El narcocorrido como género literario

Aunque muchos lo juzguen por el contenido violento de sus letras, el narcocorrido puede ser una muestra de creatividad literaria. Este paseo por la historia de la lírica popular mexicana nos recuerda los orígenes y las transformaciones de este género que también tiene la capacidad de conmover a sus escuchas.
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El término “narcocorrido” padece hoy el mismo estigma que sufría el vocablo “corrido” en el siglo XIX. Ahora no asusta el corrido, espanta el narcocorrido, aunque este sea, nada más, un corrido que aborda el tema del tráfico de drogas, tal como los de antaño refieren asuntos de bandoleros, raptos, alevosías, asesinatos y hazañas de rebeldes, entre otros. Quienes prohíben hoy la interpretación pública de los narcocorridos siguen las pautas del porfiriato que, por cuestiones políticas, condenó los corridos.

Vicente T. Mendoza (El corrido mexicano, FCE, 1954) señala que el corrido “es un género épico-lírico-narrativo […] que relata aquellos sucesos que hieren poderosamente la sensibilidad de las multitudes” y que, en su larga trayectoria (a partir del último cuarto del siglo XIX), “será uno de los más firmes soportes de la literatura genuinamente mexicana”. Su carácter épico deriva del romance castellano, que se remonta al siglo XV: “conservando su carácter narrativo de hazañas guerreras y combates”. Respecto a lo lírico, se emparenta con la copla y la jácara, por lo que Mendoza se ve obligado a precisar que “entre los años de 1800 y 1850 hubo de hecho multitud de producciones en coplas de cuatro versos octosílabos [propias del romance], pero no tenían el carácter narrativo ni épico del corrido: eran solamente coplas satíricas de índole política o religiosa”.

En los primeros corridos propiamente dichos “se hace énfasis en la valentía de los protagonistas y su desprecio a la vida”. Como instrumentos de información, pertenecían a la “prensa popular”, y el cantor o relator de corridos actuaba en las plazas públicas, durante festejos o ferias, para dar cuenta de los sucesos destacados, trágicos o sangrientos, que impresionaban a los oyentes.

En su Historia de la música en México (SEP, 1934), Gabriel Saldívar ofrece elementos de juicio de por qué este género se denomina “corrido”. Dice ignorar en qué momento cambia el nombre de relación o romance por corrido, pero colige que proviene de las hojas volantes de las que la autoridad decía “que corren en tal o cual parte”, derivando así en la palabra corrido, para designar “los papeles que pasaban de mano en mano”.

En su evolución, este género literario-musical va adquiriendo un carácter propio que cobra auge antes y durante la revolución maderista, con corridos que hoy son emblemáticos de la época como los de “Macario Romero” (1878), “Los mártires de Veracruz” (1879), “Valentín Mancera” (1882) y “Heraclio Bernal” (1885). Mendoza antologa 172 corridos, desde los seminales del siglo XIX hasta los compuestos y publicados en los últimos años de la década del cuarenta en el XX, y llega a tres conclusiones que siguen siendo válidas: una, “el corrido es una narración en primera o tercera persona que fluye casi siempre desde el principio al fin en labios de un testigo presencial o de un relator bien informado”; dos, entre los creadores de corridos (a los que no debemos regatear el término de poetas) está “aquel que toma como fuente de información la prensa misma, que no habiéndole sido posible estar en el lugar del suceso, al saber la noticia corre a cerciorarse y a completar su información”; y tres, “este género de manifestaciones de la cultura de nuestro pueblo va siendo estimado más cada día por los estudiosos, y de igual modo va constituyendo una necesidad creciente fijar el perfil y la personalidad del mexicano con el fin de conocernos mejor”.

Mendoza no incluye en su antología corridos referentes al narcotráfico, y ni siquiera al “contrabando”, que así se tipificó el delito del tráfico de drogas en un decreto obregonista de 1923, según lo documenta Ricardo Pérez Montfort en Yerba, goma y polvo (Era-INAH, 1999), y es obvio por qué: antes de 1923 las drogas eran legales en México, y se podía adquirir, en boticas y farmacias, opio, marihuana, codeína, cocaína, morfina y hasta heroína, “en sus más variadas formas”. La prohibición de las drogas trajo consigo el narcotráfico para beneficio común de traficantes y de autoridades cómplices, tal como lo sigue siendo hoy. Y fue así como se produjo el auge de la violencia que daría lugar a los corridos con temas de siembra, trasiego y contrabando de drogas.

