Isaiah Berlin y la promesa de la libertad

A diferencia de los polรญticos, Berlin sabรญa que los pensadores tenรญan que presentar el mundo como es, no como habrรญan querido que fuera. Su idea de libertad se basa en aceptar que somos seres divididos entre nuestros intereses y valores.
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El 23 de octubre de 1997, Tony Blair, que entonces llevaba seis meses como primer ministro, escribiรณ una carta a Isaiah Berlin. Blair no sabรญa que, para entonces, el filรณsofo tenรญa 88 aรฑos y una salud delicada. Le dijo que acababa de leer una entrevista enย Prospectย que Berlin habรญa concedido a Steven Lukes.1ย En realidad, la entrevista completa databa de justo despuรฉs de la caรญda de la Uniรณn Soviรฉtica. En ella, Berlin habรญa sido mordaz con la izquierda britรกnica. โ€œยฟDรณnde hay una izquierda activa en este momento?โ€, exclamรณ. ยฟDe dรณnde vienen las nuevas ideas? Cuando Lukes mencionรณ a Michel Foucault, Berlin se mostrรณ incrรฉdulo. ยฟQuรฉ? ยฟEso era todo? En lugar de oscuros intelectuales franceses, antes habรญa habido una galaxia intelectual de izquierdistas britรกnicos: Harold Laski, G. D. H. Cole, John Strachey, Victor Gollancz, Beatrice y Sidney Webb, George Bernard Shaw, H. G. Wells, y podrรญa haber aรฑadido a George Orwell. ยฟY hoy?ย Oรน sont les neiges dโ€™antan?ย ยฟQuรฉ ha sido de las nieves de antaรฑo?

Berlin le habรญa dicho a Lukes que, con el colapso y la caรญda en desgracia del โ€œsocialismo realmente existenteโ€ en el bloque soviรฉtico en 1991, la izquierda occidental tambiรฉn se habรญa desplomado como proyecto polรญtico e intelectual. Pero eso era un error, insistรญa Blair. El sistema de valores de la izquierda โ€“โ€œoposiciรณn a la autoridad arbitraria, la intolerancia y la jerarquรญaโ€โ€“ era anterior a la Uniรณn Soviรฉtica y le sobrevivirรญa. La izquierda compartรญa esos valores con liberales como Berlin, sugerรญa Blair, pero la โ€œlibertad frente aโ€, el valor rector del credo liberal โ€“liberar a los individuos del poder arbitrarioโ€“, habรญa degenerado en neoliberalismo, en el individualismo del laissez-faire.

Era hora, pensaba Blair, de resucitar a la izquierda rescatando la โ€œlibertad paraโ€, la idea de la libertad positiva segรบn Berlin. La libertad positiva es la libertad de elegir quiรฉn te gobierna y, mediante ese acto, escoger los bienes colectivos que crean libertad y oportunidades para todos. En manos de Stalin, la libertad habรญa degenerado en la lรณgica hipรณcrita de un Estado todopoderoso que impone su modo de vida a un pueblo โ€œpor su propio bienโ€. Berlin detestaba cualquier movimiento polรญtico que pretendiera saber lo que la gente querรญa mejor que ella misma, y sospechaba que los socialistas serios y polรญticamente correctos de Occidente tambiรฉn eran presa, si no de fantasรญas totalitarias, al menos de la arrogante ilusiรณn de que se podรญa enseรฑar a la gente corriente a querer lo que los socialistas querรญan. Blair negaba que fuera asรญ. El socialismo occidental habรญa aprendido de las โ€œdepredacionesโ€ del modelo soviรฉtico. La libertad frente a la coacciรณn arbitraria, creรญa, era fundamental para cualquier credo izquierdista, pero tenรญa que estar apuntalada por la โ€œlibertad paraโ€, y eso no significaba mรกs tiranรญa estatal, sino tratar de โ€œdevolver el poder polรญtico y construir una comunidad mรกs igualitariaโ€. Esta nueva sรญntesis, admitรญa Blair, no tenรญa โ€œun vehรญculo preparado para llevarla adelanteโ€, pero esa era la mรกquina โ€“el nuevo laborismoโ€“ que Blair querรญa crear. ยฟPodrรญa discutir sus ideas con Berlin?

