Foto: © Ricardo Salazar

Octavio Paz: cartas de Berkeley

La revista El Hijo Pródigo, clave para la vida intelectual mexicana durante los años cuarenta, nació en buena medida de la relación entre Octavio G. Barreda y Octavio Paz. Sheridan estudia esta amistad a través de las cartas que Paz le envió desde California a su tocayo en la ciudad de México.
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En la Nettie Lee Benson Latin American Collection Library de la Universidad de Texas en Austin se conservan trece cartas que Octavio Paz dirigió a su amigo el escritor y editor Octavio G. Barreda (1897-1964). Diez de ellas corresponden al periodo en que radicó en Berkeley con una beca Guggenheim para escribir un estudio que habría de titularse “América y su expresión poética”. Son unas cartas a veces desenfadadas y divertidas, a veces críticas y graves, bien cargadas de información sobre sus lecturas y trabajos de esos días y, ante todo, sobre su comercio con El Hijo Pródigo  (1943-1946), esa revista crucial que, escribirá Paz años más tarde, “defendió, frente a la confusión entre arte y propaganda, la libertad de la imaginación”.[1]

Barreda, editor de revistas desde sus diecinueve años (Gladios, de 1916), fue un escritor no por circunstancial menos riguroso: más crítico que poeta, y más narrador que crítico (la UNAM publicó sus Obras en 1985), buen traductor, paradigma del editor y divulgador de buen gusto, ánimo ecuménico, curiosidad informada y astucia política. Con sus revistas “animó nuestras letras”–resumiría Paz[2]– y lo hizo con voluntad “esforzada e inteligente”. Tenía otra virtud: amigos poderosos cuyo interés en el arte y las letras capitalizaba en sus iniciativas, lo que le permitía a él mismo apoyar escritores. A fines de 1942, ambos Octavios urdieron una revista de menor tiraje y mayor calado que complementaría la otra, simultánea, revista  de Barreda, Letras de México  (1937-1947): El Hijo Pródigo aparece en abril de 1943 con Paz, Xavier Villaurrutia, Celestino Gorostiza y elespañol Antonio Sánchez Barbudo como redactores (a veces, Paz agrega a  Gilberto Owen), y lo continuará haciendo hasta mediados de 1946.[3]

Paz colabora con entusiasmo (reseñas, prosas, un ensayo esencial –“Poesía de soledad y poesía de comunión”–, la mesa redonda sobre San Juan de la Cruz, trece poemas), propone ideas, le acerca colaboradores, la equilibra. Las cartas evocan las “encrespadas y ondulantes reuniones” (diciembre de 1943) del consejo, su talante enjundioso y batallador; la confluencia de las generaciones, la presencia de los refugiados españoles, las citas para discutir de política y desollar encarnizadamente amigos y enemigos en el Café París: una “sociedad dentro de la sociedad”, el único ejemplo de la “vida de café” que hubo en México. En otra parte recuerda cómo, “mientras Barreda anunciaba la muerte inminente de la literatura, Xavier, imperturbable, continuaba hablando de los poemas franceses de Rilke o, ante la cólera de León Felipe, de Whitman como poeta para boy scouts”.[4] Y al llegar la noche, “con una suerte de taquicardia, no sé si por el exceso de cafeína o por la angustia que todos, en mayor o menos grado, padecíamos”, las caminatas con Barreda, Villaurrutia o José Luis Martínez: “Los amigos se dispersaban y todas aquellas palabras inteligentes, apasionadas o irónicas se volvían un poco de aire disipado al doblar una esquina.”

Que la revista fuese tachada de “reaccionaria” y “desviacionista” fortalecióel esprit de corps de sus redactores y el alboroto que produjo su aparición les pareció, naturalmente, un triunfo (editorial del número 3):

 

El Hijo Pródigo ha tenido la virtud de causar una cierta inquietud en nuestros medios intelectuales. Cuando más real y honda fuera esta agitación mejor quedaría cumplido nuestro deseo: la misión del escritor tal vez no sea otra que la de despertar, la de inquietar las conciencias. No nos referimos, claro es, al escándalo, al griterío hacia fuera, sino al entrañable clamor que, milagrosamente, a veces levanta la palabra silenciosa…

 

Esta “cierta inquietud” fue legendaria: Diego Rivera montó en cólera por un artículo de Ramón Gaya y pidiósu expulsión de México, y Neruda –todavía furioso contra la antología Laurel  (1941)[5]– sentenció a diestra y (sobre todo) a siniestra que El Hijo Pródigo era fascista y sede de reaccionarios como Victor Serge, Jean Malaquais, Benjamin Péret y César Moro. Las cartas de Paz a Barreda le aportan miga a ese relato, replican la intensidad de las discusiones, actúan por escrito la algarabía, lamentan que la revista tenga “más enemigos que lectores atentos”[6] y añoran la pertenencia a un grupo. Los jueves discutían en las oficinas de Barreda: “Añoro los exasperantes laberintos que usted nos proponía; todas las salidas conducían al vacío, excepto una, que nadie, sino usted, conocía” (diciembre de 1943). Luego se iban al café: “Tengo hambre de conversaciones interminables y sed del inmundo, maravilloso café de Fornos o del París.” Paz evoca a los contertulios con epítetos precisos y cordiales: Barreda era “Almanzor”[7] o “el inquisidor”; Villaurrutia, “el estilista”; Sánchez Barbudo es “el Castizo” y Alí Chumacero es “el Gramático”. A veces continuaban la sesión en el Leda, púdico salón de baile vespertino y estrepitoso cabaret nocturno, donde bebían y bailaban swing con las muchachas.