Antes de la prohibición, “andar enmarihuanado era propio del ambiente popular, carcelario y soldadesco que de por sí era poco considerado por los moralistas porfirianos y por los revolucionarios”, explica Pérez Montfort. Además, la yerba era poca cosa para los sectores intelectuales, artísticos y literarios, clasemedieros y hasta de “las altas esferas aristocráticas”, que consumían, legalmente, las drogas duras, más caras y de distinción social.

Se entiende, entonces, por qué el primer corrido que se refiere a un narcotraficante, “El Pablote”, de José Rosales, data de 1931, y en él no se menciona siquiera el oficio del traficante de drogas Pablo González (aunque era conocido como “el rey de la morfina” en Ciudad Juárez), sino que se pone énfasis en su asesinato a manos de un “tecolote”. Los otros dos corridos seminales sobre el tráfico de drogas son “Por morfina y cocaína” (1934) y “Carga blanca” (finales de los años cuarenta), de Manuel Cuéllar Valdez, ambos de carácter “precautorio”, pues tales composiciones aconsejan dejar “los negocios chuecos” para evitar las consecuencias fatales que traen consigo.

Si las malas costumbres provocan buenos libros, la delincuencia, la violencia y la tragedia suelen provocar buenos corridos en su más estricto sentido literario. Los narcocorridos son rechazados y satanizados porque, como ha dicho Juan Carlos Ramírez-Pimienta, el más importante investigador sobre este género (autor, entre otros libros, de Cantar a los narcos y Una historia temprana del crimen organizado en los corridos de Ciudad Juárez), quienes los satanizan confunden el síntoma con la enfermedad. La enfermedad social es el narcotráfico, los síntomas son las crónicas periodísticas, los relatos literarios y, obviamente, los corridos, generalmente bélicos, que reflejan esa patología.

A pesar de pertenecer a la creación literaria, los corridos enfrentan los juicios y prejuicios que pasan, muy fácilmente, de la moral a la moralina, para sacar conclusiones sin ningún asidero de objetividad. Se llega al extremo de creer que quien escucha narcocorridos es un sicario en potencia, cuando, por ejemplo, ni siquiera los estudios científicos más serios han demostrado que el consumo de pornografía provoque violencia sexual. Para darnos una idea, con otro símil, si los narcocorridos deformaran la mente y la sensibilidad de sus escuchas, tendríamos que concluir que Roland Barthes estaba afectado del intelecto y la sensibilidad por su afición predilecta a la obra del Marqués de Sade.

Sin guardar distancias, traigamos a cuento la respuesta de Antón Chéjov, en 1890, al crítico Alekséi Suvorin, a propósito de los cuatreros: “Me reprocha usted mi objetividad y la llama indiferencia ante el bien y el mal, me acusa de falta de ideales y de ideas, etc. Querría que yo, al describir a los ladrones de caballos, dijera: ‘Robar caballos está mal.’ Pero eso ya se sabe desde hace mucho tiempo, sin necesidad de que yo lo diga. Que los juzguen los jurados, a mí solo me compete mostrarlos como son.” En consecuencia, y parafraseando a Oscar Wilde, no hay corridos morales ni corridos inmorales, incluidos los narcocorridos, sino corridos bien escritos o mal escritos; bien resueltos o mal resueltos, y eso es todo.

Las buenas conciencias protectoras de la salud social sostienen que escribir y escuchar corridos bélicos es de “mal gusto”, además de “inmoral” y “peligroso”, aunque entre esas buenas conciencias no sean excepcionales quienes, discretamente, consumen drogas. En cuanto a las autoridades, la satanización y prohibición no solo tiene que ver con la llamada “prevención del delito”, sino también con el hecho de que en los narcocorridos se menciona con insistencia su complicidad con los narcotraficantes. La codelincuencia de cárteles y autoridades es un hecho sabido, y en un reciente corrido bélico, “Quién es Iván”, interpretado por Luis R. Conríquez y Máximo Grado (Corridos bélicos, vol. IV, 2024), escuchamos y leemos: “Hay dos mafias: la legítima y la ilegal.” No hace falta explicar cuál es la “legítima”.

Un corrido es la representación literaria que combina realidad y ficción en una narrativa versificada y cantada, dentro de un corpus integrado por decenas de miles de composiciones, y en el que no debe sorprendernos encontrar piezas excepcionales con temática del narcotráfico, tales como “Lamberto Quintero”, “Jefe de jefes”, “Pacas de a kilo”, “Alineando cabrones”, “El ayudante”, “El niño de La Tuna”, “El Centenario”, “El bazucazo”, “Toro encartado”, “El Señor de los Cielos”, “El 24”, “Se les peló Baltazar”, y, de los recientes, “Malas rachas”, “El hijo mayor”, “La 701”, “Las Dos Erres”, “La Belikisa”, “Nemesio”, “El 27”, “A punta de balazos”, “El relojito” y “Alias Jabón”, por solo mencionar algunos.

Juan Carlos Ramírez-Pimienta, desde la San Diego State University Imperial Valley, accede a dilucidar tres aspectos con los que quiero cerrar este artículo. A propósito de los valores estéticos y literarios más significativos de los narcocorridos, de 1931 a la fecha, asegura:

El arte es, en buena medida, subjetivo, y con esto quiero dejar en claro que para mí los mejores narcocorridos de ayer y hoy son definitivamente obras de arte. Un gran corrido se forma, como dicen los compositores, con una buena tonada y una buena historia. En este sentido, considero que, desde el punto de vista literario, una historia que conmueva es ciertamente fundamental. Hace unos diez años publiqué un artículo titulado “El tema de la traición en tres corridos de narcotráfico y narcotraficantes”. Revisando mi blog sobre el narcocorrido, me di cuenta de que la mayoría de las personas lo consultaba buscando información de un corrido muy popular por aquel entonces: “Chuy y Mauricio”. Me sorprendió que lo buscaran más que, incluso, “Contrabando y traición”, que también estaba, por cierto, entre los primeros lugares. Así es como recapacité en que la traición, si no es el gran motivo del corrido y el narcocorrido, sí es uno de sus grandes temas, porque hace que, como oyentes, como público corridístico, nos identifiquemos con el protagonista del corrido, que podrá ser criminal, pero que al ser muerto a traición o en circunstancias de desventaja numérica conmueve; es decir, nos mueve su suerte. Cuestiones como estas son las que nos regresan al corrido como tragedia y que hace que nos identifiquemos emocionalmente con el género. Entonces, desde el punto de vista estético y literario, yo privilegio una historia bien contada, que me envuelva emocionalmente. Este es el secreto, además, de otras producciones culturales de gran éxito de público, pero también de crítica, como las series televisivas Los Soprano o Breaking Bad.

Le comento al investigador que resulta evidente la falta de atención cultural al género, además del desdén sobre sus valores estéticos. Explica:

El desdén o la falta de atención a este género, por parte del sector cultural y literario más solemne, es atribuible a una miopía intelectual, a una falsa concepción de lo que es arte, y a un aferramiento anquilosado a lo que es la alta y la baja literatura, la alta y la baja cultura. Considero que es un proceso semejante al que describió la historiadora texana Leticia M. Garza-Falcón en su libro sobre la conquista anglosajona de Texas: Gente decente. A borderlands response to the rhetoric of dominance (1998), en el que postula que buena parte de la población mexicana en Texas, ante la invasión angloamericana, tomó la actitud de decir: “Somos gente decente, no como los otros mexicanos.” Con el narcocorrido sucede algo similar. Hay muchos oyentes de clóset: gente que consume el género, pero que piensa que negar ese consumo y hablar mal del narcocorrido los adscribe a una noción de gente decente. Con frecuencia, cuando doy charlas en universidades mexicanas, los profesores, entre el público, cuestionan el tema, y en privado, después de terminar la charla, se acercan y aceptan que gustan de la música norteña y los narcocorridos, y dan a entender que se autocensuran para protegerse de sus colegas. Sin embargo, debo decir que este fenómeno me parece menos acentuado que el que hubo en décadas anteriores. Por ello, soy optimista y considero que el llamado sector cultural y literario cada vez ve con ojos más racionales este tipo de fenómenos, al menos abriéndose a estudiarlos y no a rechazarlos a priori.

Por último, en cuanto a que el narcocorrido sea hoy combatido y juzgado desde equivocados puntos de vista morales, sociales y políticos, en lugar de ser comprendido desde perspectivas socioculturales, históricas, socioeconómicas y estéticas, advierte:

Lo que nubla la interpretación es la relación entre el corrido y el crimen organizado. Nadie niega que haya intereses perversos en la industria musical. Está llena de esto. Tampoco se trata de minimizar las relaciones del crimen organizado con la música regional mexicana, pero estoy convencido de que esta relación se sobredimensiona en el discurso público y que esto inhibe que se entienda mejor un fenómeno cultural muy importante por todo lo que usted menciona y, aún más: porque está resignificando las nociones de mexicanidad no solo a nivel binacional o continental, sino a nivel global. ~

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es ensayista, crítico literario y editor. Su libro más reciente es La prodigiosa vida del libro en papel (Cal y Arena, 2020).


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