Gideon Rachman (Reino Unido, 1963) es periodista. Estudió historia en Cambridge, trabajó quince años en The Economist; es el principal comentarista de asuntos exteriores en el Financial Times. En La era de los líderes autoritarios (Crítica, 2022) combina el ensayo y el reportaje –ha entrevistado a muchos de sus protagonistas, a sus opositores y colaboradores– para trazar una taxonomía de los líderes fuertes, con un componente antiliberal y nacionalista, que han surgido en los últimos años: desde Putin a Modi pasando por Trump, Orbán, Bolsonaro o Duterte. Analiza las similitudes y diferencias, las condiciones que han facilitado su ascenso y su capacidad para debilitar las instituciones de la democracia liberal y para construir una nueva época autocrática. Hablamos el día 8 de septiembre, por Zoom, y acabamos un poco antes porque tiene que escribir sobre la muerte de la reina Isabel II.
Habla de los “líderes fuertes”. Hay muchas diferencias entre ellos.
Supongo que el aspecto más controvertido del libro es vincular a un líder autoritario, como Xi Jinping, en un país que nunca ha sido una democracia y dirige un sistema totalmente autoritario, con gente como Donald Trump en Estados Unidos o incluso Boris Johnson en el Reino Unido, que operaban en sistemas democráticos. Pero el argumento del libro es que hay vínculos entre esos líderes. Obviamente, el contexto en el que actúan es muy importante. Unos pueden decidir si continúan en el poder y otros no, por ejemplo. Pero hay características comunes que señalé en el libro. Y eso se volvió particularmente claro cuando Donald Trump llegó al poder. Lo que me llevó a escribir el libro fue caer en que siempre hemos pensado que los líderes con este tipo de instintos eran extraños a las democracias maduras de Occidente, que nunca tendríamos a un líder así en Estados Unidos. Y sin embargo lo tuvimos. Por eso pensé que era legítimo llamar a esta época la era del líder fuerte.
¿Cuáles son las características comunes?
La más importante es el culto a la personalidad, la idea de que estos líderes, estén en una democracia o en un Estado autoritario, tienen cualidades personales que los capacitan de forma única para dirigir el país. Ese es realmente el núcleo de su atractivo político. No dicen: represento a un partido político o una ideología. Dicen que tienen fortalezas y cualidades personales únicas que los hacen indispensables. En su discurso en la convención del Partido Republicano de 2016 Trump enumera todos los problemas de Estados Unidos y dice que él es el único que puede arreglar las cosas. Y eso es lo que dicen todos estos líderes. Tras la anexión de Crimea en 2014 el presidente de la Duma dice: sin Putin no hay Rusia. Este tipo de mensaje tiene una forma algo más suave en India, donde el historiador Ramachandra Guha ha dicho: “desde mayo de 2014, los enormes recursos del Estado se han dedicado a impulsar la idea de que India es Modi y Modi es India”, hasta el punto de que si te vacunas en India el certificado de la vacuna llega con una foto de Modi. El culto a la personalidad es crucial y conduce a otro par de cosas. Primero, si dices que lo fundamental es el líder, está por encima de las instituciones o la ley. Es una forma de ver el mundo inherentemente antidemocrática. De eso se deriva el argumento de que necesitamos un líder fuerte porque nos enfrentamos a una crisis. Y la crisis normalmente se presenta como doméstica e internacional. Trump decía: make America great again. Pero otros líderes comparten ese nacionalismo: Putin intenta que Rusia vuelva a ser grande. Decir que el país ha sido humillado, que hay una amenaza exterior, da una justificación para un líder fuerte. A menudo hay también una amenaza doméstica, con frecuencia señalan la inmigración ilegal, como fue en el caso de Trump. Una vez tienes estos cultos de personalidad, dices que hay una crisis. Y eso sugiere la idea de que necesitas al líder fuerte y que no debe jugar con las reglas democráticas normales, debería poder suspender las leyes o cambiar la constitución, alargar su estancia en el poder, todas esas cosas. Es algo que vemos en las democracias y en las autocracias.
