El escritor ruso Maxim Osipov abandonó su país justo después del inicio de la guerra en Ucrania. Sus relatos, muy críticos con el régimen de Putin, son una ventana hacia la Rusia de provincias, un país incomunicado y corrupto, gobernado por caciques y arribistas. La editorial Libros del Asteroide ha publicado sus ensayos y cuentos en dos colecciones: Piedra, papel, tijera (2021) y Kilómetro 101 (2024).
Ha escrito mucho sobre sus años como médico en Tarusa, una ciudad a cien kilómetros de Moscú. ¿Sus pacientes o compañeros sabían que escribía?
Esta cuestión siempre ha sido un enorme problema. Porque uno es una mezcla de microbio, microscopio y biólogo. Por supuesto, a la gente no le gusta ser un “personaje” de tu libro. Tengo terribles experiencias al respecto. Mi actual casero holandés, que es un hombre muy rico, me cedió un edificio enorme durante seis meses en el centro de Ámsterdam. Le pregunté cuáles eran las condiciones. Pensaba que iba a decir que no se podía fumar, o que no podría traer invitados o que no hiciera ruido después de las diez de la noche. En su lugar me dijo que solo había una regla: “No puedes escribir sobre mí.” Y le respondí: “Es usted un hombre muy listo.”
¿Alguno de sus personajes reales se reconoció al leerlo?
Uno de mis relatos, “Un hombre del renacimiento” (incluido en la recopilación Piedra, papel, tijera), está basado en una persona real, con la que rompí relaciones y pensaba que no volvería a ver. Pero años después me mandó una carta, también había emigrado de Rusia y es anti-Putin. Vino un día a mi casa en Ámsterdam y cogió el libro. Yo no tenía intención de regalárselo. Simplemente lo cogió de la estantería, lo ojeó un rato y lo metió en su maleta. Entonces le dije que podía quedárselo, que tenía varios ejemplares. En el relato pasan varias cosas en el Centro Rajmáninov, en Moscú. Y unos días después me mandó una fotografía desde ahí. Entendí que mi novella había encontrado a su personaje. Porque había cogido muchas cosas de él para el personaje de esa historia, por ejemplo, que dispara cornejas. Por supuesto, te sientes incómodo. Pero al mismo tiempo, Tolstói no inventó mucho, describía constantemente a sus familiares, su círculo de cercanos en Moscú, un mundo ruso real. Mucha gente se ofendía, porque es normal que la gente se ofenda, y yo me ofendería.
Cuando vas a una isla en el Pacífico y conoces a una tribu y los describes y escribes un artículo científico sobre ellos, ¿los consideras coautores? Normalmente no, ellos son objetos y tú un sujeto. Al vivir en Tarusa, me resultaba fácil escribir sobre la gente del pueblo porque era muy posible que no leyeran.
Si hubieran leído, quizá habrían empezado a ir a su consulta a “actuar” para sus relatos.
La mayoría no era consciente ni siquiera de que escribía o publicaba. Además, la gente en Rusia no tiene mucho respeto a los escritores “profesionales”. De hecho, los rusos no se respetan unos a otros. Hay un sketch de Daniíl Jarms, un famoso escritor con una historia muy trágica. Es como una obra de teatro. Un escritor sube al escenario y dice: “Soy escritor.” Y un hombre al lado le dice: “Y yo creo que eres un mierda.” Entonces se cae y muere. Luego viene un químico y ocurre lo mismo. Y así sucesivamente. Así es como nos tratamos unos a otros en Rusia. La cuestión del respeto y de la búsqueda del respeto forma parte de la cultura rusa. Por eso la gente común pronuncia una frase hecha cuando bebe alcohol, que es: “¿Me respetas?” Porque estamos siempre buscando que nos respeten.
¿Alguna vez sintió que debía elegir entre su trabajo como médico y el de escritor?
