¿Museos para todos?

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El primer museo mexicano fue el Gabinete de Historia Natural, abierto al público en 1790 en Plateros 89, a unos pasos del Zócalo. Ahí comenzó la creación de espacios museísticos, aunque el avance fue lento: a mediados del Porfiriato, en 1893, existían veintitrés en todo el país. Para 1907 había 38. Las estadísticas de los museos están entre las cosas que se llevó la Revolución, pues no volvió a haber datos hasta 1930, cuando se contaron veintidós. Hoy los museos se han multiplicado por 54 –pasamos a 1,156–. Este aumento no ocurrió durante el apogeo del nacionalismo posrevolucionario ni durante el crecimiento desbordado del “milagro mexicano”; por el contrario, la explosión de la infraestructura museística es reciente, empieza en 1994.

Si bien ahora contamos con más museos, los problemas surgen cuando se analiza dónde están, cuáles son sus características, quiénes los visitan y cuál es su experiencia. Hasta hace poco la falta de información generalizada y detallada obligaba a hacer estudios de caso, pero desde 2016 el Inegi comenzó a recolectar datos de todos los museos y a aplicar un cuestionario estadístico entre los visitantes. La mayor parte de los medios reprodujo el resumen elaborado por el propio Inegi: la afluencia de 75 millones de visitantes, que el 55.3% de ellos tiene educación superior, que el 53.1% son mujeres. Son cifras útiles, pero es necesario analizar de manera directa los datos para tener una radiografía más amplia.

La zona central del país concentra la mayor densidad de instalaciones: el 10% está en la Ciudad de México, el 8% en Jalisco, el 6% en el Estado de México, el 5% en Puebla, lo que parecería sustentar la idea sobre su aglomeración en unas cuantas entidades. Sin embargo, al ponderar la cantidad de museos por la población, su distribución no es particularmente desigual. Por ejemplo, en la Ciudad de México hay catorce museos y en Colima quince, en ambos casos, por cada millón de habitantes –esto aunque Colima sea la entidad con menos museos–. Así, pese a que algunos estados tienen más museos que otros, el número casi siempre se ajusta a los habitantes.

Donde sí hay un patrón de desigualdad es en la ubicación de los museos al interior de cada entidad. En la Ciudad de México es clara su concentración en Cuauhtémoc y Miguel Hidalgo; que, además de reunir el 67% de los museos capitalinos, son dos de las demarcaciones con mayores ingresos del país. Esta relación prevalece en el resto de la república: si se contrasta el ingreso per cápita de cada municipio con su número de museos, se detecta una tendencia: a mayor ingreso, mayor probabilidad de tener más de un museo. La infraestructura se concentra, entonces, en los municipios más ricos. La situación se agudiza porque 821 museos (71% del total) son financiados con recursos públicos, pero en el 40% de ellos se cobra la entrada.

((De los 335 museos que no operan con recursos públicos, el 50% siempre son gratuitos. ))

 Si bien hay motivos que lo justifican, los datos muestran que el cobro excluye a las personas con menores recursos.

Otra aproximación puede hacerse analizando los datos de las exposiciones: 1,064 tienen colección permanente (92%) y 92 museos (8%) carecen de una –la mayoría de estos (65) son públicos–. El tipo de colección también resulta interesante: las temáticas principales son la historia, el arte y la arqueología, mientras que las colecciones industriales, de historia natural y las científicas son las menos comunes. Una posible explicación es que la mitad de los museos que tienen colección permanente la integran con objetos de la localidad donde se encuentran. Acerca de los servicios, en cambio, la mayor parte de los museos se limita a tener salas de exhibiciones, visitas guiadas y baños. Así, aunque la infraestructura creció en número, aún presenta deficiencias importantes: dos terceras partes de los museos no tienen acceso, rampas y equipo para personas con discapacidad, tres cuartas partes no tienen conectividad Wi-Fi y nueve de cada diez no tienen archivo histórico.

Ahora bien, sobre los visitantes se ha dicho que 75.1 millones (61% de la población) acudieron al menos a un museo en 2017 (una cantidad sin precedentes si se considera que en la década de 1950 apenas lo hacía el 5%). Al igual que en el ámbito de la infraestructura museística, si solo nos preocupan los números, podría decirse que hubo un avance sustantivo. Pero esto se desmiente al analizar las características de los visitantes: el 56% tiene educación universitaria, 28% educación media superior, 12% secundaria y 4% cursó la primaria, completa o no. A nivel nacional solo el 19% de la población tiene educación superior y el 31% cursó la primaria: quienes acuden a los museos no son una muestra representativa de los ciudadanos.

El cuestionario del Inegi, sin embargo, no presenta variables socioeconómicas precisas acerca de los visitantes, de modo que el grado de estudios es la mejor manera para tratar de capturar esa información. Al respecto, quienes dijeron haber visitado al menos un museo y estudiado hasta la secundaria tienen 35 años de edad, y los que estudiaron primaria o menos tienen cincuenta (en promedio), es decir, no son estudiantes sino adultos. La escolaridad, por su parte, afecta la experiencia que tienen de los museos: el promedio de duración de las visitas fue de 61 minutos, pero las personas con menor escolaridad tienden a permanecer menos tiempo que aquellos con formación universitaria. No solo eso. Quienes tienen menor educación y visitan un museo no suelen ir a otros espacios culturales: así lo declaró el 57% de las personas con primaria que asistió al menos a un museo en 2017; mientras que entre aquellos con educación superior esa cifra baja al 21%. Esta exclusión puede explicarse por la ubicación de la infraestructura. La mayoría de los visitantes (61%) viven en el estado donde se ubican los museos y el 55.8% reporta haber hecho menos de media hora de trayecto.

((Apenas el 5% de los visitantes son extranjeros. ))

 Si se considera que en las zonas con mayores ingresos hay una fuerte concentración de museos, entonces puede decirse que se da un proceso de autoselección: la gente que los visita tiene mayores ingresos y escolaridad porque los museos están en zonas con las mismas características socioeconómicas.

Otro fenómeno similar sucede cuando el museo tiene costo. Los universitarios son el grupo mayoritario de visitantes, sin importar si deben pagar o no, pero conforme se desciende en el grado de estudios, el costo de la entrada parece jugar un papel preponderante: mientras el 45% de los universitarios fue a museos que cobran la entrada, solo el 30% de las personas con secundaria y el 28% de las personas con educación básica o menos pudieron permitírselo.

La información de los museos recabada por el Inegi no se termina en este análisis. Entre otros motivos porque no se puede estudiar cada museo debido a que la base de datos no transparenta a qué institución particular se refiere cada estadística. Con todo, puede decirse lo siguiente: debemos poner sobre la mesa cuál es el objetivo que creemos que los museos desempeñan en la política cultural; si creemos que son un instrumento para preservar y difundir la cultura en toda la sociedad, entonces es momento de plantearnos dónde se construirán los museos del futuro y cómo operarán; si queremos que la cultura siga siendo para unos cuantos, reproduciendo y ampliando las brechas de desigualdad, parece que estamos en el camino correcto. ~

 

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es politólogo e internacionalista por el CIDE y autor del libro ¿Y dónde quedó la bolita? (Aguilar, 2017)


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