No usa mucho la distinción, pero la mayoría de los que aparecen son líderes de derecha.
Sí. Tienden a decir –de una manera levemente fascista– que izquierda y derecha no es una categorización relevante. Prefieren decir que es la nación contra los globalistas. Es la división que les gusta. De Marine Le Pen, que perdió las elecciones en Francia pero que está en la misma zona ideológica, seguramente tú y yo y los medios franceses diríamos que pertenece a la extrema derecha, pero ella respondería: no se trata de eso, se trata de la nación, de los patriotas contra los globalistas. Y Putin también se presentaría así, y es también parecido a lo que hacen Xi en China y Modi en India. Dicen: “soy el que representa la esencia de la nación y la protejo contra fuerzas internacionales”. Eso no significa que no quieras comerciar, pero la retórica se centra en la nación. Aunque digan que las categorías de izquierda y derecha no significan nada, yo creo que dicen algo. Por supuesto, también hay populistas de izquierdas, pero los de derecha han tenido más éxito. Durante el ascenso de Trump tenías también el de Bernie Sanders, de izquierda: los dos representaban el rechazo a los políticos centristas tradicionales. En el Reino Unido tenías a Jeremy Corbyn, que era un populista de izquierda, en el mismo momento en que tenías el movimiento del Brexit. Hay más casos de populistas de izquierda con tendencias autoritarias que llegan al poder en América Latina, como Castro, Chávez o Maduro, y quizá otros.
AMLO aparece en el libro, sería un caso de líder fuerte de izquierdas.
Es un buen ejemplo. México no es un país que conozca tan bien como otros. Pero me gusta que muchos lectores mexicanos hayan respondido al libro, porque les parecía que gran parte de lo que describía –el culto a la personalidad, la falta de respeto a las instituciones, el esfuerzo por dominar la comunicación y polarizar la sociedad– tiene que ver con amlo.
Como señala, también es curiosa su relación con Trump.
Es muy extraña porque uno esperaría, y alguna vez lo hizo, que denunciara a Trump. Podrías decir que el hecho de que se llevara bien con Trump se debía al pragmatismo: los presidentes mexicanos tienen que llevarse bien con los presidentes estadounidenses, sean quienes sean. Pero había otras cuestiones que hacían que hasta cierto punto simpatizara con Trump. Es interesante, por ejemplo, que los dos disputaran elecciones: amlo nunca aceptó haber perdido la elección que perdió y creo que ahí tenemos cierta complicidad. Dijo: “no voy a aceptar este resultado”. Y eso es lo que hizo Trump más tarde. Otra característica de estos líderes fuertes es que se reconocen entre ellos y a menudo establecen una relación especial. Se debe a su visión personalista de la política. Nos sentamos, lo arreglamos, es un estilo que atrae instintivamente a esta gente que cree en sus propios mitos y no cree en el Estado (o el Estado profundo, como prefieren llamarlo).
Por otro lado, la historia enseña que a menudo los líderes nacionalistas acaban peleándose.
Las relaciones entre estos líderes fuertes son inherentemente inestables, en parte por el nacionalismo del que hablas. Pero también porque un estilo de liderazgo muy personalizado es muy volátil. Se basa más en los instintos del tipo que en una especie de núcleo de principios. Puedes ver lo mismo con Erdogan en Turquía. Los turcos derribaron un avión ruso en Siria pero luego Putin y Erdogan hicieron las paces y volvieron a estar unidos. Y luego Erdogan recibió una llamada de Putin cuando se produjo el intento de golpe de Estado: “mira, te ayudo si puedo”. Pero también podría desmoronarse, como ocurrió por ejemplo con el pacto entre Hitler y Stalin: se unen y luego se dan una puñalada por la espalda. Eso siempre es posible con este tipo de líderes.