Las evocaciones acicatean su nostalgia: “Usted sabe cómo se necesitan las noticias de los amigos cuando se vive lejos; ellas rescatan un poco de la soledad y nos dan la impresión de que, al menos no somos todavía un nombre sin ecos”(agosto de 1944). Una avidez no del todo correspondida: “Al principio Barreda y algunos otros amigos me escribieron”, dice en el ensayo sobre Villaurrutia, “después, nada”. En pos de correspondencia, algunas de las cartas a Barreda tienen como destinatarios, de hecho, “a los redactores de El Hijo Pródigo”. Para incitar respuesta de sus amigos, describe cuánto agradece las misivas de José Bergamín o Juan Gil-Albert, y más las “que recibo con frecuencia” de Luis Cernuda. No sirvió de mucho: Barreda contesta un par de veces y Villaurrutia una, y luego… “el gran silencio mexicano”.

 

Leyendo la revista

Paz comenta con disciplina los números que le llegan de México a partir del noveno (diciembre de 1943) que, por cierto, da cuenta de su partida. Apenas lo recibe, escribe (enero de 1944) que “para no perder la costumbre voy a comentarlo –con mi habitual encarnizamiento, de corrido y, por primera vez, sin interrupciones”:

 

Predominan los ensayos, es decir, predomina la crítica a expensas de la imaginación. En ellos –y en general en todo el tono de la revista– hay cierta dirección especialista y asfixiante: literatura para literatos. Demasiados problemas técnicos, demasiadas observaciones particulares, pequeñas curiosidades y, al mismo tiempo, nada realmente decisivo.[8]

 

Lo que va contra la imaginación es “toda esa neo-barbarie que quiere reducir a la poesía y al arte a sus propios intereses: política, filosofía, nacionalismo, etcétera”. No lo dice abiertamente, pero deplora que El Hijo Pródigo  se esté pareciendo a Cuadernos Americanos  (1942-1986), la revista de Jesús Silva Herzog y Juan Larrea, “una revista demasiado sociológica para nuestro gusto, con una idea preconcebida de lo que era América Latina y una filosofía más bien vaga.”[9] Días más tarde (febrero de 1944), Paz agrega que la revista debe precaverse de la academización de la literatura, de una “tendencia alejandrina” que “encabeza Alfonso Reyes y que consiste en preferir el detalle al conjunto, la crítica a la creación y a hacer la crítica de lo inexistente”: ¿a qué se refiere Reyes –se pregunta Paz– cuando encomia una “ciencia de la literatura”[10]? Se arriesgaba a “congelar”el espíritu, confundir “el papel de una revista con el pizarrón de una clase”, caer en ese “espíritu académico –que es uno de los polos del espíritu mexicano, como el sentimentalismo desordenado es el otro”.[11] Paz evocaba una charla con José Vasconcelos (a quien visitaba con frecuencia antes del viaje: “verdaderamente un gran escritor, el más poderoso de todos los mexicanos”[12]) en la que el viejo le comenta que “Alfonso es tan inteligente –y tan vacío– que es capaz de escribir todo un libro sobre algo que nunca existió: la crítica en la edad ateniense”.[13] Si Vasconcelos es el adalid de la literatura como experiencia de vida, casi como acción, Reyes y sus discípulos, los universitarios de la revista Tierra Nueva (1940-1942), amenazan con convertirla en un ente paralítico y aséptico. Es la animadversión a la academia que, cuando debe vivir de ella, lleva a Paz a decirle a Charles Tomlinson: “No, no era necesario haber leídobajo ninguna higuera a Nagarjuna; bastaba con haber pasado por las universidades para comprobar que todo está vacío…”[14]

Otro motivo de irritación es la presencia en El Hijo Pródigo  de las emociones pro soviéticas de algunos colaboradores, como Efraín Huerta y Ermilo Abreu Gómez. ¿A quién debe imputarse que la revista publique un texto de Wanda Wasilievska, “ganadora del premio literario Stalin[15] y uno de los peores escritores del mundo? Su libro, aquí, ha sido recibido con burla”(marzo de 1944). Solo la aplaude “la misma gente que encuentra a JoséMancisidor un clásico de la literatura mexicana”. Encuentra ofensivo –él, que se considera un verdadero socialista– que la nomenklatura soviética figure en una revista que defiende la libertad de la imaginación. Pero antes que enfrentar a Barreda, Paz lo presiona (mayo de 1944) para que désitio a los antiestalinistas, sobre todo a los refugiados en México, como Victor Serge, “hombre puro y valiente”, que había entregado unos poemas hacía meses y seguían sin aparecer: “¿O es que la posición política de Serge afecta a su poesía? Me resisto a creerlo, puesto que Malaquais y Péret publican, lo mismo que Huerta o la señora Wasilievska.”

