Agudos, irónicos, críticos e irreverentemente cachondos (esa veta tan latinoamericana del erotismo), los cuentos de Gisela Kozak (Caracas, 1963) reunidos en El deseo es un piano invisible exploran formas del deseo lésbico que son, a la vez, formas de amistad, de amor, de diálogo y de tensiones en una Venezuela en crisis. En ellos se cruzan la pasión política y la pasión por los cuerpos femeninos, ambas en busca de una libertad que el contexto, marcado por la intolerancia, los prejuicios y el autoritarismo, se encarga de condenar. Los personajes se encuentran y desencuentran, dentro y fuera de la cama, como en una danza, de a ratos luminosa, de a ratos dolorosa y nostálgica, que hipnotiza a quien se acerca a este libro.
Tan intangible como un piano invisible es el deseo. Intangible, pero poderoso. Oh qué será, qué será, cantaba Chico Buarque, y su voz podría sumarse a las que conforman el relato coral creado por la autora venezolana. Se trata de “una fuerza que nos atraviesa hasta el punto de dejarnos sin voluntad, pero que también alienta las mejores facetas de la vida humana: la valentía, la entrega a los demás, la creatividad, la apuesta por lo que no existe o no ha ocurrido, la nostalgia por el esplendor vivido. Es también un camino abierto a la debacle y a la destrucción, a la violencia y la humillación”, ha dicho la propia Kozak en una entrevista para The Wynwood Times.
Así, ese sustantivo que marca el inicio de un título bellamente inquietante abre un campo de enorme intensidad que hasta hace muy poco era tabú: el deseo que atraviesa los cuerpos femeninos por otros cuerpos femeninos. No sabemos cuándo exactamente apareció por primera vez la palabra “lésbico” o “lesbiana” en la literatura en español, pero sí podemos decir que aún hoy, instaladas en la tercera década del siglo XXI, no es frecuente leerla utilizada con tanta libertad como lo hace Kozak.
Cuando en 1981 fue publicado uno de los textos narrativos emblemáticos de nuestra literatura lésbica, el bellísimo En breve cárcel, de la argentina Sylvia Molloy, la dictadura militar de aquel país prohibió su circulación por “atentar contra la moral y las buenas costumbres”. Hoy, cuando pensábamos ya ganados los derechos de la comunidad LGBTTIQ+, vemos brutales retrocesos en la mayor parte del mundo, incluso –de más está decirlo (¿verdaderamente está de más decirlo?)– en la Venezuela natal de Kozak, donde el régimen promueve discursos de odio y discriminación.
Ante esta realidad, recuperar aquella idea de Gilles Deleuze de que el poder requiere cuerpos tristes, porque a la tristeza puede dominarla, por lo que la alegría sería entonces resistencia, potencia de vida, es un acto profundamente político. Esto lo exponen bien los cuentos de El deseo es un piano invisible donde se entrelazan el género, la sexualidad y el poder. En un contexto marcado por la misoginia, el autoritarismo y la violencia, las mujeres intentan construir mundos íntimos de resistencia y libertad. La alegría de los cuerpos deseantes, aun la más efímera, desafía el orden establecido a través del baile, la charla, el coqueteo, el sexo. No creo que sea azaroso que el relato “Para piano y orquesta” abra el libro. En cierto sentido, allí se establecen los ingredientes que conformarán el volumen. A partir de “aquel beso”, con el que inicia, brindado “en medio de un bar de luces parpadeantes”, la autora construye un mural paródico y nostálgico de un encuentro de mujeres, en el que se cruzan amores súbitos y pasiones antiguas, música para bailar y música para amar, encuentros y desencuentros, comida y bebida, derechas e izquierdas, para celebrar la vida en uno de los pocos espacios libres que aún quedan en la ciudad.
“Deciden, por unanimidad, tomarse una foto juntas para recordar los viejos tiempos, aquellos cuando la mayoría no se había ido de Venezuela”, se dice en uno de los relatos. Y es que, sin duda, el exilio forma parte de los temas que atraviesan el libro. ¿Cómo no si –según datos de ACNUR– cerca de 7.9 millones de personas han salido de Venezuela buscando protección y una vida mejor, lo que lo convierte en el tercer país del mundo con mayor número de personas desplazadas al extranjero, por detrás de Afganistán y Siria y superando a Ucrania?
A lo largo de estas páginas se habla de quienes ya no están, de quienes escriben desde fuera, de las rupturas y el miedo. Imposible no sentir el dolor de las despedidas en el cuento “El silencio”, por citar solo un ejemplo: Clarissa vuela a la Ciudad de México, Marie la despide y se queda esperando el momento en que la burocracia de su país le permita alcanzarla. Pero hasta en esos últimos momentos en el aeropuerto hay que cuidarse: nada de besos apasionados, ni de gestos amorosos, “pues no se estila semejante cariño entre mujeres en los predios de la revolución, ni siquiera si se trata de una de las tantas separaciones que entristecen los días de millones y millones que suspiran de soledad cada mañana y cada noche”.
La propia autora y su pareja, Lynette, a quien está dedicado el libro, forman parte de esta diáspora; una condición de vida que las lleva a una reflexión política permanente. Kozak es hoy una de las intelectuales que nos ayudan a pensar en los escenarios latinoamericanos actuales, en los cuales la vieja división izquierda-derecha poco tiene que ver con temas tan fundamentales como los derechos humanos. Sus reflexiones son siempre políticas, en el mejor sentido: no partidistas, no panfletarias, no esquemáticas, no dicotómicas. En sus cuentos lo político es el hilo sutil que va hilando las pasiones.
El control sobre los cuerpos y su deseo se vuelve, por ello, un tema central. Quizás una de las historias más violentas, en este sentido, sea “Redoble”, en la cual el amor entre dos mujeres jóvenes se da en el opresivo ambiente de una academia militar.
He hablado de sutileza e inteligencia como características de la escritura. Lo que quiero decir, entre otras cosas, es que lejos está la autora de idealizar el mundo lésbico. A esta altura de la historia sabemos perfectamente que el poder se juega también, y a veces brutalmente, aun en las más íntimas relaciones. Los propios juegos de seducción pueden ser, en última instancia, juegos de poder. “A los veintiún años me alcé con un premio: enamoré a Julia, mi profesora favorita de la Escuela de Letras, unos veinte años mayor que yo” es el comienzo de “Intermedio”, uno de los textos en que aparecen con claridad las tensiones que marcan las relaciones amorosas. Pero tal vez en ninguno la historia sea tan “programadamente” cruel como en “Desafinado”, en el que el dinero se convierte en un elemento que alimenta la perversión y el engaño.
Kozak Rovero, irreverente y aguda, parece sumarse a aquel verso de la uruguaya Cristina Peri Rossi que dice: “De todas las catástrofes, incluida la del exilio, nos salva la libido.” Ante los horrores tanto íntimos como colectivos, el erotismo, el goce, la sexualidad entre los cuerpos femeninos que protagonizan los relatos son un canto a la vida. Volvemos a los cuerpos felices, a la alegría de la sensualidad como resistencia. Volvemos a la ironía (“La verdad es que con sus exparejas se podía organizar una mesa redonda con el título de ‘El sector cultural en Venezuela’”). ¡Y a la música!
Finalmente, vale la pena mencionar el importante trabajo que realiza Suburbano Ediciones, responsable de publicar el libro de Kozak, un sello editorial independiente de autores hispanos en Estados Unidos cuya labor reconoce la importancia de la literatura escrita en español en aquel país. ~