Hacia la reconstrucción cultural en Venezuela

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La gestión cultural, posterior a la pacificación de la guerrilla marxista en 1970 y en pie hasta la victoria de Hugo Chávez en 1998, contó con gente de izquierda entre sus más influyentes actores. Parte de esta apoyó a Chávez y obtuvo un logro: la inclusión de la cultura como tema constitucional en 1999. Desde el extinto Consejo Nacional de la Cultura se propuso un anteproyecto de Ley de Cultura (en 2002) que no prosperó; al consagrar las libertades públicas y principios de gobernanza enfrentaba la deriva al autoritarismo de la revolución bolivariana. Se empezó a imponer la idea dentro del chavismo de que las políticas culturales, comunicacionales y educativas son vehículos preferentes para crear una nueva hegemonía. Desde entonces, los hombres y las mujeres de la cultura que acompañaron el proyecto chavista se dividieron entre los que se identificaron con dicha deriva autoritaria y los que no.

La revolución no ha dejado ningún logro importante en materia cultural en cuanto a infraestructura, fomento y políticas sostenibles en el tiempo. Cambió nombres y logos de las instituciones existentes, creó otras mal gerenciadas como la Editorial El perro y la rana, repartió renta petrolera con fines clientelares y fundó centros que funcionaban como entes paralelos, al estilo del Centro Nacional de Historia como alternativa a la Academia Nacional de la Historia.

En lo que ha sido muy exitoso el chavismo, émulo del maoísmo, es en su labor de destrucción. El saber hacer fue condenado como el subterfugio de las “élites culturales”, reducto de una mirada burguesa y antipopular. Se colocaron en las instituciones personas fieles a la revolución, las cuales, cuando el barril de petróleo estaba a más de cien dólares, gastaron un dineral en eventos, libros y espectáculos gratuitos de los que solo queda el recuerdo y no modificaron los hábitos de consumo y apropiación cultural. Asimismo, los artistas populares y de calle se convirtieron en una extensa clientela a cambio del apoyo al padre-gobierno. Además, unas políticas económicas desacertadas en grado criminal incidieron en el deterioro del patrimonio y obligaron a incontables personas de la cultura a emigrar. Quienes se quedaron están fuera de la administración cultural pública o se mantienen dentro practicando diversas modalidades de autocensura.

Los resultados de tantos desaciertos son difíciles de explicar para quienes no conocen Venezuela. Apelo entonces a referentes de los lectores mexicanos.

El Complejo Cultural Teresa Carreño (un equivalente del Palacio de Bellas Artes o del Centro Cultural de la UNAM) tiene problemas de agua y electricidad. En su sala principal, partidarios de Chávez y Maduro han brincado sobre las sillas mientras escuchaban sus peroratas. Las orquestas (al estilo de la Sinfónica Nacional o de Minería) han sido afectadas por la emigración, aparte de no contar con grandes invitados por presupuesto y razones de seguridad personal. La Biblioteca Nacional (en México, con sede en la UNAM) ha llegado a albergar damnificados por las lluvias y está absolutamente desactualizada. Los medios de comunicación públicos transmiten propaganda progobierno y excluyen toda opinión o manifestación no alineada con el poder.

Las Librerías del Sur (digamos, las del Fondo de Cultura Económica) no tienen autores extranjeros, pues es imposible pagar derechos al no existir la libre convertibilidad de la moneda. Solo quedan los nacionales y su disponibilidad es cada vez menor; la inflación de seis cifras impide sustituir los textos regalados o vendidos a precios simbólicos; además no se consiguen en las bibliotecas ni en las escuelas públicas. Las redes privadas de librerías (imaginen Porrúa, Gandhi) han cerrado, también unos cuantos teatros. Los centros culturales no estatales sobrevivientes intentan sostener lo que queda de producción teatral y plástica independiente y se las ingenian para proyectar películas recientes con trucos discretos y tratos con embajadas. Numerosos foros culturales no funcionan o apenas subsisten. Los museos como la Galería de Arte Nacional (Munal y Museo Nacional de San Carlos), el Museo de Arte Contemporáneo (Museo de Arte Moderno) y el Museo Alejandro Otero (Museo del Centro Cultural UNAM) permanecen vacíos los domingos, con sus tiendas cerradas y sin un lugar donde tomar un café.

De cara al futuro, veo tres desafíos para el sector cultural: a corto plazo, su rol en la pacificación del país y en la promoción de un gran acuerdo nacional; a mediano plazo, la participación activa en el inventario y la reconstrucción patrimonial y en el fomento de las empresas culturales; a largo plazo, hacer del sector cultural una fuente de prosperidad y democracia.

El sector cultural es clave para propiciar acercamientos y debates orientados por lo común, olvidado en estos veinte años. Precisamos de un gran acuerdo político de reconstrucción, el cual ha sido planteado por expertos sobre gestión cultural en el marco del Plan País (el plan del gobierno de emergencia de la oposición) y por artistas, gestores e investigadores dentro y fuera de Venezuela. En una primera etapa, las manifestaciones populares y de grupos comunitarios serían nodos de encuentro, y tanto el sistema de orquestas y coros infantiles y juveniles como las bibliotecas y las librerías en pie podrían ofrecer una amplia programación en todo el territorio. Para lograr ese gran acuerdo, habrá que reconocer, por una parte, que las diferencias entre venezolanos no son solo políticas sino también sociales, culturales, educativas, éticas y de orientación sexual y de género; y por otra parte, que las diversas maneras de ver el país tienen que llegar a un punto racional de consenso en cuanto a decisiones técnicas, una de ellas, recuperar las empresas ligadas al sector cultural. Al respecto, la reconstrucción no se trata solo del inventario y el arreglo de los destrozos en la infraestructura que afectan edificaciones y otras formas de patrimonio, sino también de facilitar créditos para que empresas privadas (las editoriales por poner un caso) arranquen teniendo como base sus fondos de modo que los venezolanos cuenten con una disponibilidad de textos suficiente.

La escasez nos ha enseñado a subsistir con hábiles maniobras que han producido en Caracas núcleos de resistencia (Grupo Actoral 80, la Poeteca, Trasnocho Cultural), convertidos en verdaderas escuelas para el futuro; pero es imprescindible un esfuerzo financiero nacional e internacional. Artistas, escritores, investigadores, gestores, animadores, productores, deben tener razones para quedarse en Venezuela o regresar a ella; reconstruir un país es un reto estimulante que requiere de mínimas certezas compartidas y dinero, de un internet decente y el levantamiento del control de cambio. El sector privado, las embajadas, los venezolanos en el exterior podemos ayudar a la reconstrucción en este marco.

Fortalezcamos el sector cultural público sin confundirlo con la administración estatal. La fuerzas vivas deben participar en su conducción. El uso de la tecnología y el conocimiento abren posibilidades inéditas para la gobernanza, la transparencia y la autogestión de las iniciativas culturales. Necesitamos una sociedad abierta, democrática, con una economía de mercado competitiva pero orientada al desarrollo de los individuos en sus marcos de referencia cultural. Superemos juntos, con la inclusión del chavismo no delincuente, la dependencia de dádivas estatales y la existencia de una ideología ultraizquierdista negadora del pluralismo político y los derechos humanos. La cultura deberá ser parte importante de este esfuerzo titánico. ~

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Escritora y profesora universitaria venezolana. Su último libro es Casa Ciudad (cuentos). Reside en la Ciudad de México.


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