Ante la duda, quererse

Todos los fines del mundo

Andrea Chapela

Random House

Ciudad de México, 2025, 320 pp.

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Hay un ejercicio que consiste en preguntar a un grupo de personas con quién pasarían el fin del mundo; el motivo puede ser un cuerpo celeste que está por impactar la Tierra o acaba de chocar contra ella, otra opción es que ese final se desencadena como consecuencia de los errores humanos como una bomba fatal o la crisis climática llevada al extremo. El chiste es saber cómo reacciona la gente, qué elige hacer para pasar sus últimas horas y, muy importante, con quién elige pasarlas. En Todos los fines del mundo, la aproximación no está en el registro tradicional de catástrofe irremediable, sino que persigue una respuesta a distintas escalas.

Esta es una novela que se desarrolla en varios niveles: cuenta la historia de Angélica, sus amores, sus búsquedas vitales; es un ejercicio de especulación con base en escenarios que pueden estar cercanos en el futuro, pero no por ser alarmantes se regodean en la tragedia; y es también un mecanismo con los engranes bien encajados que nos conducen por distintos niveles gracias a diversas técnicas literarias y narrativas.

De acuerdo con la idea de su familia, Angélica estaba destinada a la ingeniería, pero se le atraviesa otra vocación; de acuerdo con una idea tradicionalista, estaba destinada a tener pareja del modo convencional (o lo que se considera socialmente convencional), pero se le atraviesan Manu y Susana, y el descubrimiento de que el amor no puede tener una forma única; y de acuerdo con sus propias expectativas, estaba destinada a una vida más o menos lineal, pero se le atraviesan varios fines del mundo, individuales y colectivos. Estas tres premisas conducen a la protagonista de Todos los fines del mundo a enfrentar la disyuntiva –y los desafíos que conlleva– de aceptar lo que estaba planeado para ella o crear su propia vida, bajo parámetros nuevos. A lo largo de la novela, la idea del “fin del mundo” adquiere varios significados, representa varias pérdidas, pero también un momento de cambio en el que algo termina para dar paso a otra cosa.

Esta novela es además una reflexión sobre diversas formas del amor, el cariño y el deseo, sobre las posibles consecuencias de la crisis climática, sobre cómo reconstruirse después de una pérdida importante. El fin del mundo es el fin del estado de las cosas tal como se conocen, puede ser la sensación ante una ruptura y también una catástrofe que tiene efectos en el mundo entero, pero no por eso lo devasta. El fin del mundo es metafórico tanto como literal. Simultáneamente, trata sobre la escritura como un medio para resolver asuntos que, de otro modo, quedarían pendientes o truncos. Dice la narradora: “Ahora que el mundo se acabó de verdad y ellos están tan lejos, que ya no podemos llamarnos o viajar y toda posibilidad de verlos es de nuevo inexistente, solo me queda el recuerdo de la promesa. Puedo decirme a mí misma que alguna vez quise tanto a dos personas que le encontré sentido a la idea del fin del mundo.”

En Todos los fines del mundo las triadas tienen un simbolismo importante, por ejemplo, la historia se desarrolla en tres puntos geográficos, se centra en personajes que forman triángulos y se divide en tres secciones que confluyen en un entramado más complejo de lo que parece a simple vista: propone en las dos primeras partes una serie de preguntas, postulados y posibilidades para resolverlas en la tercera parte de manera extraordinaria. Un hilo muy delgado atraviesa todo este armado para incorporar una dimensión metarreferencial bien dosificada que corre por debajo de toda la estructura de las varias ficciones que componen la novela y que podría pasar desapercibida. Como anota la propia voz narrativa: “¿qué sucede con las promesas cuando la historia sigue, cuando se sale de la página? Nunca hay que confiar en la narradora”.

