Perfume de incendio

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Juan Eduardo Cirlot

El libro de Cartago

Ediciรณn de Victoria Cirlot

Madrid-Mรฉxico, Vaso Roto, 2016, 137 pp.

 

En 1944, Juan Eduardo Cirlot (Barcelona, 1916-1973) tuvo un sueรฑo. Hasta aquรญ, nada anormal: todos los tenemos. Pero Juan Eduardo Cirlot, buen surrealista, creรญa en el poder generador de los sueรฑos: en su capacidad para alumbrar mundos o, mejor dicho, para revelar mundos que ya existen dentro de nosotros, pero de los que no somos conscientes. El poeta escribiรณ el sueรฑo y lo publicรณ, en junio de 1945, en la revista Fantasรญa. Semanario de la Invenciรณn Literaria, editada por la Delegaciรณn Nacional de Prensa. Lo titulรณ, sin demasiada imaginaciรณn, โ€œSuceso onรญricoโ€. Empezaba y acababa con este apรณstrofe: โ€œยฟEres verdaderamente cartaginesa?โ€, y entre ambas interpelaciones solo habรญa dos pรกrrafos, que daban cuenta de la resucitaciรณn, en una iglesia, de una โ€œextraรฑa doncella, vestida con el ropaje que la iconografรญa clรกsica suele adjudicar a la Virgen Marรญa, pero de color โ€˜marrรณn claroโ€™โ€. Un aรฑo y medio mรกs tarde, el 26 y 27 de diciembre de 1946, Cirlot desarrolla aquel sueรฑo seminal: en el desaparecido Cafรฉ de la Rambla, de Barcelona, escribe Libro de Cartago (diario de una tristeza irrazonable). No era extraรฑo que lo hiciera asรญ (ni dรณnde: buena parte de la mejor literatura espaรฑola del siglo XX estรก escrita entre el bullicio y la humareda de los veladores): las ideas y los temas volvรญan siempre a Juan Eduardo Cirlot, que los ampliaba y reelaboraba. El retorno es tambiรฉn retรณrico: sus versos se nutren de circularidades y permutaciones; sus obsesiones se proyectan en las recurrencias lรฉxicas, en el incesante y alborotado reaparecer de las voces, como demuestran Bronwyn, Variaciones fonovisuales y el propio Libro de Cartago, entre muchas otras de sus obras. Cirlot, que no pensaba publicar el libro, le mandรณ el manuscrito a su amigo Carlos Edmundo de Ory, acompaรฑado por una carta, escrita en otro cafรฉ de Barcelona, el Suizo, en la que afirmaba ser solamente โ€œun artista de los que avant-guรจrre se llamaban de vanguardia (algo entre Alban Berg, Fritz Lang, Huidobro, Breton y Hans Christian Andersen)โ€. No obstante, antes de desprenderse del original, Cirlot tuvo buen cuidado de pasarlo a limpio. Lo hizo entre el 7 y 10 de enero de 1947 (esta vez, presumiblemente, en su casa), y enriqueciรณ la nueva versiรณn con unos sugerentes dibujos de Juliรกn Gallego. Pero esta segunda copia no es una mera transcripciรณn de la primera: aรฑade un prรณlogo y una despedida, el primero en endecasรญlabos y la segunda en alejandrinos, y altera la estructura inicial, que pasa de cuatro partes a siete. En cualquier caso, Cirlot cumpliรณ sus planes y no lo publicรณ en vida: la primera versiรณn se salvรณ de la quema que hizo de cuanto habรญa escrito antes de 1958, porque obraba en poder de Ory, y la segunda permaneciรณ incรณlume e inรฉdita entre sus papeles hasta su muerte. Solo en 1998, recuperado aquel diario de tristeza irrazonable โ€“subtรญtulo que desaparece en el segundo manuscritoโ€“, la editorial Igitur dio a conocer El libro de Cartago, que รบnicamente recoge la segunda versiรณn, aunque indicando las variantes que presenta con la primera, e incluye Poemas de Cartago, una nueva reflexiรณn sobre la malhadada ciudad, publicada en Papeles de Son Armadans en 1969, y que acredita esa insistencia, caracterรญstica de Cirlot, en los motivos y las formas de abordarlos.

