Ligereza y revolución

En sus memorias, la escritora rusa Teffi narra con ironía y sensibilidad su huida de Moscú durante la guerra civil rusa.
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“Los últimos días en Moscú transcurrieron en un confuso torbellino. De la niebla emergían personas, daban vueltas, se desvanecían de nuevo y emergían otras. Era como estar en la orilla de un río en primavera, a la hora del crepúsculo, y ver pasar grandes bloques de hielo: en uno se distinguía lo que parecía una carreta cargada con paja o una cabaña campesina ucraniana; en otro, unos leños carbonizados y un lobo. El bloque giraba, daba la vuelta, y la corriente se lo llevaba para siempre. Y uno nunca sabría qué era en verdad aquello.” Hay muchos pasajes así en las memorias de la escritora rusa Teffi que ha publicado este año Libros del Asteroide. Son descripciones ligeramente oníricas y amargas. La escritora, que huyó de Moscú en 1918 y acabó exiliada en París, donde murió en 1952, narra en esta autobiografía su periplo hasta el Mar Negro en mitad de la guerra civil rusa que se desató tras la Revolución bolchevique.

No es un libro político. Es una galería de personajes, un libro de aventuras dramático y mordaz. Es también la radiografía irónica de una vieja Rusia que muere y una nueva que nace con violencia. Es una Rusia de burgueses decadentes, de una clase baja resentida con los burgueses decadentes, de arribistas y contrabandistas, de bolcheviques con sed de poder y venganza (“¡Qué suntuoso festín te ha deparado el destino! Has bebido del vibrante y cálido vino humano hasta hartarte, hasta emborracharte”, dice de una comisaria del partido), de conseguidores y empresarios corruptos que untan a burócratas aún más corruptos. La guerra, que enfrentó a un Ejército Rojo bolchevique, un Ejercito Blanco antibolchevique, un Ejército Verde de nacionalistas ucranianos y otro Ejército Negro de anarquistas campesinos, no hace aparición en ningún momento, solo sus consecuencias: la sospecha, la arbitrariedad, el hambre, el frío, los refugiados.

Teffi sufre, pero también se lo toma todo con cierta ironía. Es un personaje privilegiado. Su fama le ayudó a sobrevivir a la revolución y la guerra. Nació como Nadezhda Aleksándrovna Lojvítskaya en San Petersburgo en 1872. Antes de la revolución era una de las escritoras más famosas de Rusia; tanto que había perfumes y dulces con su seudónimo. Era admirada tanto por el zar Nicolás II como por Lenin, al que definió como un hombre sencillo sin capacidad de apreciar la belleza. No era un buen orador, sino que simplemente se dedicaba a “golpear con un instrumento contundente el rincón más oscuro del alma de la gente, donde se escondían la codicia, el rencor y la crueldad”, escribe. Pero también le ayudó a sobrevivir su condición de artista, una profesión alabada y protegida. Teffi habla con un peluquero que consiguió escapar con su familia y amigos diciendo que formaban parte de una compañía de teatro: “Yo era el primer galán; mi esposa, la ingenua; la tía Fima, la coqueta; mamá estaba a cargo de la caja, y trajimos a once apuntadores. Todos llegamos bien. Por supuesto, el proletariado se mostró algo perplejo por la cantidad de apuntadores.”

El libro está lleno de anécdotas de actores y actrices, intelectuales, escritores, miembros de una aristocracia que ve cómo se derrumba su mundo. La autora, que es sobre todo conocida por sus obras teatrales, tiene una conversación con una actriz que le pregunta por qué el personaje que ha escrito para ella sufre una desgracia. “¿Acaso no puede arreglarlo de alguna manera?” “No sé… No puedo… No depende de mí”, le responde. “Pero me lo pedía con tanta lástima […] que le prometí escribir un cuento de hadas en el que reuniría a todos los que había ofendido en mis cuentos y obras de teatro y los recompensaría.”

En uno de los pasajes más largos del libro, Teffi consigue un permiso de viaje a cambio de interpretar con la compañía de artistas con la que viaja un espectáculo en un pueblo capturado por los bolcheviques. Sus descripciones recuerdan a las de Simon Leys sobre la propaganda maoísta. Los miembros del público “estaban sentados como en espera de que, de un momento a otro, se declarara una nueva revolución y los dejaran regresar a sus casa. […] Me parecía que las autoridades habían olvidado explicar a ese pobre público que no había nada de particular que entender en aquella obra, que los habían convocado solo para entretenerlos”. La autora ve y entiende la política y las ideologías en pugna, pero prefiere un enfoque lateral, humanista e irónico.

“La cuestión de la observación dominaba mis fantasías. Me gustaba dibujar caricaturas y escribir versos satíricos. Mi primera obra publicada la escribí bajo la influencia de Chéjov”, respondió Teffi a un cuestionario sobre autores rusos en 1911. Tiene un gran ojo para las descripciones, que son brochazos concisos y contundentes que definen un estado de ánimo, una psicología. “Los ciudadanos salían por las tardes de sus apartamentos sin calefacción, iban a los clubes y a los teatros a meterse miedo los unos a los otros con rumores espantosos. Para volver a sus casas se reunían en grupos y llamaban a una escolta: unos cinco estudiantes armados con lo primero que habían encontrado en su camino. Los anillos se los metían en la boca, pegados a la cara interior de las mejillas; el reloj, en el zapato. No servía de mucho”, escribe. “El rostro soñoliento, chato, aplastado, como si lo estuvieran apretando contra un vidrio.” “Era una bolita aburrida.” “Hielo y viento. Por la calle avanzaban a duras penas unos pocos transeúntes. Caían como bolos y derribaban a sus acompañantes.” “Por los andenes van y vienen personas con los labios aceitosos y las mejillas brillantes, masticando todavía algo.” “Los días empezaron a pasar muy rápido, como asustados.”

El crítico ruso Georgy Adamovich escribió sobre Teffi: “Hay escritores que enturbian sus propias aguas para que parezcan más profundas. Teffi no podría ser más diferente: el agua es totalmente transparente, y sin embargo el fondo apenas es visible.” La prosa de Teffi es ligera, en apariencia poco profunda, y su mirada es siempre oblicua: en la época de las grandes consignas, prefirió quedarse con los pequeños gestos. Nunca volvió a escribir de política, ni siquiera durante su época en el París ocupado por los nazis. La ligereza fue su coraza. En el fondo sabía que todo era ridículamente absurdo. ~

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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