Berlin estaba demasiado frรกgil para responder. El 5 de noviembre, dos semanas despuรฉs, habรญa muerto. Asรญ que el encuentro entre el avatar ascendente del nuevo laborismo y el sabio en declive del viejo liberalismo solo existe en el reino de lo que pudo haber sucedido. Si se hubieran sentado en Downing Street, esa reuniรณn podrรญa haberse convertido fรกcilmente en una comedia de errores, en la que cada uno โ€“el ambicioso primer ministro empeรฑado en crear una nueva y audaz โ€œtercera vรญaโ€, y el viejo pensador escรฉpticoโ€“ habrรญa hablado sin escuchar al otro.

La โ€œlibertad negativaโ€ de Berlin no era, como Blair podrรญa haber supuesto, sinรณnimo de neoliberalismo deย laissez-faire; del mismo modo que tampoco la socialdemocracia de Blair era sinรณnimo de intromisiรณn e interferencia estatal de arriba abajo. El Estado del bienestar britรกnico, que tanto Blair como Berlin querรญan preservar y reforzar, fue una creaciรณn hรญbrida no de dos, sino de tres adversarios โ€“el liberalismo, la socialdemocracia y el conservadurismoโ€“ que se combinaron en una sรญntesis de posguerra transformadora pero inestable. Liberales como William Beveridge, conservadores como Rab Butler y Harold Macmillan, y socialdemรณcratas como Nye Bevan creรญan en el Estado del bienestar, pero su consenso era frรกgil porque no creรญan en รฉl por las mismas razones. Cuando, en la dรฉcada de 1970, los conservadores y algunos liberales llegaron a creer que la socialdemocracia estrangulaba la libertad en aras de la igualdad, surgiรณ el espacio intelectual para la contrarrevoluciรณn de Thatcher.

El legado de Berlin

Mรกs de veinticinco aรฑos despuรฉs, Berlin ya no existe, el nuevo laborismo y la tercera vรญa son recuerdos lejanos, el thatcherismo es irrecuperable, el Brexit y un mayor declive nacional han reducido las opciones de un paรญs encogido. ยฟQueda algo del liberalismo de Berlin que pueda servir, mรกs allรก del nuevo amanecer que se avecina en la polรญtica britรกnica, al rรฉgimen de Keir Starmer o a un Partido Conservador liderado por Rishi Sunak que ha vuelto de entre los muertos?

No es fรกcil asignar un futuro al liberalismo de Berlin, porque nunca tuvo un hogar estable en el pasado polรญtico. En las elecciones apoyรณ a las tres corrientes de su tiempo. En 1945 votรณ a los laboristas, en las elecciones que echaron a Churchill; en 1951 votรณ a los liberales, para desbancar a Attlee; y en otras ocasiones puede que llegase a votar a los conservadores, por el puro deseo de dar una lecciรณn a los demรกs. Su liberalismo a veces se alineaba con una fuente de poder, a veces con otra. Sus emisiones en laย BBC en la dรฉcada de 1950 lo convirtieron en un respetado proveedor de un gradualismo liberal escรฉptico, y si tuvo alguna influencia polรญtica real en su รฉpoca fue por su papel en la confirmaciรณn del gradualismo escรฉptico como la opciรณn polรญtica por defecto para franjas de โ€œlos grandes y los buenosโ€ de la รฉlite londinense y los profesionales de la amplia clase media inglesa. A diferencia de la de Keynes, Crossman o Beveridge, la obra de Berlin nunca sirviรณ como inspiraciรณn para las plataformas polรญticas de los partidos.

