Guglielmo Ferrero fue un notable intelectual italiano, con poco predicamento en su país, que no solo resistió de forma estoica al fascismo de Mussolini, sino que dejó para la posteridad una obra en la que abordó globalmente el concepto que sirve de argamasa a toda sociedad que quiere organizarse políticamente: la legitimidad. La legitimidad fue detectada por primera vez por Benjamin Constant en sus trabajos sobre la usurpación, pero fue sin embargo Talleyrand, político y diplomático francés, el que en sus famosas Memorias definió y desarrolló el principio subterráneo que permitía el sosiego, la estabilidad y la fortaleza de los pueblos.
Ferrero dedicó una gran parte de su vida al periodismo, colaborando habitualmente en medios italianos, franceses, españoles y norteamericanos. Casado con la hija del famoso criminalista Cesare Lombroso, Gina, vio cómo Benedetto Croce, patrón de la cultura italiana de entreguerras, vetó una carrera académica que podría haber culminado con una cátedra en La Sapienza. Tras el asesinato de Matteotti en junio de 1924, firmó junto a un grupo de prominentes intelectuales y políticos de tendencia liberal, demócrata y socialista el documento constitutivo de un partido unitario de oposición promovido por Giovanni Amendola: la Unione Nazionale. Como consecuencia de ello, permaneció en arresto domiciliario y sin pasaporte hasta que Albert Thomas, director de la Oficina Internacional del Trabajo, y el rey Alberto de Bélgica intercedieron para que saliera de Italia con su familia.
Gracias a esta intercesión pudo incorporarse a la cátedra de Historia Contemporánea del Institut des Hautes Études Internationales de Ginebra, ciudad donde coincidió con Burkhardt, Kelsen, Von Mises, Röpke, Golo Mann o el eminente jurista y politólogo Karl Loewenstein, que utilizó sus categorías de legitimidad para teorizar su famosa distinción entre constituciones normativas, nominales y semánticas. Como Azaña –con quien se entrevistó en 1939–, articuló su pensamiento político teniendo en cuenta los avatares de la historia reciente de Francia y, sobre todo, el modelo de democracia entre radical y nacionalista –patriótica a sus ojos– de la Tercera República, a partir del terremoto cultural que produjo el caso Dreyfus.
¿Qué es la legitimidad? Para Ferrero estamos ante un fenómeno inasible, misterioso –los genios invisibles de la ciudad política– y que quizá solo pueda ser estudiado y considerado a posteriori. El gran científico, a partir de categorías formales, de la legitimidad había sido Max Weber. Para el sociólogo alemán, el poder se asentaba sobre tres formas de autoridad: la histórica, la carismática y la racional. Se tiende a identificar esta última con la burocracia entendida peyorativamente, pero en mi opinión Weber estaba pensando en la democracia que trataba de abrirse paso tras el derrumbe de las monarquías después del final de la Primera Guerra Mundial. Ferrero identifica legitimidad con obediencia, considerando el primer gran evento moderno de desobediencia a la Revolución francesa de 1789.
Pese a ello, en este ensayo a ratos deslumbrante nos advierte que resulta muy difícil saber cuándo se puede estar produciendo una destrucción de la legitimidad en un sistema constitucional o cuándo un principio de legitimidad está siendo sustituido por otro. Como acabo de señalar, el dato central de la realidad italiana, alemana, austriaca y española de entreguerras es que la desaparición de las monarquías conduce a una generalización de las democracias representativas y, en algún modo, constitucionales. Sin embargo, el sitio dejado por la monarquía constitucional y sus habituales ejercicios de falseamiento político produce un vacío por falta de liderazgo que es en ocasiones aprovechado por movimientos revolucionarios. Ferrero es un gran enemigo de los procesos revolucionarios en tanto en cuanto ocupan el poder buscando la obediencia a través de la violencia, como es el caso de Mussolini o de los soviets en Rusia. Solo el uso de la fuerza y la lógica del miedo permite sostenerse a regímenes cuyos fundamentos de legitimidad son ampliamente rechazados por las sociedades donde tratan de imponerse.
Así las cosas, la imposición desnuda de principios de obediencia nos remite a sistemas ilegítimos. La prelegitimidad –para Ferrero, por ejemplo, la Segunda República española– atendería a situaciones en las que los gobernantes se atienen a los principios proclamados en la Constitución pero que aún no son ampliamente compartidos por la ciudadanía. Por último, la cuasilegitimidad haría referencia a situaciones donde la distancia entre la teoría y la práctica es muy amplia: sistemas en los que se proclama una forma de gobierno pero, en realidad, mediante prácticas de falseamiento institucional se llega a una muy distinta. El transformismo decimonónico italiano o el turnismo de la Restauración española mostrarían cómo la idea de democracia liberal se autodestruye cuando la oposición política deja de ser operativa.
Este libro póstumo de Ferrero (falleció en 1942) deja varias enseñanzas de gran valor para nuestro “momento constitucional”, si me permiten la expresión. Seguramente la legitimidad es un asunto que no podemos ni fabricar ni predecir a través de elucubraciones intelectuales. Sin embargo, podemos incidir en su expresión más notable, la estabilidad. Para ello conviene atender a los efectos que el paso del tiempo produce en el poder y, sobre todo, trabajar aquellos aspectos de la cultura política que, mediante una reconstrucción honesta del lenguaje democrático, permitan considerar la legitimidad como una verdad social que haga frente a la decadencia institucional que parece desbordarnos. ~
es profesor visitante de derecho constitucional en la Universidad de Cantabria.