La transición a la democracia fue un proceso muy largo y accidentado, pero puede decirse a su favor que no fue fruto de un movimiento armado o de una gesta violenta. Nuestra transición fue pactada y negociada entre los distintos actores nacionales. Todos los que participaron en esa construcción lo hicieron movidos por un solo propósito; que México pasara de ser un sistema autoritario a uno democrático; que México pasara de ser el país de un solo hombre a una nación plural.
Ahora que al parecer se está cerrando el periodo de la transición, para dar paso a un nuevo sistema hegemónico no del todo definido, comienza a aparecer un conjunto apreciable de versiones sobre ese periodo. Para unos la historia arranca en 1968, cuando la sociedad tomó las calles y exigió diálogo público; para otros fue en 1977, con la reforma política de Jesús Reyes Heroles, que abrió la puerta a las minorías; o con las distintas reformas electorales que le siguieron a esa reforma. Para muchos se logró con la alternancia en el 2000. Para otros tantos la verdadera alternancia comenzó en el 2018. Una guerra de narrativas. Depende desde dónde se habla: desde una tribuna independiente o desde el poder.
Con el tiempo se irá completando el mosaico que integre, en su diversidad, una cierta unidad de sentido. Contribuyeron todos los flancos. Izquierdas y derechas, academia y medios, partidos y sindicatos, medios independientes e iglesias. Sus efímeras instituciones (el INE, el INAI, el IFT, el Coneval, la Cofece, la CRE y la CNH) están por desaparecer, no por ineficientes sino por no servir a los intereses del gobierno de centralizarlo todo.
¿La transición fue incruenta? En el PRI ocurrió un doble magnicidio y el PRD reclama que, en tiempos de Salinas, les mataron a más de doscientos militantes. Lo que sigue siendo un misterio, porque no se ha investigado a fondo la historia, es por qué la cúpula priista en el poder cedió abrirse a la competencia y arriesgarse a perder. Se habla de la presión de la oposición, pero esta no fue tanta: no hubo huelgas generales, ni manifestaciones multitudinarias, ni ataques terroristas a favor de la democracia. El PRI decidió abrirse por la conciencia interna de que ya no se podía más. De que había llegado el momento de competir democráticamente.
El periodo de la transición parece estar llegando a su fin. Las instituciones creadas para contener el vasto poder presidencial van a ser derruidas. No es el tiempo de contener al ogro sino de dejarlo suelto, de la mano del ejército. El panorama luce aterrador.
Tres actores y testigos de la transición democrática hablan para Letras Libres de su experiencia, de lo que los mexicanos creamos y de lo que estamos a punto de perder. Arturo Núñez Jiménez (exsenador por el PRI y exgobernador de Tabasco) fue uno de los artífices fundadores del IFE, luego INE; Germán Martínez Cázares (senador de la república) en su momento defendió, desde el PAN, el triunfo histórico de Felipe Calderón sobre Andrés Manuel López Obrador; Guadalupe Acosta Naranjo (exdiputado y expresidente del PRD) siempre ha estado vinculado a las causas democráticas. Desde sus respectivas trincheras nos hablan del legado de la transición democrática: qué es lo que teníamos y qué es lo que estamos a punto de perder. ~
Arturo Núñez Jiménez: “La transición logró trasladar la pluralidad social, religiosa, ideológica y política a una pluralidad partidista”
¿Cuáles fueron los logros de la transición democrática?
Un logro trascendente fue el haber permitido que aflorara, en el ámbito de los partidos políticos, la pluralidad de México. Pluralidad que siempre había existido, pero que en los años del partido hegemónico se había ocultado. México siempre ha sido plural aunque esto no se expresaba en pluripartidismo. La transición logró trasladar la pluralidad social, religiosa, ideológica y política a una pluralidad partidista incipiente, ya que no llegamos a tener un sistema realmente competitivo. A lo más que llegamos fue a configurar un sistema semicompetitivo. De los partidos actuales, el PRI y el PAN son anteriores a la transición; todos los demás –Morena, el Partido del Trabajo, el Partido Verde, Movimiento Ciudadano– son de nueva creación. Traducir esa pluralidad social y política en pluripartidismo fue un primer logro.
Antes habíamos tenido algunos momentos estelares de democracia electoral en nuestro proceso histórico. Los dos más visibles fueron la República Restaurada, con Juárez, y los Tratados de Ciudad Juárez, con Madero, que propiciaron la renuncia de Porfirio Díaz. Estos dos momentos estelares, gobernantes electos mediante votación pero todavía sin voto a las mujeres, tienen algunas características comunes. Primero, la fuente del poder legítimo, tanto de Juárez como de Madero, no es la elección, la elección fue solo la legitimación de hechos de armas. El triunfo de la República Restaurada y los Tratados de Ciudad Juárez legitimaron a dos caudillos que habían encabezado sendos movimientos armados. Otra característica es que fueron elecciones de voto indirecto, con muchas limitaciones. Esos fueron nuestros momentos estelares.
La transición logró, por vez primera, convertir la elección en una fuente legítima del poder. Eso implicó un cambio radical en nuestro sistema electoral, que a lo largo de nuestra historia siempre tuvo mala fama. En varias elecciones hubo momentos graves, ocurrieron matazones, hubo mucha ilegitimidad electoral. La Revolución mexicana no buscó legitimarse electoralmente con todo y que había partido del “Sufragio efectivo, no reelección” de Madero. La Revolución se legitimó con las políticas públicas reivindicativas establecidas en la Constitución: educación, reparto de la tierra, derechos laborales, separación entre Iglesia y Estado, rescate del subsuelo, el petróleo, la minería, pero no buscó legitimarse mediante elecciones. La transición logró por fin legitimar el poder por la vía electoral.
El proceso mismo de construcción de la transición fue negociado, se hizo en comisiones especiales creadas para reunir a los actores políticos, dialogar, establecer una agenda y discutir los principales retos a enfrentar y las posibles soluciones. Se logró también que nuestros actores políticos aprendieran a construir acuerdos, cosa que en nuestro siglo XIX no ocurrió. El país en ese entonces se dividió en dos y así se mantuvo hasta el porfiriato. Con la Revolución el poder se pulverizó, no en dos sino en un gran grupo de facciones cada una defendiendo a un caudillo. Empezaron a agruparse en torno a partidos, a considerar la elección como la fuente de legitimidad. El complemento obligado de la pluralidad es el diálogo, la negociación y el acuerdo. Si la pluralidad es una bendición para las sociedades, lo es gracias a que se complementa con diálogo, negociaciones y acuerdos. Sin estos componentes, la pluralidad es una maldición, ya que no hay posibilidad de darle dirección y rumbo a una nación.
La pluralidad es una gran aportación del liberalismo. Un logro de los mexicanos en los años de la transición. Fueron cambios sucesivos: la reforma de don Jesús Reyes Heroles en 1977, luego la de 1986-87, la de 1989-90, la de 1993-94, la de 1996 y posteriormente la de 2003 para el voto en el exterior, la de 2007-08 para el modelo de comunicación política y la de 2014 que convirtió al IFE en INE. Esas aportaciones fundamentales permitieron que la pluralidad aflorara y se tradujera en pluripartidismo, que la fuente de legitimidad fuera la elección, que los actores políticos aprendieran a construir acuerdos y a negociar. Si se revisan esos años de transición, con todas las insuficiencias que pudo haber tenido, y claro que las tuvo, nunca hubo una crisis grave que pusiera al país en riesgo. No tuvimos, como en España, un incidente como el del coronel Tejero, que quiso dar un golpe militar. Nuestra transición transcurrió en una secuela de reformas en donde cada reforma se convertía en el pie para la siguiente. Así se fue perfeccionando el sistema electoral en su conjunto.
Una verdadera revolución de terciopelo. ¿No crees que son también logros de la transición la apertura de los medios de comunicación, la reforma judicial que se operó en la segunda mitad de los años noventa y la creación de los órganos autónomos que contienen o limitan el poder ejecutivo?
Hay que tomar en consideración la simultaneidad de la transición democrática con el cambio de modelo económico del régimen de la Revolución mexicana, que transitó del nacionalismo revolucionario al neoliberalismo. Coincidentes en el tiempo, transición democrática y transformación del modelo económico generaron muchísimos cambios. Para empezar: la disminución del poder presidencial. El presidente dejó de nombrar a los directores de ciento veinte organismos paraestatales, disminuyó su capacidad de nombramiento. Antes el presidente le metía mano al banco central porque este no tenía autonomía. La primera autonomía importante fue la del Banco de México, la segunda la del IFE. Cada una tiene su propia historia. La autonomía del IFE surgió de la necesidad de quitarle al gobierno el control del aparato electoral y dárselo a un órgano autónomo. Por un lado, se redujo el poder del presidente; por otro, el cambio en la correlación de fuerzas, al surgir nuevos partidos y tener nuevos resultados electorales, generó el cambio de régimen.
Un cambio de régimen puede venir por un hecho extraordinario –una revolución, un golpe de Estado–, pero también gracias a un cambio en la correlación de fuerzas en el Congreso. Puede venir de un acuerdo pactado entre las fuerzas políticas que operan en ese momento en el país. La transición mexicana mezcló, por una parte, el cambio en la correlación de fuerzas, que venía desde Reyes Heroles, y la representación proporcional. El politólogo Dieter Nohlen lo dice con precisión: el sistema electoral influye en el sistema de partidos y el sistema de partidos influye, recíprocamente, en el sistema electoral, y ambos en el sistema de gobierno. Para nosotros, en un momento de nuestro proceso histórico, el sistema electoral se convirtió en la variable independiente. Al cambiar el sistema electoral se fue cambiando el sistema de partidos, y al cambiar la correlación de fuerzas entre el sistema de partidos se cambió el sistema de gobierno. Pasamos por muchos cambios que fueron modificando la correlación de fuerzas entre los poderes: la nueva correlación en las cámaras, por ejemplo. Al punto de llegar al gobierno dividido entre la mayoría en el Congreso y el ejecutivo. La prensa se va abriendo por la presión de la sociedad, ya no quieren que sea, como decía Emilio Azcárraga, soldada del presidente. Además, el cambio de modelo económico, al quitarle al gobierno muchas de sus funciones, fue generando el desarrollo del sector empresarial, con algunas deficiencias. Se formó lo que se conoce como “capitalismo de cuates”. Eso se fue modificando. La globalización orilló al Estado nacional a cumplir algunas reformas pactadas, en derechos humanos, propiedad intelectual y comercio, y otras salvajes, como los mercados financieros desregulados.
Un elemento muy importante de la transición se da cuando el presidente deja de tener el control total sobre su partido, ejemplificado esto con la frase “me voy a cortar el dedo”, que significaba que Zedillo no iba a elegir a su sucesor. Fue un suceso extraordinario porque daba pie a cierta autonomía dentro del PRI…
Existe una disputa por la transición. No solo la que pone en cuestión si hubo o no hubo transición, sino también la que intenta determinar quién es el dueño de la transición. Hay quienes sostienen que gracias a las oposiciones se hizo la transición, otros dicen que fue promovida desde el gobierno. Fui un actor en alguna parte del proceso. Hubo merecimientos de las dos partes. La transición contó con la buena disposición del gobierno y del PRI, sin la cual no hubiera sido tan tersa y tan fácil. Con todo y que se llevó muchos años. El PRI seguía manteniendo la mayoría en las cámaras, pero se fue tomando conciencia de que su concentración de poder ya no podía continuar. López Portillo había dicho: “soy el último presidente de la Revolución mexicana”. En sus memorias, Miguel de la Madrid llama a esto “cambio de rumbo”. Para algunos él es el primer presidente neoliberal. Personalmente, no lo creo. De la Madrid se formó en el nacionalismo revolucionario. Sus libros sobre la Constitución hablan de la tradición del régimen de la Revolución mexicana. Sin embargo, las condiciones objetivas en las que recibe al país –en específico, la crisis de la deuda– llevaron a De la Madrid a tener que asumir el cambio de paradigma. Coincidió con la llegada de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, de Paul Volcker a la Reserva Federal y con Deng Xiaoping aceptando aquello de que no importa de qué color sea el gato, lo importante es que capture ratones. Los neoliberales entran al gobierno con Salinas y Zedillo. De la Madrid hizo una reforma para establecer la rectoría del Estado, pero como presidente le tocó aceptar la victoria del mercado. Se trató de un problema de realidades, no de orientación ideológica. No pretendo hacer la defensa de De la Madrid, pero, si hacemos un diagnóstico correcto de lo que nos ocurrió, vamos a tener claridad para los retos del presente y del porvenir del país.
Salinas asentó el presidencialismo, quitó muchos gobernadores. En ese sentido Salinas asentó el presidencialismo en plena transición. Quien lo atenúa es Zedillo, porque no se sentía identificado con el PRI, tenía incluso hasta cierto rechazo. Pidió establecer la sana distancia. Le apostó al cambio democrático. Lo hizo por convicción, pero también por necesidad objetiva. Luego del mal manejo de los tesobonos, de la crisis del error de diciembre, del vaciamiento bancario y el Fobaproa, había que darles respuestas políticas a los mexicanos. La economía había caído 7% del PIB. Como subsecretario de Gobernación me tocó ser el bombero de la república. Había broncas de todo tipo: el movimiento de las carteras vencidas, etcétera. Sin quitarle mérito al presidente Zedillo, como demócrata, me parece que las circunstancias de orden económico lo obligaron a acelerar el proceso del cambio político.
La transición quedó inconclusa, ¿cuáles fueron sus insuficiencias?, ¿cuáles los errores que se cometieron?
Cuando, en 1997, fui diputado federal en la LVII Legislatura, me tocó enfrentar por primera vez la pérdida de la mayoría absoluta del PRI. Ese año Muñoz Ledo encabezó el bloque opositor. Un momento muy tenso se dio en la instalación de esa legislatura. Comprobé que nuestra transición se obsesionó con la modificación de las reglas de acceso al poder (las electorales), sin poner el mismo énfasis en las reglas de ejercicio y de control del poder. Aquello que sucede una vez que tomas el poder. Cuando ocurrió la alternancia, en el 2000, cuando el PAN sustituye al PRI, luego de 71 años de priato, descubrimos que el presidente no era el todopoderoso que nos habíamos imaginado. Buena parte de su fortaleza venía de lo que Jorge Carpizo había llamado “las facultades metaconstitucionales”. No se las daba la Constitución, se las daba su condición de jefe de la clase política priista. Al perder la condición de jefe de la clase política, el presidente perdió muchísimo poder. Giovanni Sartori dijo que México pasó del hiperpresidente al hipopresidente. Comenzamos a descubrir que el presidente mexicano no tenía las facultades que sí tenían el resto de los presidentes latinoamericanos. La iniciativa preferente, por ejemplo; el calendario apropiado para no estar al borde del abismo cada 31 de diciembre, para tener listo el paquete de ingreso/gasto; la pregunta parlamentaria; una serie de instrumentos que dentro del presidencialismo se habían venido adoptando en América Latina. Aquí no contábamos con eso.
¿Fue entonces una insuficiencia institucional, no personal?
No se les prestó la debida atención a las reglas del ejercicio del poder. Lo vivimos en la Cámara de Diputados, abrimos la puerta para que la pluralidad de México entrara y entró. Pero ya adentro nos encontramos con que el reglamento establecía que el partido hegemónico tenía prioridad en el uso de los baños. Ya no había partido hegemónico. No se pudo constituir la Gran Comisión, el órgano de gobierno de la cámara. Cambiamos las reglas de acceso, pero no cambiamos los reglamentos de ejercicio de la ley, de cómo ejercer el poder. Era natural que así ocurriera. Algunos critican, con la ventaja del paso del tiempo y de que conocen el desenlace, que, en lugar de construir un sistema de partidos, se construyó una partidocracia. Otros querían que se creara la figura del candidato independiente. Pero habría sido un salto suicida, pasar de un partido hegemónico a candidatos independientes era un verdadero salto de la muerte. De ganar, a lo mejor podía integrar gabinete, pero con qué aliados iba a gobernar en el Congreso, con qué diputados, senadores, con qué apoyos en los congresos locales, en las gubernaturas. Me rehusé muchos años a que hubiera candidatos independientes. La idea era transitar de un sistema de partido hegemónico a un sistema de partidos competitivos, y luego, de manera gradual, empezar con municipios, los estados y, finalmente, la presidencia. Esto nos llevó a fortalecer el sistema de partidos, a los que les dimos un financiamiento generosísimo. Nuestro razonamiento fue el siguiente: había que transparentar el financiamiento del PRI, había que darles equidad a los otros competidores y había que reducir la tentación del dinero ilícito, particularmente el del narcotráfico, que ya tenía una presencia notable en el país. No logramos cumplir todas las metas. Hay quienes dicen que, por haberles dado tanto dinero a los partidos, estos ya no se preocuparon por los militantes, se desvincularon de la sociedad. Me parece exagerado. La crisis de los partidos ocurre en todo el mundo. Los grandes partidos han desaparecido, como es el caso del Partido Comunista de la Unión Soviética, del partido peronista, qué decir del Partido Comunista Francés, del Partido Comunista Italiano… La crisis del sistema de partidos, que probablemente tenga en parte que ver con el financiamiento público, es un problema muy complejo.
Se dice que la democracia no resolvió los grandes problemas sociales, como el de la pobreza y la inseguridad. Que la gente prefiere un gobierno que resuelva de una manera inmediata sus problemas. Eso rebasa las atribuciones propias de la democracia.
Durante muchos años el tema recurrente en México fue el del reparto agrario. Más tarde, al concepto de reforma agraria, le añadieron un proceso de redistribución de la riqueza, le empezaron a meter cuestiones como el riego, los fertilizantes. Sobre el concepto de reforma agraria se montó todo lo relacionado con la política de fomento agropecuario. El proceso nunca terminaba, cada vez le ibas agregando más. A la reforma agraria la llenamos de una suma de muy diversos ingredientes. Lo mismo pasa con la democracia. Le cargamos todo. La democracia es responsable de todo. Por eso mismo la pregunta de Latinobarómetro me parece tramposa. ¿Usted prefiere un gobierno autoritario pero que le resuelva lo económico o un gobierno no autoritario aunque no le resuelva lo económico? Es un planteamiento muy dirigido. Se le comienza a cargar a la cuenta de la democracia la desigualdad social, la inseguridad pública, etcétera. Esas son políticas públicas del sistema de gobierno, no tareas de la democracia. De acuerdo con Norberto Bobbio, la democracia es el procedimiento para elegir y tomar decisiones trascendentes en una sociedad. Enrique Krauze hizo época con su artículo “Por una democracia sin adjetivos”. En aquel contexto tenía razón. La Revolución mexicana hablaba de democracia social, no de democracia electoral. Carlos Pereyra escribió un artículo en el que decía que la democracia siempre es política, representativa y directa. Los populismos de hoy reivindican la democracia, que el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, ha llamado iliberal. Orbán afirma que lo único que hay que reivindicar de la democracia es el principio de mayoría. Vamos descubriendo que la democracia sí tiene otros adjetivos, que la democracia es liberal, porque defiende a todas las minorías, para que no opere lo que Alexis de Tocqueville llamó la tiranía de la mayoría. La democracia tiene otros criterios. Además de tener el principio de mayoría, tiene derechos y protección a las minorías. Que no sea el número el que decida, sino la Constitución.
La mayoría un día puede decir: “Vamos a fusilar a todas las minorías. Levanten la mano los que estén de acuerdo.” Eso no es democracia, la democracia debe proteger las garantías individuales, a las que llamamos derechos humanos. La democracia es representativa, no plebiscitaria. La democracia directa ya no es posible ante el tamaño y la complejidad de las sociedades contemporáneas. La democracia es constitucional porque implica división y control de poderes. La democracia tiene una serie de calificativos. El populismo nada más quiere quedarse con el principio de mayoría. La democracia tiene otros muchos ingredientes. La política es, al final de las cuentas, la que responde por todo.
La Revolución mexicana comienza con el “Sufragio efectivo, no reelección”. Había muchas cosas que criticarle al porfiriato, pero lo que llamó la atención y aglutinó a todos, la causa de causas, fue la política. La política debería liderar los procesos sociales. Era la responsable de todo y en ese sentido la democracia política debía responder por la igualdad social y por la seguridad pública. Hoy sabemos que la política ya no es la tutora del proceso social, que este pasó a manos de la economía. Eso es parte de la innovación que trajo el neoliberalismo. No tiene que ver con quién manda a quién, si la política a la economía o la economía a la política. La política ha perdido su rol relevante de tutor del desarrollo social, no puede responder por lo que genera la economía. La economía está tutelando los procesos sociales, se le cargan a la política y a la democracia cosas para las que ya no tienen capacidad de responder. Esas causas externas explicarían el fracaso de la transición democrática mexicana, o su cancelación, o su suspensión. Estos factores influyeron, pero no fueron la causa determinante de la transición. Esta provino de la propia política. El contexto social y económico y cultural pudo haber ayudado, en un sentido o en otro, pero yo no le atribuyo causas ajenas a la política.
¿Qué es lo que debemos preservar de la democracia?
La pluralidad, la tolerancia, las garantías individuales o derechos humanos, la división de poderes, la protección y representación de las minorías. Todo lo que se ha construido. Hay algunas cosas que requieren ajustes, sin duda. Comenzamos diciendo: la democracia es el gobierno de la mayoría, pero no es solo eso. La democracia es el gobierno de la mayoría, con protección a las minorías. Como senador de la república tuve oportunidad de asistir, en Chipre, a una reunión del Consejo de Europa. El tema era los diferentes roles de la oposición en la democracia. Desde el clásico texto de Gianfranco Pasquino, La oposición, en el que describe las funciones de la oposición: oponerse, acreditarse como futura opción de gobierno y contribuir a la toma de decisiones presente. No siempre va a haber alternancias. La democracia implica el juego dialéctico de gobierno y oposición, pero no al punto de no colaborar en el sostenimiento del modelo democrático. ~
Germán Martínez Cázares: “Los gobiernos surgidos de la transición se contentaron con una democracia epidérmica”
¿Cuáles fueron los logros del periodo de la transición a la democracia?
Si por transición política mexicana entendemos el periodo de tiempo abierto en 1988, cuando se cayó y calló el sistema electoral mexicano –que se cierra en el año 2000 con el triunfo de Vicente Fox–, podemos decir que uno de sus principales logros fue el de derrotar el determinismo histórico priista de la supremacía del presidencialismo. Durante esa etapa comenzaron a eliminarse las facultades abusivas de poder que tenía el presidente de la república, aquellas que Jorge Carpizo llamaría “metaconstitucionales”. Se procuró derribar ese “logro” del partido de la Revolución mexicana de 1910 que fue la construcción de un monarca temporal. Con ello se empezó a resquebrajar el “porfiriato sexenal”, como diría José Vasconcelos.
El comienzo de esa transición quedó fijo en la foto de Rosario Ibarra, Manuel Clouthier y Cuauhtémoc Cárdenas afuera de la Secretaría de Gobernación, donde se alojaba el artífice del fraude electoral de 1988. La fuerza de esa imagen estriba en reunir esas tres historias personales y políticas distintas; reconocer “al otro”, como teorizó Lévinas, frente a un régimen que ignoraba al distinto. A partir de entonces, no fue “antinacional” ni “antipatriota” disentir de la voz que controlaba vidas y patrimonios de la nación. El país empezó a hablar de “diálogo”; se reconoció como un país diverso. Comenzó a admitir que la bandera nacional no era el logo del PRI, que la derrota electoral (en municipios y después en gubernaturas) no era peligro sino oportunidad, y que el acceso al poder no dependía del dedazo del presidente, sino de la voluntad general expresada en las urnas con reglas construidas entre todos. Carlos Castillo Peraza le llamó a aquel comienzo “victoria cultural” con justicia histórica, porque ese fue el sueño de muchos mexicanos. Menciono a cuatro panistas: Adolfo Christlieb Ibarrola, Luis H. Álvarez, Rosario Alcalá (primera candidata a gobernadora de Aguascalientes en 1962) y la michoacana Delfina Botello (candidata a alcaldesa de Tacámbaro en 1947). Ellos y otros mexicanos de izquierda, como Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Arnaldo Córdova, o los sinarquistas Ignacio González Gollaz y Gumersindo Magaña, soñaron esa transición: el logro también fue de ellos.
¿La transición quedó inconclusa? ¿Cuáles fueron sus insuficiencias?
La transición inconclusa, en sí misma, no es mala cuando delata insatisfacción permanente, dinámica en movimiento, compromiso invariable, “brega eterna” (Gómez Morin) que no tiene fecha fija con la historia, sino cita diaria de cumplimiento con el deber cívico. La insuficiencia no es defecto y hasta puede ser cualidad si se le toma como la oportunidad de un “volver a empezar imparable”. Alexis de Tocqueville, en su famoso discurso ante la Academia de Ciencias Morales, utilizó un concepto de Madame de Sévigné, grand recommenceur, que explicaría ese “recomenzar siempre”, esa realidad imparable de compromiso con los asuntos públicos. Rebelarse sin tregua contra el statu quo, como lo planteó Albert Camus en El mito de Sísifo y El hombre rebelde.
Tocqueville nos ayuda también a entender las consecuencias de no haber edificado una “democracia fuerte”. El principal fracaso también fue cultural. No se fortaleció la virtud cívica del ciudadano, ni se alentó el sentimiento de libertad, nos contentamos con edificar una democracia liberal que confundió la “elección de gobierno” con la “elección en consumo”. La expansión del capitalismo y la globalización no avanzó al mismo ritmo en la construcción de una democracia plena. La libertad y la igualdad, cimientos de una república, se descuidaron. Los gobiernos surgidos de la transición se contentaron con una democracia epidérmica, no cardiológica. Su “insuficiencia” consistió en gastar todo el esfuerzo social en construir reglas de acceso al poder, autoridades imparciales, IFE-INE, tribunales, credencial con foto, tinta indeleble, etcétera, dejando de lado lo sustantivo de la democracia: el incremento en las capacidades del ciudadano y del Estado, en salud, seguridad y educación, para que las personas pudieran inhibir la centralización despótica que ahora padecemos en México.
Dejamos de cultivar hábitos del corazón que alimentan la necesidad de libertad, hábitos de la mente que nos llevan a razonar la igualdad. Las insuficiencias de la transición permitieron el “despotismo suave” del Estado, cuando la meta debió ser el “paternalismo libertario” que sustentó Cass R. Sunstein. Ejemplos concretos: durante la transición nunca hablamos –o lo hicimos con tibieza– de la participación de utilidades por parte de las empresas, de una reforma fiscal que redistribuyera el ingreso, de una oferta educativa de calidad, de innovación tecnológica y apoyo a las universidades públicas, de apertura comercial ordenada y justa, de cuidados de la identidad cultural mexicana, de control (no censura) de los medios de comunicación, de una apuesta eficiente y organizada por la seguridad social.
Se afirma que la democracia como sistema de gobierno en México está dando paso a un nuevo sistema autoritario, ¿qué debemos preservar de la democracia?
México vive un despotismo democrático. Al parecer, el gobierno federal quiere súbditos o, peor, clientes: acreedores del Estado. El sistema despótico –construido por el PRI y no abolido por el PAN– que perfeccionó el obradorismo se alimenta del egoísmo individualista que fomenta el mercado sin límites. Un mundo obsesionado por satisfacer los placeres materiales de manera inmediata. El obradorismo dio respuesta a ese mundo con dinero público sin control y sin sustentabilidad. Los llamados “apoyos sociales” entregados a la población, sin metas, evaluaciones y transparencia, sin garantía de movilidad social, promueven la prostitución electoral. Alientan otras fuentes de financiamiento de las campañas para colmar esa demanda, como los recursos provenientes del crimen. Quieren en los puestos de mando socios, no autoridades.
Otro riesgo del despotismo democrático estriba en convertir el debate político en espectáculo mediático, en el que se alimenta la discordia, la frase rápida y ligera, y se desdeña el diálogo socialmente útil. Con ello el ciudadano se debilita; se transforma, no en cliente sino en mero espectador, que vale apenas porque forma parte de una “masa-audiencia” (José Ortega y Gasset/Shoshana Zuboff) que solo rentabilizan. Sustituir razón por simpatía puede entretener y generar grandes audiencias para vender productos o servicios, pero ello no estructura una política pública o leyes que amplíen las capacidades del Estado y del individuo para vivir en un espacio común fuerte.
México está en riesgo (digo esto cuando el régimen morenista quiere elegir popularmente a todo el poder judicial y para lograrlo quiere obtener el control mayoritario del Congreso). La nueva presidenta al parecer tendrá una Constitución tan elástica como ella quiera. Los grandes factores de poder serán los militares, la poderosa delincuencia organizada, algunos intereses empresariales y el poder de los Estados Unidos de Norteamérica.
Queda la lengua, diría Hannah Arendt –mientras no nos la corten, agregaría Elias Canetti–. El gobierno actual parece que desea regresar al México priista de una sola voz, pero todavía nos quedan letras y voces libres para dar testimonio permanente de pluralidad y poder; y desde ahí, reconstruir nuestra democracia.
La principal lección que nos arrojan estos años es la de reconocer que las repúblicas mueren (Edward Jay Watts), que las democracias se suicidan (Claude Julien). Para evitarlo hace falta aceptar, desde la libertad, el cargo vital forzoso de atender la cita individual continua e incesante que tenemos con la casa común, con la salud de la república mexicana. ~
Guadalupe Acosta Naranjo: “Vivimos un nuevo fenómeno de reconcentración del poder, más agudo que el que teníamos en el pasado”
¿Cuáles fueron los logros de la transición a la democracia?
Tuvimos una transición a la democracia muy lenta, en distintas etapas. No fue un Pacto de la Moncloa, mediante el cual se hizo la refundación democrática de España. Aquí ocurrió a través de distintas reformas sucesivas. Comenzó con la reforma de Jesús Reyes Heroles en los setenta, después el 88, el 91 y en 96 se hace una gran reforma. Eso fue ayudando a pasar de un país monocolor (todo un país gobernado solo por el PRI, los 32 estados de la república, la inmensa mayoría de los municipios, la Cámara de Diputados y el Senado) a un país teñido de diversidad. Me parece que es el mayor logro de ese largo proceso. Se fueron creando contrapesos institucionales al poder ejecutivo, órganos autónomos que vigilaban la actuación de puntos neurálgicos del gobierno de la república. Ese proceso fue sirviendo para el acotamiento institucional del presidencialismo. La presidencia acumulaba mucho poder legal, pero también metaconstitucional. Hoy estamos arribando a una etapa donde el poder se está reconcentrando brutalmente. Nos dirigimos a un sistema que todavía no alcanzo a discernir. No sé exactamente lo que se está construyendo. No es la regresión autoritaria, no es la regresión a los años setenta, es algo diferente, mucho más autoritario y antidemocrático.
La transición quedó inconclusa, ¿cuáles fueron sus insuficiencias, a la luz de lo que vivimos ahora?
Construimos un sistema imperfecto de partidos. Durante casi siete décadas hubo un partido hegemónico: el poder del Estado estaba detrás de él. Ese partido fue sustituido por tres décadas de pluripartidismo, en el que hubo tres alternancias. Ganó el PAN, recuperó el PRI y luego ganó Morena. Ahora estamos viviendo algo inédito. No es una restauración de los viejos tiempos del PRI. Con el PRI el poder era sexenal, hoy asistimos a la creación de un poder transexenal. Durante el priismo el presidente lo era también del partido por un sexenio, tenía fecha de caducidad. Hoy el partido oficial tiene dueño, que lo es desde antes de que fuera presidente y lo seguirá siendo después de que deje de serlo. Vivimos un nuevo fenómeno de reconcentración del poder, más agudo que el que teníamos en el pasado.
¿Faltó una pedagogía democrática para inculcarles a los más jóvenes los valores de la democracia?
No hubo una apropiación colegiada de los valores democráticos, como valores fundacionales de una república y del sistema de partidos que sustituyó al partido hegemónico. En el 2000, cuando comenzó a haber alternancia, había varios partidos políticos. Ese sistema no se consolidó, los partidos no se democratizaron a sí mismos. Eso derivó en la creación de cúpulas de poder. A esos partidos les faltó crear instituciones democráticas, pues fueron secuestrados por sus cúpulas dirigentes y eso los debilitó. Hoy están a punto de desaparecer para dar paso a la construcción de un nuevo partido hegemónico.
¿Qué valores de la transición debemos tratar de preservar?
Debemos conservar la pluralidad. Debemos construir una república que conserve valores democráticos. En las urnas Morena obtuvo, para la integración del Congreso, el 55% y la oposición el 45%. La pluralidad ahí está, en la sociedad. La intención del partido gobernante es negar esa pluralidad. O sea, el 55% de quienes votaron en esta elección, que a su vez son apenas un 60% de todo el padrón electoral, se cree dueño de la verdad, se cree dueño de la república. Quiere construir el país a imagen y semejanza del partido en el poder y de su líder en el poder. Tratan de borrar la pluralidad que existe en la sociedad. Quieren borrar de golpe y porrazo a 23 millones de votantes. Quieren cambiar el diseño constitucional para construir uno radicalmente nuevo. Que todo el poder lo concentre el partido gobernante. La Corte ya no será reflejo de un poder independiente, ahora va a ser una planilla que va a impulsar a quienes hoy son mayoría. Hoy, el 55% se quiere apoderar de toda la Corte. Esto es un ataque brutal a la democracia. Están a punto de conseguirlo, de muy malas maneras.
¿Cuáles cree que sean las siguientes metas del grupo gobernante?
Con la sobrerrepresentación y el asalto al poder judicial, no hemos puesto mucha atención en la desaparición de todos los órganos autónomos que regulaban al poder ejecutivo. Quieren desaparecer los organismos que regulaban las telecomunicaciones y la competencia económica. Están pasando al ejército todo lo que es seguridad interior. Van a desaparecer la representación proporcional, van a dejar puras mayorías. Se van a apoderar del órgano que hace las elecciones. ~