Ilustraciรณn: Santiago Solรญs

Espejismo

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Entonces conociรณ a Oumar. No era hostil ni indiferente como los otros. Cuando llegaba a la cantina โ€“un chamizo en el que servรญan arroz maflรฉ y pollo con salsa de cacahueteโ€“, le hacรญa un gesto de reconocimiento, y en una ocasiรณn se habรญa sentado a su lado y habรญa permanecido en silencio, sin mirarle, las manos sobre el regazo y el gesto concentrado, mientras รฉl se comรญa su arroz. Ese dรญa le pareciรณ que se sentaba junto a รฉl para separarse de los demรกs, pero luego se dio cuenta de su empeรฑo en ser solรญcito, y de que ese empeรฑo excesivo le habรญa resultado incรณmodo. Pensรณ si no deberรญa ser รฉl quien iniciara un acercamiento. Estaba harto de su soledad. Llevaba demasiados dรญas dando vueltas con su maleta, sin mรกs comunicaciรณn que la que tenรญa con el cantinero cuando le pedรญa arroz, pollo y cerveza. Querรญa charlar con alguien. Allรญ se hablaba francรฉs, y solo los que estaban en el puesto fronterizo chapurreaban inglรฉs. ร‰l consultaba a cada rato un Pequeรฑo Larousse; ademรกs, durante el รบltimo aรฑo se habรญa apuntado a un curso donde certificaron que su preparaciรณn era aceptable, aunque el acento de esas gentes sonaba distinto, atropellado y gutural, y no entendรญa casi nada.

Ignoraba quรฉ edad podรญa tener Oumar. Era mรกs feo que el resto de los hombres, quizรก tambiรฉn era el mรกs bajo de todos los que esperaban y de los que trabajaban en la aduana, y su barriga, de tan extraรฑa, lo seรฑalaba asimismo como diferente. Allรญ habรญa flacos, o recios y bien proporcionados; incluso los gordos conservaban cierto equilibrio entre sus extremidades y sus torsos, como muรฑecos de Michelรญn. El mรกs alto llevaba una tรบnica y caminaba por el puesto fronterizo como si estuviera a punto de recibir a una delegaciรณn de mandatarios, con aire ceremonioso y dรกndoselas de enterado. A pesar de que resultaba ridรญculo, nadie se metรญa con รฉl. Pero Oumar no. Oumar desentonaba y le hacรญan burla. Lucรญa piernas enclenques y panza triangular, como una enorme chinche. Pasaba mucho tiempo a solas en una banqueta de la cantina, aplasta do por el calor, con cara de enfado. Quizรก se trataba de ese tipo de seriedad que juzga una y otra vez sus propias acciones, desestimรกndolas, o que dialoga con interlocutores imaginarios. El sudor le resbalaba por la cara y se lo limpiaba con el antebrazo. Miraba incansable hacia fuera, como si hubiese un pasacalle, o algรบn tipo de actividad que requiriese una vigilancia constante. Y hablaba poco. Volviรณ a sentarse a su lado dos dรญas seguidos, abandonando su acecho junto a la barra. De nuevo se comportรณ como si la cosa surgiera casualmente, como si no hubiese nada deliberado en su cambio de asiento, y fue รฉl quien se decidiรณ a entrarle en su mal francรฉs:

โ€“ยฟLlevas mucho tiempo esperando?