Siempre celebra la presencia de los españoles, pero no sin crítica. En mayo se refiere a las tiranteces entre los refugiados y sus anfitriones: la revista ha publicado un ensayo de José Bergamín sobre Juan Ramón Jiménez, que tercia en la polémica sobre el origen americano del modernismo.[16] A pesar de dislates de “gusto dudoso”, le parece a Paz que Bergamín está“esencialmente en lo justo”:

 

Juan Ramón es un poeta simbolista y llegó al simbolismo por el camino de los modernistas americanos. Está de moda ahora despreciar –entre los españoles– al modernismo americano; eso me parece una tontería. También estáde moda afirmar la superioridad de Machado o de Unamuno porque “son más españoles”, porque siguen más fielmente la tradición poética española. También me parece tontería: el nacionalismo es una forma de la tontería.[17]

 

La incomodidad reaparece (octubre de 1944) cuando Paz deplora su participación en el número más reciente:

 

La colaboración hispánica es desastrosa. El verbalismo, en filosofía y poesía, se vienen convirtiendo en una manera habitual de los modernos españoles para ocultar su vacío. ¿Leyóusted en Cuadernos Americanos  los poemas de Jiménez, Felipe, Prados, etc.? O esas personas no tienen ya nada que decir, porque nada les pasa, o substituyen sus experiencias por una retórica cada vez más externa. Escriben –incluso Juan Ramón– por fórmula. Es cierto que el verbalismo es un defecto –y a veces una virtud– de nuestra literatura, pero nunca la poesía había llegado a este grado de penuria intelectual y derroche palabrero. Es posible que los poetas mexicanos hayan llegado a la misma extinción, pero, por lo menos, cuando no tienen nada que decir se callan. No creo, como Xavier, que la esterilidad sea una virtud, pero sí es una actitud inteligente y honrada.

 

Paz celebra a María Zambrano e insiste, una y otra vez, en publicar los poemas de Cernuda,[18] así como los de sus camaradas de generación Neftalí Beltrán y Jorge González Durán. Lo apasiona la lectura del “sencillamente excepcional” ensayo de A. E. Housman “The name and nature of poetry”(1933), publicado en el número 11, en que propone que la poesía puede serlo independientemente de su significado (meaning):

 

Entre todas las afirmaciones de Housman destaco una, bastante actual: “El significado pertenece al intelecto, no asía la poesía”. Larrea, hace tiempo, calificóa toda la poesía contemporánea en lengua española con esta palabra: “insignificante”, jugando con los dos sentidos de la palabra. Frente a esa poesía –que es la eterna poesía en español y en todos los idiomas, una poesía que no tiene una significación precisa–, él hablaba de  la Poesía Significante. Su libro, recuerdo que dijo, era una tentativa de Poesía Significante, es decir de una poesía que juega con las “significaciones” de las cosas en lugar de jugar con sus imágenes. Ahora bien, ¿cuál es la significación, para emplear la palabreja, de la obra de Blake o de San Juan de la Cruz o del Juan del Apocalipsis?

 

La propia poesía

En Berkeley, Paz siente que el espíritu de la revista se comienza a desvanecer y lamenta que el consejo de redacción no se reúna más. “Desde el número siete –diráaños más tarde[19]– yo no tuve mucho que ver con El Hijo Pródigo” (aunque colaboróhasta el número 31). Opta entonces por presionar a Barreda para que lance los proyectos editoriales paralelos a la revista y para que comience con sus tutores: los poemas de Pellicer, Villaurrutia y Gorostiza, y la prosa de Vasconcelos y de Jorge Cuesta, que había muerto en 1942. Escribe Paz (marzo de 1944):

 

Todos tuvimos –creo– un primer encuentro con Cuesta y yo le debo algunas de mis ideas sobre la poesía mexicana y sobre muchos otros temas. Cuesta fue la primera persona seria que se ocupó de mis tentativas literarias y durante mucho tiempo no desdeñó conversar conmigo durante horas, a pesar de que era yo un chamaco. Si alguna vez escribo el ensayo que me ha encargado la Guggenheim –y que ¡todavía no principio!– estará dedicado a su memoria.

 

Barreda tarda en responder pero al fin acepta crear una colección de “pequeños libros de poesía” y le pide uno a Paz, que accede (mayo de 1944):

 

Estoy copiando mis poemas para enviárselos. Se trataría de un libro pequeño, porque no pienso publicar nada de lo escrito desde 1941 a la fecha. En realidad será un libro de poemas que “no cupieron” en mi libro [A la orilla del mundo, 1942]; es decir, de poemas que rompían su unidad o su clima y que después yo encontré que poseían muchas cosas en común. Es posible que la única cosa que los ligue entre sí sea su heterodoxia frente “A la orilla del mundo”, pero me hago la ilusión de que los unen otras cosas.

