El viaje de las palabras

De niรฑo, en Trรญpoli, el autor quedรณ cautivado por el รกrabe. Sin embargo, cuando su familia se vio obligada a exiliarse, empezรณ a hablar, pensar y escribir en inglรฉs.
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Antes de nada fue Libia. Los chicos y yo nos reunรญamos en nuestra calle de Trรญpoli durante las horas ociosas de la tarde. El sol continuaba implacable, con una intensidad que parecรญa aumentar al ir descendiendo. Temรญas perderlo, como si fuera posible que el sol no volviera a levantarse mรกs. Una de esas tardes, uno de los chicos propuso que dibujara algo. Me lo pidiรณ porque acababa de encontrar un buen palo en uno de los solares de nuestra calle. Era un palo largo, delgado y fuerte, que producรญa un hermoso silbido cuando lo agitaba en el aire. โ€œVenga, cualquier cosaโ€, dijo. Sintiendo la atenciรณn de los demรกs, enseguida dibujรฉ en la arena el mapa de nuestro paรญs: un cuadrado con la lรญnea ondulada de la costa septentrional. Los chicos dijeron que no estaba bien. Me habรญa olvidado del escalรณn donde, al sureste, Sudรกn recorta una esquina; y la curva serpenteante de nuestro Mediterrรกneo, donde el mar saca la lengua en Brega, tampoco me habรญa quedado muy bien. Eso fue dos aรฑos antes de que me marchara de Libia, y no volverรญa a ver Trรญpoli ni nuestra calle en otros treinta y tres.

Tenรญa siete aรฑos entonces. Las dos cosas en las que destacaba eran extraรฑas e inspiraban mรกs desconcierto que admiraciรณn entre mis compaรฑeros. Podรญa nadar en el mar mรกs lejos de lo que ningรบn otro se atrevรญa, a tanta distancia que el agua se convertรญa en un territorio diferente, gรฉlido, con la superficie rugosa como el grano de la piedra, y las profundidades, cuando abrรญa los ojos debajo del agua, eran del negro azulado de una magulladura. Todavรญa recuerdo la curiosa mezcla de miedo y satisfacciรณn que sentรญa al mirar atrรกs y ver que la tierra habรญa desaparecido. Por mรกs que pateaba para alzar el torso sobre el agua, no alcanzaba a ver la costa ni a mis amigos. Ellos empezaban a nadar detrรกs de mรญ, pero despuรฉs de gritar: โ€œHisham, estรกs locoโ€, todos se quedaban atrรกs y daban media vuelta para volver a la playa. Me quedaba allรญ solo y dejaba que la conversaciรณn del mar, que subรญa y bajaba en olas suaves, me llevara consigo. Aunque mi corazรณn retumbaba y ya nadie podรญa verme, me desafiaba a mรญ mismo todavรญa mรกs: cerraba los ojos y daba vueltas hasta que perdรญa la orientaciรณn. Intentaba adivinar dรณnde estaba la costa y comenzaba a nadar en esa direcciรณn. Por alguna razรณn, nunca me equivoquรฉ. Ni una sola vez.

