Fotografía: Giorgio Vera

Memorias de la exclusión

Jose Antonio Vargas llegó a Estados Unidos siendo un niño. Con el tiempo se convirtió en periodista y ganó un Pulitzer, pero su condición de indocumentado no cambió. Su libro más reciente cuenta esa historia.
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En este país, “estadounidense” significa blanco.

Toni Morrison

No tengo dirección fija. Vivo en hoteles, Airbnb y casas de amigos.

Jose Antonio Vargas, Dear America. Notes of an undocumented citizen

La madre de Jose Antonio Vargas lo despertó temprano una mañana en su casita de Manila, Filipinas, para llevarlo a toda prisa al aeropuerto. Tenía doce años de edad. “Mamá me contó el plan: nos iríamos a Estados Unidos. Yo iría primero, ella vendría unos meses después”, recuerda Vargas en su libro Dear America. Notes of an undocumented citizen (Dey Street Books, 2018). Una vez en el aeropuerto, la madre entregó el niño a un tío para que lo acompañara en el vuelo a través del océano Pacífico a Los Ángeles. Allá lo recibirían sus abuelos. En ese momento el niño ignoraba que no volvería a ver a su madre y que su acompañante en el avión era un “coyote”. Tampoco sabía que empezaría una vida en constante aceleración que lo llevaría a convertirse en periodista, ganar un premio Pulitzer, alcanzar notoriedad pública y, tras proclamar a toda voz su condición de “extranjero ilegal”, pasar a la semiclandestinidad a partir de la llegada de Donald Trump al poder. En el limbo que representa la errancia, escribió este libro urgente de memorias. Los últimos meses, como para no abandonar un hábito impuesto a la fuerza, ha estado recorriendo el país para su promoción, siempre con la incertidumbre de si ICE, la policía migratoria, lo espera en la siguiente estación.

Su libro lleva por subtítulo “Apuntes de un ciudadano indocumentado”. La pregunta que surge automáticamente es: ¿qué significa ser un ciudadano y, además, uno indocumentado?

El título refiere a la primera obra publicada por James Baldwin, su libro de ensayos Apuntes de un hijo nativo. Soy un gran fanático de Baldwin. Y, en segundo lugar, quería preguntarme qué hace que alguien sea ciudadano. Hay explicaciones legales, como haber nacido en el país o, en su caso, pasar por un proceso de naturalización. Ahora bien, creo que muchos ciudadanos estadounidenses, por el mero hecho de haber nacido aquí, no entienden el proceso que tiene que pasar alguien que quiere naturalizarse. Esto significa que quien no ha nacido en el país tiene mucho más que decir sobre la ciudadanía estadounidense que los ciudadanos por nacimiento. Incluso diría que los indocumentados, que no son considerados ciudadanos, muestran una conciencia de ciudadanía mayor de lo que nadie pueda imaginar, por el simple hecho de que están luchando por algo que la mayoría ni siquiera entiende.

Un indocumentado se confronta a diario con un estatus que otros dan por sentado.

Exactamente. El libro está dedicado en parte a los 258 millones de migrantes que hay alrededor del mundo. El único país que conozco es este, llevo aquí desde que tenía doce años, así que no sé nada de España, Francia o Alemania. Estoy estudiando cómo los demás países tratan a los que no son ciudadanos, cuáles son los requisitos para obtener la ciudadanía y también por qué son como son.

¿Qué ha descubierto?

Ronald Reagan dijo que quien llegara a Estados Unidos se convertía en estadounidense. Es esa idea la que hace tan singular a Estados Unidos y también se trata de un relato que los propios estadounidenses se cuentan a sí mismos. Y, a pesar de la situación actual, la promesa migratoria de Estados Unidos sigue siendo más espléndida que la que ofrece la mayoría de los países, cuyas políticas para obtener la ciudadanía son muy restrictivas. Es el caso, por ejemplo, de Francia. Creo que el mundo occidental tiene que empezar a lidiar con el hecho de que estamos viviendo la migración más grande que se haya visto y los factores que llevan a eso son mucho más complicados de lo que parece. Cuando yo era niño en Filipinas, todo lo que sabía de Estados Unidos tenía que ver con productos como Nike o m&m’s, que era lo que yo conocía. Crecí con esos productos porque la historia de Estados Unidos con Filipinas se remonta al siglo XIX, cuando fuimos ocupados después de la guerra con España. Por lo tanto, la política exterior estadounidense y los acuerdos comerciales estadounidenses, el derecho y las decisiones políticas, sociales y económicas, han creado las condiciones por las cuales gente como yo tiene que emigrar.

