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Escuelas sin celulares, un debate

Los dispositivos móviles se han vuelto imprescindibles, pero su uso en las aulas puede afectar la atención. Encontrar el equilibrio es clave.
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Tres cismas han transformado las relaciones humanas en lo que va del siglo: el iPhone en 2007, la pandemia de 2020 y la inteligencia artificial generativa en 2022. Bajo el manto de la modernidad, no es de sorprender que al menos dos de estas disrupciones sean tecnológicas. A más de dos décadas de su aparición, resulta imprescindible preguntarnos por las consecuencias que trajeron consigo los teléfonos inteligentes, principalmente en niños y adolescentes, en el contexto escolar.

El tema cobra relevancia porque en febrero pasado el gobernador de Querétaro, Mauricio Kuri, anunció la prohibición de celulares en las primarias y secundarias de la entidad. Este hecho no solo convirtió a Querétaro en el primer estado del país en restringir el uso de celulares en las escuelas, sino que abrió un debate en diversos medios sobre la idoneidad de la medida. Para el mes de marzo, diputadas del PAN, PT y Morena ingresaron iniciativas de ley, tanto a nivel local como federal, en el mismo sentido.

En el terreno internacional, un buen número de países han adoptado o están en vías de adoptar medidas prohibitivas o restrictivas. Son los casos de Francia, Italia, Finlandia, China, Australia, Inglaterra, Japón, algunas ciudades de España y al menos dos tercios de las escuelas en Estados Unidos. Este tipo de medidas han merecido posiciones de aprobación y rechazo que revisaremos a continuación.

Al frente de las posturas de rechazo se encuentran, sin duda alguna, los adolescentes. El pasado 17 de marzo, estudiantes de secundaria en Baltimore organizaron una marcha en protesta por la medida de resguardar sus celulares a la entrada y entregárselos al término de la jornada escolar. Uno de los adolescentes dijo en una entrevista: “Honestamente, siento que esta medida es una violación. No tienen el derecho a tomar mi propiedad que pagó mi padre.” Un sector que se encuentra dividido es el de los padres de familia. Quienes están en contra de la restricción aducen la necesidad de mantenerse en contacto permanente con sus hijos por cualquier emergencia o por el temor que genera vivir en una sociedad tan insegura como la nuestra. A favor están quienes escuchan a los docentes cuando les comunican que el dispositivo ocasiona distracción y por ende menores aprendizajes.

La comunidad académica también tiene una postura ambivalente. Quienes rechazan las medidas prohibicionistas lo hacen bajo el argumento de que la escuela debe ofrecer a sus estudiantes competencias digitales, así como desarrollar pensamiento crítico frente al poder de los algoritmos para manipular decisiones de uso o consumo. Aunque esto suena bien, no es el fin de la historia.

A favor de las prohibiciones está la abrumadora investigación sobre la relación entre tiempo de pantallas y problemas de salud mental como la depresión y la ansiedad. Jonathan Haidt, autor de La generación ansiosa, revisa 55 estudios que encuentran correlaciones significativas en contra de once que no hallaron ninguna o casi ninguna. Por su parte, el neurocientífico Michel Desmurget sostiene que el sistema de recompensas emocionales en el diseño de las plataformas –ya sea en redes sociales o en juegos, sumada a la vulnerabilidad de los cerebros de los niños y jóvenes– produce una fórmula de alto riesgo.

Los investigadores Cary Stothart, Ainsley Mitchum y Courtney Yehnert de la Universidad de Florida documentaron el costo atencional que representa para un estudiante recibir una notificación en su celular, aun sin darle clic. El solo hecho de recibirla crea una sensación de urgencia o temor de no saber qué está sucediendo, lo que conduce a un aumento de la ansiedad y el estrés. Esto no es menor si consideramos que un reporte de 2023 de la Universidad de Michigan documentó que los adolescentes reciben 237 notificaciones diarias.

En México, la encuesta del Inegi de 2023 sobre el uso y disponibilidad de tecnologías en los hogares reportó que el grupo de entre doce y diecisiete años alcanzó un uso de internet del 92% y sus principales actividades fueron la comunicación y el entretenimiento. Dicho estudio es muy parecido a otro de la Universidad de Nebraska de 2016 que encontró que el 96% de los estudiantes usa el celular en la escuela para fines no educativos.