Su curiosidad era sincera. Desde que llegรณ, no habรญa hecho otra cosa que observar a aquellos hombres. Muchos venรญan en camionetas, aunque tambiรฉn los habรญa con sus propios coches, y algunos de ellos, tras haberles denegado el paso, desaparecรญan sin dejar rastro en la noche, como si atravesaran la frontera de madrugada. Pero la mayor parte se quedaban. Ademรกs, iba a ser Navidad. Se lo repetรญa mentalmente como si se pusiera un chaleco antibalas. ร‰l deberรญa estar ya comprando regalos, luciendo su ropa nueva, sintiendo el frรญo, y sin embargo seguรญa allรญ, en mitad del desierto, ignorando cuรกnto tiempo mรกs le iban a retener. Por las maรฑanas un centenar de autos atravesaba la frontera sin toparse con impedimentos, pero se trataba siempre de familias enteras, con niรฑos y abuelos. No habรญa visto a ninguna mujer conduciendo. Siempre iban de copilotos portando en sus regazos grandes cestas, y a ninguna la retenรญan; parecรญa darse por hecho que las musculosas madres y sus bellas hijas no eran sospechosas de contrabando, y que tampoco abandonaban el paรญs por motivos que las autoridades necesitasen aclarar. Pronto iba a llegar la documentaciรณn que les permitirรญa el trรกnsito, esta era la consigna que repetรญan en la aduana y que los hombres se decรญan unos a otros, chasqueando las lenguas, barajando algรบn tipo de accidente, como si, en lugar de por correo electrรณnico, sus documentos vinieran en camiones a los que el desbordamiento de un rรญo hubiera retenido. La situaciรณn carecรญa de sentido. Habรญa corrupciรณn en las fronteras, pero รฉl no habรญa logrado sobornarles. Tampoco le habรญan metido en una prisiรณn. Ni siquiera se habรญan quedado con su oro. Estaba allรญ con un centenar de individuos a los que no se atrevรญa a preguntar, pues le lanzaban miradas feroces. A pesar de su penoso francรฉs, iba logrando entender las conversaciones que mรกs se repetรญan, y no habรญa en ellas ni rastro de lโ€™argent ni de planes para burlar la vigilancia. No habรญa nada que pudieran hacer, salvo aguardar, y solo se referรญan a la documentaciรณn, como si a todos les faltara el pasaporte. Asรญ que aprovechรณ para preguntarle a Oumar. Este le respondiรณ:

โ€“Vas a tener que dar la vuelta y pasar por otro lado.

A continuaciรณn hablรณ de Sikasso, de los puestos de frutas y verduras de la calle, de su aรฑoranza de los mangos frescos y de que se le iban a caer los dientes por falta de vitaminas. Pronunciaba cada frase como si saliera de un sueรฑo. Por primera vez pensรณ que aquel estatismo, aquella modorra de Oumar y de los demรกs, no tenรญa que ver con ninguna espera, sino con deficiencias alimentarias. Pero en el paรญs no habรญa hambrunas, y las frutas y las verduras se conseguรญan fรกcilmente en los mercados callejeros.

โ€“Hay que ir a una ciudad para comprarlas โ€“le objetรณ cuando รฉl le soltรณ aquelloโ€“. Y esto es el desierto. Llevo casi dos meses intentando cruzar la frontera por otro sitio. Luego vine hasta aquรญ porque me dijeron que era mรกs fรกcil, pero no lo es. No he pasado por ningรบn mercado, y la fruta que les comprรฉ a los campesinos hace semanas que se terminรณ.

โ€“ยฟY en la cantina?

โ€“Ya ves lo que hay. El arroz tenemos que compartirlo. Pagamos diez veces mรกs por un plato. Con tu moneda es barato, pero para nosotros es la ruina. Algunos hombres se han quedado ya sin dinero. La fruta la venden a precio de oro.

Oumar masticaba cada palabra para que pudiera entender lo que le contaba. Esa demora le resultaba exasperante.

โ€“ยฟY quรฉ hacรฉis aquรญ? ยฟPor quรฉ no os dejan pasar?

โ€“Por lo mismo que a ti.

El negro le mirรณ con aquellos ojos que parecรญan la consecuencia de haber metido la cara con los pรกrpados abiertos en la arena. Su expresiรณn componรญa una molestia extraรฑa y peligrosa; algo que no podรญa seรฑalar se tensaba, y รฉl concluyรณ que era mejor no hurgar ahรญ porque solo encontrarรญa violencia. Y quizรก esa violencia era รบnicamente contra รฉl. Contra el blanco que podรญa comer y cenar arroz a diario, comprar el agua que le daba la gana y zamparse sus pastillas de vitaminas. Este pensamiento le llegรณ raudo e impertinente, y agarrรณ su maleta temeroso de que le robaran no el oro, sino las vitaminas.

โ€“No es el mejor lugar para salir โ€“insistiรณ Oumar. ร‰l mirรณ su tripa de pirรกmide, la camisa de listas color aguacate que le daba aspecto de profesor de niรฑos, los pantalones casi blancos por el polvo. Estaba sucio y olรญa mal; ninguno de esos hombres podรญa ducharse ni lavar su ropa. ร‰l tampoco, aunque cepillaba a diario los puรฑos y el cuello de su camisa, y los bajos del pantalรณn, con un espray de limpieza en seco, y se aseaba como podรญa en los baรฑos del puesto. Oumar no debรญa de ser demasiado atractivo para las mujeres, se dijo, y aquella idea era rara allรญ, en ese lugar donde las mujeres pasaban de largo y todo parecรญa haber desaparecido salvo la aduana absurda y la razรณn misteriosa por la que los tenรญan retenidos. Una razรณn tal vez redundante: no habรญa ningรบn lugar al que pasar. El resto del planeta podรญa haberse volatilizado, y sin embargo รฉl pensaba en mujeres y en la Navidad.

