Luis González y González: la historia como vivencia

El historiador Luis González y González, fundador de la microhistoria en México, es recordado como un maestro y conversador ejemplar. Su obra más conocida, Pueblo en vilo, constituye un vivo ejemplo de su admirable prosa y estilo. Recuperamos esta semblanza que apareció en el número 236 de Vuelta, de julio de 1996. Esta sección ofrece un rescate mensual de la revista dirigida por Octavio Paz.
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Luis González abraza la historia en sus tres funciones: la nostálgica (mantener el recuerdo de lo que hicieron nuestros antepasados), la pragmática (tomar conciencia de ciertas cosas que sucedieron para no volverlas a repetir) y la psicoanalítica (conocer el pasado para liberarse de él).

Debe advertirse aquí que Luis González no introduce sortilegios en la historia. Al contrario, nos enfrenta con la incertidumbre de los sucesos, de modo que deja abiertas las preguntas últimas. Cuando dirigimos la mirada al pasado, contemplamos tumbas y ruinas, montones de escombros… Pero ocurre entonces que también nosotros somos víctimas del espejismo del tiempo: pensamos avanzar hacia adelante y progresar, cuando en realidad nos estamos moviendo hacia este pasado. Pronto le perteneceremos: el tiempo pasa sobre nosotros, nos deja atrás. Esta verdad arroja su sombra sobre el historiador. Como investigador, es solo un arqueólogo, un zapador de tumbas y pergaminos. Pero, con la calavera en la mano, plantea la pregunta decisiva. El estado de ánimo de Luis González es por lo mismo un estoicismo fundamental y fundamentado a la medida de su envidiable fuerza vital, típica de los josefinos. Nunca ha seguido la moda y mucho menos el dinero. Está más cerca del poeta que del cortesano.

Alfonso Reyes escribió una vez: “Dato comprobado, interpretación comprensiva y buena forma artística son los tres puntos que cierran el triángulo de las fuerzas y ninguno debe faltar [para escribir historia].” Mejor alumno que Luis González no pudo haber encontrado. El estilo es una parte esencial de la revolución tranquila que introdujo en la historiografía. A su estilo se debe en buena parte la acogida favorable que le ha reservado el gran público, ya que nuestro autor no escribe para los happy few.

Como en toda obra lograda, también en la suya abunda más lo implícito que lo expresamente formulado. En su ecuación queda una incógnita. Y esto hace que produzca cierto embarazo en aquellos para quienes todos los resultados deben ser exactos. Sin resto. No ofrece marco de donde colgarse.

Luis González ha luchado, con éxito personal, contra esa tendencia fatal que nos lleva a la burocratización y a los “estímulos”, a la “evaluación” y al “ridiculum vitae”. Ha logrado, sin embargo, abrir espacios privilegiados para que otros investigadores pudiesen, como él, conseguir su salvación. No se ha lanzado como el anarco, contra las instituciones: ha sabido amansarlas y usarlas aunque le haya costado mucho tiempo y mucho trabajo. Gracias a él El Colegio de Michoacán es actualmente lo que es. También el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. También la Academia de Historia.

Escribe el maestro José Gaos: “La vivencia, la experiencia de la soledad intelectual, mental, espiritual, es el agrio meollo de una experiencia específica del intelectual en general; la experiencia del no convencer nunca del todo a todos los demás, de no ser comprendido del todo por nadie…” Pero en el caso de Luis González no hay tal soledad, porque es hombre de charla amena y plática sabrosa, capaz de convencer y de hacerse comprender. Por eso, se decía del café de las 11:00 en El Colegio de Michoacán que era el “Senado de la República”. Libros y plática son los dos pilares de su oficio de narrar historia, el que desarrolla desde hace unos años en su casa familiar de San José de Gracia, rodeado por los 35,000 libros de su biblioteca fantástica, constituida fantásticamente por el arquitecto borgesiano Víctor Manuel Ortiz.

En esa misma casa, en su año sabático de 1966-1967 ideó, a través de la historia de su pueblo, lo que iba a triunfar como microhistoria, historia regional, historia del terruño. Cuando regresó a la capital del país, presentó su manuscrito en un seminario para que lo discutieran los colegas de El Colegio de México. Yo fui testigo en aquel entonces de la condena casi unánime que recibió el texto: se le tildaba de mal documentado, mal pensado, mal escrito (“coloquial”), etc. Tres personas lo defendieron –las tres eran ajenas al gremio de los historiadores–, el doctor Gaos, don Daniel Cosío Villegas y Antonio Alatorre. Mejores padrinos no se podía tener. ~

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