El voltaje emocional de la eterna e irresoluble guerra entre Israel y Palestina es de tal intensidad que está poniendo a prueba la objetividad de los supuestos mejores medios internacionales y de sus supuestos mejores periodistas.
Reporteros de The New York Times, The Washington Post y BBC han sido acusados de partidismo en favor de una u otra facción. Hay que ponerse muy en guardia cuando se acusa de algo al “periodismo occidental”, ese pleonasmo, porque sabemos que el periodismo no existe fuera de las democracias. El Times y el Post fueron los primeros en caer, con dos de sus principales estrellas acusadas de semitismo y antisemitismo, respectivamente, y a la BBC se la ha acusado más recientemente de haber incumplido miles de veces su propio código deontológico en favor de los palestinos.
Tanto Benjamín Netanyahu como Hamás han cometido crímenes de guerra por sus respectivos ataques contra la población civil. Yuval Noah Harari ha dicho, condensando análisis de los principales observadores: “El problema clave es que israelíes y palestinos tienden a negar el derecho del otro a existir.” Si ha existido la paz en las últimas décadas ha sido por juzgar a las personas por lo que hacen y no por lo que son.
Jeffrey Gettleman, veinte años en el Times, educado en Cornell y Oxford, premio Pulitzer, firmó un reportaje el 28 de diciembre en el que acusa a los terroristas de Hamás de violar sistemáticamente en su ataque del 7 de octubre de 2023 a unas cincuenta mujeres del total de 1.200 civiles asesinados. El 28 de febrero, el izquierdista The Intercept publicó un análisis de ese reportaje en el que demuestra que Gettleman forzó los datos y las fuentes: desde su llegada tenía anotado en su agenda demostrar que las violaciones de Hamás habían sido sistemáticas. Sin embargo, no había pruebas forenses de dichas violaciones, ni los equipos especializados en atender víctimas ni los hospitales tuvieron noticia de ninguna violada. Gettleman cayó como un principiante en la trampa plantada por la organización israelí Zaka, que lo intentó con otros grandes medios. Sí hubo violaciones, pero las pruebas presentadas por Gettleman no son concluyentes. ¿Cómo es posible que creyera que los cuerpos carbonizados con las piernas abiertas son una prueba de violaciones?
Otros periodistas proisraelíes también difundieron el bulo de los cuarenta bebés decapitados. El análisis de The Intercept destapa conflictos de intereses de los traductores, sesgo ideológico, errores –tal vez intencionados– en la verificación, falta de fiabilidad de las fuentes, de responsabilidad ética y de credibilidad del equipo editorial. El Times retiró discretamente a finales de enero a Gettleman durante varios meses, que resucitó en mayo en Ucrania. Una desaparición elocuente.
Louisa Loveluck, Cambridge alumni, delegada del Post en Bagdad entre 2019 y 2023, estrella rutilante de las redes sociales desde que inició sus coberturas amateurs de la Primavera Árabe, merecedora de varios premios y firmante de al menos cuatro reportajes que el Post ha tenido que rectificar por su sesgo en favor de Hamás, según expuso en diciembre The Hill. Entre esos errores, culpabilizó a Israel del ataque al hospital de Al-Ahli, a pesar de que se demostró que la causa fue un misil palestino lanzado por error, y en todos esos casos evitó ponerse en contacto con el lado israelí para conocer su versión de los hechos.
En el aire queda un tuit que borró y en el que había escrito: “27.000 personas muertas en Gaza, la mayoría civiles, mientras los periódicos más poderosos del mundo publican historias que comparan a los árabes con insectos, a las operaciones de ayuda con grupos terroristas y a toda una comunidad musulmana de Michigan con yihadistas. El mundo está al revés.” Es en redes donde expone su ilimitada y específica compasión por los sunitas víctimas. No está claro si en su definición de “los periódicos más poderosos del mundo” entraba también su propio diario. Leo la prensa internacional cada hora y, dadas las limitaciones para acceder a Gaza, me parece que la calidad y la diversidad de voces y de coberturas de esa guerra es cuanto menos aceptable. Semafor publicó en febrero que Loveluck estaba siendo objeto de ataques e insultos por parte de grupos proisraelíes. En sus redes sociales, irónicamente, la única referencia misericorde a las víctimas israelíes de Hamás va para las violadas en una pieza de propaganda. Aunque el Post ha defendido su cobertura, que no sus tuits, y el cierre de la oficina de Bagdad estaba previsto antes de los ataques de Hamás, Loveluck ha sido degradada a corresponsal.
En septiembre fue The Telegraph el que acusó a la BBC de violar sus propias directrices editoriales más de 1.500 veces durante su cobertura de la guerra, con un patrón de sesgo contra Israel. Menciona un informe del abogado Trevor Asserson, fundador de un bufete con sede en Jerusalén, que muestra una fuerte parcialidad contra Israel, asociándola mucho más con términos como “genocidio” y “crímenes de guerra” que a Hamás. También un lord laborista se ha quejado. Asserson acusa a varios periodistas de la BBC, especialmente en su canal árabe, de mostrar simpatía por Hamás, además de minimizar sus actos terroristas. El informe destaca a reporteros como los veteranos Jeremy Bowen y Lyse Doucet, a los que culpa de excusar o minimizar las acciones de Hamás. La BBC ha rechazado las acusaciones y ha cuestionado la metodología del informe, que usó Inteligencia Artificial para analizar la cobertura. La cadena evita calificar a Hamás como un grupo terrorista.
Son tres casos muy significativos debido a la influencia de estos tres medios, que invierten en coberturas sobre el terreno y pagan muy bien a sus periodistas. Es decir, se toman la profesión en serio. Implican además a profesionales que, al menos en los dos primeros casos, provienen de una élite, aunque Loveluck no tiene formación como periodista y sus errores tanto en redes sociales como en sus reportajes eran y siguen siendo abundantes. Cualquiera puede ser periodista hoy en día, y eso es exactamente lo que sucede, pero en mi experiencia los fallos de verificación, la ortodoxia y el dramatismo barato son más frecuentes en los amateurs. Lamentablemente, estos ejemplos demuestran además que invertir en una carrera en la Ivy League no hace al periodista más fiable. Me consta que en sus últimas incorporaciones el Times ha favorecido a profesionales sólidos sin formación en las élites. En plenos estertores y con su influencia muy maltrecha, que un candidato a periodista presuma de hiedra ya se ve mal.
En cuanto a los empleados del canal árabe, nada que decir. La diversidad cultural en los medios serios ha servido para que segundas generaciones de inmigrantes pudientes aporten su visión del mundo, que suele consistir en aprovechar la libertad de expresión de las democracias de acogida para culparlas del Mal, en defender la causa de Hamás o para ir a cubrir Ucrania y gritar bien alto que las guerras de los blancos les importan un comino.
Los tres ejemplos citados de la prensa occidental contienen elementos en conflicto que merece la pena revisar. Uno de ellos es la exigencia de los medios a sus periodistas de que sean muy activos en redes para intentar recuperar el terreno perdido. Loveluck no fue contratada por sus conocimientos del mundo árabe ni su solidez periodística, sino porque tenía 25.000 seguidores, ahora cuatro veces más. No se rían. Los hay que miden su éxito con ese baremo. El poner a remar a los periodistas en redes no ha traído más dinero a los medios, sino más errores, porque hay que ser cejijunto para creer que el populismo da credibilidad.
Por poner un ejemplo: Aritz Parra, uno de los periodistas por los que más respeto tengo y que más lejos ha llegado siendo español, y actualmente en el Times, apenas supera los 5.500 seguidores en X. No tiene tiempo para andar provocando, es una discreta y positiva fuerza de producción de noticias verdaderas y bellas, inteligentes y éticas. Años de éxitos en el servicio militar de neutralidad de The Associated Press lo avalan.
La presión por lograr relevancia atrayendo seguidores y la necesidad de dejar suelto al ego suelen ser un freno a la exigencia de objetividad. Una exigencia que George Orwell definió como un esfuerzo moral, la lucha entre contar la verdad y las presiones políticas e ideológicas. La primera criba para acceder a este oficio debería estar en las facultades, donde la posmodernidad ha dado por hecho que la objetividad no existe. Sin periodistas capaces de hacer ese esfuerzo no hay futuro.
En Notas sobre el nacionalismo, Orwell escribe: “Se trata, en primer lugar, de descubrir quiénes somos realmente y cuáles son nuestros verdaderos sentimientos, y, después, de tomar en cuenta nuestro inevitable sesgo.” Es lo que Arcadi Espada llama ir a cubrir con todos tus prejuicios por delante. O escribir contra uno mismo. Es decir, escribir contra la propia ideología. Hay varios problemas aquí: la ideología se ha convertido en una identidad cuasi religiosa. Y la mayoría de periodistas, en tanto que seres humanos, no son conscientes de su sesgo, lo confunden con la verdad, con estar “en el lado correcto de la historia”, otra frase frente a la que hay que estar muy alerta, porque consiste en juzgar el ser y no el hacer. Es aceptar la narrativa histórica del victimismo y la venganza, es dar prioridad al por qué y no al qué. Es creer que una democracia no puede cometer crímenes, o que una víctima tiene derecho a cometerlos. Es difícil de creer que Gettleman no sea consciente de que es proisraelí, pero en cualquier caso cree que está haciendo justicia, y el mismo mal padece la élfica Loveluck. ¿Pero acaso sus seguidores no los leen precisamente por su sesgo?
Orwell habla de su principal motivación para ser objetivo, el impulso histórico, el deseo de ver las cosas tal y como son y registrarlas para la posteridad. La objetividad no es solo un deber intelectual, sino una obligación moral. Era consciente, no obstante, de que uno no puede despojarse por completo de toda visión política. El manejo de la vanidad implícita en la escritura debe estar al servicio de exponer los hechos y las mentiras. Su desconfianza de la prosa pintoresca y ornamentada debería convertirse en un software para detectar embustes. La belleza literaria radica en la claridad moral y sintáctica, fundamentales para lograr la objetividad.
Sin embargo, no hay que despreciar la presión de las máquinas de propaganda polarizadoras desde el poder y las redes. Los bombardeos israelíes han asesinado a más de cien periodistas en Gaza, imprescindibles para saber qué ocurre en la franja, porque ni Tel Aviv ni Hamás dan acceso a periodistas independientes a la zona. Y al mismo tiempo, al igual que Hamás, intentan influir y presionar a los profesionales. Las cifras de muertos en el lado palestino vienen desde un ministerio controlado por Hamás, mientras que Israel ha tratado de convencer al mundo de que sus ataques eran quirúrgicos y precisos.
Y por último está el principal escollo, que es biológico, aunque no insalvable. Un delicioso artículo del historiador australiano Adam Wakeling en Quillette analiza el sesgo cognitivo y cómo complacer las exigencias de Orwell. La necesidad de cohesión con el grupo marca nuestro propio cableado con los sesgos de confirmación y de atribución y el efecto de encuadre. Wakeling cree que la atención activa puede mejorar la racionalidad y reducir los sesgos. Esa atención activa consiste en enfocarse en los detalles y evitar las distracciones. Como la meditación zen, la objetividad es una lucha constante por fijar la atención de forma consciente, es un compromiso férreo con los hechos y la precisión.
Si el individuo falla, están los demás, los editores, el medio. El periodismo es un trabajo en equipo. Y está el método. ¿Debería el periodismo tener un juramento hipocrático? Muchos autores consideran la objetividad como un constructo social, pero la tecnología está facilitando herramientas de verificación osint (open source intelligence) que combinadas con una cobertura tradicional sobre el terreno están aportando suficientes datos para confirmar los hechos en Gaza, como señala un artículo del Reuters Institute. Universidades y medios están adiestrando a la ia para identificar sesgos y burlar la propaganda. La American University, wnycStudios y The New Humanitarian han realizado análisis que indican que la prensa anglosajona tiene un claro sesgo proisraelí, mientras que Janine Zacharia, de Stanford University, asegura que la mayoría de periodistas sobre el terreno se esfuerzan por ser objetivos, al tiempo que evitan usar términos como “terroristas” o “genocidio” para no sesgar la percepción de los lectores. Añade que no todos los medios tienen una agenda.
La objetividad también puede resultar aburrida en tiempos en los que la emoción y no la racionalidad es la mercancía. Tal vez sea ese el motivo por el que la dama negra del isis, Rukmini Callimachi, fue desterrada dentro del Times a informar sobre (re-)educación nacional cuando se desveló su entrevista con un falso miembro del isis. Cómo echarla cuando el propio diario enardeció su ilusoria aureola de experta. ¿Están siendo también reeducados Gettleman y Loveluck? ~
Es periodista. Ha cubierto Europa, Asia y Medio Oriente para medios como Associated Press y The Guardian