Hace mucho que abandoné la idea de la construcción de futuros. Los militantes de izquierda queríamos construir un futuro y muchos acabamos horrorizados por el socialismo que había sido construido en nombre de los ideales marxistas. Los sueños de construir futuros que terminaron en pesadillas nos alejaron de los programas leninistas y maoístas. Así que el tema me parece un poco marchito, en el mejor de los casos, y amenazador si veo la peor opción. En las propuestas sociales y políticas que aparecen en el panorama actual es más fácil detectar futuros imposibles, ya sea porque se trata de ideas demagógicas o de planes elaborados por ignorantes y oportunistas. Todo esto me lleva a pensar en los que destruyen el presente para volver al pasado, una modalidad actual de aquellos que lo destruían con métodos revolucionarios para abrir el paso a un futuro que ahora sabemos que fue siniestro. Es el caso de Vladímir Putin, que está destruyendo el presente ruso y ucraniano con su sueño de volver a la Gran Rusia de antaño. Fue la intención de Donald Trump, que quiso volver a la grandeza supuestamente perdida de Estados Unidos. Y es el ejemplo de López Obrador, que derriba instituciones para retornar a un pasado nacionalista revolucionario libre de pecados neoliberales. Al amenazar con destruir el presente han creído eliminar un futuro posible que les disgusta. Y el trabajo destructivo sin duda amenaza no a uno sino a muchos futuros posibles, sin que un porvenir mejor aparezca en el horizonte visible.
Así que para abordar el problema prefiero partir de la observación de la encrucijada actual y de las opciones sociopolíticas que existen realmente, para intentar imaginar los futuros que posiblemente abran las diversas alternativas. Es decir, creo que nos enfrentamos a un problema concreto eminentemente político y no a un asunto de posibilidades ontológicas como modalidades kantianas del ser. Así, la reflexión sobre la encrucijada ante la cual está el mundo puede abordarse como un cruce de varios caminos alternativos, como una situación difícil ante la que debemos decidir. Pero una encrucijada puede ser también una emboscada peligrosa, una trampa que nos acecha.
Tanto a escala global como en las situaciones específicas en los diversos países aparecen dos grandes alternativas: la vía no democrática y potencialmente despótica, representada por China y Rusia, y la opción democrática, representada por la Unión Europea y Estados Unidos. No se trata de una disyuntiva entre dos sistemas económicos, pues ambas opciones son capitalistas, sino de un dilema sobre el sistema político de representación. Esta bifurcación aparece en formas peculiares en varias naciones, donde la alternativa autoritaria fue encarnada por Bolsonaro en Brasil y lo es todavía por Erdoğan en Turquía, por Orbán en Hungría y por López Obrador en México, por solo dar unos ejemplos. Por supuesto, en torno de esta dualidad hay además un enjambre heterogéneo de teocracias y de regímenes dictatoriales tradicionales, así como toda clase de democracias precarias con inclinaciones tiránicas alojadas en su seno.
Tampoco considero que se trate de una polaridad que separe un lado liberal de otro antidemocrático. Han surgido formas iliberales de liberalismo, autoritarismos liberales y formas de hiperliberalismo que complican la definición de los polos que se oponen. Tampoco hay homogeneidad en el campo dictatorial, donde hay gobiernos de muy diversa índole, desde sistemas verticales duros hasta populismos conservadores. Es evidente que la historia no llegó a su fin en una ilusoria condición en que el futuro no sería más que la prolongación del presente en una sola línea. El presente está dividido y las imágenes que brotan del futuro son como sombras que entran en colisión. La polaridad ha aparecido en un panorama confuso y nebuloso, pues está sumida en guerras comerciales muy variadas, en una crisis climática y la amenaza de la pandemia del coronavirus. El estallido de la guerra en Ucrania en febrero del año pasado añadió una extrema tensión global. Pero, hasta el momento, esta polaridad no se revela como el enfrentamiento de dos bloques rivales porque una gran parte de los países han eludido tomar partido y porque Rusia y China no forman un bloque consolidado, sino una asociación sin carácter operativo.
No quiero negar la importancia de propuestas para mejorar en el futuro dimensiones específicas como la salud, la tecnología, la educación, el clima, la energía, el transporte, los armamentos nucleares, el sistema financiero y muchas otras. Se trata de opciones que se pueden enmarcar en las alternativas políticas existentes, con posibilidades de generar acuerdos internacionales.
Ahora quiero pasar al comentario de otros aspectos. Hace más de diez años, en 2009, publiqué un ensayo titulado La sombra del futuro. Allí evoqué, desde luego, al gran escritor George Orwell, cuya novela 1984 es el emblema más destacado de un futuro desastroso que imaginó en 1949. Orwell escudriñó su presente para advertir de los peligros que acechaban. Antes, en 1935, el magnífico historiador holandés Johan Huizinga publicó Entre las sombras del mañana, donde examinaba la gran enfermedad cultural de su época, la barbarie que exaltaba el mito frente al logos. Intuía que el nazismo que triunfaba en Alemania era una amenaza que ponía en peligro a la razón. Después, Ernst Bloch caracterizó a la Alemania nazi como un país donde predominaba “la simultaneidad de lo no contemporáneo” para referirse a los grupos sociales precapitalistas que Hitler supo captar. Gino Germani se inspiró en esta idea para caracterizar al peronismo y a los fenómenos populistas como situaciones políticas originadas por la “singularidad de lo no contemporáneo” y con la finalidad de señalar la coincidencia simultánea de condiciones procedentes de épocas diferentes. Mucho después Reinhart Koselleck continuó esta idea al afirmar que no existe la singularidad de un tiempo único, sino diferentes ritmos temporales superpuestos unos sobre otros. La polaridad que he mencionado al comienzo se puede entender desde esta perspectiva: como tiempos diferentes incrustados en una misma época.
La situación mexicana de 2009 me pareció que contenía también diversos tiempos históricos ocurriendo simultáneamente, y que por ello podríamos atisbar las sombras del futuro –no el futuro mismo–, que serían las siluetas oscuras que proyectan en el presente los obstáculos que nos impiden ver directamente las luces del futuro. Estos obstáculos son las formaciones políticas y sociales que viven tiempos diferentes en el mismo momento y cuya sombra acaso permite intuir o adivinar el futuro. En aquel ensayo observé al populismo nacionalista revolucionario, con su vocación por mirar hacia atrás, como una sombra que perfilaba un peligro futuro para México. Esa sombra coexistía y se oponía a otra que vivía un tiempo diferente, una formación moderna, cosmopolita, globalizadora y reformista que auguraba un futuro que no estaba hecho de retazos del pasado. Esta alternativa fue derrotada en 2018 y la otra sombra se extendió sobre México. Hoy vivimos amenazados por esta sombra cuyo perfil permite intuir un futuro negro. Hoy podemos estudiar los diferentes tiempos que conviven en las entrañas de México y, como hacían los antiguos adivinos que escrutaban las tripas de un animal sacrificado, acaso encontrar allí indicios del futuro. ~
Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.