 

Piensa Paz que “quizá este viaje me haya servido para ver más claro en mí mismo; es cierto que escribo poco y casi exclusivamente poesía, pero con más seguridad y concentración”, y si bien envía regularmente poemas a la revista, “lo que ahora escribo lo encuentro un poco distinto y no quisiera publicarlo hasta que desaparezcan de mis cajones los demás poemas, escritos en México”. Poco más tarde (mayo de 1944) le remite el manuscrito de Vigilias, libro que “no llegará a las 64 páginas”. Los poemas, explica,

 

pertenecen, en cuanto a la forma, a dos épocas, ambas creo que ya abandonadas –iba a decir, pretenciosamente, superadas– en mis tentativas posteriores. (Me interesan ahora las formas libres e inventadas, como dice Juan Ramón, a igual distancia de las tradicionales y del poema amorfo, mal llamado libre.)

 

Sus lecturas de poesía norteamericana y sus estudios sobre versificación (en especial de Pedro Henríquez Ureña y su idea de la versificación irregular como origen de la poesía en lengua española) coinciden en este cambio: “El verso libre, fundado en el ritmo, dio mayor libertad a mis poemas”, dice, hablando de los poemas que irán a “Condición de nube” y “Calamidades y milagros”, casi todos escritos en los Estados Unidos. Son poemas “que tratan de la vida urbana” con un lenguaje que es “el habla diaria”.[20] En ese sentido es interesante que los poemas que manda a la revista incluyesen desde algunos en los que casi parodia su poesía juvenil (como “Junio”, que usa como epígrafe un poema adolescente) hasta poemas urbanos como “7 p.m.”, y ejemplos de una nueva transición temática y formal como “Palabras en la sombra” y “Adiós a la casa” con los que inicia la anábasis rumbo a su infancia. Se avecinaba lo que considerará un cambio radical en su poesía.[21]

Ya con Vigilias en la mesa, Barreda decide cambiar el carácter de las colecciones: la de poesía estará dedicada a “escritores modernos”y tendrá un carácter antológico. Entonces, Paz envía una respuesta interesante:

 

Muy amablemente, pero con cierta precipitación, me propone que mi libro de versos forme parte de la colección que proyecta. Me gusta su proposición, se la agradezco, pero la rechazo. Le explicaré brevemente mis razones y luego de oírlas estoy seguro de que me entenderá: la colección de “escritores modernos” está formada por personas mayores de cuarenta años, con una obra hecha, una fisonomía; en ciertos casos, un estilo y un espíritu. Se trata además de antologías. Ni yo tengo cuarenta años (apenas, ay, cumplí los treinta) ni mi obra (para llamar así a lo que escribo) posee las características y el tono de las que ustedes van a publicar. Por otra parte, no es una antología: es un libro pequeño, formado por poemas que no fueron incluidos en el anterior y representa, si representa algo, apenas un paso y una búsqueda.

 

Aceptar “sería traicionar el espíritu de su colección… y traicionar a mi libro”. La humildad como presión funciona y Barreda retoma el proyecto de los “pequeños libros de poesía”, entre los que Paz insiste que deben estar también Huerta y Beltrán. En todo caso, el proyectado Vigilias nunca aparecerá como tal.[22]

 

Días en Berkeley

En 1943, un becario Guggenheim tenía que radicar en los Estados Unidos. Paz quiso, primero, instalarse en Nueva York, pero era demasiado costoso. Voló a Tijuana en octubre de 1943, tomó un autobús a Los Ángeles (donde vio a la policía atrapando “pachucos” en los barrios mexicanos[23] y comenzó a interrogarse sobre su fascinante estilo de subsistencia cultural), pasó un tiempo en San Francisco y, en vísperas del inicio de cursos, se instaló en Berkeley.

Ingresó con desgano a los cursos de los hispanistas Charles Kany (amigo de Elías Nandino y Villaurrutia) y Sylvanus Morley (pero no el mayista, sino su primo y homónimo, “seco como un arenque”). El primero, dice Paz, ha traducido a Antero de Quental y el segundo ha publicado un artículo sobre el uso del “malhaya” en Chile y en México: “En este mundo de especialistas resulto un ignorante.” Los cursos acentúan su intolerancia a la academia. Decide (mayo de 1944) “no frecuentar a los profesores (americanos, colombianos, españoles, chilenos y demás) del Departamento de Español, porque me aburren profundamente” y prefiere estudiar poesía norteamericana por su cuenta, basándose en A comprehensive anthology of American poetry que acababa de publicar Conrad Aiken.