La otra cosa que me separaba de mis amigos era mi facilidad con la lengua รกrabe. Habรญa decodificado el enigma de su gramรกtica y disfrutaba de su naturaleza matemรกtica. Me resultaba fรกcil memorizar pรกginas de texto y tenรญa talento para los juegos de palabras. Recuerdo esa peculiar sensaciรณn de seguridad en el pecho cuando se acercaba la hora de sintaxis o expresiรณn o gramรกtica. Teniendo en cuenta lo mucho que temรญa y odiaba la escuela, era una sensaciรณn rara. Los dรญas de escuela, por lo general, presentaban la probabilidad de un encuentro peligroso con un bravucรณn o, peor, con un maestro. Un paso en falso y te quedabas de pie delante de toda la clase con la mano extendida como un mendigo para recibir, en funciรณn de la severidad de tu error, diez, veinte o treinta golpes. Tenรญas que seguir mirando la cara del maestro. Si apartabas la vista, se aรฑadรญa a la cuenta un golpe adicional, mucho mรกs fuerte, porque esta vez lo reforzaba la irritaciรณn excitada de la autoridad. Los maestros mรกs crueles usaban palos hechos de rama de olivo. Producรญan un silbido profundo, casi un gemido, que era mucho mรกs amenazador que cualquier cosa que yo pudiera conseguir con los palos endebles que encontraba en nuestra calle. Observaba la cara del maestro tensarse con el esfuerzo. Pero ningรบn chico podรญa resistirse a bajar la mirada al menos una vez, para comprobar que la piel de la palma de su mano no se habรญa abierto. Cada vez que el palo azotaba mi mano, el pellizco ardiente del dolor parecรญa otra vez completamente indescifrable, como si existiera fuera de mis sentidos. Me dejaba sin aire. Era imposible hablar. Por encima del vocabulario despreciable y limitado del palo, oรญa las risitas molestas pero extraรฑamente reconfortantes de mis amigos. Algo, tal vez vergรผenza o ansiedad o miedo, nos hacรญa reรญr cuando uno de nosotros era castigado. Al oรญrlos a ellos, y pese al dolor, yo hacรญa lo posible por reรญr tambiรฉn.

La escuela, en esos tiempos, estaba llena de confrontaciones tan irreconciliables que hacรญan que el mundo se asemejara en ocasiones a uno de esos coches de juguete de control remoto que, soltando el mando, no dejarรญan de golpearse perpetuamente contra la misma pared. El รบnico placer que la escuela ofrecรญa era la lengua รกrabe: su carรกcter formal en un momento, su gracia al siguiente; sus complejas obsesiones con la geometrรญa, los paralelismos y comparaciones; su amor por la retรณrica, sus creaciones excelentes. Disfrutaba incluso de sus preocupaciones exageradas con el honor, las buenas maneras y la virtud. Cada dรญa, la lengua llegaba y extendรญa su capa dorada. Cuando, para mi deleite, terminaba la jornada escolar, tambiรฉn la encontraba esperรกndome en casa.

Las preguntas sobre el lenguaje preocupaban a los adultos que me rodeaban. Parecรญan formar parte de la conversaciรณn general igual que algo tan prรกctico y urgente como los otros temas que les preocupaban entonces: el estado de las carreteras y la intranquilidad por el suministro de agua. El รกrabe y la polรญtica se entretejรญan en la charla durante lo que parecรญan horas. Algunas de esas discusiones empezaban asรญ: โ€œยฟCรณmo podรญa el idioma cambiar con los tiempos, teniendo en cuenta que la raรญz del idioma รกrabe es el Corรกn, un texto sagrado grabado en piedra? En otras palabras, ยฟcรณmo el idioma, y nosotros con รฉl, podรญamos ser verdaderos y modernos a la vez? Al elegir el รกrabe para el Corรกn, Dios habรญa honrado la lengua y tambiรฉn la habรญa congelado.โ€ Otros estaban en desacuerdo: โ€œยฟEl hecho de que Dios hubiera elegido transmitir Su libro mรกs sagrado en รกrabe no significaba que nuestro idioma deberรญa ser mรกs adecuado al trabajo en cualquier รฉpoca? Y, al hacerlo asรญ, ยฟno incrementรณ Dios su poder? Al fin y al cabo, mira lo que habรญan logrado Naguib Mahfuz, Tahan Hussein y Tawfiq al Hakim; lee a Badr Shakir al Sayyab y Abd al Wahhab al Bayati; ยฟacaso todos ellos, cada uno a su manera, no habรญan dado un empujรณn al idioma y habรญan demostrado que no hay nada que no estรฉ al alcance de nuestra lengua materna?โ€ Entonces, alguien mรกs discrepaba y la conversaciรณn se volvรญa contra la revoluciรณn: โ€œEl idioma no puede modernizarse solo a travรฉs del estilo o la moda. El idioma es cultura y tradiciรณn y una forma de pensar. La revoluciรณn, si ha de haber una revoluciรณn, debe ocurrir dentro de cada uno de nosotros.โ€

