Loola Pérez: “El porno ha democratizado la imagen de las mujeres”

En su nuevo libro, la sexóloga defiende un feminismo antidogmático que tenga en cuenta la biología, la psicología y la criminología.
AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

Filósofa y sexóloga, Loola Pérez publica Maldita feminista. Hacia un nuevo paradigma sobre la igualdad de sexos (Seix Barral), donde desmonta los mantras del feminismo hegemónico.

En el libro cuestionas el rigor de conceptos como patriarcado o cultura de la violación, claves en una parte del feminismo contemporáneo.

Hemos comprado conceptos de manera acrítica. Ya no solamente acrítica sino imprudente. En España ha habido una especie de levantamiento popular. No tengo claro si es un levantamiento popular auténtico o si viene muy aupado por los medios de comunicación y los partidos políticos.

Hemos pensado que esos conceptos nos iban a dar la realidad de las cosas y en cambio forman parte de un metalenguaje que no nos está llevando a ningún lado más que a la aporía, como por ejemplo con la cultura de la violación. No veo a mi alrededor que se enseñe a los hombres a violar. Lo mismo con el patriarcado. Es una teoría. No hay una base empírica, no hay un estudio. No puedes comparar el patriarcado en España con el patriarcado en Irán.

¿Traemos demasiados conceptos de fuera, de la academia anglosajona, a contextos que no tienen nada que ver?

Generalmente de Estados Unidos, que es un país a veces muy progresista y otras sumamente conservador. El MeToo tuvo una parte positiva en el hecho de que las víctimas verbalizaron lo que les pasó, pero también tuvo algo negativo, y es que se impuso la visión tradicional estadounidense del sexo. Es una tradición puritana. Por eso ha chocado con otras visiones, como en Europa. El manifiesto de Catherine Deneuve y otras mujeres francesas es un ejemplo.

Señalas el peligro de reducir el feminismo a una guerra cultural de sexos.

Somos psicológica y biológicamente muy diferentes. Es una obviedad. Pero a menudo al señalar esas diferencias se cae en argumentos muy esencialistas. En esa guerra de sexos se llega incluso a decir que un hombre es incapaz de empatizar con una mujer. Es algo peligroso que lleva a que los grupos humanos nos separemos muchísimo.

Te quejas de que el feminismo no suele tener en cuenta la biología o la psicología evolutiva.

Un movimiento como el feminismo tiene que saber preguntarse por la naturaleza humana. Si no, puede acabar en una aporía incapaz de transformar el ámbito comunitario, que es lo que se pretende. También es cierto que las mujeres hemos sufrido estereotipos a menudo apoyados por la ciencia. Es comprensible un recelo a la hora de conectar con la biología, pero nos lleva a estar anclados en el constructivismo social. Está claro que somos una mezcla de herencia biológica y herencia cultural. Pero en el feminismo decir eso es polémico. No es útil rechazar la biología ni la evidencia científica, porque nos convertimos en extremistas religiosos.

Los estudios de género, los másteres y posgrados, viven absolutamente de una bibliografía del constructivismo. Al final no te enteras de mucho. Estudié filosofía pero siempre me interesó la sexualidad y sabía que antes o después haría un máster sobre eso. Al terminar la carrera lo que más me motivaba eran los estudios de género. Pero cuando hice un repaso por la academia me di cuenta de que no podría aprender nada.

Escribes que “la universidad corre el riesgo de convertirse en una experiencia narcisista”.

La universidad se ha convertido en una especie de babysitter. Hay mucho profesorado válido que está arrinconado por pensar diferente o que cree que no se le valora lo suficiente. Dentro de las vacas sagradas del feminismo, que están en espacios universitarios, hay mucha mediocridad. Han nacido en una generación que no ha sabido valorar a las mujeres y han sabido aprovecharse de esos espacios vacíos. Pero sus teorías no son relevantes ni tienen prestigio intelectual, como podría tener alguien como Helen Fisher en eeuu o Élisabeth Badinter en Francia. No tenemos en España una intelectual así.

Afirmas que el feminismo cultural, que es el feminismo posmoderno o constructivista, “ratifica la vuelta a los valores sexuales tradicionales”.

En el libro hago una genealogía para posicionarnos. Están el feminismo de la igualdad y el de género. Y dentro del de género están el feminismo cultural y el radical. Ahora mismo es muy difícil distinguir entre ambos; quizá el radical es más progresista en cuanto a la sexualidad y el cultural es mucho más conservador.