Se adapta bien y pronto al ritmo de vida norteamericano, a su disciplina y su culto de la eficiencia, que admira. En la primera carta a Barreda dice hallarse en “una especie de Nirvana que no me deja hacer sino apenas lo indispensable” y reflexiona que si “en México nos dedicamos a matar el tiempo; aquí, si nos descuidamos, es el tiempo quien nos mata”. Siempre evocará con júbilo esos días: “Fue como respirar profunda y libremente frente a un vasto espacio; una sensación de júbilo, levedad y confianza… Vivir en Estados Unidos durante la guerra fue tonificante. Tiré la política al cesto y me sumergí en la poesía.”[24] Confiesa que “es cierto que a veces siento asfixia”, y se pregunta: “¿Pero no la sentía también en México?” Se ha instalado con Elena Garro y su hija Helena Paz Garro en un barrio correcto, vigilando su mesada escrupulosamente. Cuando ya no alcanza, se acerca al consulado mexicano y logra un estipendio de la Secretaría de Relaciones Exteriores por sumarse a la delegación que acude a la Organización de las Naciones Unidas, cuya fundación Paz reportea para el semanario Mañana.[25]

Preservar cierta decencia en su nivel de vida tiene relieve. En marzo de 1944 lamenta que Sánchez Barbudo no capte la sutileza del asunto en su recensión de Las ratas, la preciosa nouvelle que José Bianco –que tan buen amigo comienza a ser de Paz en esos años– acaba de publicar en Buenos Aires:

 

Una familia acomodada argentina tiene esa psicología un poco desarraigada –un mucho, mejor dicho–. Al leerla me acordé de algunos parientes ex-ricos náufragos del porfirismo: la misma hipocresía, la misma inteligencia, la misma envidia y la misma sensibilidad fina, culpable, la misma duplicidad moral. En el teatro de X.V. también aparecen algunos personajes así:[26] el fenómeno es menos francés de lo que se piensa; es un estado de alma americano, aunque en México ya quede poco de eso –no sé si gracias a la Revolución, o por desgracia para los hijos de la Revolución.

 

Paz y Barreda se cuentan, inevitablemente, entre los hijos beneficiados por la Revolución: “En una sociedad como la nuestra es natural que los mejores aspiren a ser servidores públicos”, diría Paz al explicar el trato de los Contemporáneos con el Estado.[27] Es una actitud obligada por su monopolio del mecenazgo. Cuando Torres Bodet es nombrado secretario de Educación Pública, Paz y Barreda registran que se abre una nueva alternativa de financiamiento. (Paz no respeta a Torres Bodet y lo hace protagonista de un estrepitoso “sueño” que narra a sus amigos y que amerita un ensayo aparte.) Barreda, desde luego, lo invita de inmediato a colaborar en la revista. Paz interroga en mayo a su amigo –“¿cómo le va a Torres Bodet en el ministerio? ¿Lo atacan? ¿Hace labor?”– y le pide que intervenga para becar a González Durán (en la carta siguiente Paz le agradece “su gestión cerca de Torres Bodet”). Más tarde, Barreda escribe que Torres Bodet lo ha nombrado subdirector del Departamento de Bellas Artes,[28] a las órdenes de Pellicer, y que no sabe cómo responder. En agosto Paz dice entender su reticencia:

 

No habrá dinero, ni voluntad, ni nada. Pero por otra parte usted podría hacer algo, ayudar a los pintores jóvenes, iniciar una escuela de teatro, etc. No sería mucho, quizá, pero siempre sería un poco más de lo que hace Pellicer. (Lo conozco y me imagino que seguirá su política habitual: cobrar y lamentarse.) En fin, no me atrevo a opinar sobre un problema tan personal. Usted ya hace bastante con las revistas y la editorial, ¿a qué complicarse la vida lidiando con las fieras de Bellas Artes?

 

Pero Barreda acepta el cargo, que abandona un mes más tarde con cajas destempladas. A fines de octubre Paz le escribe:

 

¿De modo que sólo resistió un mes en Bellas Artes? Entiendo perfectamente su actitud y sé por experiencia lo difícil que es trabajar en esa oficina. Me imagino los gestos y las caras de Pellicer cuando usted le presentó su renuncia y, de paso, le dijo dos o tres verdades. Tiene usted razón: es imposible intentar nada en Bellas Artes. Lo primero que tienen que hacer es quitarle ese pomposo nombre, convertir la oficina en algo más modesto y elástico, con menos empleados, menos proyectos y más dinero. Creo que en México se puede trabajar mejor fuera del Gobierno, aunque con subvenciones, como lo han hecho [Carlos] Chávez, [Daniel] Cosío y otros. En fin, en el sentido del verdadero trabajo, usted hace más en Letras de México y El Hijo Pródigo que todo lo que hacen los amigos de Bellas Artes.

 

Pero había que sobrevivir, y no era fácil hacerlo con decencia. En Berkeley se entera de la muerte de Alberto Quintero Álvarez, amigo y compañero de generación, buen poeta y ensayista, cuya muerte prematura, enmarcada por la frustración y las penurias económicas, sacude a Paz:

 

Por El Hijo Pródigo supe de la muerte del pobre Beto. Me impresionó mucho. Tenía sensibilidad y talento –que desgraciadamente no pudieron madurar– y, además, buen corazón. Siempre lo vi como tras de una nube, que hacía borrosa su fisonomía y que, finalmente, acabó por borrarlo del todo. Su caso me ha hecho pensar en el triste destino de esas sensibilidades desvalidas, frustradas en cierto modo por el ambiente. Quintero nunca pudo dedicarse completamente a su vocación literaria y siempre tuvo que trabajar en cosas ajenas a su gusto…

 

En ese punto, al evocar las tribulaciones de su amigo muerto, Paz enfurece y suma su propia generación a las que se sintieron agraviadas por el buen trato a los españoles y el desdén a los mexicanos, cuando se creó La Casa de España:[29]

 

¿Por qué el Colegio de México, que protege a tanto mediocre extranjero, con canas o sin ellas, no ayuda a los jóvenes? Pienso que Huerta, Revueltas, Beltrán o cualquier otro, podrían hacer cosas mejores si no tuvieran que escribir para los periódicos, para el cine o para las agencias de publicidad. No creo que sea difícil dar, cada año, tres o cuatro becas a los artistas jóvenes, ni tampoco es necesario que los favorecidos sean figuras de primer orden. Lo importante es crear un ambiente, una atmósfera de cordialidad y de trabajo.

