Puede que, sin saberlo, en Bienvenidos a Welcome estuviese describiendo el futuro (sin duda, lo estaba, la historia se ambienta en algo parecido al 2133), un futuro en el que no éramos más que muñecos parlanchines, a merced del mercado (el conglomerado definitivo, el mismísimo DIOS de las finanzas, llamado simplemente así, DIOS) y las fake news, por entonces aún no nombradas así, por entonces aún conocidas como su versión prehistórica, la de verdades alternativas, así que la distopía que yo podría imaginar iría, aún, en ese sentido, pero le añadiría, por supuesto, el desasosiego climático (los ricos vivirían en mansiones iglú y caminarían por ciudades iglú, en las que no haría un frío atroz, pero sí se acondicionaría el aire lo suficiente como para que el sudor dejase, para ellos, de existir), y una comunidad virtual en la que los muñecos de Welcome dejasen incluso de ser muñecos para limitarse a ser meras presencias con cientos de trabajos no remunerados que ellos, por supuesto, no considerarían trabajos sino un simple enaltecimiento de uno mismo. Existirían, esos personajes, sin existir, y serían, básicamente, dinero.
Le añadiría una locura que leí en el apasionante (y rarísimo) The four fingers of death, de Rick Moody, las apuestas por cualquier cosa. La gente apostaría a que el primer niño que muriera asesinado (de determinada manera, pensemos algo atroz y a la vez ridículo) ese año se llamaría Bill, o Tim, o Kwan, o Adbul, y luego apostaría por su color de ojos, y por si la madre del asesino o asesina sabía que su hijo o hija era un asesino o asesina, por si eran fan de Las chicas Gilmore o, mejor, Mujeres desesperadas, y cuál habría sido su mascota favorita de tenerla. En definitiva, un mundo absurdo en el que los únicos que ganan son los que tienen cientos de miles de montones de papel de curso legal en el banco.
es escritora. Literatura Random House ha reeditado este año Bienvenidos a Welcome.