Ilustraciรณn: Vicente Martรญ

Gun guys

La posesiรณn de armas es uno de los derechos que con mรกs celo defiende una buena parte de los estadounidenses. Baum ahonda en el peso cultural de esta aficiรณn y aporta elementos para un debate mรกs allรก de los maniqueรญsmos.
Aร‘ADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

La Segunda Enmienda de la Constituciรณn de Estados Unidos es un problema โ€“para mรญ, para el grupo antiarmas, e incluso para la Asociaciรณn Nacional del Rifle (NRA , segรบn sus siglas en inglรฉs)โ€“. En el texto, exasperantemente vago y de torpe puntuaciรณn y uso de mayรบsculas, se lee: โ€œUna Milicia bien regulada, siendo necesaria para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar Armas, no serรก infringido.โ€ Ninguna otra enmienda ha sido tan ininteligible como esta, y nunca nadie ha tenido idea de lo que sus redactores quisieron decir con ella.

Acadรฉmicos, abogados y polรญticos han discutido durante dรฉcadas sobre si la Segunda Enmienda confiere un derecho individual de poseer y portar un arma, o si su preรกmbulo la limita a un derecho colectivo del pueblo a organizarse, en caso necesario, como milicias reguladas. La controversia sobre la Segunda Enmienda se moviรณ por aรฑos en direcciรณn de la milicia colectiva. Hasta que se topรณ con Antonin Scalia. En 2008, Scalia redactรณ el fallo principal en el caso โ€œDistrito de Columbia contra Hellerโ€ con el que derogรณ la prohibiciรณn de posesiรณn de armas โ€“vigente en ese distrito federal desde hacรญa treinta y tres aรฑosโ€“, revocรณ un antiguo precedente y determinรณ que la Segunda Enmienda garantizaba el derecho individual a andar armado. Con una votaciรณn por mayorรญa de cinco contra cuatro a su favor, Scalia declarรณ que las prohibiciones en contra de las armas de fuego quedaban โ€œdescartadasโ€ en el distrito de Columbia. Un aรฑo mรกs tarde, en el caso โ€œMcDonald contra Chicagoโ€, el Tribunal extendiรณ el fallo de Scalia a todo el paรญs.

Ingenuamente esperaba que este momento fuera una oportunidad para sanar. El Tribunal habรญa โ€œdescartadoโ€ la prohibiciรณn de armas, asรญ que aguardรฉ a que la NRA y sus aliados abandonaran su demente campaรฑa alarmista โ€“segรบn la cual incluso la mรกs nimia regulaciรณn en materia de armas era un paso hacia el desarme forzosoโ€“. Tambiรฉn esperaba que el bando antiarmas reconociera que las reglas del juego habรญan cambiado y desistiera en sus intentos de privar a los ciudadanos de su derecho a tener armas. Iluso de mรญ.

La revista de la NRA, American Rifleman, advirtiรณ peregrinamente que, despuรฉs de Heller, โ€œnuestras libertades para poseer armas de fuego pueden correr mayor peligroโ€. Por su parte los ayuntamientos de Washington, D. C., y Chicago aprobaron leyes paradรณjicas, pues se adherรญan al pie de la letra a las decisiones del Tribunal al tiempo que hacรญan prรกcticamente imposible la posesiรณn de un revรณlver. El resultado fue predecible: ambos enfrentan mรบltiples demandas que no estรกn en condiciones de afrontar y que probablemente pierdan.

Los autores de la Segunda Enmienda la redactaron con torpeza para que fuera ratificada por estados en paรฑales hostiles entre sรญ. Asรญ, los perpetuos alegatos sobre el significado de dicho pรกrrafo han dependido, durante aรฑos, de los esfuerzos por adivinar quรฉ pensaban aquellos hombres de pelucas blancas cuando lo escribieron. Se han dedicado libreros completos a describir las condiciones polรญticas y econรณmicas de 1791, y la manera en la que los autores de la enmienda respondรญan con ella a esas condiciones. Mientras mรกs interpretaciones contradictorias leo y entre mรกs intento leer la mente de quienes escribieron ese pรกrrafo hace siglos, menos relevante me parece el ejercicio.