No escribía mucho. La mayoría de mis historias las comenzaba a redactar cuando ya había escrito casi un 50% en mi cabeza. El proceso de escritura en realidad era muy corto. Lo que más me gustaba era editar. Cuando escribes, es una cuestión existencial, no estás seguro de cuándo terminas, cómo funcionarán las cosas. Cuando editas, es una cuestión de calidad, mejoras el texto, lo revisas, lo enseñas a otras personas.
Abandonó Rusia justo después del inicio de la guerra en Ucrania, el 4 de marzo. ¿Se habría marchado de no haber comenzado la guerra? Sus relatos siempre han sido muy críticos con el gobierno ruso. ¿No le preocupaban las consecuencias?
Nunca experimenté ningún tipo de presión real por lo que escribía. Sí que hubo algunas críticas muy estúpidas de algunos periódicos oficiales. Pero la idea de que tarde o temprano tendría que marcharme sí que estuvo siempre ahí. Tengo un ensayo titulado “Sventa”, sobre un viaje a Lituania. No está traducido al español. Es autobiográfico. En él le digo a mi traductor lituano que mis preocupaciones hoy son exactamente las mismas que hace unos 35 años. Primero, no hundirme en el fango, no ensuciar mi conciencia; segundo, no acabar en la cárcel; y tercero, no desaprovechar el momento en que uno debe marcharse para siempre.
Se exilió hace dos años, pero en sus obras han estado siempre muy presentes el exilio y la diáspora.
He pensado en marcharme de Rusia desde niño. Recuerdo que en 1972 vi por primera vez un partido de hockey por televisión, entre la URSS y Canadá. Los canadienses acabaron ganando justo al final. A mí eso me entristeció, pero vi que, por alguna razón, a mi padre no. De hecho, estaba incluso contento. Me dijo que después de la invasión de Checoslovaquia en 1968 había un eslogan oficial: ellos nos presionan con tanques, nosotros con pucks (los discos con los que se juega al hockey). Mi padre apoyaba otros equipos que no fueran la URSS, y entonces yo seguí su ejemplo. Y durante años fui fan de cualquier equipo que no fuera la URSS.
En 1988, la URSS llegó a la final de la Eurocopa. Jugó contra Holanda. Y me dije a mí mismo: a ver, después de 1987 se abrieron las fronteras, si quieres abandonar el país puedes hacerlo, ya no hay presión, hay reformas. ¿No vas a apoyar a gente que quizá lee los mismos libros que tú, que habla tu idioma? Si tu hermano estuviera jugando, ¿no lo apoyarías? Entonces decidí apoyar al equipo soviético. Pero cada vez que metía un gol Holanda, no podía evitar celebrarlo. Mi oposición a la URSS se había convertido en una parte de mí.
En 1991 el equipo soviético era en realidad el equipo de la Comunidad de Estados Independientes. No tenían uniforme ni himno. Daban mucha pena. Empecé entonces a convertirme en un verdadero fan del equipo ruso. Hasta 2014, cuando se celebraron en Sochi los Juegos Olímpicos de Invierno. Ahí me di cuenta de que el gobierno volvía a usar el deporte como propaganda. Entonces volví a mi posición inicial de no apoyar a los equipos rusos.
Ya no ejerce como médico. ¿Ha afectado eso a su escritura?
Supongo que sí. Ya no intento escribir. Siento que necesito un tipo de entendimiento o “enraizamiento” en el lugar en el que estoy. Y curiosidad y sorpresa. Convertirse en inmigrante a los 58 años no es fácil, aunque he tenido mucha suerte y la sigo teniendo. Pero no deja de ser un shock.
“Kilómetro 101”, el nombre de uno de sus relatos, hace referencia a una prohibición que existía en la URSS contra los disidentes políticos, que no podían vivir a menos de cien kilómetros de las grandes ciudades. ¿Se sentía usted un “exiliado interior” al vivir en Tarusa, que está justo en ese límite, y ser crítico con el gobierno?
