“Nadie escribe de otra cosa que no sea sí mismo”, le dice Edward (Jake Gyllenhaal) a su esposa Susan (Amy Adams) en una escena de Animales nocturnos. Escritor en ciernes, esperaba que ella aprobara las páginas que le dio a leer. Susan le ha dicho que su mente divagó durante la lectura, atribuyéndolo a que Edward escribe sobre su propia vida.
Años más tarde, Susan vuelve a leer algo escrito por Edward (ahora su exmarido). Es el manuscrito de su primera novela, dedicado a ella. Esta vez su mente no divaga. Se sumerge en el relato, y en los días y noches que siguen no piensa en nada más.
La segunda película del director Tom Ford ha generado un culto a su alrededor. Se infiltró al grupo de nominadas en las distintas entregas de premios, pero siempre fue distinta a ellas. Mientras que estas deslumbraban a los espectadores, Animales nocturnos los sumía en reflexiones oscuras. Esto parecía atraerlos aún más.
Ford cita a su personaje Edward para justificar los guiños autobiográficos contenidos en la película. Por ejemplo, el entorno hiperestilizado y lujoso de Susan, una dealer de arte atrapada en una vida infeliz. Ford es uno de los diseñadores de moda más ricos e influyentes del mundo, y el gremio de la moda es similar al del arte. El director, además, acentuó las semejanzas. En la novela en que se basa la cinta –Tres noches, de Austin Wright– la protagonista es una profesora de inglés y casi no hay alusiones a su aspecto. La película, en cambio, muestra a Susan con maquillaje y ropa dramáticos que evocan sin disimulo la estética Gucci, la casa italiana de moda de la que Ford fue director creativo.
Pero este guiño no bastaría para explicar la obsesión que genera Animales nocturnos. La cinta perturba no tanto por su mirada ácida al consumismo sino porque habla de decisiones ciegas, expectativas fallidas y opciones de vida que se quedan atrás. Y porque es un cuento de venganza formidable. No lo parecería, pero estos también son componentes de la vida de Ford.
Pocas obras se benefician de una interpretación biográfica –pero pocas biografías dan tantas claves como la de Ford–. Él mismo causa intriga: parece tenerlo todo –fama, dinero, belleza–, algo que se asocia con la creación superficial. Su cine desmiente el estereotipo –o bien, sugiere un desdoblamiento de identidad–. Después de todo, la estética asociada a su faceta de diseñador exuda sexualidad y hedonismo. En su filmografía, esto brilla por su ausencia. Las imágenes son estilizadas pero no causan placer. En Animales nocturnos, Susan vive en una casa salida de una revista de arquitectura pero con la calidez de una morgue. Las escenas que ilustran la tortuosa novela de Edward ocurren en un desierto áspero y sofocante. Casi se puede oler la descomposición.
Ford ha hablado abiertamente de una depresión que padece desde los ocho años, edad en la que tenía pensamientos suicidas. De adulto pasó por un periodo de alcoholismo intenso y ahora, recuperado, se confiesa aprehensivo y acechado por pensamientos de muerte. Atribuye sus tendencias a herencia genética y a experiencias de infancia. Nacido en Austin, Texas, fue hijo de padres sobreprotectores que le infundían miedo (“Si te asomas a la carretera te van a matar”). Era pequeño, introvertido y odiaba los deportes de equipo. Aún no se sabía gay, pero intuye que eso contribuía al sentimiento de inadecuación. Cuando entró a la adolescencia su apariencia tuvo un cambio drástico; de un día a otro se convirtió en el centro de atención. Como adulto capitalizó eso: fue modelo de sus propias campañas y todavía cuida su apariencia. Dice que su imagen es un “producto con un valor de mercado” pero que la extroversión que esta proyecta no es un rasgo suyo (si acaso, lo contrario). Muchas celebridades dicen lo mismo pero a Ford lo respalda su cine: el derrotismo de sus personajes es convincente a morir.
Una apariencia impecable que esconde pensamientos negros es también atributo de George (Colin Firth), protagonista de Un hombre solo (2009). Devastado por la muerte de su amante, depende de pastillas para “sobrellevar el maldito día”. Imparte clases en la universidad mientras en casa planea su suicidio con detalle (escoge la ropa para su funeral con la instrucción de atar la corbata en nudo windsor). En la novela homónima de Christopher Isherwood, el protagonista reflexiona sobre sus pérdidas (del ser amado, la juventud, el sentido de identidad) pero no piensa en quitarse la vida. El George cinematográfico es más nihilista, por cortesía de Ford.
En Animales nocturnos, el juego de álter egos es menos transparente. El director acepta su identificación con el personaje de Susan, pero habla poco de la forma en la que Edward lo representa. Después de todo, este es el personaje que detona la acción.
Toda represalia nace de un agravio. En el año 2007, el diseñador describió a la revista New York lo mal que la pasó en el momento en que dejó la dirección de Gucci (cuando el consorcio que compró la marca redujo su participación creativa). Comparó la sensación a estar casado y viviendo en una casa construida por él, “para un día encontrar la cerradura cambiada y saber que tu esposa está dentro cogiendo con otro”. Pasó un año planeando mucho y logrando poco. Intentó escribir un guion y no pudo. Quiso dirigir cine pero los productores le enviaban proyectos pensando en “el tipo que había puesto una g en el pubis de una modelo” (un anuncio de Gucci). Su mala racha terminó cuando empezó a ir a terapia.
La imagen de un marido traicionado por su esposa reaparecería nueve años después en Animales nocturnos. No es coincidencia que, en ambos casos, la mujer se asocie al lujo de Gucci. En el año de la entrevista, Ford aún no cumplía su deseo de dirigir. Le dice a su interlocutor que todavía quiere hacer una película pero que no va a hablar del tema “porque todos se van a reír de mí y estoy harto de eso”. Su recelo, al parecer, se justificaba. Dos años después, Un hombre solo recibió la aprobación de la crítica, y sus amigos le confesaron que habían considerado “ridícula” su intención de hacer cine. El hecho de que cuente esto sugiere que se ha apropiado del arquetipo del hombre ninguneado que, al final, demuestra sus capacidades. El tejano que un día fue reemplazado por otro y a quien se creía un mal escritor terminó escribiendo un relato estremecedor. Esto es cierto tanto para Edward como para Ford.
En la última escena de Animales nocturnos, Susan espera reencontrarse con su exmarido, al que dejó por considerarlo inferior. Visto de una forma, el desenlace condena el mundo opulento del que viene Ford –y entonces es autocrítico–. Visto de otra, sugiere que el ausente Edward nunca perteneció a ese mundo –y entonces es liberador–. En el contexto de la cinta la escena es dolorosa. Como ejercicio creativo es prueba absoluta del talento de su director: son dos minutos intensos de catarsis y redención. ~
es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.