Wisława Szymborska, lectora de libros inútiles

Quizá la escritura más singular de Wisława Szymborska sea la que llevó a cabo por treinta años, reseñando obras literarias menores con un propósito lejano a la crítica y cerca del libre pensamiento.
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Sabemos que todos tenemos gustos culposos. Y, aun así, nos cuesta trabajo imaginar a un director de orquesta escuchando música grupera o a un Premio Nobel de Literatura leyendo manuales de superación personal. Lo cierto es que nos consta que esto último hizo Wisława Szymborska (Prowent, 1923-Cracovia, 2012) y no solo en una ocasión: durante más de treinta años convirtió en un proyecto personal la lectura voraz de los libros más inesperados –instructivos de yoga, compendios sobre grafología– que reseñó puntualmente en su columna “Lecturas no obligatorias”.

No es un secreto que muchos piensen en la reseña como un género apestado que solo aprecian los verdaderos críticos y aquellos escritores que ven en el maquinazo una oportunidad para congraciarse con el gremio o salir de apuros económicos. Cuando Szymborska tuvo que dejar su trabajo en la redacción de Vida Literaria, el editor en jefe Władysław Machejek le ofreció escribir reseñas para, precisamente, compensar su nueva falta de sustento. A ella la propuesta no la sedujo, hasta que le surgió la idea de dedicar ese espacio a los libros “del estante inferior”: todos aquellos ejemplares que llegaban a la oficina y se quedaban guardando polvo por su falta de relevancia o mérito artístico. Diccionarios, libros de historia, reediciones de clásicos, divulgación científica, recetarios de cocina… Ese “papel inservible” que nadie se atrevía a mirar ni a leer, mucho menos a comentar, Szymborska lo volvió el centro de sus reflexiones.

En un principio escribía sobre aquellos libros que las editoriales enviaban como cortesía a la revista, pero poco a poco se fue convirtiendo en cazadora de excentricidades. Le estaba permitido adquirir cinco ejemplares al mes por cuenta de la redacción. Sus conocidos, ávidos lectores de su columna, también le regalaban opciones –un muestrario de las aves de Polonia, guías turísticas– con la esperanza de que le llenaran el ojo. Únicamente dos reglas marcaban la selección del material de Szymborska: no atendía libros de política ni aquellos escritos por sus amigos. Lo que comenzó como una desabrida solicitud de su exjefe, terminó por convertirse en un placer que exploró no solo en Vida Literaria –donde habría de iniciar–, sino que se extendería, con ciertos descansos y regularidad variada, en otras revistas: OdraPismo y en el Periódico Electoral desde junio de 1967 al 2002.

Según mencionó ella misma, había decidido hablar de aquellos empastados excéntricos porque incluso “el peor de los libros puede dar qué pensar de una u otra forma”. Al comenzar su aventura, Szymborska deseaba hacer reseñas a la usanza tradicional: decir en qué había fallado o acertado el libro, cómo se relacionaba con su tradición de antecesores. No obstante, al descubrirse inerme para ejecutar ese propósito con éxito, modificó su plan; por ello, las “Lecturas no obligatorias pocas veces ofrecían una valoración del libro, más bien, la lectura se convertía en un detonante para pensar en cualquier asunto con absoluta libertad creativa.

Szymborska acotó este terreno sin límites con una apuesta formal: los textos debían ser breves y procuraba que tuviesen un solo párrafo –si no lo lograba, ponía puntos suspensivos– para crear la sensación de que habían sido redactados sin tomar aliento, como si fuese una idea desplazándose por la página con la espontaneidad del discurso oral. Dicha decisión le permitía dar rienda suelta a la libre asociación de ideas. Por ello, su reseña sobre La grafología al ataque se convierte en un ensayo sobre nuestra desesperación por conocer a los otros rápidamente y no a profundidad; su comentario sobre el libro de física Los siete estados de la materia se torna un lamento sobre los límites del conocimiento humano.

Quien alguna vez haya pensado que la escritura periodística está destinada a ser prisionera de la premura y los males de la urgencia –tan ajenos a la lentitud y el reposo que le exigimos al arte–, habrá de encontrar una sorpresa en las “Lecturas no obligatorias: ese espacio donde la escritura es siempre fresca, siempre fértil; prueba de que no existe medio tan idóneo como una columna para constatar el calibre de la creatividad de un autor que sea capaz, como apuntaba Alfonso Reyes, de hacer de la necesidad, virtud.

Al hojear estas páginas escritas por Wisława Szymborska durante tres décadas –y recopiladas en nuestra lengua, casi por completo, en Prosas reunidas (Malpaso, 2017)– llama la atención ese ánimo lúdico capaz de hermanar en el mismo espacio libros tan dispares como Cien minutos para la belleza con el GilgameshReparando y transformando mi casa con La vida cotidiana de la nobleza polaca en el s. XVII o el Poema del Mio Cid con la Autobiografía de Chaplin.

