Palabras e imágenes jugando a ser arte

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Las obras del artista John Baldessari (National City, California, 1931) cumplen con el requisito que Charles Baudelaire le impuso a la belleza en El pintor de la vida moderna: lo bello tiene un elemento eterno, invariable, y un elemento relativo y circunstancial que responde a la época y la moda. Para Baldessari, lo eterno es la disputa entre el hombre y sus signos, mientras que lo circunstancial corresponde al momento histórico que negó que las palabras designaran de modo inherente a las cosas, rompiendo con ello los esencialismos del lenguaje y de la vista –como lo hizo Michel Foucault en Las palabras y las cosas.

En la Galería 3 del Museo Jumex se presenta la primera exposición individual de Baldessari en México y América Latina. La muestra se compone de más de ochenta piezas, pero es significativa la sensación de libertad y movimiento que se le permite al visitante. La invitación es al juego y a la interpretación, acciones que se ponen en marcha desde el principio. Arte A B C (bajo relieve): A /Ant (hormiga), etc. (teclado) es un abecedario texturizado en el que cada letra, enmarcada individualmente, está acompañada del dibujo de un objeto que se relaciona con la inicial de una palabra. Algunas de ellas refieren a objetos del presente –junto a la “U”, por ejemplo, hay un ovni (por UFO)–. Este abecedario, por cierto, no se parece al del pizarrón en el que aprendimos las letras durante la primaria, sino al teclado de las computadoras que ahora usamos a diario. Esto refleja el espíritu de la exposición: desnaturalizar los procesos y los marcos mediante los que nos comunicamos. El lenguaje es uno de los grandes temas de las ciencias sociales, la filosofía y el arte desde inicios del siglo XX; en este sentido, el arte transitó del collage, que mezcla imágenes y palabras, al arte conceptual, que hizo a la palabra la única protagonista (la obra de Joseph Kosuth es buen ejemplo de ello). Con esto en mente, Kit Hammonds, curador de la exposición, califica a Baldessari como “uno de los artistas que ha definido el arte posmoderno y contemporáneo” (Aprendiendo a leer con John Baldessari, Museo Jumex, 2017).

Pero no todo es miel sobre hojuelas. Si bien es cierto que hay convenciones de significado, contratos lingüísticos y asociaciones entre palabras que permiten la convivencia en sociedad, también lo es que hay planos complejos en los que la variedad de apreciaciones y la polisemia conducen a entendidos diversos que chocan entre sí. A esto hay que añadir el gran uso de imágenes que el último siglo trajo consigo, y que van desde la vida pública dominada por el anuncio publicitario hasta los sistemas de identificación personal por medio de fotografías –con los que, por cierto, se administra la vida privada–. El rasposo tránsito entre lo visual y el enunciado se pone sobre la mesa en la serie Double feature (Programa doble). Una de sus piezas, Programa doble: La trampa, muestra a un perro parado frente a otro, que le olfatea el pecho al primero. Debajo de ellos, en un recuadro blanco parecido al de las fotografías instantáneas, se lee la siguiente leyenda: The set-up (en inglés, la trampa). La relación entre palabra e imagen explora así un vacío, un campo abierto dirigido al espectador, quien deberá asumir la responsabilidad del significado que le atribuya a la imagen. Igual de ineludible es el guiño de La trampa a la pintura Esto no es una pipa, pero mientras la frase de Magritte rompe el esencialismo entre lo que se ve y lo que se dice que se ve, Baldessari ensancha aún más la provocación, pues “la trampa” puede ser interpretada en un número infinito de significados-fantasmas, e incluso se puede alegar que el título y la imagen no tienen la obligación de relacionarse aunque aparezcan en la misma superficie. Programa doble nos interpela, de este modo, con un problema político actual: ¿qué hacemos con dos entidades que no tienen relación aparente pero que habitan un mismo lugar?

La disociación entre palabra e imagen tiene también un contrapunto: la literalidad. A partir de la frase de Jesús “Es más difícil para un hombre adinerado entrar al reino de los cielos que para un camello pasar por el ojo de una aguja”, Baldessari realiza la pieza Camello (albino) contemplando una aguja grande, que coloca una escultura de este animal cerca de una aguja de 2.72 metros de alto. La dimensión importa porque hace patente el espacio: las fronteras y los límites donde ocurren las relaciones. Con ello, el visitante se hace consciente de su propia corporalidad. Dependiendo de la distancia verá diferentes cosas: puede mirar hacia arriba o a la aguja, hacia la metáfora del ámbito metafísico –donde todo está ordenado– o acercarse al camello y definirlo por la parte que tenga enfrente –el pecho, la cola, el costado…

Otro aspecto de la comunicación, muy presente en la obra de Baldessari, es la educación. Como maestro, dejó de dirigir el conocimiento e imponer reglas específicas para convertirse en un incitador de la experimentación. Baldessari fue profesor en CalArts, una escuela alternativa de arte en California, fundada por Walt Disney en 1970. Hammonds nos informa que fue uno de los primeros lugares donde los estudiantes tuvieron a la mano cámaras de video, y agrega: “Baldessari fomentó que experimentaran con ellas, aprovechando la oportunidad para producir varias obras en las que él juega el papel de profesor.” En ese sentido, el hecho de que el artista trabaja en colaboración con otros se hizo explícito en la rueda de prensa que ofreció el Museo Jumex –a la que fueron Baldessari y la asistente de su estudio–. Al hablar de las piezas a las que ahora se dedica, mencionó unas pinturas en las que aparece la nieve y añadió que su asistente las trabaja tan bien que quisiera hacer más solo para seguir viendo cómo ella realiza su trabajo. Esta anécdota deja en claro que la riqueza de las obras está en las relaciones que crea, provoca, suscita, y no en la intención autoral de significado inamovible. ~

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