Los peligros del populismo son por todos conocidos. Da lo mismo si luchan por el socialismo del siglo XXI o la renovaciรณn del capitalismo del siglo XV, el centro de su discurso tiene que ver con las รฉlites a las que culpan de todos o de casi todos los males. Mรกs allรก de la izquierda y la derecha, dice el populista, estรก el sentido comรบn del pueblo, del hombre comรบn, convertido en naciรณn, raza, clase obrera, continente.
Extraรฑamente, de alguna forma esa idea de estar mรกs allรก de la izquierda y la derecha es algo que comparten con el elitismo, o la tecnocracia, como se suele llamar el gobierno de los posgraduados, los especialistas. El gobierno de los mejores comparte con el de los peores la idea de que las ideas importan menos que quienes las emiten.
El populismo y el elitismo se piensan a sรญ mismos como dos ideas fundamentalmente prรกcticas. El populismo compara el Estado con la casa o el almacรฉn que el votante sabe ordenar sin que los sabiondos le digan quรฉ hacer y quรฉ no. El elitista suele elegir como ejemplo el cenรกculo de la universidad o, en su defecto, un directorio de empresa, una junta de accionistas altamente informados que saben de โpolรญticas pรบblicasโ, es decir de polรญticas sin pรบblico, es decir de polรญtica sin polรญticos. De manera distinta, el elitismo y el populismo desconfรญan de la democracia representativa, sistema que institucionaliza la voluntad del pueblo pero que somete al mismo tiempo a la รฉlite al perpetuo juicio y control del vulgo. El lรญder o sus ministros, el rey o sus barones, cuando son los adecuados, no deben estar para obedecer los designios de la ruleta rusa de las elecciones. ยฟPara quรฉ cambiar a los elegidos por la fortuna, la fuerza o las notas en la universidad? ยฟPor quรฉ permitir la incerteza de dejar de ser o no ser nunca popular? El populista cree que el diรกlogo debe ser entre el lรญder y el pueblo sin intermediario. El elitista sueรฑa con quitar al pueblo y al lรญder de la ecuaciรณn y quedarse solo con los intermediarios.
El populismo de Trump, como el de Chรกvez, como el de Perรณn o la familia Le Pen, es fruto de una rebeliรณn contra el elitismo que suele anteceder siempre a su llegada al poder. La conjura de los necios es quizรกs justamente la de los sabios, que ni en Venezuela ni en Estados Unidos ni en Francia supieron ver que su retรณrica desideologizada, su infantilizaciรณn permanente del pรบblico y finalmente su cercanรญa incestuosa con la รฉlite econรณmica eran el terreno fรฉrtil de los fuertes, los inescrupulosos que encuentran en la corrupciรณn de los bellos, de los inteligentes, de los sabios, una especie de santificaciรณn de sus propios negocios, chantajes, mentiras o robos francos y abiertos. El populista en todos estos paรญses y otros mรกs no pretende ser mejor que la รฉlite que reemplaza, le basta solo con demostrar en los hechos que esta era vendible, arrendable, que carecรญa justamente de la dignidad, de la enaltecida superioridad de que hacรญa gala.
La uniรณn de las nuevas tecnologรญas y la crisis econรณmica hace patente como nunca la distancia entre las รฉlites y el pueblo. La sociedad de la informaciรณn o del conocimiento divide de manera mรกs patente que nunca a los que saben, los que emprenden, los que se atreven, los que tienen en la casa biblioteca, idiomas, experiencias, de los que no. El obrero de Detroit cree que el puesto de trabajo que perdiรณ se fue a Mรฉxico. No sabe, no quiere saber, nadie quiere que sepa, que ese puesto de trabajo ya no existe, que lo llena una mรกquina o mรกs bien un nuevo sistema de fabricaciรณn de autos que hace inรบtil su presencia aunque peligrosa su ausencia.
La realidad inasumible de la nueva economรญa son justamente esos miles y miles de personas que no trabajan o lo hacen en puestos innecesarios, en superfluas pero ahogantes jornadas en las que todos jugamos en ocuparnos. El populismo no les miente a los obreros del carbรณn cuando les recuerda hasta quรฉ punto las รฉlites los encuentran obsoletos e innecesarios. Tampoco les mienten cuando les dicen que hay dinero de mรกs para alimentarlos, vestirlos y permitirles pasar sus vacaciones, ojalรก largas, en cualquier playa del mundo.
El populismo empieza a mentir reciรฉn cuando agita ante esos desempleados el fantasma de un mundo ido, un pasado prometedor que ya no volverรก. Entre el pasado que la nostalgia embellece y el futuro que la ansiedad aprieta, es normal que las mayorรญas elijan el primero. La รฉlite parece haberse despreocupado de lo รบnico que deberรญa ocuparle: la dura tarea de organizar el presente. Preocuparse desde el conocimiento tรฉcnico de la reconversiรณn de esos obreros, de esos mineros, de esos funcionarios, que no aprendieron a tiempo a ablandar mรกs sus habilidades blandas.
El presente no puede tener ni el encanto de la nostalgia ni el vรฉrtigo del futuro, pero resulta apasionante porque pide todo nuestro ingenio, nuestra capacidad de escuchar y de ver. Porque permite quizรกs entrever por primera vez el perfil de esa sociedad del ocio que Bertrand Russell creรญa inevitable. Organizar la libertad, no encuentro otra definiciรณn de la polรญtica en democracia. Mareados en las sirenas del pasado que ya no fue y del futuro que no serรก, populistas y elitistas han renunciado a la dura y apasionante tarea de preguntarse por el votante de ahora mismo. ~