En realidad, esa manera de acercarse a los libros con absoluta autonomía tuvo antecedentes importantes en los trabajos editoriales que Szymborska llevó a cabo antes de escribir su columna. Se remonta a formas inusuales con las que siempre ejerció y se relacionó con la crítica. En su primer puesto como secretaria de redacción en El Faro de Cracovia, Szymborska redactaba brevísimas reseñas teatrales que ya dejaban entrever su ingenio. Años después, ingresaría en la nómina de la revista Vida Literaria como encargada del departamento de poesía en donde trabajó desde 1953 hasta 1966. Este puesto la instalaría en el infierno tan temido por cualquier editor: la ardua labor de rechazar colaboraciones no solicitadas enviadas por hordas de poetas. No obstante, enfrentaría este calvario haciendo gala de su creatividad.

Cuentan que, ya harta de recibir en su oficina a un insistente escritor que rogaba por ser publicado en la revista, Szymborska le pidió a Józef Maśliński –otro redactor de Vida Literaria– que le ayudara a fingir una escena capaz de asustar a cualquier interesado. Tan pronto el poeta ávido llegó a su escritorio, se encontró al robusto Maśliński en el piso y a una menudita, pero despiadada Szymborska pisándole el pecho mientras lo reprendía por haberla obligado a perder su tiempo leyendo sus pésimos poemas. Bastó este episodio circense, dicen sus allegados, para que aquel desavenido poeta desistiera por completo y jamás volviera a enviar ninguna colaboración.

Como montar esas espontáneas puestas en escena cada que acudiera un escritor necio resultaba insostenible, al equipo editorial se le ocurrió crear una sección en la revista llamada “Correo literario” donde daba respuesta a todos los textos que no podrían pasar a imprenta. Desde el anonimato de la voz de la redacción, Szymborska y Włodzimierz Maciąg se turnaban para contestar a los autores públicamente. Para diferenciarse –cuentan Anna Bikont y Joanna Szczęsna en Trastos, recuerdos. Una biografía de Wisława Szymborska– Maciąg usaba la primera persona del singular y ella el plural mayestático con tal de no ser reconocida dado que era la única mujer en el equipo.

Ahítas de ironía y lectura crítica, las respuestas de Szymborska eran también recomendaciones para los escritores noveles: no dejarse arrastrar por las emociones, pensar en la exactitud de las palabras, por ejemplo. La impronta de su autora fantasma resulta evidente en el humor que oscila entre lo desafiante y lo sapiencial. Su valor como piezas literarias propició que se recopilasen en un volumen a finales del 2000 –traducido al español como Correo literario (Nórdica Libros, 2018)–, el cual se promocionó con una divertida velada en la que Szymborska y otros colegas resucitaron el ejercicio de la crítica simulando corregirles la plana a clásicos de la talla de Chéjov o Beckett, como si estos fuesen autores primerizos. A Platón le contesta: “Ha elegido usted un conversador poco apropiado para sus diálogos. No trabaja en ninguna parte, imposible saber de qué vive, solo merodea por la ciudad entablando conversaciones con la gente.” Y le sugiere que acabe con ese personaje enjuiciándolo frente al pueblo.

Lo que bien podría parecer un simple chiste, conforma en Szymborska un estilo. En sus “Lecturas no obligatorias también la observamos leer a los clásicos sin miedo, comentarlos sin que le tiemble la mano. Por ejemplo, al Satiricón de Petronio le reclama la monotonía evidente en todos los fragmentos salvo en “El banquete de Trimalción” y afirma sobre este apartado: “No puedo quitarme de encima esa sensación de que fue otra mano de la antigüedad la que lo escribió o que, si no lo escribió, lo rehízo añadiendo una irónica magnificencia. Los filólogos ni siquiera se plantean tal eventualidad.” Celebra la hipótesis de que la obra en su época fuese “terriblemente cómica” por estar “repleta de alusiones entendibles para todo el mundo” y condena a quienes tratan de devolver la vida a esas alusiones mediante las notas a pie de página, pues “eso es como avivar la pata de una rana muerta con descargas eléctricas”.

No queda duda de que la autora polaca nos hace revivir los gozos de las primeras lecturas: sin ninguna amarra, cuando sobre los libros no pesaban los mármoles ni la fama ni el prestigio. Recordamos ese primer enfrentamiento brutal y las ideas que de allí surgen: sea un juicio despiadado, una intuición atrevida o una reflexión profundísima a partir del motivo más inesperado.

El impulso de Szymborska por moverse más allá de los discursos oficiales quizá se vio alimentado toda su vida por lidiar con un entorno particularmente hostil. No solo rodeada por el régimen comunista –con el cual comulgó de joven y al que, después, rechazó– sino también propiciado por algunas experiencias ocurridas en su juventud. En el inicio de la Segunda Guerra Mundial en 1939, cuando tenía dieciséis años, los conflictos bélicos cerraron las escuelas de todo el país; Szymborska acudió entonces a la educación clandestina: reuniones secretas donde las maestras seguían impartiendo las materias a un pequeñísimo grupo de muchachas que, para disimular, extendían una baraja de cartas sobre la mesa de estudio. Esta imagen parece sintetizar el temperamento de las “Lecturas no obligatorias: la erudición y el juego se despliegan en el mismo espacio.

