La Norteamérica de las últimas tres décadas está en crisis, apabullada por un renovado impulso neonativista y mercantilista. No dejará de existir, aunque es probable que tome una forma distinta a la que ha tenido en los últimos años. Y esta es una buena noticia: este es el momento para buscar un entendimiento común, norteamericano, sobre drogas y migración.
El avance de la legalización de la mariguana médica en México, Estados Unidos y Canadá, sumado a la legalización del consumo recreativo de cannabis y la creciente producción ilegal de mariguana y otras drogas ilegales en varias localidades estadounidenses y canadienses, hará obsoleta la actual política de drogas. Como en los otros mercados que existen en la región, en los mercados ilegales de drogas no existe tal cosa como un efecto aislado. Pero la tendencia es clara y, por ende, el entendimiento común norteamericano sobre las drogas ocurrirá por sí mismo –puede acelerarse, quizá, pero no evitarse.
Algo parecido ocurre con la migración, excepto que la solución no se puede dejar a la inercia. Durante años se ha tenido como principio que la política migratoria es un asunto que debe resolver cada país, en sus propios términos. Esta era una ficción conveniente que obviaba el hecho de que los territorios de México y Canadá son el paso, no el origen, natural hacia los mercados laborales y el refugio humanitario de Estados Unidos. Y era conveniente porque, en teoría, conduciría a mejores condiciones de vida para muchos mexicanos en Estados Unidos –en términos simples, asegurar la frontera sur de México a cambio de abrir la frontera norte–. Esta ficción no tuvo los resultados esperados y ya no es conveniente. No hace falta recapitular las enormes contribuciones de los migrantes mexicanos a los mercados laborales estadounidenses –se puede ser ortodoxo y decir simplemente que la mano de obra fluye hacia la demanda–. Basta con recordar que el fin de la política de “pies secos, pies mojados” al final de la administración de Obama dejó a muchos cubanos varados en México, o señalar que el temor a las políticas de la presidencia de Donald Trump obliga ya a Canadá a lidiar con un incremento explosivo de refugiados que estaban buscando quedarse en Estados Unidos y ahora prefieren cruzar la frontera hacia el norte. No existe tal cosa como una política migratoria nacional sin efectos en el resto de la región.
Es tiempo de establecer una política común norteamericana en el tema migratorio que proteja la competitividad del mercado laboral norteamericano y la seguridad nacional de los tres países. Esto es, se debe hacer sistemático y transparente lo que durante años ha sido opaco y coyuntural: México y Canadá pueden y deben ayudar a Estados Unidos a asegurar sus fronteras y a regular los flujos migratorios, tal y como lo han venido haciendo. Pero esta colaboración debe ocurrir ahora bajo criterios públicos, respetuosos de los derechos humanos y, sobre todo, estableciendo garantías de ley de que los migrantes de la región recibirán el trato que merecen los ciudadanos de países socios y aliados. Sin eso, será mejor que en la nueva Norteamérica cada quien vaya por su lado. ~