Explica que Putin es el arquetipo. Cuando tenía el libro casi terminado se produjo la invasión de Ucrania por parte de Rusia.
La invasión dejó claro ese nexo entre la retórica del líder fuerte y la retórica de la violencia y luego la realidad de la violencia. Como muestro en el libro, supone una amenaza para las instituciones democráticas. Pero también para la paz. Porque si dices: “yo encarno la nación y soy fuerte”, eso implica que estás dispuesto a realizar acciones violentas en defensa de los intereses del Estado. Y tardamos en darnos cuenta de que eso era clave para el atractivo de Putin. Pero tuvimos la guerra de Georgia en 2008, la anexión de Crimea en 2014, la intervención de Siria en 2015. La guerra ha sido una constante en su trayectoria y hasta esta última aventura, que le ha salido mal, le fue bastante bien. Creo que ha formado parte de su propia imagen de fortaleza, de esas fotografías con el torso desnudo y un arma. ¿Puede haber una imagen más de macho? Otros líderes tienen actitudes relativamente parecidas: a Modi lanzar un ataque aéreo sobre Pakistán le ayudó en la reelección de 2019. Y dijo: si me elegís, es como disparar al enemigo de la India en el corazón. La retórica de la fuerza se une a la de la violencia y esta puede llevar a decisiones reales de ir a la guerra.
Son, dice, una revuelta contra el consenso liberal. Pero los contextos son muy diferentes. Las condiciones económicas son distintas, las culturas también, en algunos países el líder defiende una mayoría que no está amenazada (como Orbán en Hungría o Xi en China), en otros esa mayoría puede dejar de serlo (como los blancos de Estados Unidos).
Sí, pero hay temas sorprendentemente comunes. Puede parecer que la cultura de China es muy distinta a la de Estados Unidos y que estas cuestiones no se trasladarían. Pero por ejemplo muchos de estos líderes son muy machistas, hay una incomodidad con el feminismo y los derechos gays. Xi ha prohibido que hombres afeminados aparezcan en la televisión china, Putin ha prohibido lo que llama propaganda gay en Rusia. Luego tienes a Trump, que habla de forma muy sexista sobre las mujeres y que en un debate en televisión presumía del tamaño de su pene. Por decirlo de forma educada, son líderes muy tradicionalistas. No me sorprende que hayan surgido en un tiempo en el que el feminismo y los derechos de los homosexuales avanzan en todo el mundo, porque en parte se dirigen a gente que se siente incómoda ante esos cambios, les dicen que hay que parar esto, que los cambios debilitan el país y la sociedad.
Tienen ese aspecto de mirar hacia atrás, de vuelta al pasado. Y al mismo tiempo son modernos, por ejemplo en sus tácticas comunicativas.
A menudo estos líderes son muy hábiles en su uso de las redes sociales. Los políticos de éxito de todas las épocas han sabido controlar la tecnología dominante de su tiempo. Roosevelt era muy bueno en la radio, John F. Kennedy era excelente en la televisión. Y esta gente es muy buena en las redes: Trump era el presidente de Twitter, Duterte empleaba Facebook, como el bjp en la India. Pero las redes sociales están particularmente bien adaptadas a este tipo de liderazgo por dos razones: son líderes populistas que apelan a las emociones y a menudo utilizan lo que Trump llamaba fake news. Paradójicamente, Trump dedicó mucho tiempo a acusar a sus oponentes de difundir noticias falsas. Pero, por supuesto, era el archiexponente de las noticias falsas. Por ejemplo, recuerdo que dijo que era posible que al juez Scalia lo hubieran asesinado mientras dormía. Extender falsedades de ese tipo era algo extraordinario en el caso de un candidato. Y es más fácil con las redes sociales. Si vas a través de los medios tradicionales gente como yo podría decir: “no vamos a publicar eso, o vamos a publicarlo adviertiendo de que es falso porque podemos comprobarlo”. Pero si lo sueltas en Facebook o Twitter, te comunicas directamente con el público. Algunos ejecutivos de Facebook llamaban a Filipinas paciente cero porque fue el primer ejemplo de cómo una elección presidencial podía sufrir la influencia de Facebook y de noticias falsas difundidas a través de esa red que luego se hicieron virales y ayudaron al candidato. Otro aspecto de las redes sociales es que las cosas que funcionan en ellas apelan muy directamente a las emociones. En Facebook no te preguntas si algo es cierto; te preguntas si te gusta. Y de manera similar, en Twitter sigues a alguien, es todo líder y seguidores. Desde Filipinas a Trump pasando por Modi en la India o Bolsonaro en Brasil, descubrieron que las redes sociales funcionaban muy bien para ellos.
Cuando un país está muy dividido, somos más tolerantes con actos antidemocráticos que perjudican a nuestro adversario.
En cuanto empiezas a pensar que la supervivencia del país está en juego, tus enemigos son también amenazas para tu supervivencia. Entonces empiezas a pensar que no deberías verte atado por las reglas, que debes actuar de manera decidida. Y esa lógica te puede llevar al 6 de enero, cuando Trump dice a sus seguidores: no tenéis que aceptar esa elección porque es falsa. Emocionalmente no querían aceptarla. E hicieron algo que no se había visto en la historia de la democracia estadounidense: asaltar el Congreso para evitar un resultado electoral, animados por el perdedor.
Sin embargo, las instituciones resistieron a Trump. Era una de las dudas, y es una diferencia entre países.
Aunque los líderes tienen instintos muy similares, a menudo el contexto en el que operan es increíblemente diferente. Es muy difícil luchar contra un líder así en China, donde no hay tribunales ni medios independientes, donde no hay elecciones ni mecanismos para desalojarlo del poder. Hay otros países que están en el medio. Como Rusia hasta hace poco: había elecciones, aunque se amañaban. Y tienes lugares como Estados Unidos y quizá Turquía y Brasil, donde las elecciones son reales. Pero no está claro que las instituciones sean lo bastante sólidas. El líder desafió el resultado en Estados Unidos y resistieron, pero en parte fue por decisiones de individuos y puntos claves, como los funcionarios de Georgia que no quisieron complacer las demandas de Trump de encontrar votos extra o anular. A veces me pregunto qué habría pasado con otros, con alguien preparado para escuchar a Trump, o que hubiera hecho lo que Trump quería. Turquía y Brasil son ejemplos interesantes, veremos en los próximos meses. Brasil tiene elecciones presidenciales, si Bolsonaro pierde probablemente disputará el resultado. La pregunta en ese caso es si será capaz de movilizar al ejército, de sacar a la gente a la calle. Son cuestiones que están abiertas y mi intuición es que no funcionará en Brasil. En Turquía veremos. Hay razones para que Erdogan sea impopular, con una inflación del 80%. Y luego ha habido elecciones que ha perdido y ha respetado el resultado. Perdió la alcaldía de Estambul. Pudo obligar a que se repitieran esas elecciones y volvió a perder. Pero si se trata de su supervivencia personal, en las elecciones de 2023 no estoy seguro de que acepte la derrota. Muchos de mis amigos de la oposición creen que las elecciones serán una oportunidad de librarse de él. Pero otros creen que no ocurrirá eso.
Muchos de estos líderes son reacios a abandonar el cargo porque temen afrontar problemas legales.
A menudo, o quizá siempre, estos líderes terminan rompiendo la ley o siendo corruptos. Cada vez es más improbable que acepten marcharse. Si lo hacen, se arriesgan a ser perseguidos, a terminar en la cárcel, a perder todo su dinero. Y probablemente hay un grupo de gente que ha colaborado para que se mantengan en el poder, o que se ha beneficiado de contratos o decisiones de su gabinete, aterrorizado porque, bueno, saben que lo que hicieron no estaba del todo bien. Hay un montón de gente rica y poderosa que empieza a entrar en pánico. Es lo que pasó en Rusia, en cierto modo. Recuerdo que en 2019 la gente hablaba de 2024, año electoral. Muchos estaban preocupados, decían que tenían que irse. Y me parecía una locura: faltaban cinco años. Pero me explicaron que había el riesgo de que la gente que ganó dinero bajo un sistema empezara a recibir sentencias judiciales en contra. Este es un problema que han tenido durante mucho tiempo las dictaduras. Un emprendedor en África ha montado un fondo de diez millones de libras para dictadores, para convencerles de que se vayan. A veces hay amnistías, pero en general son reacios. Una excepción es Duterte. Por otro lado su hija sigue y es vicepresidenta, así que es una especie de garantía, de seguro. Sin esto, el líder fuerte sigue en el cargo. Además de protegerse empiezan a creerse su propia propaganda, se consideran indispensables. Una vez que has estado veinte años en el poder –Putin lleva veintidós– es casi imposible imaginar que ya no estás en el poder.
El libro es crítico y autocrítico. Muchos de estos líderes fueron saludados como reformistas por la prensa internacional.
Putin llega al poder en 2000, once años después de la caída del Muro de Berlín. Era un momento de inmensa autoconfianza ideológica en Occidente, con la teoría del fin de la historia de Fukuyama y todo eso. Y nos sentíamos inclinados a pensar que solo había una manera de ser un líder de éxito: creer en el mercado libre y ser demócrata. Habíamos visto que las dictaduras no funcionaban. Estábamos programados para pensar que si un líder quería tener éxito debía ser demócrata y liberal. Ese patrón aparece en los comentarios occidentales sobre Putin y Erdogan, con una capa extra de pensamiento desiderativo, porque Erdogan llegó al poder en 2003, en el apogeo de la guerra contra el terror. Y queríamos creer en el ejemplo de un líder musulmán que fuera también un demócrata. Similarmente, en 2012 muchos países dijeron que Xi Jinping quizá fuera el hombre que democratizaría China y permitiría elecciones sin restricciones y tribunales independientes: no había muchos indicios, más allá de la voluntad de creerlo. Pensábamos que el mundo iba a evolucionar inevitablemente en esa dirección. Había una mezcla de pensamiento impulsado por los deseos y de un exceso de confianza ideológico.
Todos son hombres. ¿Imagina alguna mujer que podría ser una líder de este tipo?
Es posible, pero menos probable. Quizá lo veamos ahora en Italia, con Meloni. Quizá abrace este tipo de liderazgo, quizá lo habría hecho Marine Le Pen, que podría ser en cierto modo la hija de un hombre fuerte. Pero no lo hizo. A menudo estas líderes son parte de una dinastía. Mis lectores de Bangladés me dicen que Sheikh Hasina, la primera ministra, es una líder poderosa, autoritaria, que ha generado un culto a su personalidad. Creo que una de las razones por las que hay pocas mujeres es que este estilo de liderazgo es intensamente machista. Como estos líderes tienen una visión patriarcal que además enfatiza la fortaleza física masculina, es menos probable que sean mujeres.
También habla de la batalla de ideas. Contrapone las figuras de Soros y Bannon, señala la influencia de Carl Schmitt.