 

Otra fuente de incomodidad en Berkeley es su trato con la lengua inglesa. La estudia con ayuda de “una muchacha” en sus “ratos de ocio, que son muchos”. Lee revistas[30] “y mucha poesía” pero “penosamente” y sin salir de un inglés “elemental y petrificado”. No obstante traduce en Berkeley a Yeats, a Dylan Thomas (“un joven poeta inglés de mi edad con el que bondadosamente Lloyd Mallan –oh, mi único crítico en Estados Unidos[31]– me ha comparado, aunque no acabo de encontrar las coincidencias”, escribe en mayo de 1944). Traduce también a Karl Shapiro ya Josephine Miles, los poetas jóvenes importantes del momento en Estados Unidos, así como a su cercana amiga Muriel Rukeyser, también becaria, que a su vez traduce a Paz.[32] Tiene un bar favorito, donde acude un marinero viejo “que confunde la barra con el puente de su barco y que ha encontrado en el whiskey un sucedáneo de las tempestades”. Trata a regañadientes a Jorge Carrera Andrade (“una especie de Neruda, planchado y engomado de París”) y a Germán Arciniegas, con quien dice que le bastó hablar quince minutos para caer en la cuenta de que los únicos escritores colombianos interesantes “son Carlos Pellicer y Gilberto Owen” (que habían vivido en ese país). Le enfada que los norteamericanos traduzcan novelas “muy malas” y que tengan como escritores representativos a Ciro Alegría, Mauricio Magdaleno, Enrique Amorim y Eduardo Mallea, mientras ignoran quiénes son Borges, Bioy Casares, Reyes y Vasconcelos. Y se obliga a terminar su “absurdo trabajo” de becario: a dos meses de su arribo tiene ya el primer capítulo, que trata la poesía épica y lírica “del XVI y la primera mitad del XVII”. En septiembre de 1945, ya en Nueva York, lo termina: ciento cincuenta páginas que van del siglo XVI al modernismo, “un epílogo sobre los Contemporáneos” y una antología con otras tantas páginas. Escribe también

 

algunos poemas extensos –odio los poemas extensos,[33] pero los escribo, con frenesí y sin esperanzas de que salga nada bueno de ellos: “Soliloquio de medianoche” (lo he terminado pero no me decido a publicarlo) y otros. Entre ellos un “Canto a la libertad” –bastante impolítico o antipolítico[34]–, que ocupa mis prolongados ocios, cuando no prefiero respirar el aire maravilloso de la naciente primavera…

 

Además de traducir y escribir poesía, artículos y recensiones, escribe “un diálogo –¿imitación de Gide?– en torno a los poetas jóvenes de México: Huerta, Quintero, Alí, Beltrán, etc.”que enviará a Barreda por si le interesa (no aparece en la revista ni, me temo, en otra parte). Y un asunto curioso:  en la misma carta (marzo de 1944) dice: “También preparo una semi-novela –ya le enviaré un capítulo con unidad.” ¿Semi-novela? Llevaba tiempo discurriendo sobre cómo podría crearse una nueva narrativa mexicana…[35] No solo la preparó, sino la escribió: “Hace muchos años escribí una novela, pero era tan mala… Era un pastiche de Lawrence, así es que decidí destruirla”, le dice a Julián Ríos.[36] La novela quería ser “una interrogación a la historia de México”, una reflexión sobre el turbulento trato de los mexicanos con su historia: “quería inventar el México que yo conocía”, dice, un México “enterrado”. Pero cayó en la cuenta de que “estaba bastante influido entonces por la novela inglesa de Lawrence y Huxley”,[37] dos autores que habían estado en México y escrito sobre la forma en que esa realidad enterrada reñía con la modernidad. La semi-novela intriga, además, porque se redacta en el periodo que va de los artículos sobre lo mexicano que aparecen en el diario Novedades en 1943 a El laberinto de la soledad, que redacta en 1949. De replicar sus contenidos, la semi-novela trataría de hablas, religiones y mitologías; de las capas superpuestas donde cohabitan los tiempos históricos; donde vagan dioses prehispánicos no del todo muertos; los pachucos, la burguesía, el lumpen, los gerentes de la revolución, el cacique gordo… En todo caso, se percató de que estaba escribiendo un ensayo disfrazado de narrativa: “en realidad, esa novela es El laberinto de la soledad” y dice haberla destruido “porque los personajes hablaban como en El laberinto de la soledad; me di cuenta de que lo único interesante era lo que decían los personajes”.[38] Pero, ¿la destruyó realmente? Porque en 1984 le escribe a Gimferrer: “La novela sigue en el cajón. Espero un momento propicio para hacer el signo de la resurrección.”[39] De cualquier modo, concluyó que, “aunque la novela siempre ha sido una tentación para mí, no nací para escribir una”, y se obligó a recordar “que los poetas no son novelistas… El genio poético es sintético. El poeta presenta visiones, mientras que el novelista cuenta, describe y analiza”.[40] La semi-novela, en todo caso, se conjuga con su reticente, incómoda fascinación por México; con lo que llama “la pregunta sobre México”,[41] que lo abruma desde su regreso de España en 1937. ¿Podría haberla contestado sin vivir el contraste con los Estados Unidos?

El planeado año en Berkeley se convirtió en una década que lo llevaría a Nueva York, a Europa, a la India y a Japón y de regreso a Europa. En la última carta a Barreda, enviada ya desde París, el 4 de enero de 1949, el joven rebelde se ha subordinado a la vida rutinaria de oficina (“de todos los profetas modernos, Kafka sigue siendo mi patrón”) y a los sinsabores de su carrera diplomática. Son tiempos de la profunda depresión que lo lleva a escribir los textos más tirantes y desolados de ¿Águila o sol?, los que escribe el hombre de treinta y cinco años que, en París, echa de menos al muchacho de veinte que iba los jueves al Café París de México: “No sé qué daría por charlar una hora, sentado en el Café París. ¿Qué se fizo Ermilo, León Felipe qué se fizo, los caballeros de la mesa de Octavio Barreda, qué se fizieron?”

Quizás se podría haber contestado con los versos finales de “Soliloquio de medianoche”, escrito por esas mismas fechas: “…todos y todo éramos fantasmas de esa noche interminable / a la que nunca ha de mojar la callada marea de otro día.”~

 


[1]  En “Xavier Villaurrutia en persona y en obra” (1977), Obras completas (en adelante O. C.) 4, p. 252.

[2]  “Tránsito y permanencia” (1991), O. C. 4, p. 25.

[3]  Hay edición facsimilar en la colección “Revistas literarias mexicanas modernas” del Fondo de Cultura Económica. En mi libro Poeta con paisaje: Ensayos sobre la vida de Octavio Paz (México, era, 2004) hay páginas dedicadas a ella. Alfredo Villanueva Buenrostro defendió una tesis, Índices de “El Hijo Pródigo” (UNAM, 1965), lamentablemente inédita. Nilo Palenzuela publicó un buen estudio: “El Hijo Pródigo” y los exiliados españoles (Madrid, Verbum, 2001).

[4]  “María Izquierdo situada y sitiada”, O. C. 7, p. 296 y ss.

[5]  Que habían firmado Paz, Bergamín y Villaurrutia. Cfr. “Laurel y nosotros” de Paz, O. C. 3.

[6]  Dice Paz en “El dormido despierto”, O. C. 13, p. 366.

[7]  Almanzor es el “monarca que recitaba poemas a las huríes y a los dulces frutos de la Arabia Feliz, caminando por su jardín, adornado con macetitas hechas con los cráneos de los poetas que había mandado sacrificar”, y que tenía “gran parecido espiritual con Barreda”, escribe Antonio Acevedo Escobedo en Letras de México (octubre de 1943, p. 1).

[8]  No le gustan los ensayos de Enrique Díez-Canedo, de I. A. Richards, de Rodolfo Usigli y de [René] Étiemble, ni la traducción que hace Juan David García Bacca de Demócrito. Celebra en cambio una pieza teatral de Max Aub y un relato de José Herrera Petere. Pero se niega a comentar la poesía: “He ahí un tema prohibido” (el número contiene dos poemas suyos y “Quetzalcóatl”,  el poema de Cernuda).

[9]  Le dice a Diana Ylizaliturri en “Entrevista con Octavio Paz, editor de  revistas”, Letras Libres, 7, México, julio de 1999.

[10]  Supongo que leía Filosofía de la ciencia literaria de Emil Ermatinger, que publicaría el Fondo de Cultura Económica en 1946.

[11]  No solo en México: sentimentalismo y didactismo, “dos notas que no son modernas”, retrasan a la poesía española, le escribe en 1967 a Gimferrer (Memorias y palabras. Cartas a Pere Gimferrer 1966-1997, Barcelona, Seix Barral, 1999, p. 20).

[12]  Paz había publicado una efusiva reseña de “Las Páginas escogidas de José Vasconcelos” en El Hijo Pródigo (12, febrero de 1941). Se recoge en O. C. 4.

[13]La crítica en la edad ateniense (600 a 300 a. C.) había aparecido en 1941.

[14]  Carta del 25 de septiembre de 1969, colección del Ransom Center  (Universidad de Texas).

[15]  La polaca ingresó al Soviet Supremo en 1940 y recibió ese premio tres veces. La traducían Wenceslao Roces y Juan Rejano.