Letrinas inmundas, cacheos, lentitud, miradas retadoras, llantos que salรญan del puesto fronterizo durante la madrugada. Le asustaba la densa bruma que se levantaba al amanecer, y no abandonaba el coche hasta que aquella marea grisรกcea se disolvรญa. Le atacaba la paranoia y pensaba que eran los del puesto quienes esparcรญan la niebla maldita sobre los coches de quienes, como รฉl, esperaban. La niebla les producรญa a todos un miedo cerval; muchos de los hombres que llegaban hasta allรญ aรบn creรญan en una vieja leyenda africana, segรบn la cual la neblina del alba eran malos espรญritus, y si uno de ellos tocaba a un humano, una enfermedad terrible recaerรญa sobre รฉl, un padecimiento mortal. Cuando cesaba y al fin salรญa del coche, comprobaba que esos hombres habรญan hecho lo mismo que รฉl: guarecerse en sus vehรญculos o en los baรฑos, vigilar desde sus refugios que no hubiera una procesiรณn de espรญritus. Se les notaba el pรกnico en la cara, aunque a media maรฑana ya estaban reunidos en cรญrculos, hablando ruidosamente con semblantes socarrones; una sutil sorna a las autoridades del puesto recorrรญa las conversaciones, o eso le parecรญa. A lo mejor se burlaban de รฉl. No habรญa mรกs blancos allรญ, y a pesar de ello le miraban como si estuvieran habituados a su presencia, como si รฉl fuera el sustituto de otro blanco que habรญa permanecido en la frontera durante meses por una circunstancia similar. Todos debรญan de saber que llevaba algo valioso en su maleta, si bien no tenรญa el menor indicio de que codiciaran su botรญn. Ni siquiera los aduaneros se lo habรญan requisado, que era lo que รฉl esperaba si no aceptaban el soborno: que se quedaran con el oro y que a รฉl le dejasen marchar para celebrar su Navidad, el regreso a casa, la aventura fallida.

Entre los hombres que esperaban habรญa delincuentes que provocaban reyertas y cometรญan hurtos, pero tampoco ellos demostraban interรฉs por su maleta. Eso le resultaba angustiante y sospechoso. ยฟNo era una seรฑal de que le aguardaba algo peor, una emboscada no solo para quitarle el oro, sino tambiรฉn para matarle y asรญ evitar problemas? Le tentaba abrir su valija, dejarla bajo el sol abrasador, gritar: โ€œยกTomad y comed todos de ella, es mi cuerpo!โ€ para que ese acto le redimiera. Fabricaba asimismo hipรณtesis locas, como que habรญan dejado de codiciar las maletas de los europeos por encontrar siempre en ellas cosas risibles e incompresiblemente profilรกcticas.

Un dรญa decidiรณ salir del coche en mitad de la niebla. Descubriรณ que no era vapor de agua lo que flotaba en el ambiente, sino polvo. Eso le perturbรณ. Ademรกs, aquel polvo no se acumulaba luego sobre el coche ni sobre ninguna otra superficie. Permanecรญa en el aire sin posarse, como partรญculas vivas que no descansaran jamรกs. Entendiรณ que aquellos hombres creyeran que se trataba de รกnimas viles, de fuerzas malignas de las que solo cabรญa huir, pero รฉl se quedรณ ahรญ, quieto junto a ese auto alquilado en el que habรญa dormido tantas noches que le empezaba a parecer suyo. Puso la mano sobre el capรณ porque intuรญa que, si la quitaba de ahรญ, el polvo le arrancarรญa de donde estaba y se lo llevarรญa lejos. Sabรญa que no iba a ocurrir nada de eso, pero sรญ que se extraviarรญa porque no evitarรญa moverse, como un Ulises al que hubieran desatado del mรกstil. Y dar unos cuantos pasos de mรกs resultaba fatal. Durante el dรญa ni siquiera se podรญa caminar unos pocos kilรณmetros, pues el puesto fronterizo enseguida se perdรญa de vista, y alrededor solo habรญa arena seca. Quรฉ mal habรญa calculado, quรฉ ingenuamente, al pensar que la frontera menos transitada podรญa ser como esos aeropuertos pequeรฑos donde los controles eran mรญnimos.

