Fernán Gómez, un renacentista por necesidad

Fernán Gómez, un renacentista por necesidad

El director de El viaje a ninguna parte, de cuyo nacimiento se cumplen cien años en 2021, fue un creador polifacético y una de las figuras más singulares de la cultura europea del siglo XX.
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En 1980, Fernando Fernán Gómez (Lima, 1921 – Madrid, 2007) y Emma Cohen (Barcelona, 1946 – Madrid, 2016), que llevaban juntos desde los setenta, se dieron un tiempo, algo así como un año sabático del otro, según explicó Cohen. Entonces ella estrechó lazos con Juan Benet. La leyenda recuerda una carta de Fernán Gómez en Triunfo declarando su amor a Cohen y pidiendo que regresara a su lado. Lo que escribió Fernán Gómez en realidad fue un texto titulado “Autobiografía: el olvido y la memoria”, germen de sus estupendas memorias, El tiempo amarillo. Ese texto cubría siete páginas, donde contaba cosas sobre todo de su trabajo de actor. Se cerraba así: “A la vuelta a Madrid, mi compañera me abandonó. Aquí termina mi autobiografía. A partir de aquí empieza la de otro señor, ojalá me lleve bien con él.” Emma Cohen volvió con Fernán Gómez y el actor, escritor, director, miembro de la Real Academia de la Lengua Española, y casi todo lo que se puede ser en el mundo artístico, redactó sus memorias, en su edición más reciente, en Capitán Swing, con un prólogo de Luis Alegre.

El año Fernán Gómez comenzó en agosto y las celebraciones y homenajes van a ser diversos: la editorial Pepitas de Calabaza recuperó su primera novela, El vendedor de naranjas, con un epílogo estupendo de Aguilar y Cabrerizo; Blackie Books prepara El libro de Fernando Fernán Gómez, se va a reeditar el Diario de Cinecittà (Altamarea); su nieta y albacea Helena de Llanos prepara la película Viaje a alguna parte; Filmoteca española programó un ciclo de homenaje, y Galaxia Gutenberg ultima un volumen de inéditos.

Fernando Fernán Gómez nació en Lima el 28 de agosto de 1921, aunque fue inscrito unos días después en Buenos Aires: a su madre, cómica y sola, el nacimiento de su hijo le pilló de gira y siguió con ella, es de suponer, de Lima a Buenos Aires. Fernán Gómez hizo de todo y todo bien: escribió todos los géneros, teatro, cine, novela, poesía, artículos; dirigió en las tablas y en el cine; aunque quizá su faceta más conocida y admirada de manera unánime sea la de actor. Fue el rostro del cine español –y lo sigue siendo–, también la voz, y todavía pertenece a ese tipo de actores capaces de transmitir con el cuerpo de manera sutil pero inequívoca. Que conocía el oficio y lo amaba lo suficiente como para parodiarlo queda claro en El viaje a ninguna parte, que fue guion de radio, novela y película. Nació y se crio entre actores, era una salida natural la de hacerse actor, sobre todo teniendo en cuenta la necesidad económica. Pero en la última película en la que participó hacía de sí mismo: es la película-conversación La silla de Fernando, dirigida por David Trueba y Luis Alegre, en 2006, solo un año antes de su muerte. Cuenta muchas cosas ahí, y comparte algunas intuiciones que son ya clásicos: la idea de que en España no se envidia, se desprecia; ese momento en que dice que cree que es perfectamente posible la amistad entre un hombre y una mujer siempre que el hombre no sea él; su pasión por Marlene Dietrich, convertida en su ideal de mujer, etc. Habla de cuando alguien le llevó a enseñarle quién era su padre, y cómo luego este le prohibió que volviera por allí. Habla de que hasta el fin de la Guerra Civil él creía que era de derechas. Habla de que siempre fue un tímido, cosa que no está en absoluto reñida con la profesión de actor, al revés, explica: al actuar siempre sabes lo que va a responder el otro. Habla de lo que supone saber que ya no va a leer algunos de los libros que tiene. Y rechaza el ahorro: no sirve para nada, porque el futuro no está en nuestras manos, concluye. En otra grabación, un poco anterior, explica que podría haberse pasado la vida sin hacer nada en caso de haber nacido rentista. Y en otro lugar escribió –y recuperan Aguilar y Cabrerizo en el epílogo a El vendedor de naranjas–: “Yo siempre he creído, y desde los arranques de mi carrera tuve intuición clara de ello, que la vida en este país para profesiones como la mía era tan difícil que era muy importante multiplicar las actividades al máximo. Aparte de por un factor vocacional, ha sido este miedo y esta angustia el motor que me ha impulsado a la acción. La razón de que haya intentado escribir poesía lírica, teatro, novela, colaborar en los periódicos, y dirigir teatro, y dirigir cine y teatro, de hacer tantas cosas dentro de mi limitación, es porque creo que aquí hay como una especie de monstruo, de gran gato gigantesco que quiere siempre cazar al pobre ratón que somos los demás, y que cuantos más caminos tenga este ratón más fácil le resultará salvar su mismidad.”

Una de las cosas que explica en La silla de Fernando es que es un maniqueo, es decir, que cree de manera un poco inocente que el mundo es una lucha entre el bien y el mal, y que hay personas buenas y personas malas. Eso puede verse en algunas de las películas que firmó como director, que fueron una cuantas y desde muy temprano y hasta casi el final de su vida, pero esa faceta suya, como la de escritor, quedó eclipsada por la de actor. Aunque en el caso de sus películas como autor hay otras razones, que tienen que ver con la censura y con un cierto malditismo como director en absoluto buscado. Aguilar y Cabrerizo firman un estudio de su filmografía como director en la revista Dirigido por. Ahí recogen unas palabras de Fernán Gómez: “Un día me di cuenta de que desde que pisé el escenario habían pasado once años. Once años de personajes estúpidos, de películas casi siempre inocuas, de sueldos miserables, de hambre, de largas épocas de parada, de momentos –larguísimos momentos que no deben llamarse así– de desaliento, de desesperanza.” La oportunidad se presentó gracias a un parón en un rodaje de Aeropuerto, de Luis Lucía, que propició que el ayudante de dirección de esa película, Luis María Delgado, y Fernán Gómez se lanzaran a la dirección de Manicomio, aprovechando parte de los decorados mientras duraba el parón. Eso era en 1954. Diez años después de su debut como director llegó El extraño viaje, cuya trama estaba inspirada en una de las noticias de sucesos que ocupó las portadas de los periódicos y que en la tertulia del Café Gijón disparaba toda una serie de especulaciones. El extraño viaje es una de las obras maestras de Fernán Gómez, entre otras cosas por una mezcla de caricatura, retrato, historia de amor, tragedia y thriller. Pero tiene algunas otras virtudes que trascienden la trama, como el personaje de la guapa del pueblo, a la que acompaña siempre una melodía alegre en pantalla, o esa primera secuencia que funciona como retrato de la España asfixiante de la época en apenas unos segundos. De un año antes es El mundo sigue, otra de sus películas más redondas, que tiene como protagonistas a los miembros de una familia de clase trabajadora deseosa de ascender socialmente. Y cada cual lo intenta como puede: una hermana se ha casado con un ludópata, otra anda a la caza de un rico, el hermano se ha hecho cura. El gusto de Fernán Gómez por los pícaros no es ningún descubrimiento. Aguilar y Cabrerizo hablan en el epílogo de El vendedor de naranjas de su eterna aspiración de trasladar a otros terrenos la literatura picaresca. Lo hizo en la serie de televisión El pícaro, lo hizo en El viaje a ninguna parte, lo hizo en El mundo sigue y en El extraño viaje. Pero también El vendedor de naranjas es una actualización de la picaresca, que no es otra cosa que los esfuerzos por salir de la miseria económica. En su primera novela Fernán Gómez hizo una sátira de la industria cinematográfica. Puso de narrador a un escritor que vive de dar clases particulares y al que le llega un encargo para arreglar un guion de una película a punto de rodarse. El escritor ve en ese trabajo la posibilidad de salir de la precariedad y presume de esa oportunidad ante sus amigos en el Café Gijón. Las primeras señales de alarma no tardan en llegar, aunque el escritor prefiere no verlas: “Habíamos acordado Miró y yo que percibiría el primer tercio de mis honorarios siete días después de comenzada la película. Pero como ese día cayó en martes, me suplicaron que aguardase hasta el sábado, que era el día de caja. La cosa parecía de lo más normal, pero falló, porque, al no estar mi dinero en la previsión de la segunda semana, sino en la de la primera, se encontraron cuando me presenté a cobrar con que no tenían efectivo suficiente. Insinué que me pagasen con un cheque pero Miró me dijo que eso era imposible por una cuestión de sistema. Debía esperarme a la semana siguiente, que ya contarían conmigo en la previsión de fondos.”

Fernando Fernán Gómez fue un renacentista por necesidad; el dinero –la falta de él, en realidad– es uno de los temas de su obra. Para poder liberarse de la presión del dinero lo que hace falta es tenerlo; mientras llega, ocupa nuestra cabeza. ~

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