Vargas Llosa entre nosotros

La relación de Mario Vargas Llosa con México fue amistosa y cercana. Aquí hizo grandes amigos, protagonizó comentadas rupturas y sostuvo polémicas acaloradas. Pero, sobre todo, estuvo cerca de tres revistas mexicanas: Plural, Vuelta y Letras Libres. Una amistad literaria que nos honra.
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No sé si ser latinoamericano es una bendición o una maldición o ambas cosas. Estamos en el mundo pero a la vez no estamos. Somos Occidente pero de una manera excéntrica. Hay latinoamericanos que han tratado de salir de su condición local y son universales. Pocos lo han logrado. El Inca Garcilaso de la Vega y sor Juana Inés de la Cruz fueron apreciados en España. Durante el siglo XIX solo lograron hacerlo unos cuantos, por sus armas más que por sus letras. Rubén Darío estuvo en París pero París no se dio cuenta de que ahí estuvo Rubén Darío; en España fue admirado por pocos y repudiado por muchos. Los latinoamericanos nunca dejaron de mirar hacia Europa, como los gatos ven hacia la luna en la azotea. El siglo XX nos regaló a varios latinoamericanos universales. Pablo Neruda, sin duda. Octavio Paz, definitivamente. Podemos agregar a la lista a Mario Vargas Llosa, peruano universal, que de adolescente leía novelas francesas y de mayor formó parte, el único en lengua española, de la Academia Francesa, en donde ocupó el lugar 18 que durante algún tiempo fue el de Alexis de Tocqueville.

A los veintiséis años este peruano universal visitó México por vez primera como corresponsal de Le Monde. Aquí trabó fuerte amistad con José Emilio Pacheco, de quien reseñó Los elementos de la noche, su primer libro de poemas. Poco después, en una fiesta, conoció a Carlos Fuentes; pese a ciertas fricciones políticas, conservaría su amistad toda la vida. No sé si fue Pacheco o Fuentes, o su gran curiosidad, lo que lo llevó a escribir un breve y sustancioso ensayo sobre Alfonso Reyes, a los diez años de su muerte (Presencia de Alfonso Reyes, FCE, 1969). Vuelvo a 1962. Estaba en México cuando su periódico le avisó que debía trasladarse de inmediato a Cuba. El motivo: la crisis de los misiles, un momento delicadísimo para la humanidad. Allá fue Vargas Llosa a cubrir la noticia. Allá se quedaría por un tiempo. Lector infatigable de Sartre, quería ser un “escritor comprometido con su tiempo”. Borges lo ha dicho: no hay forma de que un escritor no esté comprometido con su tiempo. Vargas Llosa en Cuba se enamoró de su Revolución, de sus razones, de su antiamericanismo arielista. Y enamorado de la gesta cubana continuó durante varios años. No lo desilusionó Fidel Castro y su discurso “dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada”. Ni el Che Guevara y sus matanzas sumarias. No lo desilusionó la forma en que el Che, flamante ministro de Economía, destrozó la economía cubana (que hasta ahora, sesenta años después, no ha podido enderezarse) al intentar sustituir el cultivo de caña de azúcar por una industrialización forzada.

En 1967, a raíz del escándalo provocado por el maltrato de las autoridades cubanas al poeta Heberto Padilla, la fe de Vargas Llosa en la Revolución cubana comenzó a resquebrajarse. También en 1967 recibió el Premio Rómulo Gallegos y lo coronó con un gran discurso: “La literatura es fuego”. Es muy conocido lo que hubo detrás de ese fuego. Venezuela era un país opuesto a la Revolución. El gobierno cubano le pidió a Vargas Llosa que donara el premio a la lucha del Che Guevara. En Londres Alejo Carpentier se entrevistó con Vargas Llosa para proponerle un trato sucio: dona el monto del premio al Che y nosotros por debajo del agua te devolvemos el dinero. Vargas Llosa, por supuesto, se negó a aquel arreglo. La desconfianza hacia el mando cubano se fue haciendo cada día mayor, hasta que finalmente, a principios de los años setenta, se rompió del todo cuando Vargas Llosa firmó, con un gran número de intelectuales, una carta en protesta por el encarcelamiento del poeta Padilla. Aunque rompió con la Revolución no dejó de abrazar el socialismo. Todavía en 1971 escribió en la revista Libre: “Que nadie se engañe: con todos sus errores, la Revolución cubana es, hoy mismo, una sociedad más humana y más justa que cualquier otra sociedad latinoamericana y defenderla contra sus enemigos es para mí un deber más apremiante y honroso que el de criticarla.”