El feminismo cultural es una trampa para las mujeres, que las encapsula en los lugares y valores tradicionales, en los valores asociados tradicionalmente a la feminidad: las mujeres cuidan de la naturaleza, son madres, todo el tema de los cuidados, las mujeres y la paz. Pero ¿qué pasa si yo quiero ser militar o perseguir asesinos? ¿O si no quiero ser madre? ¿O si quiero ser madre pero no quedarme embarazada (como es el caso de la gestación subrogada, que es un debate muy complejo que hay que tener)? Se habla de mujeres y para las mujeres pero sin sostener una visión plural de ellas.

Defiendes una especie de feminismo liberal antidogmático y antiautoritario.

Creo en el liberalismo clásico, en la filosofía original contra la sociedad estamental que nos habla del progreso de las sociedades, de incentivar el potencial humano y de defender la libertad de expresión, que proclama la libertad de decirle a una autoridad que no estás de acuerdo con ella y que reivindica el espacio privado.

Entendiendo que el Estado tiene que existir, defiendo que intervenga lo menos posible en la vida privada de las personas. Es de vital importancia recuperar la confianza en las instituciones. Avishai Margalit habla de “la sociedad decente”. Hay que recuperar la idea de las instituciones como una brújula para la sociedad. Pero ahora abunda la idea de que no puedes confiar en nadie. Se han imbricado demasiado la institución y el partidismo y es difícil distinguirlos.

Sugieres que el periodismo sensacionalista y el feminismo hegemónico se han retroalimentado.

Ambos viven del espectáculo, de explotar la desgracia ajena, de generar audiencia o militancia a través del victimismo. Muchos políticos han caído en ese juego. Parece que si no te posicionas eres insensible. Pero a lo mejor no te posicionas porque no tienes conocimiento de todo lo que está pasando. Es una imprudencia y un error que un político opine sobre una sentencia. ¿Hasta qué punto el político se cree que está por encima? Este clima contamina mucho a la ciudadanía. Los políticos saben muy bien cuál es su papel, en general saben cuál es su sitio y lo que tienen que hacer, y luego se van de cañas con todo el mundo. Pero en la ciudadanía esto te cuesta relaciones, puestos de trabajos, armonía en tu familia… Es un clima muy tóxico.

Dices que en la ley de violencia de género “el varón aparece juzgado considerando principalmente su género y los factores socioculturales. Una conclusión peligrosa y perversa que da pie a considerar a todo hombre como machista y a todo machista como violento”. ¿Qué problemas crees que tiene la ley?

Es una ley muy valiente pero no es perfecta. Es necesario evaluarla y ver si desde 2004, cuando se aprobó, ha tenido un efecto positivo. No nos podemos conformar con un pacto de Estado contra la violencia de género. Eso está muy bien pero ¿qué hacemos con la ley que rige nuestro sistema? Hay muchas cuestiones en la ley que no están completamente definidas. Hago mucho hincapié en la educación y la reeducación. El feminismo habla mucho de educación pero no sabe hacer educación. Se cree que hacer educación en igualdad es una charla de cincuenta minutos en un instituto. ¿Cómo haces educación si ni siquiera sabes cómo se llaman las personas que tienes al otro lado? Lo puedes vender como sensibilización, pero en un momento en el que tanta gente está ya sensibilizada con la violencia de género hay que ir por otro lado.

Hay otra vía que es la educación y reeducación en los programas para maltratadores o violadores, que son muy importantes, que pertenecen a Instituciones Penitenciarias. Pero la respuesta del feminismo hegemónico ante esto es la misma que la de la ultraderecha: penas más altas. Obviamente esto no disuade de cometer un delito. No hay nada en la literatura científica o criminológica que pueda sustentar esa opinión. Es mero populismo.

En el libro hablas de cómo organizaciones feministas han hecho presión para quitar financiación a programas de reeducación de agresores.

Es un feminismo que nos dice que tenemos que cambiar y deconstruirnos pero que se opone precisamente a las iniciativas que son beneficiosas para nuestra sociedad en este sentido. Reinsertar a una persona puede servir para salvar a nuevas víctimas y para salvar a esas personas de la exclusión social. Muchas de las personas que están en exclusión social han pasado por entornos penitenciarios.

Es totalmente anacrónico oponerse a esto. Se me critica que sea feminista y me interese por la reinserción de violadores, pero me parece la mayor muestra de compromiso con el cambio social. Te das cuenta de los fallos que hay en la percepción o aplicación de la ley, no tanto en la ley per se. No todo crimen contra una mujer es violencia machista, por ejemplo. Los delitos tienen una motivación multicausal.

Hay un debate sobre incluir perspectiva de género en la criminología, pero es un debate entre perspectiva de género o perspectiva de la violencia, cuando hay que combinar ambas. Se habla mucho de las mujeres juezas, de hacer justicia con perspectiva de género. Pero aplicar la justicia de género implica no aplicar la perspectiva de la violencia.