Aunque le dolรญan los ojos, no los cerrรณ. Entonces vio algo que no pertenecรญa a este mundo. Un cuerpo se elevaba en mitad de la niebla, como si fuera un alma que algรบn dios se llevara consigo; por un momento, pensรณ que ese era todo el misterio de los hombres que desaparecรญan, y que, por tanto, la leyenda que todos repetรญan como una macabra advertencia se revelaba cierta: en las partรญculas de polvo se encarnaban espรญritus para irrumpir en el plano de los vivos, aunque su actuaciรณn era mรกs benรฉvola de lo que habรญa escuchado, pues los cuerpos no estaban condenados a una travesรญa penosa hacia la muerte, sino que esta acontecรญa de repente, casi mรกgicamente, como si la Parca fuese un alma bondadosa.

El cuerpo que estaba viendo ascender se quedรณ parado. Quiso acercarse para observar el fenรณmeno mรกs de cerca, pero le fallaron las fuerzas. De repente se sintiรณ muy cansado y las piernas le temblaron. Tuvo la impresiรณn de que le faltaba el aire, como si el polvo en suspensiรณn lo hubiera ocupado todo, incluso sus pulmones. Querรญa meterse en el coche, huir de allรญ con el oro o sin รฉl, regresar adonde muy pronto iba a ser Navidad. Tal vez ya lo era; habรญa perdido la cuenta de los dรญas que llevaba en la frontera, y se le antojรณ posible que no fuesen diez, como pensaba, sino treinta, incluso mil. El cuerpo volador, del que no habรญa apartado la vista, comenzรณ a descender, y al llegar al suelo se marchรณ caminando de una forma que le resultรณ familiar, mientras la niebla se disolvรญa. Cayรณ en la cuenta de que era Oumar quien se alejaba, con tranquilidad, con plena posesiรณn de sรญ mismo.

Ya no pudo perderle de vista. Le fascinaba el misterio de aquel ser deforme. No dormรญa por las noches; temรญa que a la maรฑana siguiente Oumar ya no estuviera allรญ. Los hombres continuaban desapareciendo durante la madrugada, pero ya no se detenรญa a especular si habรญan logrado pasar la frontera o es que les habรญan pegado un tiro. Por las tardes, Oumar se quedaba junto a รฉl en unos escalones de roca que conducรญan a un merendero inรบtil, convertido en ruinas, y solo entonces se daba asco a sรญ mismo, pues notaba su cuerpo roรฑoso y su aliento de podredumbre. Sabรญa que su estado se asemejaba a una alucinaciรณn, o a un sรญndrome de Estocolmo: empezaba a amar el desierto y la sensaciรณn de amenaza permanente. Le dolรญa el brazo de arrastrar su maletรญn ajado y lleno de oro por todas partes, y Oumar habรญa comenzado a ofrecerse como porteador.

โ€“Pero no voy a pedirte dinero โ€“le decรญaโ€“. Quiero hacerlo porque eres mi amigo.

ร‰l se rehusaba no por temor al robo, sino porque ahora aquel hombre le parecรญa un dios. ยฟNo se celebraba en Navidad la venida de un salvador al mundo? La lรณgica estaba rota, no valรญa el sentido comรบn, y se aferraba a lo que su cabeza, de una manera cada vez mรกs caprichosa, seleccionaba como significativo. Quรฉ idiota habรญa sido durante los seis meses malgastados en preparar su viaje, leyรฉndolo todo sobre el paรญs y creyendo anticipar lo que iba a encontrarse, cuando en realidad ni siquiera sabรญa en quรฉ se gastarรญa el absurdo dinero que habรญa planeado sacarle a aquel oro. Existรญan, sรญ, muchas razones por las que lo necesitaba. Pero ya le daban igual, ninguna le parecรญa importante, y tampoco que aquel hombre, al que ya no podรญa evitar ver como a una divinidad hecha carne, estuviera preparando el terreno para arrebatarle la maleta. Incluso le daban ganas de decirle que se la daba sin necesidad de engaรฑo: ya no le interesaba, le resultaba indiferente regresar o no, pagar sus deudas o no, incluso que le pegaran un tiro y abandonaran su cuerpo en el desierto para que se lo comieran las bestias, tal y como ahora entendรญa que habรญa pasado con todos esos a quienes no habรญa vuelto a ver. ~

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(Huelva, 1978) es escritora. Ha publicado 'La ciudad en invierno' (Caballo de Troya, 2007) y 'La ciudad feliz' (Mondadori, 2009).


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