¿Cuáles son los límites entre amistad y amor?, ¿se basan únicamente en el plano físico? ¿Por qué la idea social más extendida es que las relaciones tienen una jerarquía? Y ¿por qué tendríamos que limitar nuestras manifestaciones y experiencias amorosas a las etiquetas que existen por defecto, si no nos identificamos con ninguna de ellas? Estas son algunas de las preguntas que surgen durante la lectura de Todos los fines del mundo, mientras vemos cómo Angélica aborda varios aspectos de las relaciones amoroamistosas, las dudas profundamente humanas que pueden surgir a partir de los sentimientos sin definición exacta por otras personas y las formas de navegar esa falta de definición, mientras intenta no naufragar ahogada por sus propias emociones e incertidumbres: “Pensé que volvería y solo quería llevar conmigo el cuento que comenzaba con la frase: ‘Tengo dos amigos que son también mis amores.’” Lo más importante no es si Angélica o nosotros tenemos respuestas claras a esas preguntas, lo que importa es acompañarla en el tránsito entre algunos lugares específicos como el bar en Madrid y los minidepartamentos, el rancho en algún lugar del altiplano mexicano y el foro en la Ciudad de México, distintas líneas temporales, y algunas anclas vitales que va encontrando mientras ese tránsito sucede.

Andrea Chapela (Ciudad de México, 1990) es una escritora de ciencia ficción y fantasía que ha publicado, antes de esta, cuatro novelas, dos libros de cuentos y un libro de ensayos (estos tres, resultado de premios nacionales); el primer volumen de la saga Vâudïz, una tetralogía de literatura fantástica, apareció cuando ella tenía apenas dieciocho años. Después del recibimiento tan positivo que sigue teniendo su libro de cuentos Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio (2020), Todos los fines del mundo es una apuesta literaria muy alta que se mueve con fluidez entre varios géneros como la narrativa, el teatro, el diario o el ensayo personal, para contar la historia que es el corazón de la novela, la relación de Angélica con Manu y Susana, y a partir de ahí llevarnos a través de una serie de escenarios y situaciones que abarcan de múltiples encarnaciones del cariño hasta un juego en el que Angélica, Ezequiel y hasta Clara imaginan diferentes colapsos (“todos” los fines del mundo) para ganar unos tragos de alcohol o una rebanada de pan. Esta es una novela que trasciende el género realista para convertirse en una propuesta especulativa cuya pregunta clave no se limita a plantearnos con quién pasaríamos el fin del mundo, sino con quién o quiénes querríamos crear un nuevo principio. En un momento en el que muchas obras siguen regodeándose en lo distópico del desastre, y en el que esas distopías parecen más verosímiles debido al contexto social y económico en que vivimos, hay propuestas que imaginan alternativas distintas y, como Andrea Chapela, crean escenarios en los que la esperanza es necesaria y posible: “Y el resto de la gente se fue uniendo hasta que nuestras voces ocultaron el zumbido de la antena y el ruido del bosque. Creo que recordaré por mucho tiempo la tarde, las risas de mis compañeros y la música que creamos juntos. En ese momento me pareció que no necesitábamos más.”

El título de este libro alude a una multiplicidad de fines del mundo; la protagonista va examinando sus ideas sobre sus relaciones con Manu y Susana, con Clara y Ezequiel, con el riesgo de hacer lo que le dicta la emoción o resignarse a seguir el camino que alguien más escogió para ella en aras de cierta aceptación y la estabilidad. Pero un fin del mundo puede ser también decidir algo distinto al deber ser, optar por una posibilidad, aunque no sea la más lógica: “Hay que elegir caer, hay que elegir el amor, hay que elegir la posibilidad del fracaso, del golpe, antes de vivirlo, antes de que exista. […] ¿Qué queda en la soledad del fin del mundo más que quererse?

Nosotros también podemos jugar a inventar colapsos que no han sucedido; podemos identificar todas las veces que no supimos nombrar un enamoramiento sencillamente porque el lenguaje conocido no nos alcanzaba, aunque nos reventara el corazón; y también podemos imaginar con quiénes transitaríamos entre el fin y el principio del mundo que vamos a construir. ~


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