Me interesaba la idea de que muchos de estos tipos decidieran que Soros es el malo. Y en parte, lo aprenden unos de otros. Eres Bolsonaro, estás en Brasil, ves mucha televisión estadounidense y ves que la derecha estadounidense está obsesionada con Soros. Y decides: todos dicen que es un mal tipo así que debe de serlo. Pero también se debe a que Soros es alguien que está muy implicado en la política y apoya cosas que a estos líderes no les gustan. Ha apoyado los derechos de las minorías, o la acogida de refugiados en Europa. Y entonces Orbán decide que hay un plan de Soros para llenar Europa de inmigrantes. Y también apoya los medios e instituciones independientes. Y uno de los primeros en ir contra eso es Rusia, donde persiguen todas las fundaciones de medios independientes, la investigación histórica que apoya, luego el Open Society Institute, que se basa en el libro de Popper La sociedad abierta y sus enemigos, una sociedad abierta que permite y defiende la crítica y los checks and balances, las instituciones independientes y la libertad de expresión; sus enemigos son los autoritarios y no quieren que haya gente apoyando las sociedades abiertas. Hablo de Bannon porque en cierto modo era el anti-Soros. Al igual que a Soros, le interesan la filosofía y la ideología y cómo se traducen en la política. El tipo de política que promovía es muy diferente: nacionalismo, chovinismo étnico, antidemocrático, muy populista. Hay menos indicios de que esté directamente influido por Carl Schmit. Pero su forma de pensar se ha puesto de moda en todo el mundo. Schmitt fue rechazado durante muchos años y en realidad uno de los pocos sitios en los que conservó su influencia era la España de Franco. Se pensaba: “este tipo es un nazi, no podemos escucharlo”. Pero ahora ha habido un verdadero revival del interés por su pensamiento, particularmente interesante en China. Buscan una especie de filosofía antiliberal, y la creencia de Schmitt en que nuestro argumento a favor de las instituciones independientes no tiene sentido, porque todo es político y la político no debería articularse en torno a esfuerzos para arbitrar entre intereses distintos, sino en torno a la distinción entre amigo y enemigo. Esto es fundamental en la forma en que funcionan estos autoritarios. Y otra persona a quien le interesa Carl Schmitt es Aleksandr Duguin, que ha estado en los medios a causa del asesinato de su hija. También cree en grandes masas de tierra, en Eurasia como un concepto importante, algo que interesaba a Schmitt. Este creía que las potencias liberales, a las que odiaba, también eran lo que llamaba las potencias marítimas, y a estas oponía las potencias terrestres, China, Rusia, Alemania. Creo que atrae a esos partidarios de una idea de Eurasia, que, a partir de lo que Schmitt pensaba desde la Alemania nazi, veían el mundo angloamericano como el foco del resentimiento, el enemigo.
Señala el declive democrático de los últimos quince años.
¿Es optimista o pesimista sobre el futuro?
Está muy igualado. Creo que podría ir en cualquier sentido. No hay mucha evidencia de que el declive de la democracia, observado por organizaciones como Freedom House, se haya detenido. Pero los problemas que producen estos líderes fuertes son y serán más evidentes en lugares importantes, y de manera más obvia en Rusia. Putin cometió un error horrible al invadir Ucrania y no digo que eso vaya a terminar con su periodo en el poder, pero ha desacreditado su modelo. Al menos espero que lo haga. Putin tiene muchos admiradores en el mundo, incluyendo a Trump en Estados Unidos, Mohammed bin Salmán en Arabia Saudí, Duterte en Filipinas. Era el modelo para esos conservadores culturales que también son autoritarios. Si fracasa, el modelo también quedará desacreditado. Y Xi Jinping en China ha tenido un año muy malo. La política de covid cero ha sido un desastre. La economía china está ralentizándose de manera bastante drástica. Ha tenido algunos problemas internacionales. Está algo más débil, aunque no veo muchos indicios que nos hagan pensar que no sea nombrado como nuevo líder. Así que creo que el modelo del líder fuerte también está en apuros. Pero las democracias liberales no están ascendiendo. Será muy importante lo que pase en las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Si Trump vuelve, seguiremos en la era del líder fuerte. Si lo derrotan, sea Biden u otro republicano más convencional, quizá esa era termine, al menos en Occidente. Pero, como digo, muchas cosas dependen de lo que pase en esas elecciones. ~
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).