El tiempo de conexión a internet en México, para dichas edades, fue de 4.7 horas al día. Lapso similar al uso del teléfono móvil durante 4.5 horas diarias que reportó un estudio realizado por la Universidad de Michigan el mismo 2023. Vale la pena advertir que este último informe señala un rango de dispersión en el uso por parte de los jóvenes que va de entre media hora a dieciséis horas de tiempo en pantallas. Esto coincide con la postura que toman Megan Moreno y Jenny Radesky, de la Academia Americana de Pediatría, al afirmar que hay jóvenes que tienen un uso “problemático” del celular, pues presentan problemas de salud mental; otros tienen una interacción “neutra”, es decir, sin afectaciones; y otros más, reconocen que son los menos, sostienen una relación “positiva”, ya que los usan como apoyo emocional o para el aprendizaje escolar. Todo esto nos hace pensar que el análisis del tema exige respuestas más refinadas que los planteamientos dicotómicos entre permitir o prohibir.

En la voz de los docentes encontramos el punto de inflexión sobre los argumentos a favor de las restricciones. Un estudio realizado en 2024 por el Pew Research Center dio a conocer que el 72% de los profesores de educación básica reportó que la distracción por el celular es el mayor problema en sus aulas. Un docente de Montana, Steve Gardiner,escribió en su blog: “después de 38 años de dar clases, esto parece ser el elemento de mayor distracción que he visto”.

Tanto la investigación internacional como la local confirman lo que cotidianamente vivimos en las escuelas: los estudiantes usan el celular, principalmente, para actividades de comunicación y entretenimiento. En esta dirección, el informe PISA de 2018 reportó que apenas el 10% de los estudiantes usaba sus dispositivos con fines de aprendizaje. Esto nos indica que, aunque la tecnología tiene un potencial educativo, este no ha sido su uso predominante en las aulas.

¿Qué hacer ante este panorama? Primero que nada, tener presente que los adultos tenemos la responsabilidad de crear ambientes de protección y desarrollo óptimo para la infancia y adolescencia, con los menores riesgos posibles. Asimismo, asumir que la escuela debe ser un lugar para el crecimiento intelectual y emocional de los estudiantes por lo que, en este objetivo, el uso de celulares ha jugado más en contra que a favor.

En términos pedagógicos, la tecnología será un recurso de aprendizaje cuando esté en manos del docente y no en las de los estudiantes. Por ello, las medidas de restricción a los teléfonos inteligentes deben ir acompañadas de equipamiento tecnológico, conectividad y capacitación docente, temas entre los que debe incluirse la inteligencia artificial. Todo con el fin de crear un ambiente tecnológico de aprendizaje en las escuelas.

Restringir el uso de celulares en las aulas es una medida parcial, pero necesaria, ante un problema de mayor profundidad: los hábitos de los niños y adolescentes con los dispositivos electrónicos. Es importante agregar que la gestación de esos hábitos no es solo tarea de la institución educativa sino, sobre todo, de los hogares. Son los padres de familia quienes, quizá por desconocimiento, comodidad o ingenuidad, ponen los dispositivos al alcance de sus hijos desde muy temprana edad. Un vistazo a cualquier familia que intente restringir a su adolescente los tiempos de pantalla nos dará cuenta de que no es nada fácil desandar el hábito aprendido.

Recibimos en 2007 el teléfono inteligente con los brazos abiertos, sin ninguna precaución o juicio crítico; ahora vivimos las consecuencias. Más allá de la restricción escolar debemos preguntarnos como sociedad: ¿cómo podemos resguardar la salud mental de las nuevas generaciones frente al tsunami digital y, ahora también, de la IA?, ¿de qué manera puede la escuela lograr los aprendizajes sin entrar en una batalla –que está perdiendo– con las plataformas por la atención de los estudiantes? Una idea es fortalecer el vínculo entre casa y escuela para retardar y regular en los menores el uso de las pantallas. Asimismo, la escuela tendría que promover en los alumnos, de acuerdo con su rango de edad, el pensamiento crítico y estrategias de autocuidado que les permitan conocer las consecuencias del uso inadecuado o excesivo de la tecnología digital, sobre todo la portátil. ~


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