Ana Luísa Amaral
What’s in a name?
Traducción de Paula Abramo
Madrid, Sexto Piso, 2020, 176 pp.
Lo primero que hace la poeta portuguesa Ana Luísa Amaral en este libro es preguntarse qué hay en un nombre, y lo hace con las palabras de Julieta. Sabemos que en la obra de Shakespeare Julieta se responde –aunque su respuesta está condicionada por lo que conviene a su amor– que el nombre no afecta a lo nombrado, que la rosa desprendería un aroma igual de dulce aunque se llamase de otra manera. Por eso convendría abrir el libro con la actitud de quien llega a un lugar desconocido y se dispone a mirarlo todo con ojos nuevos: ¡qué más da el nombre, olvídalo!
Ese olvido es una nueva ocasión que se le da al mundo de presentarse como un recién nacido lleno de oportunidades y de encantos particulares, por encima de las convenciones que lo convierten en un surtidor de automatismos. El de poeta es un doble trabajo, porque por un lado debe nombrar las cosas y por el otro tiene el cometido de hacernos reparar en ellas como si fuesen nuevas, de barrerles el polvo de la convención. O de limpiar las puertas de la percepción, y así ya ha aparecido el segundo William –Blake– de la tríada de poetas que venera Amaral. La tercera es Emily Dickinson.
Pero sabemos también que la pregunta de Julieta no está animada solamente por un interés filosófico, sino que en ella hay algo de desespero expectante, pues una u otra respuesta podría decantar la trayectoria de su amor. Vamos a ver cómo se lo toma Amaral, qué importancia le concede a los nombres. El primer poema, que va suelto y no dentro de los bloques que le siguen, se llama Cosas (Coisas). ¿Cosas y nombres son intercambiables? ¿Pueden sustituir unos a otras? Ya en él reconoce que, aunque sean insuficientes (dar nombre a las cosas es “um reduzido ofício”), son imprescindibles para nosotros, no contamos con otra cosa, desde que hemos asociado a cada ser con un símbolo verbal hasta el punto de sustituirlo. ¿Cómo recorrer el camino inverso? Voy a tratar de escapar de los nombres en que están encerradas las cosas, pero solo puedo hacerlo a través de esos mismos nombres: con los barrotes de la prisión construiré la escalera por la que me voy a fugar. En esa paradoja estamos siempre.
El resto del libro queda entonces teñido por el título, la cita de Shakespeare y el primer poema. Se divide en cuatro bloques: Cosas, Retornos, Poblamientos y O, en otras palabras (3 poemas). Parece que la poeta se acerca a los fenómenos y los seres tratando por fin de captar la verdad profunda que ha quedado tantos años sepultada bajo el nombre, y en su acercamiento subraya la relación que mantiene con ellos. Surge el yo en virtud de su capacidad de relacionarse.
En Cosas la estructura se repite en el arranque de varios poemas, un yo que recurrentemente acomete una acción sencillísima : “Asesiné (tan fácil) con la uña / a un pequeño mosquito / que sin tener licencia ni permiso / aterrizó en la hoja de papel”; “Dejé un libro / en el banco de un jardín: / un despropósito”; “Rompí, / como si fuera un pensamiento, / una castaña brava que recogí del suelo, / su cáscara encendida e inquietante.” A partir de acciones tan sencillas desarrolla los poemas con una minuciosidad que asocio con el sigilo, para no despertar a los nombres que engullen a los seres que acompañan. En todo el primer bloque se respira un ambiente neblinoso, como esos días en que apenas se distinguen los contornos y también el sonido adquiere un tono insólito. La voz está midiendo los límites de su cuerpo.
A medida que avanza el libro, las acciones se complican, es como si la poeta hubiese adquirido una nueva seguridad al desenvolverse por el mundo, y se atreviese a utilizar los nombres de las cosas a su favor y estuviese ya lista para entenderse con el prójimo. Los poemas del bloque Retornos resultan menos metafísicos, contienen pequeñas historias cotidianas (un pescado en el horno que al final se quema; cómo se cocina una empanada de pollo; un difuso poema de amor hacia alguien que habla otra lengua; una carta a su hija…). Parece haberse restaurado una antigua confianza que permite la aparición, o el retorno, de la segunda persona.
Sigue el bloque Poblamientos y ya el mundo está maduro para que lleguen ellos. Hay más bullicio, que atrae recuerdos del pasado tanto propio como universal. La hija que recibía la carta pasa a ser ahora objeto de reflexión. Aparecen en los poemas personas ajenas al círculo familiar, y es como pasar de la vista por el microscopio al plano general y al aire libre. Todo se ha ensanchado y los nombres cumplen su función, porque es en ellos donde bullen los demás.
Y finalmente, en el cuarto bloque, aparecen unos ellos más allá de ellos, una tercera persona aún más lejana que ha sido arrancada de nuestro estado de fraternidad y convivencia. Contiene tres poemas: “Bifronte condición”, “Mediterráneo” y “Alepo, Lesbos, Calais, o, en otras palabras”. El título del último deja claro de qué está hablando la poeta; en él dice “De lo que veo lejos y en pantallas / no puedo hablar usando redondillas, / versos redondos, una sintaxis pulcra y uniforme.” La tragedia de los refugiados no solo es inabarcable sino que se percibe mediada, y eso impide el uso del lenguaje que ya se había conseguido dominar. Lo que se ha vuelto a perder está entre la pericia y el hechizo y las palabras de nuevo son herramientas inútiles. Ahora la poeta tantea los límites de nuestro mundo, después de haber recorrido el camino que le había devuelto la voz. Pero la realidad se escurre entre el tamiz de los nombres. ~
Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).