A falta de certezas sobre la intenciรณn de los autores de la Segunda Enmienda, los amantes de las armas, los gun guys, han inventado un panteรณn de autores sucedรกneos a los que, como ventrรญlocuos, han hecho decir las cosas mรกs descabelladas. Para muestra, este disparate ampliamente difundido y atribuido a Benjamin Franklin: โ€œLa democracia ha sido definida como dos lobos y una oveja haciendo planes para el lunch. La libertad es un cordero bien armado impugnando el voto.โ€ La cita no aparece en ninguno de los escritos de Franklin, y la palabra lunch no fue de uso comรบn sino hasta 1820, cuando Franklin llevaba treinta aรฑos muerto. Los gun guys a menudo citan a John Adams diciendo: โ€œLas armas en manos de los ciudadanos pueden utilizarse a discreciรณn individual para la defensa del paรญs, para derrocar a la tiranรญa o para la defensa privada del individuoโ€, cuando en realidad dijo exactamente lo contrario: que la propiedad privada de armas de fuego โ€œdestruye toda constituciรณn y deja postradas a las leyes, de tal modo que ningรบn hombre pueda gozar la libertadโ€. Pero probablemente a nadie le han embutido la boca con tantas pistolas como al pobre de Thomas Jefferson. Tengo particular predilecciรณn por una, que se encuentra en cualquier cantidad de carteles y camisetas en las ferias de armas, y que atribuye a Jefferson el mismo uso paranoico que los gun guys le dan a la tercera persona del plural, el siniestro ellos: โ€œLo bueno de la Segunda Enmienda es que no serรก necesaria hasta que intenten llevรกrsela.โ€ Puras tonterรญas.

La cantidad de citas inventadas oculta lo obvio. Los redactores de la enmienda no podรญan prever la existencia del AK-47 asรญ como no habrรญan podido prever que habrรญa afroamericanos y mujeres en las casillas de votaciรณn. No podรญan haber imaginado cรณmo la propiedad generalizada de rifles de asalto podrรญa afectar a ciudades cuya poblaciรณn es cuatro veces el total de gente que vivรญa en todo Estados Unidos en la รฉpoca en que se escribiรณ la Segunda Enmienda. Puesto que no tenemos forma de saber exactamente quรฉ querรญan los redactores, el desafortunado pรกrrafo no hace sino volver imposible la discusiรณn racional en torno a las polรญticas sobre armas.

Si buscamos motivos por los que los gun guys se aferran tan afanosamente a sus armas, sin duda debemos eliminar de la lista su lealtad expresa a la Segunda Enmienda. No es que no les guste; les gusta. Pero a pesar de sus alegatos, ninguno de ellos posee armas en su vida para cumplir con el que asumen que es su deber de protegerla y defenderla. Buena parte de la gente que repite hasta la saciedad la cantaleta de que no se debe infringir la Segunda Enmienda apoya la oraciรณn en las escuelas pรบblicas, desafiando asรญ la prohibiciรณn de la Primera Enmienda de establecer una religiรณn de Estado. Al mismo tiempo se oponen al cierre de la prisiรณn en la Bahรญa de Guantรกnamo โ€“una violaciรณn gigantesca de la Quinta, Sexta y Octava enmiendasโ€“ y estรกn dispuestos, en nombre de la guerra contra el terrorismo, a someterse a todo tipo de intromisiones fรญsicas y electrรณnicas en la Cuarta Enmienda. Lo que los gun guys aman no es tanto la Constituciรณn o a sus autores, sino a las pistolas. Yo no tengo ningรบn problema con eso. A mรญ tambiรฉn me encantan. Pero que no me vengan con golpes de pecho en nombre de James Madison.1

Quienes promueven un control mรกs severo de las armas de fuego han culpado, desde la dรฉcada de los setenta, al โ€œpoderoso cabildeo en favor de las armasโ€ y a esos polรญticos a los que The New York Times acusa de someterse ante la NRA para mantener una laxa legislaciรณn sobre armas en los Estados Unidos. Supongo que es mรกs cรณmodo imaginar al enemigo como un Goliat que juega sucio que enfrentar la realidad: la legislaciรณn sobre armas es laxa porque asรญ la quiere la mayorรญa de los estadounidenses.

Aunque la NRA nunca ha sido ni tan grande ni tan acaudalada como ahora, es, pese a todas sus bravatas, un jugador mediano para los estรกndares de Washington. Sus cuatro millones de miembros no superan a los de la Federaciรณn Nacional de la Vida Silvestre. Su grupo de presiรณn no cuenta entre sus filas con exmiembros del Congreso o funcionarios del gobierno. Ni siquiera distribuye mucho dinero. Las contribuciones de la NRA a candidatos al Congreso asciende a aproximadamente la mitad de lo que les aporta el sindicato de fontaneros, y ยฟcuรกndo fue la รบltima vez que los fontaneros obligaron a un polรญtico a agachar la cabeza?