Sí, interioricé muchas facetas de los inmigrantes. Pero también era consciente de que ser inmigrante es una especie de “enfermedad”. En uno de mis relatos, “Cape Cod”, un personaje anciano dice que la inmigración es una enfermedad psicológica. Su hijo le responde que quedarse en Rusia es también una enfermedad, aunque sea de otro tipo. Siempre ha sido una elección entre enfermedades.
Ha dicho que los cuentos o relatos cortos exigen más esfuerzo a sus lectores que las novelas.
Si no te enteras de un pequeñísimo detalle en un relato, te pierdes. En los relatos, las descripciones de personajes son muy breves. Si lees una gran novela como Guerra y paz y dices que no has entendido el personaje de Dolohov, me parece imposible. Porque se dice todo sobre él. Pero en los relatos es lo contrario. También suele haber, al menos en mis relatos, un giro, un cambio de tono. Requiere, como la poesía, más atención. Uno no lee poesía página tras página tras página. Lees, piensas, decides si releer o no, analizas el ritmo, recitas. Es un trabajo. Por eso los editores prefieren publicar novelas.
¿Ha pensado en escribir alguna novela?
No lo sé. Algunas de mis piezas podrían convertirse en novelas, pero luego pienso: ¿por qué? Puedo decir lo que quiero decir en un relato. Además, muchos de mis relatos son muy largos.
En su trabajo como médico estaba en contacto con mucha gente. Ha dicho que tras su exilio se puso a reflexionar sobre lo que esos antiguos pacientes posiblemente piensan de la guerra: quizá la apoyan, les parece bien enviar a sus hijos a Ucrania… ¿Se siente alejado de la gente de la que estuvo tan cerca durante años?
Claro, es que ven mucho la televisión. Hay mucha gente malcriada en Rusia. Pero lo que más me interesa es reflexionar sobre qué errores cometí yo y qué percepciones erróneas tuve durante toda mi vida en Rusia. Por ejemplo, en la Universidad de Leiden donde doy clase uno de los profesores me dijo que su hijo va a ser carpintero. Y tuve que esforzarme para no levantar las cejas. ¿El hijo de un profesor va a ser carpintero? Pero ¿qué problema hay con ser carpintero? El marido de María fue carpintero. Es mejor ser un buen carpintero que un mal profesor. Pero así es como analizamos la vida en Rusia. Si perteneces a una determinada clase no deberías ser carpintero o azafata o incluso piloto. Uno no debería cargar con nada que pese más que un bolígrafo. Es una idea muy equivocada.
En sus historias hay muchos intelectuales “melancólicos” que no parecen preparados para sobrevivir en la Rusia postsoviética. Han sido criados en la alta cultura, pero no parece que se adapten a un país que no valora eso.
Se habla mucho de élites, pero los que actualmente representan la élite en Rusia son basura. Nunca antes en la historia habrían podido ser considerados élite. He observado muy de cerca a algunos de ellos. No es que sean criminales, aunque muchos de ellos sí que lo son. Son sus maneras, cómo tratan a la gente. Incluso cuando intentan ser amables se comportan de una manera horrible.
Es editor desde Holanda de una revista en ruso, 5th Wave. Es una referencia a la quinta ola de inmigración rusa.
Como dice nuestro primer editorial, “Desde principios del siglo XX, cada generación de rusos ha vivido su propia catástrofe. La generación actual no ha roto ese patrón: el totalitarismo ha llegado de nuevo a Rusia; la libertad de expresión está gravemente oprimida; el número de víctimas y presos políticos del régimen sigue creciendo; y Rusia libra una guerra de agresión contra su vecina, Ucrania.” Pedimos colaboración a “autores residentes en Rusia y en el extranjero, todos ellos unidos por su rechazo a la guerra y al totalitarismo, su amor por la cultura rusa como parte de la cultura europea, su sentido de implicación personal y responsabilidad por lo que está ocurriendo, y su deseo de ver a Rusia como un país libre y amante de la paz, por muy descabellado que este deseo pueda parecer”. ~
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).