Escuchando esas conversaciones, a menudo imaginaba un rรญo encajado en su cauce y fluyendo. Aunque entonces no comprendรญa todas las implicaciones de lo que se estaba diciendo, esas conversaciones me dejaban con la impresiรณn clara de que nos hallรกbamos en un apuro, y que ese apuro decรญa algo de la naturaleza del lenguaje. Tal vez, como un espejo, pensaba para mis adentros, el propรณsito del lenguaje sea exponernos, que digamos un poco mรกs que lo que pretendemos decir. Otra imagen que evocaban esos debates era la del lenguaje como una nube, un sรญntoma de su tiempo y de su gente, nunca fijado sino evolucionando de manera constante. Todo eso inspiraba una emociรณn secreta e inexplicable, no muy distinta de la que experimentaba mar adentro. Creo que esta debe ser la razรณn por la que continรบo pensando en el lenguaje como una facultad del cuerpo mรกs que de la mente, una facultad cuyos efectos se sienten con mรกs rapidez y con mayor inmediatez en lo fรญsico que en lo intelectual.

No recuerdo un tiempo en el que las palabras no fueran peligrosas. Pero fue mรกs o menos en esa รฉpoca, a finales de la dรฉcada de 1970, siendo un joven alumno en Trรญpoli, cuando los riesgos se hicieron mรกs reales que nunca. Habรญa cosas que sabรญa que mi hermano y yo no debรญamos decir a menos que estuviรฉramos solos con nuestros padres. No recuerdo a mi madre ni a mi padre explicรกndonos de manera explรญcita quรฉ no debรญamos decir. Simplemente se insinuaba y se comprendรญa enseguida que ciertas palabras unidas en un orden en particular podรญan tener consecuencias graves. Encarcelaban a hombres por decir lo que no debรญan o porque eran citados de manera inocente por un niรฑo. โ€œยฟDe verdad tu tรญo dijo eso? ยฟCรณmo se llama?โ€ Era como si un fantasma que escuchaba con malas intenciones estuviera presente en todas las reuniones. Esto trajo consigo un silencio nuevo โ€“cauto y suspicazโ€“ que iba a permanecer en nuestras vidas durante muchos aรฑos. Hasta cuando estaba escribiendo mi primera novela en una cabaรฑa de Bedfordshire, junto al rรญo Gran Ouse, podรญa sentir el cรกlido aliento desaprobatorio del dictador en el cuello. No importaba que yo escribiera en inglรฉs y que todavรญa no tuviera editor; aun asรญ, estaba escribiendo de ese silencio y contra ese silencio. Pero cuando todavรญa era un niรฑo, cuando solo vivรญa en un idioma, ese silencio, como el humo negro de un fuego nuevo, seguรญa creciendo. Se leรญan en televisiรณn listas elaboradas por las autoridades, listas con los nombres de los que tenรญan que ser interrogados. Fue asรญ como, una tarde, leรญdo en voz alta, oรญ nuestro apellido, con lo cual quiero decir el apellido de mi padre. ร‰l estaba en el extranjero. No regresรณ a Trรญpoli. Mรกs o menos un aรฑo despuรฉs salimos del paรญs para reunirnos con รฉl en El Cairo, donde empezรณ una nueva vida: nuevas escuelas y nuevos profesores.

Mi รกrabe, como una cuchilla, continuรณ afilรกndose. Al llegar los exรกmenes, no eran niรฑos de nuestra calle los que querรญan aprovechar mi habilidad, sino chicos egipcios desconocidos que, por lo general, se burlaban de mรญ por mi acento extranjero. Competรญan por sentarse a mi lado. Les dejaba copiar. Los toleraba, porque, como todos los niรฑos, tenรญa una comprensiรณn instintiva del poder. Yo necesitaba hacer amigos en ese paรญs nuevo y ellos necesitaban mi รกrabe. Este equilibrio se quebrarรญa pronto. Los profesores hicieron conmigo lo que hacรญan entonces con la mayorรญa de los estudiantes extranjeros: siguieron suspendiรฉndome hasta que mis padres pagaron. Tuve que tomar clases particulares para complementar los ingresos del maestro. Fui obligado a pasar infinidad de tardes viajando por El Cairo hasta el apartamento de un profesor que me habรญa dado clase ese mismo dรญa. Entraba en la perezosa atmรณsfera de despuรฉs de comer en el piso de un extraรฑo โ€“los olores desconocidos, las voces susurradas detrรกs de puertas cerradas, el tรฉ de hibisco con una galleta que traรญa una esposa o una empleada domรฉsticaโ€“ y pasaba una hora recibiendo una lecciรณn que ya me sabรญa.