La editorial Vaso Roto da ahora nuevo y superior vuelo a El libro de Cartago con una ediciรณn espectacular, a cargo de Victoria Cirlot, hija del poeta, que incluye la reproducciรณn facsimilar, a color, de los dos manuscritos, del โ€œSuceso onรญricoโ€ y de la carta de 1947 a Carlos Edmundo de Ory; una nota a la ediciรณn de su responsable, en la que resume el camino que ha seguido el libro desde su ya remota gestaciรณn hasta esta reapariciรณn; y las pulcras transcripciones de ambas versiones.

El libro de Cartago es una ensoรฑaciรณn o fabulaciรณn onรญrica, arraigada en el cosmos visionario del romanticismo y, luego, del surrealismo, que funde el mito, la historia y la revelaciรณn personal. Las largas tiradas en prosa del libro, hervorosas de imรกgenes arrebatadas, de arcaรญsmos y esdrรบjulas, de suntuosidad sinestรฉsica y pensamiento musical, como querรญa Carlyle, recuerdan las perturbadoras escenas de William Blake y Gรฉrard de Nerval. En una nota de Juan Eduardo Cirlot sobre su propia obra, fechada en 1970, leemos que el tema de Cartago, la ciudad arrasada y sembrada de sal por Roma en el 146 a. C., โ€œque retorna en mi poesรญa periรณdicamente [โ€ฆ], tiene para mรญ el doble simbolismo de la nada (la cartaginesa es la civilizaciรณn que menos ha dejado como testimonio de su poder y larga duraciรณn) y de mi propia existenciaโ€. Y, en efecto, esa doncella a la que el protagonista lรญrico pregunta con obstinaciรณn โ€œยฟeres verdaderamente cartaginesa?โ€ es el alma del poeta, y tambiรฉn la Nada, aleadas en un solo y atribulado sรญmbolo: โ€œla ciudad de la nada de tu almaโ€, como testimonia el fragmento vi. Alrededor de esa nada giran las preocupaciones existenciales y metafรญsicas de Cirlot, que se materializan en algunas metรกforas recurrentes: la destrucciรณn โ€“como la que sufriรณ la capital pรบnica, que โ€œtuvo la desgracia de no alcanzar gran celebridad sino en el momento de su ruinaโ€, en palabras de Adolphe Dureau de la Malle en su Historia de la ciudad de Cartago, recogidas por Cirlotโ€“ y su mรกs fecunda consecuencia, la muerte; la tristeza โ€“โ€œMi voz debe sonar a tambor sombrรญo, a caverna desnuda, a sollozante pan de ceniza endurecida. // Oh, Baal, Cartago se parece a mi tristezaโ€โ€“; y la soledad. Una luz negra y unas aguas luctuosas, sรญmbolos del espรญritu paradรณjico y el vigor sensorial de Juan Eduardo Cirlot, arraigados en la mejor tradiciรณn metafรณrica de Occidente, envuelven al poemario, que mantiene un tono entre lรญrico y oratorio: es una epopeya, pero tambiรฉn una confesiรณn; es un himno, pero asimismo la forma que tiene un hombre de susurrar su desamparo y su desconcierto, como hace expresamente Cirlot al principio del fragmento I, al decir que se encuentra en โ€œuna habitaciรณn de alquiler en el extremo litoral de una ciudad que no conozco. La mujer distinta que siempre me acoge en sus brazos moribundos nada diceโ€ฆโ€.

De El libro de Cartago seducen el rapto expresivo, el bullente irracionalismo y, singularmente, la conjunciรณn de lobreguez existencial y opulenta plasticidad. El desfallecimiento, casi nihilismo, del poeta encuentra una forma vivรญsima de expresiรณn, hecha de asociaciones coloristas, adjetivos tonificantes, oposiciones cauterizadoras e imรกgenes de una sensualidad apabullante. La pesadumbre no tiene por quรฉ aplacar o adormecer el lenguaje. Como en los mรญsticos, el alma adquiere cuerpo, y es un cuerpo que enceguece. Escribe Cirlot en el fragmento i: โ€œEntonces lucho sobre rรญos rosados, sobre cataratas dulcรญsimas. Himnos agรณnicos golpean mis pรกrpados y mis oรญdos [โ€ฆ], y todo es oleaje, disidencia infinita y canto. [โ€ฆ] Las sombras beben un agua desgraciada en torno a las cisternas abiertas y lacias como bocas. Se oyen balidos en la atmรณsfera frรญa y los mugidos de las vacas se unen a los lamentos de las vรญrgenes.โ€ ~

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(Barcelona, 1962) es poeta, traductor y crรญtico literario. En 2011 publicรณ el libro de poemas El desierto verde (El Gato Gris).


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