La paradoja sexual se publicó en 2009 y era una respuesta a una pregunta que asaltaba a la psicóloga del desarrollo Susan Pinker: por qué las mujeres no se parecían más a los hombres en sus carreras profesionales si estaban igual o mejor formadas que ellos. El libro repasa las diferencias biológicas entre los cerebros masculino y femenino, las diferencias en cuanto al aprendizaje y el desarrollo y, también, en cuanto a las posibles dificultades. Pinker trabajó como psicóloga clínica durante años. Por su consulta pasaban chicos con problemas de dislexia, autismo y, rara vez, alguna chica. Al preguntarse por lo que había sido de ellos años después descubrió que muchos de esos chicos habían conseguido desarrollar sus capacidades en otros sectores (matemáticas, programación, restauración…) y eran hombres de éxito. Mientras tanto, las brillantes y aplicadas niñas que se expresaban con más fluidez que sus compañeros y sacaban mejores notas no estaban ocupando puestos de poder o incluso habían renunciado a su carrera profesional. La explicación es compleja, pero puede resumirse en que, en general, mujeres y hombres necesitan diferentes cosas para estar satisfechos. Las mujeres no tienen por qué sentirse realizadas con lo mismo que los hombres. De hecho, a las mujeres les importan menos los factores externos (dinero y reconocimiento) que a los hombres a la hora de valorar los trabajos. En las más reciente sesión de Euromind, el proyecto de la eurodiputada Mª Teresa Giménez Barbat en el Parlamento Europeo, Susan Pinker ofreció una conferencia sobre el tema.
¿Cuál es la verdadera paradoja sexual?
Hemos llegado a esperar que no hubiera diferencias entre los sexos. Pero la ciencia refuta la noción de que los dos sexos son simétricos. Aun sin las influencias culturales que impregnaban la sociedad antes de la revolución sexual de los años sesenta, las mujeres no serían clones de los hombres. La paradoja es que esperamos que lo sean.
Pondré dos ejemplos: las chicas superan, de lejos, a los chicos en los resultados escolares, comportamiento y autodisciplina, en todos los países industrializados. Pero, en la edad adulta, de media, las mujeres no suelen buscar los mismos objetivos profesionales que los hombres. Tienden a sentirse más felices con sus carreras que los hombres, y viven entre cinco y siete años más de media. Sin embargo esperamos que sacrifiquen esas ventajas para actuar de manera más parecida a los hombres.
Los hombres son más variables y, como media, más frágiles y vulnerables. Esto es otra paradoja, contradice la idea de que el hombre es el sexo fuerte. Una razón de esta vulnerabilidad es la testosterona. Esta hormona, que los chicos segregan de manera más abundante ya en el útero, tiene el efecto de restringir sus habilidades sociales, empatía, destreza verbal y amplitud de intereses, en comparación con las mujeres. Pero lo masculino se sigue considerando la norma, el estándar con que se deben medir todas las mujeres.
Su libro es una explicación científica de las diferencias sociales por género. ¿La cultura y la educación pueden “corregir” la naturaleza?
No creo que la cultura y la educación puedan o deban “corregir” la naturaleza. Pero creo que, en una sociedad justa, las políticas públicas deberían crear igualdad de oportunidades para todos. Eso significa permitir que la gente tome sus propias decisiones, en lugar de que las tomemos nosotros por ellos, movidos por razones ideológicas: esa posición abole derechos y libertades individuales. Por ejemplo, si las mujeres deciden rebajar sus ambiciones profesionales cuando sus hijos son pequeños, no se les debe considerar traidoras a su sexo o a la causa del feminismo. Un feminismo verdadero respetaría la autonomía de las mujeres para seguir sus propios deseos. Pero, al mismo tiempo, nadie debería decidir por las mujeres que deberían o deben estar en casa, o abandonar carreras ambiciosas mientras cuidan de su familia. Uno de los temas centrales de la paradoja sexual es que no hay una forma “correcta” en que se deban comportar las mujeres. Respetar el deseo del individuo a la hora de elegir lo que está bien para sí mismo es la base de una sociedad liberal y democrática. Esperar que todas las mujeres actúen como los hombres o busquen los mismos objetivos es pensamiento grupal y antidemocrático.