[16]  La polémica, en su lado español, será hospedada por El Hijo Pródigo y por Letras de México a lo largo de 1944.

[17]  Paz había escrito sobre Rubén Darío y los españoles hacía poco, en el diario Novedades, “El corazón de la poesía”, O. C. 13, pp. 374-375.

[18]  Además de “Quetzalcóatl”, la revista publicará “Vereda del cuco”  (20, noviembre de 1944) y “La ventana” (37, abril de 1946).

[19]  Ylizaliturri, op. cit.

[20]  “Genealogía de un libro: Libertad bajo palabra”, O. C. 15, p. 107.

[21]  Cambio que suele cifrar en “Virgen”, uno de los poemas con los cuales “comenzó realmente mi poesía”, le dice a Gimferrer, op. cit., p. 160.

[22]  Algunos de sus poemas irán a diferentes secciones de Libertad bajo palabra. En Miscelánea I. Primeros escritos (O. C. 13) Paz recogió los saldos con el título “Vigilias” (1938-1943): tres poemas fechados entre 1938 y 1941, y cinco firmados en 1943 (algunos aparecen en El Hijo Pródigo). Dos entre estos últimos (“Árbol quieto entre nubes” y “Algunas preguntas”, pp. 123-125) iban a formar parte de “una serie de cuatro poemas” a titularse “El joven soldado”, explica Paz. Los que sobrevivieron (“Conversación en un bar” y “Razones para morir”) irían a Libertad bajo palabra y a la Obra poética I con el título “Conscriptos usa”. La colección de poemas que envía a Barreda incluía “una pequeña nota preliminar” que –conjeturo– debe ser el texto titulado “Inocencia”, fechado en “México, 1935-1941”, que recoge Miscelánea I (p. 180): una síntesis de poema en prosa y tratado de poética, en el que se alude al “trabajo, el esfuerzo y la vigilia”. No hay relación con las cinco “Vigilias. Diario de un soñador”, textos en prosa que publicó en revistas en esos años (el primero en 1938, el último en 1945, precisamente en el número 24 de El Hijo Pródigo).

[23]  Narra ese viaje en “Poesía de circunstancias”, O. C. 15, p. 525.

[24]  “Tiempos, lugares, encuentros”, O. C. 15, p. 137.

[25]  Se reunieron en Crónica trunca de días excepcionales, México, UNAM, 2007.

[26]  En “Xavier Villaurrutia en persona y en obra”, Paz ahondará en este sentido mexicano de la “decencia, el decoro, la reserva”, la obsesión con la “legitimidad” de la burguesía ante la revolución, así como con su inherente duplicidad moral y su hipocresía (O. C. 4, p. 259 y ss.).

[27]  “Contemporáneos. Primer encuentro”, O. C. 4, p. 79.

[28]  Sería convertido en Instituto Nacional de Bellas Artes en 1946.

[29]  En mi libro Señales debidas (México, FCE, 2011) hay un ensayo sobre el tema.

[30] La londinense Horizon, la neoyorquina The Chimera, la norafricana Fontaine y Poetry, de Chicago.

[31]  Mallan abrumaba a Paz desde 1940 pidiéndole información sobre poesía mexicana. El Hijo Pródigo le publica una carta con el mismo asunto. Es autor de “A little anthology of young Mexican poets” en New Directions (9, Nueva York, 1947), donde Paz debuta en lengua inglesa, y publica “The new Mexican poetry: Paz and Huerta”, el primer ensayo en inglés sobre Paz, en The Prairie Schooner (17, Lincoln, 1943). Una versión de este mal ensayo aparece en Letras de México (diciembre de 1946). Paz evoca a Mallan en “El esquí y la máquina de escribir” (O. C. 2, p. 547): es amable, pero “sus traducciones no tenían nada que ver con mis originales”.

[32]  Paz envía a Barreda poemas de Rukeyser, anunciándola como “el mejor poeta joven americano” (marzo 12). No se conservan, hasta donde sé, las  traducciones. Un ensayo de Shapiro (“Los poetas modernos”) aparecerá en Letras de México  (septiembre de 1946), ¿lo habrá traducido Paz?

[33]  Teorizó sobre el tema en “Contar y cantar (sobre el poema extenso)”, recogido en el volumen 2 de sus O. C.

[34]  No se publicó.

[35]  Por ejemplo en “Poesía y mitología. Novela y mito” (1942), en O. C. 13.

[36]  “Solo a dos voces”,O. C. 15, p. 139.

[37]  “El tiempo de la razón ardiente”, entrevista con María Dolores Aguilar,  El Viejo Topo, 45, Madrid, 1980.

[38]  “Solo a dos voces”.

[39]Memorias y palabras, p. 262. Agrega Gimferrer que “se trata de una novela  inédita que Octavio redactó en los años cuarenta. Me habló de ella diversas veces. Ni descartó –como se ve– ni por lo tanto es descartable publicarla, en  el caso de que aparezca entre sus papeles”.

[40]  “Tiempos, lugares, encuentros”, O. C. 15, pp. 334-335.

[41]  “Entrada retrospectiva”, O. C. 8, p. 19.

 

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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