó sino hasta 2022, dieciocho años después de que el Iti muriera a causa de la diabetes.
Las circunstancias que rodearon a la edición y publicación de El Iti y su banda Mierdas Punk no son un asunto menor en un volumen que recoge en primera persona las andanzas de Valle Carreño como pandillero, pensador antisistema y músico. Ese pacto de reciprocidad entre el punk y el antropólogo les otorga sentido a muchas decisiones formales, producto de una negociación entre el entrevistador y el entrevistado. La autobiografía se suma así a otros materiales que echan luz sobre los Mierdas y su época, como las películas de corte documental Nadie es inocente (1987) y la extraordinaria Nadie es inocente… veinte años después (2010), de Sarah Minter, La neta, no hay futuro (1988), de Andrea Gentile, o El nómada del subsuelo (2006), de Pablo Gaytán, esta última más una hagiografía que un documental, pero que tiene la ventaja de abarcar varios años y otras facetas del Iti –como escritor y artista del performance– que no aparecen en el libro.
En su papel de músico, poeta, lector de Proudhon, Kropotkin y Flores Magón, intermediario entre bandas rivales y víctima de la represión policiaca, el Iti ofrece una narrativa distinta al discurso oficial que ha visto en los jóvenes pandilleros un problema de “falta de educación” o simple criminalidad. Valle explica, desde adentro, la lógica de las pandillas de los ochenta, como los Mierdas o los PND, y ejemplifica, a su vez, una forma de vivir el punk más allá del espíritu autodestructivo de los Sex Pistols y demás grupos musicales que, en sus inicios, los habían inspirado. En otro de sus libros (De jóvenes, bandas y tribus, 1998), Feixa explica este tránsito de los punks mexicanos que, en una primera etapa, parecían querer acabar consigo mismos, pero que, a mediados de la década, adquirieron una mayor conciencia de su capacidad para producir cultura, a través de películas, música, murales, fanzines y poesía.
Para el Iti, Ciudad Neza era un enorme dormitorio donde las personas, más que hacer vida, se limitaban a descansar de sus jornadas laborales en la Ciudad de México y que, sin embargo, concentraba una promesa que no terminaba de cumplirse. Su familia llegó a esas tierras improductivas en el simbólico año de 1968, cuando “nadie entraba a Neza, ni nadie salía, nada más que a trabajar”. En aquella época, los cuerpos de seguridad se reducían a “una comisión de señores a los que se les daba un palo y una lámpara” y ese abandono, junto con el hecho de que algún visitante habrá acabado sus días flotando en el lago, le dio a Neza “una famita de que te matan gratis a la vuelta de la esquina”. Una exageración, de acuerdo con el músico.
Antes que una filosofía, el punk llegó a su vida como una manera de bailar y de vestirse. Cuenta que su primer encuentro con la pandilla de los Mierdas Punk fue una tocada donde “cada quien inventaba sus pasos, según dicen que eso es ser punk: mover los hombros, con la mano en alto, o como si estuvieran activando”. Además de simular que olían solventes, algunos miembros de los Mierdas fingían que “sacaban una pistola y los mataban a todos” y otros empezaban a cortarse a sí mismos frente a los demás. Para un chico de quince años, aquellos hombres con pieles de leopardo, plumas de avestruz, peinados mohicanos y agujas de seguridad atravesadas en los cachetes fueron toda una revelación. Al poco tiempo decidió unirse a la banda, porque le habían dicho que “le enseñarían a vestirse”.
Su transformación de punk autodestructivo a punk socialmente responsable no puede explicarse sin las traumáticas experiencias que tuvo con la policía, empeñada en detener a cualquier joven pobre que se apartara ligeramente de la norma. Diferentes entes policiacos –de los que el Iti hace una aguda taxonomía hacia el final de su libro– lo arrestaron, extorsionaron y golpearon en más de una ocasión. Pasó ocho meses encerrado y sin recibir sentencia en el reclusorio de La Perla, en donde conoció a muchos inocentes que purgaban condenas larguísimas y a presos sometidos a castigos inhumanos. “Salí con 19 años. Y fue otra vida. Menos de un año, pero fue otra vida.” Debido a sus habituales encuentros con la ley, los punks de Neza desarrollaron sus ideas políticas lejos de los partidos y las instituciones. A pesar de congeniar con la izquierda, en su momento le lanzaron piedras a Cuauhtémoc Cárdenas durante un mitin y callaron a silbidos a Heberto Castillo por interrumpir una tocada. En contraste, aceptaron gustosos la ayuda del PAN que en cierta ocasión los sacó de la cárcel.
En 1986, Valle Carreño fundó, junto a su amigo el Radio y otros camaradas, un grupo que mezclaba punkabilly, hardcore y música underground: el Colectivo Caótico, con el cual grabó algunos discos de título llamativo como Chupando sangre… para la gente pobre (1993). Aunque en aquellos años las bandas punketas se ponían nombres provocadores, sin ningún significado en especial –Holocausto, Caos Subterráneo, Sección Suicida y Vómito Nuclear, por mencionar algunas–, el Iti quiso darle un giro conceptual a la palabra “caótico” que, en un principio, solo representaba “el desmadre” que se traían todos sus integrantes. “El caos –se justificó después– lo provoca la cúpula y no la base de la sociedad, las gentes que se dedican a oprimir al pueblo: la policía, el ejército en las zonas rurales, la policía federal, Gobernación que es la policía política, el clero que es la policía moral, el mismo Estado.” El logotipo del grupo –una maraña en donde el ojo entrenado puede distinguir una esvástica, la A de la anarquía y un signo hippie de la paz, entre otros símbolos– quiere dar fe de las fuerzas represivas en tensión constante con el impulso de libertad. La misma mezcolanza padecen sus letras, como “Oriente Occidente”, en donde los nombres de Nerón, Gadafi, Juan Pablo II o Gorbachov se mencionan a gritos como en un pase de lista.
“No hay punk malo –dice el Iti–, porque expresas a fin de cuentas lo que sientes.” Y aunque la consigna antisistema “Hazlo por ti mismo” acoge dosis admirables de incompetencia musical –como demuestran tantísimas bandas a lo largo de la historia–, también es cierto que pone en juego otros valores artísticos o de legitimidad. “Hay grupos que hacen rolas de temática social, pero son burdas”, critica Valle para hablar de la escena de los ochenta y noventa. “También hay grupos que tienen buena música, como el Atoxxxico, pero son política e ideológicamente deficientes.” Colectivo Caótico buscó no solo equilibrar ambas exigencias sino tender puentes con otras expresiones de “Neza York”, como el muralismo de Alfredo Arcos o la poesía de Porfirio García. “La idea que teníamos Iti y yo –contó en otro momento el Radio– no era precisamente nada más una banda, porque estuvimos haciendo libros, estuvimos haciendo eventos, estuvimos haciendo revistas y efímeros pánicos.”
La posibilidad de que el Iti fuera una figura difícil de etiquetar queda de manifiesto en la última parte del libro, donde familiares y amigos hablan de lo que el poeta punk representó en sus vidas y el aura mítica que adquirió tras su muerte. El testimonio más emotivo es acaso el del escritor Sergio García Díaz, que lo vio después de su primer ingreso al hospital. El Iti –bañado y vestido de una manera muy distinta a como solía vestirse– prometió llevar un estilo de vida más sano. La siguiente vez que García se encontró con él, estaba cubierto de cuero otra vez: “No debo cambiar –le dijo, sin saber que sería la última vez que lo vería–, mi vida es así. Soy el último de los punks.” ~
Carles Feixa y Francisco Valle (el Iti)
El Iti y su banda Mierdas Punk
Ciudad de México, NED, 2022, 320 pp.
es músico y escritor. Es editor responsable de Letras Libres (México). Este año, Turner pondrá en circulación Calla y escucha. Ensayos sobre música: de Bach a los Beatles.