A veces parece haber un miedo a hablar de las diferencias biológicas. Hay quien parece pensar que se utilizarán para justificar la desigualdad o el machismo. Hay un debate sobre naturaleza y cultura. Hace poco, Cordelia Fine publicó Testosterone rex, donde critica lo que algunos llaman “determinismo evolutivo”. ¿Cuál es la relación entre naturaleza y cultura?
Negarse a reconocer los datos científicos sobre las diferencias sexuales es como negarse a admitir el cambio climático. Que tú no quieras ver un resultado o que no te guste por motivos ideológicos no quiere decir que no esté. Y que los datos muestren que está ahí no significa que esté “bien” o que de pronto tenga un valor moral positivo. Te doy unos ejemplos: no hay mucha discusión en torno a la idea de que los varones –como grupo, no como individuos– son, de los dos sexos, el que es físicamente más agresivo. ¿Significa esto que condonamos la violencia, o que permitimos que los hombres den palizas por ahí en una sociedad cívica, solo porque este es su “estado natural”? En absoluto. En una sociedad justa, ponemos límites al comportamiento que anula los derechos de los demás, o al menos este es el objetivo. Llamar a la neurociencia social, los hallazgos sobre los primates o los datos cognitivos “determinismo evolutivo” es una manera simplista de entender la naturaleza humana.
Otro ejemplo: la mayoría de los niños y niñas preferirían comer pasteles y caramelos o ver la televisión y jugar a videojuegos antes que sentarse en un pupitre y estudiar aritmética, o aprender a ser lectores y escritores competentes. Hay buenas razones evolutivas que tienen que ver con la forma en que nuestros cerebros y cuerpos responden al sabor dulce, a recompensas sorprendentes y agradables de estímulos electrónicos cambiantes, y al estrés temporal de los retos cognitivos. Entonces, ¿en las democracias industrializadas dejamos que los niños sigan sus preferencias “evolutivamente determinadas”? Por supuesto que no. Confundir la ciencia de lo que es con la de lo que debe ser es una falacia. Lo explicó David Hume en el siglo XVIII. Pero es un error que se sigue cometiendo.
Una de las conclusiones de su libro es que la idea de éxito es diferente en hombres y mujeres, aunque tendemos a pensar sobre una idea masculina del éxito. Si el hombre no es el estándar, ¿por qué se utilizan todavía sus expectativas como medida?
Algo importante de la segunda ola del feminismo es que las mujeres tienen oportunidades para entrar en áreas de educación, trabajo y participación cívica que antes eran inaccesibles para ellas. Pero ahora que las barreras han caído, permanece la anticuada expectativa de que crear igualdad de oportunidades para las mujeres creará por necesidad un resultado idéntico. No lo hará. Esta combinación de oportunidad y resultado es como si en un restaurante ofreces a todo el mundo el mismo menú y esperaras que las personas con las mismas opciones delante –sean mujeres, hombres, altos y bajos, jóvenes y viejos– fueran a elegir el mismo filete de medio kilo. Por supuesto, todo el mundo debería tener las mismas opciones. Pero no todo el mundo tiene el mismo apetito.
Han pasado casi diez años desde que publicó el libro. Parece que ahora hay más mujeres en puestos de poder. Si actualizara los datos, ¿sus conclusiones serían las mismas?
Serían todavía más contundentes. Las pruebas muestran que, cuantas más oportunidades tienen las mujeres –cuanto más rica y democrática es una sociedad y cuantas más posibilidades de elección tienen las mujeres–, más posibilidades hay de que escojan un trabajo a tiempo parcial, lo que incrementa la “brecha salarial” (Holanda es un buen ejemplo). Esto no es algo malo sino bueno, puesto que más mujeres tienen la opción de hacer lo que eligen. Del mismo modo, si más mujeres que quieren posiciones de poder están llegando a ellas, es maravilloso: para ellas como individuos y para la sociedad. Cuando la gente de una sociedad libre puede actuar siguiendo sus ambiciones y deseos, es que estamos progresando.
En su segundo libro, The village efect, explica que gente con amplias redes sociales tiene mayor esperanza de vida. ¿La mayor empatía de las mujeres explica esta diferencia?
La respuesta corta es sí. Cuantos más amigos y familiares veas en persona, cuanto más implicado estés en tu comunidad, más tiempo sueles vivir. Este es un caso en el que a los hombres les podría venir bien seguir el ejemplo femenino, si lo que quieren es vivir vidas más largas y felices. ~
(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).