Poco después, y ya libre de telarañas ideológicas, Vargas Llosa en 1973 se sumó a la lista de autores hispanoamericanos que colaboraron en Plural, la revista de Octavio Paz. Tres años después, en 1976, tuvo lugar otro momento determinante para el peruano: su ruptura con Gabriel García Márquez. Refiero la anécdota porque sucedió en México, frente a un cine, por motivos personales, no políticos. Un golpe directo al ojo de García Márquez, que fue a curar su herida al departamento de María Luisa “la China” Mendoza. Un golpe que terminaría abruptamente con una amistad de años. Vargas Llosa había sido de los primeros en reconocer la genialidad de Cien años de soledad al grado de dedicarle su tesis doctoral que luego convertiría en un libro: Historia de un deicidio, que ha vuelto a ponerse en circulación. Hace unos años el periodista Jaime Bayly resucitó el suceso y lo narró con toda la mala leche que pudo (en Los genios). El hecho es que Vargas Llosa continuó leyendo a García Márquez y el colombiano siguió leyendo al peruano. García Márquez escribió en 1975 El otoño del patriarca y con mayor fortuna literaria Mario Vargas Llosa publicó en el 2000 La fiesta del Chivo, novelas de dictadores. Prosa poética y fantástica la de García Márquez y de un estricto realismo la de Vargas Llosa. Uno, fascinado por el poder. El otro, narrador y cronista de la abyección del poder. Uno, admirador de Fidel Castro; el otro, de Margaret Thatcher. A ambos escritores les atrajo el poder como la miel a la abeja.

Vargas Llosa comenzó a publicar en Plural en 1973. Colaboró en la revista de Octavio Paz en ocho ocasiones: con un fragmento de Pantaleón y las visitadoras (n. 21), una reseña de un libro de Enrique Congrains (n. 26), una larga entrevista con José Miguel Oviedo (n. 32), un ensayo sobre Gustave Flaubert (n. 37), una nueva entrevista, ahora con Danubio Torres Fierro (n. 47), un gran ensayo, definitorio, sobre Camus: “Albert Camus y la moral de los límites” (n. 51), un artículo sobre la pintura de Fernando de Szyszlo (n. 55) y una reseña de Cómo leer en bicicleta de Gabriel Zaid (n. 57). Estos textos se pueden leer en la Biblioteca Digital Arte y Cultura del Grupo Salinas. En la reseña del futuro premio nobel sobre Zaid subraya el talante liberal, práctico y antisolemne de este autor. Vargas Llosa fue de los primeros en comentar extensamente un libro de Zaid, señalando su independencia y originalidad. Se publicó en el penúltimo número de Plural, un mes antes de que Echeverría orquestara el golpe a Excélsior. Octavio Paz y la plantilla de colaboradores de Plural, solidarios con Julio Scherer, decidieron poner casa aparte.

Esa casa sería la revista Vuelta. En esa revista Vargas Llosa publicó en treinta ocasiones. Reseñas sobre Borges (n. 20), Edwin Williamson (n. 120), Jean-François Revel (n. 148) y Enrique Krauze (n. 188). Semblanzas de Bataille (n. 38), Popper (n. 184), Cortázar (n. 195) y Paz (n. 259). Adelantos de libros: La guerra del fin del mundo (n. 59). Ensayos polémicos: “Historia de una matanza” (n. 81), “Carta a Günter Grass” (n. 117), “La revolución silenciosa” (n. 123), “Liberalismo y política” (n. 144) y “La tentación de lo imposible” (n. 223). Todos estos textos se pueden leer en el sitio web de Letras Libres. A lo largo de los años setenta Mario Vargas Llosa fue despojándose de sus resabios socialistas. Rompió definitivamente con Cuba. Un encuentro de liberales celebrado en Lima en 1979 terminaría por situarlo definitivamente en el ala liberal. En ese encuentro tuvo oportunidad de conversar con Friedrich Hayek, que lo impresionó profundamente. Luego tomó la decisión de pasar una larga temporada en el Woodrow Wilson Center, en Washington, donde leyó a los grandes clásicos del liberalismo, experiencia que detallaría en La llamada de la tribu. De 1979 en adelante, Vargas Llosa irá ahondando en su estudio del liberalismo. Fruto de esa inmersión será su larga denuncia del colectivismo y el fanatismo en forma de novela: La guerra del fin del mundo. Un adelanto de esta novela apareció en Vuelta así como varios alegatos, contundentes, sobre la política liberal. Fue liberal también su polémica con Günter Grass. Su elogio de Karl Popper, así como su ensayo sobre la economía liberal de Hernando de Soto, con el cual rompería más tarde. Vuelta fue el escenario en donde Vargas Llosa expuso con mayor claridad su nuevo credo liberal. En este sentido se entiende su entusiasmo por el libro Textos heréticos de Enrique Krauze, que reseñó extensamente en la misma revista.