Así pues, su apuesta por encontrar el valor de lo que para otros sería basura no implica una defensa de la ignorancia, sino un medio para abarcar cuantas esferas de la experiencia humana sea posible. No desea estrechar, sino extender. No mira fuera de la tradición para olvidarla, sino para hacerla aún más amplia y rica. En su labor editorial y de escritura se evidencia ese interés por ir más allá de los lugares comunes. Para ella, una revista literaria es ese territorio donde no importan los imperativos de la coyuntura, valen poco las efemérides que convierten cualquier publicación en un periódico mural apenas cumplidor. A propósito de las “Lecturas no obligatorias llegó a decir: “También hoy la gente a menudo prefiere leer sobre las pestes de la Europa medieval que sobre política actual.” Tenía muy claro lo que buscaba del periodismo: no la caducidad del presente noticioso, sino la constancia para explorar –bajo la disciplina del deadline– la eternidad del ludismo y del humor, al que describía como “la gran tristeza capaz de vislumbrar cosas graciosas”.

Si sus reseñas admiten leerse como ensayos breves es precisamente porque nacieron como un proyecto de emancipación del pensamiento: Szymborska traza sus propias jerarquías para comprender el mundo y toma los riesgos que eso implica. Mejor prueba no existe de su voluntad por llevar su propio juego hasta las últimas consecuencias que la reseña que escribió a finales de 1972 donde tomó una elección que quizá sea la más osada en una columna de por sí audaz. El libro que seleccionó para ser comentado fue, nada más y nada menos, que el Calendario de pared 1973 sobre el que cavila en el inicio de su texto:

¿Y por qué no dedicarle algunas palabras a ese calendario de pared al que le vamos arrancando las hojas? No deja de ser un libro, después de todo, y bastante gordo, ya que no puede tener menos de trescientas sesenta y cinco páginas. Llega a los quioscos en una edición que alcanza los tres millones trescientos mil ejemplares, por lo que se convierte en el mayor best-seller. Exige a sus editores una puntualidad absoluta, dado que su aparición en el mundo editorial no puede retrasarse un año o año y medio. […] Toda esa argumentación nos lleva a la conclusión de que tenemos entre manos una rareza editorial. Pero eso no es todo. […] Millones de libros nos sobrevivirán y, entre ellos, habrá muchos que serán ridículos, inactuales o estarán mal escritos. El calendario es el único libro que no se propone sobrevivir a nuestra muerte […].

El desafío de leer un objeto de la casa como si fuese un libro implica pensar que la lectura es en sí misma un acto de creación. En sus “Lecturas no obligatorias” Szymborska no reseña libros, sino que pone a examen su proceso interpretativo; reseña la experiencia de la lectura en toda su diversidad y riqueza. Una lección importante a tener en cuenta en una época como la nuestra donde “leer” pareciera significar apenas una carrera por deglutir novedades o completar retos anuales en Goodreads. “El Homo ludens con un Libro es libre. Al menos tan libre como él mismo sea capaz de serlo. […] Puede permitirse no solo leer libros inteligentes de los que aprenderá cosas, sino también libros estúpidos de los que algo sacará”, advierte Szymborska en la nota introductoria que escribió para la recopilación de su columna.

Soterradamente, las “Lecturas no obligatorias” conforman un largo ensayo sobre qué significa o puede significar leer. Proeza nada fácil de lograr en un género tan modesto como el artículo periodístico donde, en manos de Szymborska, convergen filosofía, ingenio y el magnífico estilo de su prosa. Constatan que, muchas veces, la mayor apuesta ensayística de un texto puede pasar desapercibida ante nuestros ojos por no encontrarse explícitamente en el contenido, sino acoplada en la propia forma desde donde un autor decide pensar.

Esta capacidad para hacer literatura con los asuntos y medios más difíciles hace que nos cuestionemos las razones por las cuales le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura en 1996. “Por su poesía que con precisión irónica permite que el contexto histórico y biológico salga a la luz en fragmentos de la realidad humana”, dicta la ilegible sentencia de la Academia Sueca. Pero si la autora polaca nos incitó tan activamente a dudar de las autoridades y ver las cosas desde una óptica distinta, valdría recordarla a ella misma de otra manera. Quizá como Wisława Szymborska, aquella magnífica reseñista que, según dicen algunos, también escribía poemas. ~

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(Ciudad de México, 1993) es ensayista. En 2017 obtuvo el premio de ensayo en el certamen internacional “Sor Juana Inés de la Cruz” por su libro Tomografía de lo ínfimo


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