La mayorรญa de los miembros del Congreso no necesitan del dinero ni de la presiรณn de la NRA para adoptar una postura a favor de las armas. Tanto ellos como sus electores ya estรกn convencidos. La agencia encuestadora Gallup ha consultado a los estadounidenses durante dรฉcadas sobre su opiniรณn acerca de un control de armas mรกs estricto; en veinte aรฑos, el apoyo ha caรญdo una tercera parte, hasta quedar en menos del 50%.

Por supuesto, los sondeos sobre el control de armas sufren de distorsiones dependiendo de quรฉ tanto les importe el tema a los encuestados. Los gun guys, a diferencia del resto de la poblaciรณn, piensan en sus armas โ€“y en los esfuerzos por quitรกrselasโ€“ todos los dรญas. Si el 90% de la victoria depende simplemente de โ€œhacer acto de presenciaโ€, los miembros de la NRA siempre ganarรกn la batalla sobre el control de armas.

Pero incluso si las cifras son imprecisas, la tendencia claramente muestra cada vez menos apoyo del pรบblico al control de armas. El gran descenso en el crimen desde 1989 probablemente explique esto en gran medida. La propaganda de la NRA quizรก haya contribuido tambiรฉn. Pero ademรกs hay una realidad incรณmoda: es casi imposible demostrar que las medidas que consideramos โ€œcontrol de armasโ€ salvan vidas. En 2005, el American Journal of Preventive Medicine examinรณ docenas de estudios sobre la efectividad del control de armas. En muchos casos los investigadores encontraron fallas en los estudios mismos. Aun asรญ el Journal estuvo dispuesto a emitir algunas frases declarativas respecto a ciertas medidas del control de armas. Por ejemplo: el registro de pistolas rara vez ayuda a la policรญa a resolver crรญmenes, porque solo en contadas ocasiones la gente comete un crimen con las armas que ha registrado. Las que matan son las pistolas robadas, o las armas que han estado en circulaciรณn clandestina tanto tiempo que habrรญan eludido cualquier registro. El registro nacional de armas largas de Canadรก consumรญa mรกs de sesenta millones de dรณlares al aรฑo, y dio tan pocos resultados prรกcticos que en octubre de 2011 el Parlamento votรณ por abolirlo. Las licencias para armas, la prohibiciรณn de ciertas clasificaciones (rifles de asalto, revรณlveres baratos de pequeรฑo calibre โ€“o โ€œSaturday Night Specialsโ€โ€“, etc.), periodos de espera, leyes โ€œde una pistola por mesโ€ y los requisitos de papeleo han arrojado resultados, como mucho, ambiguos. Normalmente no tienen efecto alguno. Sรญ, los crรญmenes con arma de fuego disminuyeron tras la aprobaciรณn de la Ley Brady… pero ya venรญan disminuyendo desde tiempo atrรกs. Si bien es cierto que Nueva York tiene una legislaciรณn estricta para el control de armas y, en la segunda dรฉcada del siglo xxi, un รญndice sorprendentemente bajo de criminalidad, Chicago tiene leyes aรบn mรกs estrictas, y muchos crรญmenes violentos. El crimen con arma de fuego es prรกcticamente inexistente en Vermont โ€“que tiene una de las legislaciones mรกs laxas para el control de armasโ€“ y relativamente alto en California โ€“que cuenta con una de las leyes mรกs rigurosasโ€“. Si bien es fรกcil argรผir que California y Chicago necesitan leyes para el control de armas mรกs severas que Vermont porque tienen mรกs crรญmenes, semejante argumento invierte la causalidad, al sugerir que el รญndice de criminalidad genera las leyes, y no a la inversa. Que los altos niveles de violencia continรบen pese a las leyes estrictas solo debilita el argumento de que โ€œlas armas provocan el crimenโ€.

Es posible pensar que Chicago y California serรญan aรบn mรกs violentas si sus leyes fueran mรกs laxas, y que el crimen con arma de fuego no habrรญa descendido tan rรกpidamente si nunca se hubiera aprobado la Ley Brady. Pero es imposible saberlo, y por lo tanto es fรกcil sembrar la duda sobre el ejercicio del control de armas.

La manera mรกs รบtil de pensar en la legislaciรณn del control de armas es como si esta fuera anรกloga a la legislaciรณn de la mariguana. Ambas hacen que los ciudadanos y los responsables de esas polรญticas sientan que estรกn โ€œhaciendo algoโ€. Y ambas son ineficaces para conseguir su objetivo expreso. Leyes como la prohibiciรณn de rifles de asalto no responden a una amenaza real a la seguridad pรบblica, sino a una amenaza imaginaria, lo que me recuerda a los partidarios de la prohibiciรณn de la droga, que execran la mariguana no como un peligro en sรญ misma, sino como una โ€œdroga de iniciaciรณnโ€. Culpar del crimen a las armas es un ejercicio de evasiรณn tan deshonesto como decir que los adolescentes estรกn alienados porque fuman mota, y no porque padecen el estrรฉs excesivo que provoca la competencia, las escuelas carentes de imaginaciรณn y de recursos econรณmicos o los divorcios de sus padres que trabajan en exceso. ยฟQuรฉ tan conveniente es ignorar la totalidad de las vidas de los jรณvenes negros en las ciudades โ€“el grupo con mรกs probabilidades de morir por arma de fuegoโ€“ y mejor concentrarse, en cambio, en quitarles sus pistolas?

Lo que mejor hacen tanto la legislaciรณn para la mariguana como las leyes para las armas de fuego es desaprobar un estilo de vida y a la cultura que lo disfruta.

El exvicepresidente ejecutivo de la NRA J. Warren Cassidy declarรณ en una ocasiรณn a un colaborador de la revista Time: โ€œUsted entenderรญa mucho mejor las cosas si nos abordara como si estuviera abordando a una de las grandes religiones del mundo.โ€ Las pistolas pueden ser divertidas, รบtiles, mecรกnicamente fascinantes y provocar nostalgia, pero en Estados Unidos hoy tambiรฉn encarnan una visiรณn del mundo que, a grandes rasgos, prefiere lo individual por encima de lo colectivo, las vigorosas actividades al aire libre por encima del pรกlido intelectualismo, la certidumbre por encima del cuestionamiento, el patriotismo por encima del internacionalismo, la virilidad por encima de la feminidad, la acciรณn por encima de la inacciรณn. La pistola es la manifestaciรณn fรญsica de la filosofรญa de uniรณn de la tribu. Es el รญdolo en el altar. La tribu la exalta y le confiere poderes sobrenaturales: de detener el crimen, defender a la repรบblica contra la tiranรญa, convertir a los sujetos en ciudadanos, hacer hombres a los muchachos.

La tribu contraria, que tiende a valorar la razรณn por encima de la fuerza, el escepticismo por encima de la certidumbre ciega, el internacionalismo por encima de la excepcionalidad estadounidense, el multiculturalismo por encima de la hegemonรญa blanca masculina, la nivelaciรณn de ingresos por encima del capitalismo salvaje, y la paz por encima de la guerra โ€“a falta de una mejor palabra, los liberalesโ€“, reconoce en la pistola al tรณtem sagrado del enemigo, la encarnaciรณn de su aborrecible visiรณn del mundo. Estรกn convencidos de que pueden debilitar al enemigo destrozando sus รญdolos: prohibiendo la pistola y, si esto no es posible, haciรฉndola entrar a la fuerza en una caja cada vez mรกs pequeรฑa con cuantas leyes restrictivas logren aprobar.

Ahora bien, si los liberales piensan que al destrozar a sus รญdolos estรกn debilitando al enemigo, se equivocan por completo. Es difรญcil pensar en una mejor herramienta organizativa para la derecha que esa antipatรญa tribal de la izquierda respecto a las pistolas. Estados Unidos estรก lleno de gente trabajadora que no va a escuchar al partido del asno2 โ€“en ningรบn temaโ€“ debido a la identificaciรณn de los demรณcratas con el control de armas.

Los estrategas demรณcratas Paul Begala y James Carville reconocieron esta trampa cuando, en Take it back (Simon & Schuster, 2006), discutieron sobre la laguna legal de las ferias de armas: โ€œLos demรณcratas se arriesgan a enardecer y alienar a millones de votantes que de otra forma podrรญan estar abiertos a votar por ellos. Pero una vez que entran en juego las pistolas, en cuanto alguien crea que sus derechos de poseer armas estรกn siendo amenazados, se cierra.โ€ La NRA y los republicanos, por supuesto, tambiรฉn lo saben, y han hecho cuanto han podido para atizar el odio hacia los โ€œelitistasโ€, โ€œliberalesโ€ y โ€œquitapistolasโ€ del Partido Demรณcrata โ€“la misma โ€œtropa amanerada de snobs descaradosโ€ que los republicanos han invocado para consumar el incรณmodo matrimonio entre los trabajadores y el gop3 desde tiempos de Spiro Agnew.4

