Odio eterno a la ediciĆ³n moderna

La ediciĆ³n antigua no es estaba libre de marrullerĆ­as, pero en general era un oficio de caballeros. Lo que imperaba, en cambio, era un delicioso amateurismo, en el que lo importante era publicar grandes obras y esplĆ©ndidos autores para una selecta minorĆ­a.
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El mundo del libro ha vuelto a estar de luto por el reciente fallecimiento del editor Mario Muchnik (Buenos Aires, 1931 – Madrid, 2022), autor de dos notables libros de memorias: Lo peor no son los autores y Banco de pruebas. Algunos de los (merecidos) elogios aparecidos estos dĆ­as (como los de Andreu Jaume en CrĆ³nica Global y Jacobo Zanella en esta misma cabecera), asĆ­ como la publicaciĆ³n el aƱo pasado en la imprescindible colecciĆ³n Tipos mĆ³viles de la editorial Trama de su libro de conversaciones con Juan Cruz Editor para toda la vida, permiten unas breves reflexiones acerca de este extraƱo oficio, a mitad de camino entre el comercio y la cultura.

La peripatĆ©tica trayectoria de Muchnik, descendiente de judĆ­os rusos y cuyo padre Jacobo fundĆ³ la mĆ­tica editorial Fabril Editora en Buenos Aires en los aƱos cincuenta, le llevĆ³ a vivir en varios paĆ­ses y en varias lenguas, y a probar varios oficios hasta que acabĆ³ siguiendo el camino familiar y creĆ³ el sello Muchnik Editores en Barcelona en 1973. Hombre culto, leĆ­do, viajado y bien conectado, pronto logrĆ³ reunir un gran catĆ”logo, coronado por la concesiĆ³n en 1981 del Premio Nobel de Literatura a Elias Canetti, cuya obra editaba en EspaƱa. Tras ese Ć©xito, entre 1982 y 1983 pasĆ³ por la direcciĆ³n editorial de Seix Barral gracias a su asociaciĆ³n con la familia Seix en la empresa Difusora Internacional, pero la venta del histĆ³rico sello a Planeta cerrĆ³ prematuramente esa etapa. La dĆ©cada de los noventa fue especialmente movida, ya que arrancĆ³ con su salida de Muchnik Editores en 1990, la creaciĆ³n ese mismo aƱo dentro del grupo Anaya de Anaya & Mario Muchnik, que dirigiĆ³ hasta su despido en 1997, y a continuaciĆ³n la creaciĆ³n de Taller de Mario Muchnik. Tener tres sellos literarios con tu nombre funcionando simultĆ”neamente es un privilegio al alcance de muy pocos, y buen testimonio de la colorida personalidad de quien lo consiguiĆ³.

Hay una escena memorable en Editor para toda la vida en la que Giulio Einaudi, de visita en Madrid, le confiesa a Muchnik en el cafĆ© GijĆ³n: ā€œQuedamos tres en este oficio. Hay un montĆ³n de gente que ejerce este trabajo, pero no lo hace como nosotros tres: Wagenbach en Alemania, yo mismo en Italia y tĆŗ en EspaƱa. No hay mĆ”s.ā€ Einaudi falleciĆ³ en 1999 a los 87 aƱos, Wagenbach en 2021 a los 91 y Mario el mes pasado a los 90: parece que editar bien es bueno para la salud. ĀæPero tras la muerte de Muchnik se puede decir que ha acabado la edad de oro de la ediciĆ³n? ĀæQue tras esos mitos y los Barney Rosset, Salinas, Barral, Gallimard, ya no hay sitio para la ediciĆ³n entendida como una de las bellas artes?

Desde hace ya bastantes aƱos un clamor recorre muchos campos de fĆŗtbol, un desencanto que se resume en la consigna ā€œodio eterno al fĆŗtbol modernoā€. La modernidad se equipara a lo falso, a lo publicitario, a la pĆ©rdida de valores, a la manipulaciĆ³n de los sentimientos. Y se olvida de los campos encharcados, las localidades de a pie, la lluvia cuando llovĆ­a, el frĆ­o en invierno y el sol en verano, las patadas terrorĆ­ficas, los delanteros desdentados a base de codazos. Entre otros problemas del fĆŗtbol antiguo.

La ediciĆ³n antigua no es que estuviera libre de marrullerĆ­as, pero en general era un oficio de caballeros ā€“algĆŗn codazo sĆ­ caerĆ­a pero pocas patadas a la tibiaā€“. Lo que imperaba, en cambio, era un delicioso amateurismo, en el que lo importante era publicar grandes obras y esplĆ©ndidos autores para una selecta minorĆ­a. Lo de la selecta minorĆ­a no era un objetivo en sĆ­, claro, sino el resultado habitual, ya que tampoco habĆ­a grandes incentivos para aumentar las ventas ā€“la Ćŗnica manera de sacar una pequeƱa fortuna de una editorial era empezar con una gran fortuna, decĆ­a Einaudiā€“. El incentivo quizĆ” lo tuvieran los autores, en busca de una remuneraciĆ³n que les permitiera vivir de su obra. Pero el amateurismo tambiĆ©n imperaba entonces en los anticipos y las liquidaciones.

Los tiempos cambian, como cantaba Bob Dylan, que ganĆ³ un Nobel de Literatura como para demostrar que es cierto. Los campos embarrados dificultan el juego. Los goleadores lesionados no llenan los campos. La gente paga mĆ”s dinero por un asiento cĆ³modo, resguardado de la lluvia y del sol. Se alcanzaron tasas de alfabetizaciĆ³n del 100% y porcentajes crecientes de la poblaciĆ³n llegaban a la universidad. La demanda de libros para ocio y para educaciĆ³n se disparĆ³. Aparecieron las agentes literarias. Una gestiĆ³n profesional permite una mejor difusiĆ³n de las obras y una remuneraciĆ³n mĆ”s justa para sus autores, en un cĆ­rculo virtuoso. El criterio sigue siendo del editor, pero este no puede considerar que hace bien su trabajo si no logra que las obras que elige lleguen al pĆŗblico mĆ”s amplio posible. Llevado al extremo, publicar a un gran autor y que no lo lea nadie debe ser considerado un fracaso.

Es absurdo pensar que vivimos en el mejor de los mundos posibles e inevitable aƱorar los whiskies y las charlas con los grandes editores internacionales en los salones de vetustos hoteles, y la audacia, la inteligencia y el gusto de esos pioneros. Pero basta un paseo por cualquier librerĆ­a espaƱola medianamente bien surtida para poder decir de la ediciĆ³n literaria la frase que se le atribuye a Mark Twain sobre sĆ­ mismo: ā€œLa noticia de mi muerte es algo exagerada.ā€ ~

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Miguel Aguilar (Madrid, 1976) es director editorial de Debate, Taurus y Literatura Random House.


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