Foto: Borja Lasheras

Invierno ruso

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Ruslana remueve su copa y mira la banda que toca a pocos metros de nosotros. Apura su bebida y me dice: โ€œNo puedo ir a la cรกrcel. Tengo dos hijos.โ€ Hablamos sobre los tiempos que corren en Rusia y de las opciones para ciudadanos que quieran cambiar las cosas, como ella. Es atractiva y algunos hombres intentan llamar su atenciรณn colocando torpemente sus copas cerca o interrumpiรฉndonos con cualquier excusa. Trabaja para una ONG de San Petersburgo y le atrae Europa, pero dice que la ue le parece muy burocrรกtica. Me pregunta si tiene futuro.

Por aquรญ, los antros nocturnos son idรณneos para hablar de polรญtica. Ruslana tiene esperanza en el mediรกtico lรญder opositor y bloguero Aleksรฉi Navalny, cuya popularidad ha aumentado por sus revelaciones sobre la corrupciรณn del primer ministro Dmitri Medvรฉdev. Pero las sistemรกticas restricciones y juego sucio contra grupos opositores, junto con medios controlados por el poder, neutralizan cualquier competiciรณn polรญtica real. Para algunos, sin embargo, Navalny es el primer polรญtico de verdad en Rusia desde Yeltsin, aunque tenga que jugar la carta populista.

Fuera del bar, los canales del rรญo Fontanka estรกn helados. Los empleados de limpieza municipal caminan por encima y retiran la basura de la superficie, antes de parar para fumar junto al pretil. Una fina capa de nieve sucia y hielo cubre las calles. En una noche asรญ conozco al afable Andrey, periodista independiente y activista. Ha sido detenido en varias de las protestas de los รบltimos aรฑos. Vivir en primera persona los efectos del putinismo no parece agriar su carรกcter cercano ni buen humor y habla sin tapujos sobre la Rusia actual. Durante una comida, rechaza una marca de vino de Crimea como muestra de su condena a la anexiรณn. Al subirnos a su coche enciende el videorregistrador, una cรกmara que en Rusia llevan los vehรญculos en la luna delantera, como prueba en caso de siniestro, ante tergiversaciones de los hechos, tambiรฉn por la policรญa. Me siento como en โ€œDorogaโ€ (La carretera), una road movie rusa a partir de una recopilaciรณn de material de estas cรกmaras, en la que de forma vertiginosa se suceden accidentes, agresiones y otras situaciones variopintas, en un ambiente surrealista y de tragicomedia. La cรกmara aumenta la sensaciรณn de Gran Hermano.

Es media tarde y cae una lluvia plomiza sobre la ciudad. Tras un laberinto de escaleras destartaladas, pasillos mal iluminados y patios traseros, Andrey y yo nos sentamos en una estancia similar a un aula escolar. Por ella pasan organizaciones, abogados y expertos en reforma judicial, derechos humanos y otros representantes de la sociedad civil independiente de una de las รกreas mรกs dรญscolas con el poder, como es San Petersburgo. A ratos, la reuniรณn tiene un aire melancรณlico, una impresiรณn que se agrava al constatar la edad de algunos de ellos: mujeres y hombres jรณvenes en los turbulentos noventa, un periodo en el que, dicen, โ€œno estรกbamos preparados para esa ola de democraciaโ€.

Entonces, Rusia pasรณ, con Yeltsin, a desmontar la URSS desde dentro a la par que experimentaba con la democracia y aplicaba drรกsticas medidas de transiciรณn a la economรญa de mercado, de la mano de reformistas como Gennadii Burbulis y Yegor Gaidar. Figuras criadas en Marx y que, convencidas de que no habรญa alternativa, abrazaron con el mismo fervor mesiรกnico el capitalismo de terapia de shock. En octubre de 1991 Yeltsin afirmaba en la Duma que ese era โ€œel camino de Rusia a la democracia y no el imperioโ€. El impacto social, tras las carencias de la perestroika de Gorbachov, fue dramรกtico y crecieron la pobreza y la desigualdad. Pero el imperio profundo, con sus estructuras de seguridad y sus clanes, sobreviviรณ al colapso y se adaptรณ a los nuevos tiempos. Durante nuestro encuentro, un hombre alto, de largo pelo blanco y chupa vaquera, dice que โ€œnuestros gobernantes continuaron la vieja prรกctica de designarse unos a otros hasta que el KGB cerrรณ el cicloโ€. KGB al que perteneciรณ el gobernador de San Petersburgo, Georgy Poltavchenko, y el propio presidente.

Sobre varias de estas ONG pende la Ley de Agentes Extranjeros, aprobada tras las protestas de 2011 y 2012. Establece que las organizaciones que reciban donaciones o ayudas de fuera de Rusia y participen en โ€œactividades polรญticasโ€ deben ser inscritas en un registro que las califica como tales. Estas medidas, unidas a difamaciรณn, estigmatizan sobre todo a organizaciones que trabajan en derechos humanos, a menudo con financiaciรณn de la UE o sus Estados miembros. Tienen que optar entre el rechazo social, aislamiento y problemas financieros; un perfil โ€œno polรญticoโ€; disolverse o pasar a la semiclandestinidad. Paulatinamente, el poder crea a su vez una imitaciรณn de sociedad civil, como en el pasado, apoyando organizaciones que le son favorables.

Este autoritarismo medra con la apatรญa polรญtica, influida por dรฉcadas de totalitarismo. Mucha gente es reacia a manifestar โ€œsentimientos polรญticosโ€, nos dicen en la Oficina del Defensor del Pueblo. Hacerlo pรบblicamente es cada vez mรกs complicado y sale caro. Conforme a esta instituciรณn, las prohibiciones para ciertas manifestaciones son sistemรกticas, bajo riesgo de multa y sanciones. Algunos son mรกs iguales que otros, pues tales restricciones no suelen aplicarse a movimientos afines al poder. Es el caso del Movimiento Nacional de Liberaciรณn, que organiza piquetes y contraprotestas, a menudo violentas, contra por ejemplo actos de la organizaciรณn Memorial, que trabaja sobre el pasado de la URSS y ha sido declarada โ€œagente extranjeroโ€. Existe una atmรณsfera asfixiante contra expresiones de disenso โ€œantipatriรณticoโ€ en el espacio pรบblico y redes sociales. Durante mi estancia, a instancias de fuerzas que insisten en los โ€œvalores familiares tradicionalesโ€, la Duma aprueba y el presidente firma una descriminalizaciรณn parcial de la violencia de gรฉnero, de modo que solo casos que terminen en el hospital serรกn punibles penalmente. Otra ley que llegarรก al mismo Tribunal de Estrasburgo que acaba de declarar discriminatoria contra los homosexuales la legislaciรณn sobre โ€œpropaganda sexualโ€. La normativa del Consejo de Europa cuenta poco para este Kremlin que ha suspendido sus contribuciones a dicho organismo. El escritor Peter Pomerantsev me dice que si Stalin era tres cuartas partes represiรณn y una cuarta parte propaganda, el putinismo es al revรฉs, salvo periรณdicos recordatorios de que es mejor ir con cuidado. Tal porcentaje, le digo y coinciden aquรญ, podrรญa variar.

Me despido de Andrey, quien, sonriente, me dice โ€œdo skoroi vstrechi!โ€ (โ€œยกhasta pronto!โ€). Meses despuรฉs le detendrรกn otra vez, junto con unas ochocientas personas en San Petersburgo, muchas de ellas menores, en protestas movilizadas por Navalny. Deambulo junto a los embarcaderos y llego a un edificio de paredes grisรกceas y grandes ventanales. En su dรญa palacio de la nobleza rusa, hoy es un centro cultural lleno de cafรฉs y reducto para los hipsters de San Petersburgo. En su interior se suceden espacios con grafitis y arte urbano, y salones vintage de altos techos con decoraciones de estuco, lรกmparas de araรฑa, estanterรญas polvorientas, velas por todos los lados y รกrboles con la decoraciรณn de la reciente Navidad ortodoxa. En una de esas habitaciones, dos chicas se prueban vestidos que aรบn tienen la etiqueta puesta. Mientras una desfila como modelo enfrente de un espejo, la otra le saca fotos. Pocos metros mรกs allรก otra joven artista, concentrada con su cรกmara, fotografรญa sin parar una taza de cafรฉ sobre una alacena. Me topo con escenas similares por todo el edificio: individuos absorbidos por la inmensidad de su propia burbuja, en apariencia indiferentes al mundo exterior y los que pasan fugazmente a su lado. Un ambiente algo irreal y en abrupto contraste con los detalles que he escuchado horas antes, sobre torturas por estiramiento de miembros.

Oscurece. Llego a un parque solitario de รกlamos tristes y bancos vacรญos. Los cuervos buscan comida entre la nieve. Dos ancianas, abrigadas hasta las cejas, paran a darles pan. Paso junto a un monumento soviรฉtico con la estrella de cinco puntas en lo alto, conmemorativo del sitio de Leningrado, y, por alguna razรณn, mis pies terminan llevรกndome justo al periodo anterior al de esa estrella, enfrente del Palacio de Invierno. La luz de los faroles atraviesa una niebla ligera que cubre la plaza y la columna de Alejandro. Alrededor, pululan guรญas vestidos con atuendo de รฉpoca. Contemplo la fachada verde y blanca del famoso edificio, con sus columnas, arcos e insignias de grandeza. Las puertas vuelven a estar adornadas con los emblemas de la Rusia imperial y los Romanov, prohibidos en la URSS, quizรก sintomรกtico de los tiempos y de un cรญrculo que se cierra. En octubre de 1917, tras saquear el palacio, los bolcheviques descubrieron la bodega del zar y sus miles de botellas. Siguieron semanas de borrachera salvaje y anarquรญa absoluta. Los nuevos lรญderes se plantearon verter por las alcantarillas el resto del alcohol al rรญo, pero la gente se acercaba a beberlo. Cuando al fin se agotรณ, la ciudad>, dicen, despertรณ con la peor resaca de la historia. Una resaca histรณrica en la que seguimos. ~

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Borja Lasheras es Senior Fellow del Center for European Policy Analysis (CEPA).


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