Pero el daรฑo tรกctico que el control de armas inflige al Partido Demรณcrata es lo de menos. En un momento en que la economรญa batalla y el electorado se polariza, vilipendiar a los propietarios de armas parece sencilla e innecesariamente descortรฉs. El historiador Garry Wills escribiรณ en la New York Review of Books que los propietarios de revรณlveres eran โ€œcรณmplices de asesinatoโ€ y que implรญcitamente habรญan โ€œdeclarado la guerra a sus vecinosโ€. En la prensa hubo editorialistas que llamaron a quienes poseen armas โ€œuna ridรญcula minorรญa de cabezas huecasโ€, โ€œun puรฑado de tipos gordos cuarentones con pistolitasโ€ y โ€œvaqueros provincianosโ€ con complejo de โ€œmachoโ€. Para Gene Weingarten, de The Washington Post, los gun guys eran โ€œpueblerinos y yeehaws5 a quienes les gusta creer que estรกn protegiendo sus casas contra imaginarios merodeadores morenos desesperados por robar los sofรกs infestados de pulgas de sus pรณrticos medio podridosโ€. Mark Morford, del SFGate, llamรณ a las tiradoras โ€œmujeres blancas suburbanas aburridas, de poca educaciรณn, amargadas, aterrorizadas, mal vestidas y de piel pastosa, que vomitan odio en pueblos perdidos de la regiรณn central, con nombres como Frankenmuthโ€. Es imposible imaginar que se dejaran pasar ultrajes tan crueles acerca de, por decir algo, los negros o los gays, y, sin embargo, en ciertos cรญrculos dar reveses a los poseedores de armas es un deporte que se considera incluso honorable. Cuando le comentรฉ a una anciana amiga de mi suegra โ€“una unitaria generosa con valores cรญvicosโ€“ que estaba entrevistando a gente con armas, soltรณ un โ€œdesde luego espero que condenes a esa gente horribleโ€.

Dado que la inmensa mayorรญa de los propietarios de armas de fuego no le hacen daรฑo a nadie, y que casi todos son responsables y respetan la ley, ยฟquรฉ se gana con insultar, denigrar y calumniar a esa gente horrible (el 40% de los estadounidenses que poseen armas de fuego)? ยฟCuรกl es el beneficio pรบblico de culparlos de las โ€œcalles baรฑadas de sangreโ€ y una โ€œepidemia de violencia armadaโ€ que realmente no existe en la mayor parte de Estados Unidos? Incluso antes de la balacera en la Escuela Primaria Sandy Hook, los propietarios de armas โ€“con razรณn o sin ellaโ€“ ya se sentรญan victimizados, marginados y embarrados con todo, desde Columbine hasta los cรกrteles de droga mexicanos. ยฟIntensificar las guerras culturales no es acaso tรณxico para Estados Unidos y antitรฉtico a la nociรณn de โ€œliberalโ€? Como dijera Sarah Palin en la convenciรณn de la NRA de 2011: โ€œSe supone que esos grupos de izquierda son tan tolerantes del estilo de vida de todos, pero son intolerantes de nuestro estilo de vida.โ€ Quรฉ tal si nos apropiamos de una frase del movimiento por el derecho al aborto para usarlo en una calcomanรญa de la defensa: ยฟNo te gustan las pistolas? No las tengas. ~

 

______________________

Traducciรณn de Adriana Dรญaz Enciso

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1 Estadista y cuarto presidente de los Estados Unidos, apodado โ€œPadre de la Constituciรณnโ€ por su contribuciรณn a la redacciรณn de la misma (N. de la T.).

2 El asno es el sรญmbolo del Partido Demรณcrata (N. de la T.).

3 Iniciales del apodo tradicional del Partido Republicano, โ€œGrand Old Partyโ€, o โ€œel Viejo Gran Partidoโ€ (N. de la T.).

4 Spiro Agnew, polรญtico estadounidense y el รบnico vicepresidente en la historia del paรญs que ha renunciado debido a cargos criminales (N. de la T.).

5 De la interjecciรณn โ€œYeehawโ€ asociada con los vaqueros; el tรฉrmino se usa tambiรฉn para denominar al estereotipo de las personas reaccionarias en Estados Unidos (N. de la T.).

+ posts

periodista y un coleccionista de armas inusual: demรณcrata, exeditor y columnista The New Yorker y colaborador frecuente de Harperยดs. Su amor por las armas desde los 5 aรฑos viene.


    ×

    Selecciona el paรญs o regiรณn donde quieres recibir tu revista: