Una vía idónea para iniciarse en la literatura actual de Centroamérica, la gran ausente del mercado editorial en castellano, es leer la obra del salvadoreño Horacio Castellanos Moya. En sus doce novelas, libros de relatos, ensayos y diarios, además de ilustrarnos sobre la larga guerra civil que tuvo lugar entre 1980 y 1992 en El Salvador, Castellanos Moya crea personajes inolvidables que saltan de una novela a otra, como es el caso de los Aragón, una familia salvadoreña de clase alta protagonista de varios libros suyos.
Para ahondar en la construcción de sus personajes es imprescindible prestar especial atención a las voces de sus narradores. En una entrevista para el diario costarricense La Nación, él mismo afirmó que “el escritor que tiene más desarrollado el sentido de la vista hace una literatura más cercana a la pintura, con más descripciones, más atmósferas. A los escritores que estamos más cercanos a la música, al sentido del oído, nos preocupa mucho más el ritmo, la melodía, que se expresan en la voz narrativa”. Por eso el punto clave de su narrativa, tal como declaró en la conferencia que pronunció en la Casa de América de Madrid el 7 de junio, es “encontrar la voz y no la trama”. Estamos entonces ante un “imitador de voces”, lo que nos lleva de inmediato a pensar en la obra de igual título de Thomas Bernhard, autor que no por casualidad tiene una fuerte influencia en el estilo de la novela El asco de Castellanos Moya, como veremos más adelante.
En un afán taxonómico propio de Linneo, resultaría posible agrupar a los personajes del autor salvadoreño según su tipo de voz. Empecemos por los parcos en palabras, pues algunos de los caracteres taciturnos más logrados de la novelística en español son obra suya. Entre ellos tenemos a Juan Carlos, protagonista de La diáspora, su primera novela (1989, reeditada en Literatura Random House, 2018), y a José Zeledón, coprotagonista de Moronga, su más reciente obra de ficción (Literatura Random House, 2018).
A través de sus voces narrativas secas y lacónicas, estos dos personajes son capaces de moldear la realidad de los lugares donde transcurren sus acciones. Como si lloviese sobre ellos mientras en el resto de la ciudad luciera el sol, la presencia de Juan Carlos y de José Zeledón agrisa sus entornos. Y es que la narrativa de Castellanos Moya, a pesar de estar ambientada en lugares muy diversos como Ciudad de México, Washington, Tegucigalpa o Merlow City (nombre ficcional de una localidad estadounidense), no la protagonizan las ciudades. En sus novelas, la cámara –o la grabadora, para ser más exactos– se coloca muy cerca de los personajes, acompañándolos en una cotidianidad que a menudo transcurre en interiores.
Cuando se hallan en el espacio público, estos personajes se protegen permaneciendo en silencio y escudriñando cada detalle: su paranoia, que es tanto un tic como una habilidad, es al mismo tiempo su estrategia para sobrevivir y su manera de habitar el mundo. Juan Carlos y Zeledón miden sus gestos y reacciones, están siempre en alerta y su desapego se convierte en un mecanismo de defensa. Como muestra, he aquí las reflexiones de José Zeledón en un bar de Merlow City dentro de la novela Moronga:
Ese viernes, el instructor salvadoreño cenaba en la barra. No había otro banco libre. Me fui de paso hacia una mesa, desde donde podía observarlo. Cada vez que entraban o salían chicas guapas, volteaba, ansioso, con muy poco disimulo. Me pareció un perro solitario como yo.
Cuando la acción la protagonizan estos personajes taciturnos, Castellanos Moya, en lugar de recrear sus diálogos, usa con frecuencia el estilo indirecto, a través del cual el propio personaje nos resume las conversaciones que mantuvo. La sobrevalorada máxima literaria del show, don’t tell –“múestralo, no lo cuentes”– no se aplica en estos textos, lo cual retarda el ritmo narrativo y permite a los lectores observar pausadamente las actitudes del protagonista.