En Dear America Vargas pasa con soltura de lo individual a lo global y logra encontrar en los detalles personales el sentido de una vida sin identidad. “Luego de que los americanos expulsaron a los españoles de las Filipinas”, escribe para explicar su nombre sin acento, “sus máquinas de escribir no tenían tilde. Mi nombre es Jose a causa del colonialismo español. Pero Jose dejó de ser José debido al imperialismo americano”. Más adelante agrega: “El historiador Stanley Karnow describió la historia colonial de mi país de origen como: ‘300 años en el convento, 50 años en Hollywood’.”

Usted llegó a los doce años a casa de sus abuelos en Mountain View, una burbuja de gente progresista y acomodada, sede también de Google. Una de las primeras cosas que le sorprendió fue la importancia que las personas daban a la raza, que es algo que no conoció en Filipinas.

Durante el tiempo que pasé en Filipinas tuve conciencia de los tonos de piel, a mí me llamaban mestizo porque soy más claro que otros miembros de la familia. Pero eso era todo. Desconocía la distinción entre ser “blanco” o “negro”. Cuando llegué a Estados Unidos descubrí que, por ejemplo, Whitney Houston era “negra”. Hasta ese momento, para mí había sido simplemente estadounidense. Ahora, la realidad es que muchas personas en este país no son ni negras ni blancas. Y aun así, la forma en que el país habla de sí mismo sigue siendo en términos de blancos y negros. Yo diría que la mayoría de los latinos y asiáticos aún tienen que decidir en qué bando se ubican, si es que tienen que elegir un bando. Es decir, Estados Unidos ahora es más latino y más asiático y, sin embargo, todavía se piensa en categorías de blancos y negros.

Su libro describe la importancia que tiene para los indocumentados la gente que les presta ayuda.

El libro está estructurado en tres capítulos: “Mentir”, “Pasar”, “Ocultarse”. No podría haber mentido, ha- cerme pasar por ciudadano, ni haberme ocultado en Estados Unidos sin que otros me ayudaran. En cada paso del camino la gente mintió conmigo o por mí, me ayudó a pasar, y yo quise capturar eso porque es algo de lo que no se habla. Hay personas de todas las razas y procedencias, ciudadanos estadounidenses, que han sido cómplices en esto.

En sus memorias, Vargas describe un primer grupo de gente blanca que lo trata con generosidad. Cuando se enfrenta al mundo profesional subraya el papel de lo que denomina “la hermandad negra”, las mujeres que le sirven de guía. Y el encuentro con la América negra terminó por ser transformador. “Los escritores negros me dieron permiso para cuestionar a América”, escribe. De Toni Morrison tomó la idea de que hay una “narrativa maestra” que es blanca y masculina y define lo que es bello, bueno, central. Se convenció de que la “narrativa maestra” de la ilegalidad era una invención: “seres humanos identificados como ‘ilegales’, como si la pura existencia de alguien pudiera contravenir la ley”. Y las palabras de James Baldwin le plantearon un desafío: “Tú debes decidir quién eres, y obligar al mundo a confrontarse contigo, no con la idea que tiene de ti.”

Usted ha intentado entender cómo se sienten los blancos estadounidenses en el país cambiante en el que viven ahora. Ha hecho un documental sobre eso (White People) y uno de sus primeros artículos para el San Francisco Chronicle fue sobre una chica blanca que era parte de la minoría de su escuela.

Este país se fundó en la construcción de la raza, en crear la categoría de “blanco” para que la gente no pudiera ser “negra”. La construcción de la blancura como ideología pone al blanco al centro, como la gente, y son los demás los que tienen que ser explicados. Por muchos años los blancos eran la corriente principal y los otros tenían que definirse. Es eso lo que está cambiando en Estados Unidos. Una buena parte de mi trabajo ha sido tratar de entender eso.

2014 fue el año de la crisis migratoria de los niños. La patrulla fronteriza detuvo en total unos 68 mil niños migrantes que venían huyendo de la violencia en Centroamérica. A orillas del río Bravo, la ciudad de McAllen, en Texas, fue el epicentro de la atención. Convocado por la organización United We Dream, Vargas se unió a una vigilia frente al centro de inmigración. Lo describe como una zona militarizada, donde se han suspendido las garantías que otorga la Constitución. Es detenido en el aeropuerto. Cuando lo encierran en la celda se da cuenta de que está rodeado de unos veinte niños, de entre cinco y doce años. Niños que tienen la condición que él mismo había tenido años atrás: enviados por sus padres en busca de una vida mejor.

Usted dice en su libro que lo que parece ser un sistema disfuncional, en realidad está deliberadamente diseñado para hacer exactamente lo que está haciendo. ¿Por qué hacer algo tan ruin?

Se sigue insistiendo en que el sistema está colapsado. Pero la realidad es que la mayoría de los estadounidenses ni siquiera entiende el sistema, y que sin el trabajo indocumentado este país no sobreviviría. Si se prohibiera la contratación de un millón de trabajadores de la construcción en el estado de Texas porque están indocumentados, tendríamos una crisis. Pero los estadounidenses no quieren lidiar con eso. No saben que se trata de una mano de obra que paga impuestos. [Los trabajadores indocumentados en Estados Unidos pagan impuestos federales y estatales sobre sus salarios, y contribuciones a la seguridad social. La cantidad anual oscila alrededor de los veinticuatro millardos de dólares en impuesto sobre la renta y once millardos en impuestos a las ventas y la propiedad. Nueve millardos se van en contribuciones a la seguridad social y trece millardos a los fondos de retiro. Y, sin embargo, no tienen derecho a estos dos últimos beneficios.] No es parte de la narrativa, ni siquiera la de medios progresistas como el New York Times o el Washington Post. La gran narrativa sobre la inmigración que se difunde en este país es que la inmigración ilegal y las personas indocumentadas están fuera de control. Pero eso no es accidental. Para mí eso ha sido un intento muy deliberado, al que habría que añadir el éxito de la maquinaria antiinmigrantes. Gente que se consideraba marginal –el Centro de Estudios de Inmigración, fair, Numbers usa– es ahora parte del sistema. Y las personas que trabajaron para ellos están ahora en la Casa Blanca. Lo que significa que han consolidado su influencia.

Cuando uno empieza a explorar el tema descubre que su historia es más común de lo que uno pensaría. Hay muchos otros inmigrantes indocumentados que han tenido una vida exitosa, incluso notoria en este país, y nadie sabe que son indocumentados.

No sé si conoces Define American, la organización que fundé hace siete años cuando hice pública mi condición de indocumentado. La fundé específicamente para decir que mi historia no es única. Y ahora, en realidad, estamos usando las historias de muchas personas para influir en cómo los medios de comunicación y la industria del entretenimiento abordan el problema migratorio. En cuanto a Dear America, más que la historia, me interesaba la psicología de la migración. Quería entender cuál es el costo emocional y mental de todo esto. Por ello elegí la estructura de “Mentir”, “Pasar”, “Ocultarse”. Creo que esas claves proporcionan una manera diferente de ver el problema.

Respecto al costo del que habla, hasta el día de hoy usted no ha vuelto a ver a su madre, a quien, sin embargo, menciona en diversas partes de sus memorias. Su libro concluye con ella.

Quería que ella tuviera la última voz en el libro porque mi vida no tendría ahora sentido sin su elección. No estoy seguro de que tenga algún provecho para mí ponderar si el costo valió o no la pena ni pensar qué sería de mi vida en Filipinas, de haber permanecido ahí. Para mí la pregunta es: qué hago con lo que tengo ahora. Cómo uso lo que tengo, sea lo que sea en que me haya convertido. Eso es lo que estoy tratando de hacer. Cuando empezaba en el periodismo, un reportero afroamericano del Washington Post, un escritor brillante, Wil Haygood, me dijo que las mejores historias son tan específicas que son universales. Que hay una universalidad en los detalles. Y me tomó un tiempo llegar realmente a entender a qué se refería. Pero con este libro eso es lo que esperaba lograr: ser tan específico que cualquier persona pudiera comprender qué significa ser alguien sin documentos en este país.

Uno de los momentos más significativos en el libro de Vargas es cuando una anciana negra lo toma del brazo, saliendo de un evento en Wilmington, Carolina del Norte: “Yo no soy inmigrante, Sr. Vargas”, le dijo la anciana. “Nuestra gente fue traída aquí contra su voluntad.” Acto seguido le mostró un papel viejo y amarillento: una nota de venta. Le había sido entregada a su tatarabuela cuando llegó en el vientre de un barco a Charleston, un próspero puerto que debía su fortuna a la trata de seres humanos. “¿Puede usted hacer la conexión entre este papel que le entregaron a ella y los papeles que a usted y su gente les niegan?”

“Recorriendo el país para Define American”, escribe Vargas, “me di cuenta de que todos se sienten excluidos de Estados Unidos”. ~

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