Si todo lo que Berlin dejรณ tras de sรญ hubiera sido la cerveza caliente del gradualismo liberal, no serรญa un gran legado. Pero dejรณ mucho mรกs, y a fin de comprender cuรกl fue su aportaciรณn, mรกs de un cuarto de siglo despuรฉs de su muerte, es necesario ver lo que hizo para transformar la gran tradiciรณn liberal que heredรณ del sigloย XIX. Se trataba de una tradiciรณn forjada por Benjamin Constant, Alexis de Tocqueville y John Stuart Mill. Todos ellos creรญan que el liberalismo estaba alineado con la direcciรณn de la propia historia. Desde la Revoluciรณn francesa, sostenรญan, el impulso popular hacia la igualdad se habรญa convertido en la fuerza transformadora de la historia. La igualdad significaba democracia y, para Mill, Tocqueville y Constant, el reto del liberalismo consistรญa en domar el gobierno mayoritario de las masas con la fuerza contramayoritaria de las instituciones liberales: los derechos individuales, el Estado de derecho y la libertad de prensa. La democracia liberal era la respuesta de la historia al problema de cรณmo conciliar la igualdad con la estabilidad de las instituciones democrรกticas.

Berlin estaba de acuerdo en que esa era la razรณn de ser de la democracia liberal, pero rechazaba la idea de que la moderaciรณn liberal tuviera a la historia de su parte. Berlin pudo entender eso gracias a sus queridos escritores rusos, a los que leรญa en el ruso que era su lengua materna. El tiempo que Aleksandr Herzen pasรณ en la cรกrcel y luego en el exilio lo despojรณ de cualquier ilusiรณn que dijera que la historia era amiga de la democracia y la libertad. Berlin citaba con frecuencia la observaciรณn de Herzen de que โ€œla historia no tiene libretoโ€. La historia no era la historia de la democracia avanzando de la mano de la libertad. Quizรก los gigantes polรญticos del sigloย XIX โ€“hombres como Garibaldi, Mazzini, Gladstone, Disraeli y Palmerstonโ€“ lo creyeran. Pero en el sigloย XX, tras el estalinismo, el nazismo, el exterminio y la guerra, el reto de ser liberal, entendรญa Berlin, era luchar por la libertad individual sin ninguna certeza de que la historia fuera tu aliada.

Eso no impidiรณ que muchos liberales siguieran creyendo esta feliz fรกbula despuรฉs de la Segunda Guerra Mundial. Saludaron la lucha de Martin Luther King por los derechos civiles en Estados Unidos y la descolonizaciรณn en รfrica y Asia como prueba de que la historia estaba de nuevo del lado de la libertad y la democracia. Berlin apoyรณ la descolonizaciรณn, pero se mostrรณ escรฉptico ante la idea de que acabara tan bien. Lo que muchos Estados africanos reciรฉn independizados querรญan no era una democracia respetuosa con los derechos, sino el derecho a gobernarse a sรญ mismos, algo que a menudo acababa en tiranรญa.

Aceptar eso suponรญa abandonar la vocaciรณn imperial del liberalismo: darse cuenta de que la descolonizaciรณn no traรญa inevitablemente la libertad a su paso; que la democracia liberal podรญa no avanzar, sino retroceder; que en muchos paรญses la democracia liberal podรญa no ser viable en absoluto. Este sombrรญo realismo histรณrico ha demostrado ser mรกs clarividente que la afirmaciรณn de Francis Fukuyama despuรฉs de 1989 de que la democracia liberal habรญa demostrado ser, por fin, el destino de la historia. La libertad africana sigue siendo una obra en curso. En Europa, dirigentes democrรกticamente elegidos como Viktor Orbรกn en Hungrรญa y Jarosล‚aw Kaczyล„ski en Polonia han entregado sus paรญses a nuevas formas de antiliberalismo (por no hablar del violento imperialismo ruso y de la destrucciรณn infligida a una democracia vecina). En China, la liberalizaciรณn econรณmica no ha traรญdo la democracia, sino un rรฉgimen autoritario cada vez mรกs estricto. Asรญ que ahora, la opiniรณn de Berlin de que la historia nunca estuvo necesariamente del lado del liberalismo no es un consejo para la desesperaciรณn. Deberรญa renovar la determinaciรณn democrรกtica.

Nos obliga a darnos cuenta de que dependerรก de las fortalezas asediadas de la democracia liberal, y de la convicciรณn de sus pueblos, que la libertad prevalezca.

Una vez desvinculado el liberalismo del progreso, Berlin pasรณ a eliminar su dependencia de un relato optimista de la naturaleza humana. Este judรญo ruso, cuyos familiares fueron fusilados por los nazis en 1941, refundรณ el liberalismo para un mundo posterior a Auschwitz. Este historiador de la intelectualidad rusa, que visitรณ a la gran poeta Anna Ajmรกtova una noche en Leningrado en 1945, refundรณ el liberalismo para el mundo del gulag de Stalin.

Al despojar al liberalismo de su asociaciรณn arrogante con el progreso histรณrico y el optimismo antropolรณgico, Berlin devolviรณ el liberalismo al siglo que le habรญa tocado vivir, el siglo de los asesinatos en masa, las matanzas industriales y el odio polรญticamente organizado. Tambiรฉn devolviรณ el liberalismo al mundo del nacionalismo. Se habรญa tenido que exiliar de niรฑo, tras la Revoluciรณn rusa, y comprendรญa la fuerza del anhelo de un hogar propio. Esto lo convirtiรณ en el รบnico de los liberales de su รฉpoca que no desdeรฑaba el nacionalismo ni lo convertรญa en sinรณnimo de fanatismo. Era sionista porque sabรญa lo que era estar a merced de gente que te odia.

El escepticismo histรณrico de Berlin ofrece un instructivo contraste con otro liberal influyente de su รฉpoca, el filรณsofo de Harvard John Rawls. Berlin y Rawls se admiraban mutuamente, pero sus proyectos liberales no podรญan ser mรกs distintos. La obra de Rawls Teorรญa de la justicia (1971) saca a los hombres y mujeres de la historia para tratar de imaginar quรฉ acuerdos sociales querrรญan en un mundo perfecto, si estuvieran tras un โ€œvelo de ignoranciaโ€ y no pudieran determinar de antemano quรฉ posiciรณn iban a ocupar.

El liberalismo de Berlin, por el contrario, es un liberalismo en la historia, sin la falsa claridad de la abstracciรณn, sin la comodidad de creer que los hombres y las mujeres tomarรกn decisiones racionales, sin la seguridad de la teorรญa ideal. Berlin nos entiende como criaturas frรกgiles y falibles que no podemos olvidar nuestros agravios, que no podemos perdonar a nuestros opresores, que no podemos imaginar otro mundo que en el que estamos y que, en consecuencia, debemos tomar decisiones, no solo entre el bien y el mal, sino entre la justicia y la misericordia, la libertad y la igualdad, el orden y la libertad. Todas esas decisiones deben tomarse en el momento, sin suficiente tiempo, informaciรณn o desapasionamiento, solo con las pasiones histรณricamente acotadas que nos poseen.

Al devolver el liberalismo a la historia, tambiรฉn devolviรณ el liberalismo a los seres humanos divididos que realmente somos. ร‰l mismo era un alma dividida, con identidades โ€“judรญa, britรกnica, rusa, erudita, mundanaโ€“ que luchaban en su interior, por debajo de su personalidad pรบblica, cordial, autocrรญtica y llena de humor. Su relato de nuestras divisiones internas lo llevรณ a poner especial รฉnfasis en la incompatibilidad y el conflicto entre las distintas cosas que deseamos. La polรญtica era una batalla entre intereses en conflicto, pero tambiรฉn una batalla dentro de cada uno de nosotros por valores contrapuestos.

En su conferencia mรกs famosa, โ€œDos conceptos de libertadโ€, dijo: โ€œSi, como creo, los fines de los hombres son muchos, y no todos ellos compatibles entre sรญ, la posibilidad de conflicto nunca podrรก eliminarse por completo de la vida humana, ni personal ni pรบblica.โ€

Conflicto y tragedia. Para รฉl, la tragedia era intrรญnseca a la polรญtica. Nos lanzamos al mundo sin el consuelo de saber que los acontecimientos histรณricos se resolverรกn a nuestro favor y sin la garantรญa de ser plenamente racionales. Cuando elegimos, inevitablemente perdemos algo de valor en aras de algo que necesitamos o nos importa mรกs. En esta situaciรณn, nuestras elecciones estรกn abocadas al error y casi con toda seguridad expuestas al riesgo de una pรฉrdida trรกgica y el consiguiente arrepentimiento.

Todo este oscuro รฉnfasis en la tragedia de la elecciรณn polรญtica, en la divisiรณn humana y en la certeza de que no podemos tener todas las cosas buenas que deseamos contrasta fuertemente con el mundo soleado de la tercera vรญa de Tony Blair. Contrasta con cualquiera de los lenguajes polรญticos dominantes que se ofrecen actualmente en el Occidente democrรกtico. Queremos que nos levanten el รกnimo: queremos que nos digan que no estamos tan mal como creemos y que nuestras esperanzas no van a nacer muertas. Ansiamos una polรญtica de la esperanza para alejar los pensamientos nocturnos y la desesperaciรณn ante el estado del mundo. Berlin comprendรญa nuestra necesidad de ser engaรฑados, y no nos despreciaba por desear el consuelo de las ilusiones. Habrรญa comprendido que el trabajo de Blair como polรญtico consistรญa en seรฑalar un futuro creรญble y alcanzable. Pero esa no es la responsabilidad de un pensador. El trabajo de un pensador es mantenernos mirando al mundo tal y como es, no como nos gustarรญa que fuera. Segรบn ese criterio, la obra de Berlin siempre serรก leรญda porque, en su lucidez, sigue describiรฉndonos tal y como somos en realidad.

No era una expresiรณn de resignaciรณn desesperanzada. Para รฉl, la libertad tenรญa que ser la estrella que guiara cualquier polรญtica, porque solo la libertad respetaba la realidad de nuestras almas divididas y el irremediable conflicto entre nuestros objetivos y valores. En su jerarquรญa de principios, la igualdad ocupa el segundo lugar despuรฉs de la libertad. Sin la igualdad de oportunidades en la vida creada por los bienes pรบblicos compartidos โ€“viviendas decentes, buenas escuelas, transporte asequible, universidades accesibles a cualquiera con capacidadโ€“ la libertad seguirรญa siendo el privilegio de los ricos y afortunados. Asรญ que laย libertad frente aย โ€“la arbitrariedad, la injusticia y el poder monopolรญsticoโ€“ tenรญa que avanzar de la mano de laย libertad paraย โ€“elegir a sus gobernantes y crear un mundo compartido en comรบnโ€“. En las batallas que nunca viviรณ para ver, esto significarรญa, estoy seguro, arrebatar el estandarte de la libertad a aquellos que han separado la libertad de y la libertad para, incluidos los conservadores de derechas que intentan imponernos una concepciรณn corrupta de la libertad, que permite la eliminaciรณn de todos los obstรกculos, todas las regulaciones, todas las trabas, a la acumulaciรณn ilimitada por parte de unos pocos.

Berlin nos habrรญa advertido contra la arrogancia y la intolerancia, pero tambiรฉn contra el fatalismo. En la batalla que se avecina, la historia no estรก del lado de nadie. El resultado de esta lucha sobre quiรฉn posee el significado de la libertad se reducirรก, como siempre, a la eterna cuestiรณn que decide la forma de la historia: quiรฉn estรก dispuesto a luchar mรกs por lo que cree. ~

Publicado originalmente en Prospect.

Traducciรณn del inglรฉs de Daniel Gascรณn.

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es rector emรฉrito de la Central European University en Viena. Su libro mรกs reciente es On Consolation: Finding Solace in Hard Times.


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