En lugar de suspenderme de manera automรกtica, los profesores empezaron a ponerme notas increรญblemente altas. Con desvergonzada indiscreciรณn, me pasaban las respuestas a mitad del examen. โ€œPara que compruebes que todo estรก bienโ€, susurraban. Yo entonces respondรญa mal. โ€œยฟCuรกl es la capital de Yibuti?โ€ โ€œRoma.โ€ โ€œยฟCuรกl es la principal exportaciรณn de Arabia Saudรญ?โ€ โ€œPepino.โ€ No importaba, sacaba las mejores notas. Me desinteresรฉ por completo de mis estudios. La injusticia enfurecรญa a mis compaรฑeros de clase. Chicos con los que me llevaba bien y con los que corrรญa despuรฉs de la escuela a los carros de la calle para comprar altramuces encurtidos o harankash โ€“el nombre que usaban los egipcios para referirse a la uchuva, una palabra que resonaba en mis oรญdos jรณvenes tan extraรฑa y deliciosa como el frutoโ€“, se me acercaban por detrรกs y me soltaban puรฑados de polvo en la cabeza. De noche, en la cama, y despuรฉs incluso de lavarme el pelo, encontraba granos de arena todavรญa enterrados entre los rizos. Un dรญa, a la hora de comer, esos mismos chicos me esperaron detrรกs de una columna en el pasillo de la escuela, me empujaron a una esquina y la emprendieron conmigo a puรฑetazos. Me golpearon suave, eso sรญ, como si no se atrevieran a hacerlo bien.

Fue en ese tiempo cuando el sistema de enseรฑanza pรบblica egipcio empezรณ su largo y funesto declive, un desplome del cual el paรญs todavรญa tiene que recuperarse. Muchos aspectos contribuyeron a ello, en particular el hecho de que las autoridades y las clases medias dieran la espalda a escuelas como la mรญa. Cualquiera que podรญa permitรญrselo enviaba a sus hijos a escuelas privadas, lo cual, en Egipto, significaba escuelas inglesas, alemanas o francesas. Cuando mis padres se dieron cuenta de que no estaba aprendiendo nada, me ofrecieron la oportunidad de ir a una de esas escuelas en lengua extranjera. Pero el รบnico idioma que yo hablaba era el รกrabe. Recordรฉ mi juego de ruleta rusa con el mar, donde, con los ojos cerrados, daba vueltas para desorientarme deliberadamente. ยฟInglรฉs, alemรกn, francรฉs? Todo horizontes extranjeros. โ€œInglรฉsโ€, dije con la imprudencia de quien acepta un reto.

A mis padres les dijeron que el Cairo American College era la mejor escuela en lengua inglesa del paรญs. Estaba al otro lado de la ciudad, en Maadi, en el extremo sur de la capital. Cuando mi madre me llevรณ allรญ por primera vez para conocerla medimos la distancia: diecisรฉis kilรณmetros desde nuestra casa. A partir de entonces, en lugar de caminar hasta la escuela, me quedaba delante de nuestro alto edificio, en el asfalto gastado, convertido en bronce por la luz temprana, sabiendo que mi madre estaba en el balcรณn, ocho pisos por encima, y que no volverรญa a entrar hasta que el autobรบs amarillo gigante, como una pรกgina perdida de una historieta, se alejara conmigo dentro.

En cuanto aprendรญ el alfabeto del inglรฉs y pude leer, me asignaron a un cubรญculo donde cada dรญa pasaba horas frente a una novela โ€“de Jane Austen o Herman Melville o Charles Dickensโ€“ escuchando en auriculares la grabaciรณn de audio. Seguรญa las palabras. Muchas veces fantaseaba y perdรญa el hilo. Nada te hace sentir mรกs estรบpido que aprender un idioma nuevo. Pierdes tu seguridad. Quieres desaparecer. Que nadie se fije en ti. Decir lo menos posible.

Los profesores de la escuela estadounidense nunca pegaban a sus alumnos, pero ellos y sus estudiantes parecรญan aislados. Eran extraรฑamente distantes y tendenciosos con la ciudad de El Cairo que yo entonces amaba. Mantenรญan las ventanillas del coche subidas incluso en verano. Parecรญan capaces de un distanciamiento asombroso. Tenรญan fijadas opiniones errรณneas, particularmente sobre los รกrabes, los musulmanes y mi continente, รfrica. Habรญa imaginado que, siendo de un paรญs tan joven, los estadounidenses serรญan mรกs abiertos.

En Libia me iba bien en la escuela porque era listo. En la escuela egipcia saquรฉ las mejores notas por las razones mรกs vulgares. Y en la escuela estadounidense me costaba. Todo โ€“matemรกticas, ciencia, cerรกmica, nataciรณnโ€“ tenรญa que llevarse a cabo en un idioma que apenas conocรญa y que no se hablaba ni en las calles ni en casa. Ademรกs, no sentรญa ninguna afinidad por mis compaรฑeros. La mayorรญa de ellos eran los hijos y las hijas de diplomรกticos y personal militar de Estados Unidos. Eran lo mรกs lejano a los estadounidenses que entonces admiraba: gente como Bob Dylan y Malcolm x y Muhammad Ali y Billie Holiday y Marlon Brando y Marvin Gaye.

Fue en esa รฉpoca cuando me entusiasmรฉ con Billie Holiday, y eso me ayudรณ mucho con mi inglรฉs. Aprendรญ la palabra โ€œconfortableโ€, por ejemplo, de โ€œThese โ€™nโ€™ that โ€™nโ€™ thoseโ€. La alegre coqueterรญa de esa canciรณn parecรญa familiar, como si la letra se hubiera traducido del รกrabe. O, cuando, en โ€œItโ€™s like reaching for the moonโ€, Billie Holiday cantaba: โ€œAunque mis esperanzas son endebles, en mi corazรณn secreto rezo para que te rindasโ€, expandiรณ mi comprensiรณn de lo que significaba la palabra โ€œendebleโ€.

Tambiรฉn fue en esa รฉpoca cuando me regalaron mi primer Walkman y descubrรญ una cinta que alguien habรญa dejado en nuestra casa โ€“todavรญa no sรฉ a quiรฉn pertenecรญaโ€“ con las palabras, escritas en negro, Another side of Bob Dylan. No sabรญa quiรฉn era Bob Dylan, y mucho menos sus distintas facetas. Lo escuchรฉ una y otra vez. Aprendรญ las letras de memoria sin comprenderlas del todo. Dylan me parecรญa autรฉntico, y tenรญa curiosidad por esa clase de libertad. Era todo lo que no era โ€œpostizoโ€, una de las muchas palabras que aprendรญ de รฉl. Luego llegaron los otros: Conrad y Hemingway y, sรญ, Austen, la traducciรณn de Proust de C. K. Scott Moncrieff y los Sonetos de Shakespeare, que entonces eran lo mรกs inmediato que habรญa leรญdo nunca. Sus lรญneas parecรญan deslizarse bajo la piel.

Cuanto mรกs mejoraba mi inglรฉs, mรกs conversaciones tenรญa con los niรฑos estadounidenses. Todo en mรญ โ€“la ropa colorida que me gustaba llevar, el hecho de que mi mujer ideal fuera Billie Holiday y que supiera bailar breakdanceโ€“ los provocaba. Hasta cuando descubrรญ que tendrรญa ventaja por mรกs fuerza que tuviera mi adversario si le daba un cabezazo cuando menos se lo esperaba y justo en el puente de su nariz. El sonido del crujido y la impresiรณn de la sangre me inquietaban. Ganar me inquietaba casi tanto como perder.

Ese aรฑo, el 17 de abril de 1984, hubo una manifestaciรณn delante de la embajada de Libia en Londres. Un miembro de la embajada abriรณ una ventana de guillotina en el primer piso, sacรณ una ametralladora y disparรณ a la multitud. Muriรณ una policรญa, Yvonne Fletcher, y once manifestantes libios resultaron gravemente heridos. El funcionario de la embajada se negรณ a salir del edificio y luego, un par de dรญas despuรฉs, fue llevado bajo inmunidad diplomรกtica al aeropuerto y se le permitiรณ regresar a Trรญpoli. El asunto horrible y vergonzoso ocupรณ las noticias durante dรญas. Tendrรญas que haber sido sordo y ciego para no enterarte. A la maรฑana siguiente, tres chicos estadounidenses me esperaban en la puerta. โ€œTรบ mataste a la policรญa.โ€ Querรญan venganza. Poco despuรฉs de eso, y aunque solo tenรญa trece aรฑos, empecรฉ a fumar y a beber cerveza.

Dos aรฑos despuรฉs me llevaron a un internado en Inglaterra. Temรญa mรกs de lo mismo. En cambio, por primera vez empecรฉ a disfrutar de la escuela. El inglรฉs ya estaba en todas partes y los mismos mรบsculos que me hacรญan destacar en รกrabe empezaron a funcionar en esa lengua nueva. Habรญa algo en las personas โ€“aunque parecรญan extraรฑas y formales y frรญasโ€“ que se adaptaba a mรญ. No me apresuraron. Si tenรญan prejuicios, la mayorรญa de ellas sabรญa que, como la ignorancia, eso no era algo de lo que se debรญa estar orgulloso. Gradualmente encontrรฉ mi camino.

Al segundo aรฑo de escuela, empecรฉ a escribir a mi padre en inglรฉs. Las cartas siempre habรญan formado parte de nuestra relaciรณn. Nos escribรญamos el uno al otro incluso cuando vivรญamos bajo el mismo techo, porque creo que disfrutรกbamos de ello y porque hay ciertas cosas que no pueden decirse de ninguna otra forma. Le escribรญ varias cartas informando de los pequeรฑos detalles de mi vida en el internado inglรฉs. No recibรญ respuesta. Luego llegรณ un sobre grande. Contenรญa mis tres o cuatro cartas previas con una nota, escrita en el dorso de uno de mis sobres: โ€œSi quieres escribirme, escribe en รกrabe.โ€

Durante las diversas etapas que siguieron, fui transportado por un viento tan astuto como el que separa al ave aventurera de su bandada, lejos del idioma รกrabe y a un nuevo territorio de sonido y sintaxis, de palabras que, al principio, restallaban y se quebraban en mi boca, pero que ahora son las que uso en mi vida mรกs รญntima y en la pรบblica, en mi dormitorio y en la sala de conferencias y, lo mรกs significativo, en mi estudio. Es el lenguaje de mi nueva vida, en el cual pienso e imagino, y es el lenguaje que uso ahora para recordar mi vieja vida.

Durante mucho tiempo vivรญ en conferencia silenciosa con yoes imaginados: el que se habรญa quedado en Libia; el otro que, despuรฉs de terminar la escuela, siguiรณ el plan original y regresรณ a Egipto para ir a la universidad; aquellos en los que podrรญa haberme convertido si hubiera elegido el francรฉs o el alemรกn; o si, como habรญa considerado despuรฉs de la escuela, hubiera asistido a la universidad en Italia o Espaรฑa. Uno de los primeros pensamientos no deseados que tengo al aterrizar en un lugar nuevo es: โ€œยฟcรณmo serรญa morir aquรญ?โ€ o, dicho de otra manera, โ€œยฟcรณmo serรญa vivir aquรญ?โ€.