Totalmente distinto en carácter a estos varones esquivos, y por tanto diametralmente opuesto en cuanto a voz narrativa, es el arquetipo denominable “Las mujeres que escriben”. Las más destacables serían Teti Mira, hija de Lena y Edmundo en la novela Desmoronamiento, y Haydee, esposa de Pericles en Tirana memoria. Tanto Teti –que escribe largas y emotivas cartas a su padre– como Haydee, que emprende la escritura de un diario para dar cuenta de sus días a partir del encarcelamiento de su marido en San Salvador, son mujeres altamente empáticas, lo que contrasta fuertemente con el desapego de otros personajes, principalmente masculinos. En los escritos de estas mujeres se percibe una honda exploración de los sentimientos y, sobre todo, un fuerte deseo de contar con un interlocutor, algo patente tanto en las cartas como en los cuadernos. “Es extraño cómo a veces siento nostalgia de la adolescencia mientras escribo este diario”, escribe el personaje de Haydee. “Entonces recuerdo que en octubre pasado cumplí cuarenta y tres años, que tengo tres hijos y tres nietos, y que me he puesto a escribir como sucedáneo a las conversaciones con mi marido.”
Otra categoría de personajes que puebla gozosamente las narraciones de Castellanos Moya se caracteriza por su verborrea y alto nivel de neurosis. Entre ellos destaca Edgardo Vega, protagonista de El asco, la novela escrita a la manera de Thomas Bernhard que le valió a su autor amenazas de muerte en su país. Vega comparte muchos rasgos con Erasmo Aragón, que aparece en más de una novela del autor; por ejemplo, su hipersensibilidad a flor de piel, que ambos tratan de contrarrestar comportándose con un distanciamiento al que los personajes de Castellanos Moya ya nos tienen acostumbrados.
Los dos hombres están pendientes de cualquier mínimo síntoma: Erasmo Aragón no olvida ni un minuto su estrés y ansiedad, mientras que Edgardo Vega tiene siempre en mente su colitis nerviosa. Ambos son extremadamente sensibles a olores, ruidos y sabores, normalmente cuando les resultan desagradables. Prueba de ello es la descripción tan sensorial que hace el protagonista de El asco de las pupusas, la receta más típica de El Salvador: “Se las ingeniaron para llevarme a comer pupusas al Parque Balboa, ni más ni menos que a comer esas horribles tortillas grasosas rellenas de chicharrón que la gente llama pupusas, como si esas pupusas me produjeran a mí algo más que diarrea, como si yo pudiera disfrutar semejante comida grasosa y diarreica, como si a mí me gustara tener en la boca ese sabor verdaderamente asqueroso que tienen las pupusas.”
Por su parte, Erasmo sufre de temores constantes y tiende a adelantarse a las dificultades, como evidencia ya desde las primeras páginas de la novela El sueño del retorno: “Con todos los prejuicios del mundo me dirigí esa tarde al edificio donde vivía Don Chente, en la calle San Lorenzo de la Colonia del Valle, dado que yo lo consideraba un médico alópata que me intoxicaría de químicos a la menor provocación y que sin duda me cobraría un ojo de la cara por la consulta.”
En Desmoronamiento, una novela que explora las relaciones de una familia de clase alta hondureña en la época de la guerra entre Honduras y El Salvador, tenemos a Lena, la abuela de Erasmo Aragón, como ejemplo de la amplia paleta de técnicas narrativas que domina Castellanos Moya. La novela se abre con una escena magistralmente dialogada que roza lo telenovelesco: Lena discute con su marido, al que encierra en el baño para que este no pueda asistir a la boda de la hija de ambos con Clemente Aragón, un comunista salvadoreño que le dobla la edad y con quien ya tiene un hijo, el pequeño Erasmito. En otras ocasiones hemos “mirado mirar” a los personajes del autor salvadoreño; aquí, en cambio, todo es pura escucha y fascinación ante las saetas verbales que se lanza el matrimonio.
Por último y fuera de las categorías anteriores, o más bien dentro de todas ellas al mismo tiempo, encontramos al propio Castellanos Moya en calidad de protagonista y narrador de sus apuntes en su último libro, Envejece un perro tras los cristales (Literatura Random House, 2019). En estos apuntes, escritos en Tokio y en Iowa, el escritor hurga en su interior dirigiéndose a sí mismo en primera y segunda persona. En esta búsqueda encontramos ecos y esquirlas de los personajes de sus novelas, que parecen hablar a través de quien los creó (“Necesito recuperar mi asco, el asco hacia mí mismo y hacia lo que me rodea”; “¿Te hace falta regresar al infierno de la paranoia y el fervor cotidiano?”) y, al igual que ocurre en la ficción de Castellanos Moya, El Salvador es siempre un motivo central de sus reflexiones diarias: “Te despiertas pensando en tu pequeño país, un país al que desprecias y en el que no quisieras pensar cuando despiertas.” ~
(Este texto está inspirado en mi intervención en la mesa redonda Los personajes en la obra de H. Castellanos Moya, celebrada en la Casa de América de Madrid el día 6 de junio de 2019.)