Vargas Llosa fue candidato a la presidencia de Perú en 1990. Lo acompañó en su campaña Enrique Krauze y con un video desde México Octavio Paz. Meses antes, en Madrid, Octavio Paz y Fernando Savater habían tratado de convencer a Vargas Llosa de que desistiera de su intento. No lo lograron. Compitió y perdió contra Alberto Fujimori, que hasta el 2023 estuvo en prisión: político fraudulento. No sabemos qué hubiera pasado con Perú de haber ganado Vargas Llosa la presidencia de su país. Quizá lo hubiéramos perdido como escritor. Pocos meses después de su derrota, Mario Vargas Llosa participó en el Encuentro Vuelta, en agosto de 1990. He relatado en Letras Libres el desarrollo de su polémica intervención en aquel encuentro (“Sobre la dictadura perfecta”). El novelista contó su versión en “La dictadura perfecta” (Desafíos a la libertad, Aguilar, 1994).

Con motivo de la muerte de Octavio Paz, Mario Vargas Llosa escribió un magnífico ensayo no exento de crítica, tal como le hubiera gustado al poeta mexicano (“El lenguaje de la pasión”). Vargas Llosa continuó cerca de México a través de Letras Libres. En esta revista publicó artículos, ensayos, reseñas, semblanzas, adelantos de sus libros. Una intensa relación editorial. Letras Libres fue la casa editorial de Vargas Llosa, sitio donde siempre fue bien acogida su defensa del liberalismo y su talante liberal. Publicó en esta revista memorables ensayos sobre André Malraux, Isak Dinesen, Arthur Koestler, Graham Greene, Hans Magnus Enzensberger, Marcelino Menéndez Pelayo, Jorge Luis Borges, Ernest Hemingway, Antonio Tabucchi, Friedrich Hayek, el Inca Garcilaso, Saint-Simon, Charles Fourier, Gustave Flaubert, Miguel de Cervantes, José Ortega y Gasset, Jean-François Revel, Jorge Edwards, Octavio Paz, Giovanni Boccaccio, Victor Hugo, Raymond Aron y Miguel Ángel Asturias. Todos ellos se pueden leer en el sitio web de Letras Libres.

Vargas Llosa aportó a Letras Libres un gran impulso liberal. Una poderosa crítica de los dogmatismos. Una crítica del colectivismo y el estatismo. Fue un crítico feroz de Andrés Manuel López Obrador, y el tiempo le ha dado la razón. También publicó en Letras Libres el último de sus grandes relatos: “Los vientos”.

La relación de Mario Vargas Llosa con México fue amistosa y cercana. Aquí hizo grandes amigos (José Emilio Pacheco, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Enrique Krauze), aquí ocurrieron grandes rupturas (con García Márquez), aquí sostuvo grandes polémicas (sobre la “dictadura perfecta”), pero sobre todo Vargas Llosa estuvo cerca de sus revistas, de PluralVuelta y Letras Libres. Una amistad literaria que honra a esta publicación.

¿Cómo no recordar las palabras que Vargas Llosa dedicó a Letras Libres para agradecer el número que preparamos sobre la literatura que se escribía en Ucrania un año después de la invasión rusa? Escribió en ese entonces: “solo leo dos revistas semanales y mensuales, The Times Literary Supplement, para saber qué se escribe en el vasto mundo, y, en español, Letras Libres, que sale en México y en España. Estas dos últimas, creo, son las mejores revistas en nuestro idioma y aconsejo a los buenos lectores que no prescindan de ellas”.

Una de sus últimas colaboraciones en El País fue un enfático elogio de El peso de vivir en la tierra de David Toscana, novela que Vargas Llosa leyó y reseñó con entusiasmo. Honra también a esta casa editorial que David Toscana sea uno de sus colaboradores más asiduos. Sería magnífico que uno de estos días Enrique Krauze se decidiera a hacer pública la correspondencia que sostuvo con Vargas Llosa a propósito de su libro Spinoza en el Parque México.

Una revista es un conjunto de amigos que aman ciertas cosas con pasión y detestan otras, dijo Borges con otras palabras. Vargas Llosa fue amigo de México, amigo de su historia y de su literatura, fue un observador y crítico de su política, lector de sus mejores autores. Fue amigo muy cercano de Letras Libres. Vargas Llosa dejó el mundo mejor de como lo encontró gracias a sus extraordinarias ficciones. Pasó por México y aquí dejó con intensidad su huella. Mario Vargas Llosa estuvo entre nosotros, con nosotros. ~


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