Cambiar de lengua es una forma de conversiรณn. Y como todas las conversiones, tanto si se considera un fracaso como si se considera un รฉxito, alimenta el deseo de irse, de marcharse a otro sitio, de adoptar un lenguaje nuevo y empezar otra vez. Tambiรฉn significa que hay que hacer un esfuerzo consciente para quedarse quieto. Esto es una parte de lo que causa la inquietud; otra es que no puedes dar nada por seguro. Lo que se ha adquirido no borra lo que habรญa allรญ antes. Al principio, los dos idiomas existen como dos formas en un collage o como dos notas musicales paralelas: separadas y, al mismo tiempo, produciendo un tercer efecto. Luego, el nuevo idioma se impone. La mรบsica mรกs antigua queda sepultada debajo y continuarรก resonando hasta el final de los tiempos. Tรบ eres la vibraciรณn entre las notas. Durante un tiempo piensas en volver. Despuรฉs, parece demasiado tarde.

El lenguaje es traducciรณn. Cada palabra que usamos significa una cosa, pero nunca puede ser esa cosa. Y como toda traducciรณn, el lenguaje es puesto en peligro y luego es propulsado y se vuelve mรกs maravilloso por su falta de fiabilidad, sus matices vacilantes, sus sombras e insinuaciones, todos los huecos donde podrรญamos encontrarnos. Por esa razรณn, los escritores, incluso aquellos que nunca han existido fuera de sus lenguas maternas, a menudo guardan un nerviosismo tranquilo en su relaciรณn con el lenguaje. Tanto si se ven al servicio de un patrimonio cultural como si se vierten en el rรญo de la expresiรณn humana, el trabajo diario de los escritores es la traducciรณn. Y donde hay traducciรณn, estรก la ansiedad de ser incomprendido, de que nadie te entienda. La sรบplica secreta es por una vรญa recta, por una verdadera lengua materna, un idioma antes del idioma que pueda ir directamente al corazรณn de las cosas, que pueda capturar la emociรณn o el pensamiento mรกs rรกpido, nebuloso o fugaz. La paradoja es que si tal expresiรณn sin mediadores fuera posible, empequeรฑecerรญa o destruirรญa por completo la literatura. La expresiรณn humana estรก llena de silencios. Todos los libros que amamos se basan en nuestro complot con lo indecible.

No estoy sugiriendo que por ello sea irrelevante el lenguaje en el cual uno elige escribir, sino mรกs bien que una de las cosas a las que me ha expuesto esta experiencia es a una caracterรญstica intrรญnseca y universal del lenguaje. Por esta razรณn debo evitar la tentaciรณn de una conclusiรณn dramรกtica, de pensar en esto a travรฉs de la estrecha lente del destino de un individuo. Terminar con un lenguaje distinto de aquel en el que nacรญ no es, como en el final de una รณpera, ni una redenciรณn ni una caรญda. La verdad estรก en otro sitio. Soy un libio que escribe en inglรฉs โ€“escribo en un idioma en el que mi padre no querรญa que le escribieraโ€“, pero la respuesta mรกs constante a este destino no ha sido la pena, la inquietud o la vergรผenza o, para el caso, el orgullo. Hasta estoy perdiendo lentamente la obligaciรณn de justificarme. Lo que permanece es una devociรณn del escritor a su oficio y la ocupaciรณn diaria para expresar las tres cรกmaras del alma: memoria, curiosidad y voluntad. Ni siquiera durante los aรฑos en que luchaba con esta cuestiรณn de escribir en un idioma que no era el mรญo, o en un idioma que no habรญa sido el mรญo, un idioma, en otras palabras, que tenรญa que hacer mรญo, me preocupรฉ por ello cuando escribรญa. Esas dudas y confusiรณn solo se presentan cuando me quedo en blanco o estoy deprimido o perdido o con dificultades para expresarme, como si la cuestiรณn estuviera conectada con la expresiรณn, como si la cuestiรณn de en quรฉ idioma escribir obtuviera su potencia del riesgo de quedarte sin cosas que decir. ~

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Traducciรณn del inglรฉs de Javier Guerrero.

Por cortesรญa de Salamandra.

Publicado originalmente en The Guardian.

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(Nueva York, 1970) es escritor. Salamandra ha publicado Solo en el mundo (2008), Historia de una desapariciรณn (2012) y El regreso, que acaba de llegar a las librerรญas.


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