Ahora escuchamos desde la ultraderecha el argumento de “la mató porque estaba loco”, o “la mató porque era una persona en exclusión social”. Pero no todas las personas en exclusión social matan. No todas las personas que están en paro matan a sus mujeres. El tratamiento de la violencia de género, o mejor dicho, el tratamiento de la violencia contra la mujer en el ámbito de la pareja o la expareja debe abordarse desde la criminología, porque es un delito, no estamos hablando de ideología.

La teoría del patriarcado es cultural y estructural, habla de un sistema. Pero tú defiendes un enfoque criminológico, centrado en los individuos.

Llega un momento en el que acabamos creyendo que el patriarcado está en todas partes, que es un fantasma y que ya no hace falta investigar nada más. Nadie sabe cómo es el patriarcado, nadie le ha visto la cara pero es como Dios que está en todas partes. No es científico ni profesional. Tampoco ayuda a una transformación sino a la parodia, los pánicos y el dogmatismo. Es una de las propuestas más polémicas de Maldita feminista: negar la existencia del patriarcado.

Dedicas un capítulo al porno y a las lecturas que se hacen de él: a veces se le pide que eduque o sea pedagógico.

Trato dos cuestiones principalmente. La imagen de la mujer y el acceso de menores a la pornografía. En cuanto al primer tema, creo que el porno, especialmente después de los noventa, ha democratizado mucho la imagen de las mujeres. Ahora entras en una página web porno y ya no te encuentras solo con la imagen de una mujer neumática sino que hay porno amateur, gente más gorda y más delgada, hay porno más fetichista y porno más normativo… El porno ha ampliado las fantasías. Lo que a mí me puede molestar del porno es más bien la industria. Los derechos de las personas que trabajan en el porno, el control que tienen de su imagen, a dónde pueden acudir si sufren abusos.

El porno es un producto estético y cultural, bebe también de la libertad creativa. Al final lo que hay es porno bueno y porno malo. Pero también hay gente a la que le gusta el arte malo, le gusta lo kitsch. No podemos prescribir el gusto de la gente, pero sí podemos educar sobre lo que es un contenido fantasioso y un contenido realista. La mayoría de personas adultas son capaces de hacer esa distinción. Lo que ocurre es que a veces empobrecemos nuestra sexualidad tratando de imitar el porno, cuando quizá es más creativo no hacerlo.

Esto tiene un poco que ver con otro debate, el de que muchos menores aprenden lo que es el sexo a partir del porno.

Hay adolescentes que, antes de tener su primer amor o de que les guste alguien, ya saben lo que es el porno y lo han visto. Es un tema difícil, hay un cambio generacional. La educación sexual se hace de una manera muy puntual y anecdótica, al menos generalmente. Muchas veces se llega tarde y se centra solo en los riesgos y no en el conocimiento de lo que implica la sexualidad humana. Se abandona la parte emocional y afectiva y se va más a la parte sanitaria.

Yo que soy de Murcia, vivo muy de cerca el debate del pin parental. Escuchaba hace poco a un alto cargo decir que los profesionales sanitarios y colegiados son los únicos capacitados para impartir educación sexual. Yo soy sexóloga, tengo una carrera, una fp superior, un posgrado y de camino a otra carrera. ¿Yo no voy a poder dar educación sexual y sí la va a poder dar un enfermero que no está formado en sexología? A nivel político también hay un gran desconocimiento sobre la sexualidad. No es solo algo sanitario, son emociones, habilidades sociales.

No hacer educación sexual implica que se consuma pornografía cuando eres joven sin una capacidad crítica. Hay que enseñar a los jóvenes a ver porno de forma crítica. Por mucho que digas que tus hijos no ven porno no lo sabes.

¿Le falta al feminismo una teoría del hombre, que vaya más allá de exigir simplemente que se “deconstruya” o se “revise”?

El feminismo hegemónico habla de que el hombre es opresor y debe deconstruirse pero no se pregunta qué ocurre al final del proceso de deconstrucción. Es lo que pasa por coger un término derridiano que proviene de la literatura y el lenguaje, no se sabe qué significa en un nivel más práctico. Son imágenes con las que un hombre no puede identificarse. Y luego está el debate infantil de que un hombre no puede ser feminista, un hombre debe ser aliado. Y hay aliados que dicen “los hombres hemos matado este año…”. ¿Cómo que “hemos matado”? Ha matado un individuo concreto.

Creo que la cultura feminista está señalando sin realizar una propuesta. El feminismo no puede quedarse en la cultura sino que debe proponer y transformar. Y para que eso pueda funcionar tiene que permitir que todos los grupos sociales puedan hablar. Parece que por ser feminista ya lo tienes todo resuelto. ~

+ posts

Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


    ×

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: